Fuera del Congreso, mientras allí se debatía el presupuesto del FMI fogoneado por el macrismo, el gobierno orquestó operaciones de falsa bandera para criminalizar la protesta y desviar la atención.

Provocación, represión, criminalización. Y, por añadidura, distracción. Así se articula la maniobra que se repitió ayer alrededor -y no tanto – del Congreso Nacional cuando se debatía el presupuesto nacional diseñado por el Fondo Monetario Internacional y presentado por el macrismo en el gobierno.

Lo del presupuesto queda para otras notas en Socompa. Aquí lo que importa es esa secuencia, su construcción y sus con-secuencias. Porque no es novedosa pero va quedando cada vez más clara. Aunque habría que preguntarse si su obviedad es tan manifiesta, porque es evidente que no lo es para todos y, tal vez, ni siquiera para muchos.

Se trata de un armado ya visto en la Argentina y en muchos otros países del planeta. Utilizado para justificar la instauración de un Estado policial, la justificación de una dictadura o de cosas aún peores, como desatar una guerra.

En The quiet american, Graham Greene relata en apenas veinte líneas como un atentado que queda claramente adjudicado a la resistencia vietnamita contra la ocupación francesa no es otra cosa que una operación de falsa bandera armada desde la embajada norteamericana para justificar -a mediano plazo – la intervención. Se trata de una bomba en una plaza que causa decenas de muertes. Y los malos, claro, son las demoníacas huestes de Le Duan y Ho Chi Minh, que en ese caso no tenían un carajo que ver.

Vietnam de la década de los ’50 queda allá lejos y hace tiempo, pero el debate por el presupuesto nacional de la Argentina para 2019 está acá nomás. Y vale la pena reparar en el armado de la secuencia.

El martes a la noche los alrededores del Congreso fueron sembrados con bolsas, contenedores y montones de escombros -en algunos casos delimitados por amarillas cintas municipales – listos para usar. Como nada puede tomarse como obvio, vale decir que para semejante siembra -destinada a una cosecha – hace falta una logística que exige no sólo camiones y mano de obra sino que ninguna autoridad se pregunte -ni pregunte – qué está pasando acá que andan poniendo piedras por todas partes. Ni un solo vigilante de los que hoy sobran en las calles céntricas de Buenos Aires lo hizo.

El miércoles a la mañana, cuando las primeras columnas marchaban hacia el Congreso para protestar contra el presupuesto del FMI presentado por Cambiemos, todo transcurrió con tranquilidad. La gente se congregaba lo más cerca posible de la plaza vallada mientras adentro del Palacio el oficialismo conseguía el quorum necesario, se trataban cuestiones de privilegio -incluidos homenajes a De la Sota dignos de Groucho Marx – y se discutían algunas cuestiones de forma.

Lo que siguió fue de una sincronización cronométrica suiza. Cuando Luciano Laspina, miembro informante del oficialismo, terminaba su presentación del presupuesto y Axel Kicillof empezaba a plantear la posición contraria, un grupo de “sujetos” (¿Lúmpenes en zona liberada? ¿Policías de civil? ¿Agentes de inteligencia? ¿Un combinado?) se calzó los pasamontañas o tapó sus rostros con pañuelos ante la mirada indiferente de los policías uniformados que custodiaban el sagrado palacio legislativo y se mezclaron con la multitud.

Ahí – y recién ahí – empezó el quilombo. Las piedras sembradas fueron cosechadas por las manos profesionales que debían utilizarlas y, claro, también por las manos de pelotudos manipulables que entraron fácil en la provocación.

¿Qué otra cosa podía hacer la policía que “responder”?

La provocación causó la represión. Eso fue lo que se mostró. Lo que se intentó ocultar es que provocadores y represores jugaban en el mismo equipo.

Cuando la provocación se hizo evidente y empezaron a llover piedras, gases y balas de goma, las columnas organizadas y la muchísima gente de a pie que se había congregado para protestar retrocedieron. Demostraron que algo se aprendió -aunque todavía falta – de las mismas provocaciones de diciembre, cuando se debatió cómo matar de hambre a los jubilados.

Pero, al mismo tiempo, el primer objetivo de la maniobra se consumó con éxito: las cámaras de los medios hegemónicos -y otros no hegemónicos pero con movileros pelotudos o cómplices, como el peladito de C5N – pudieron mostrar los alrededores del Congreso casi vacíos, salvo por un supuesto combate que, al decir del peladito pelotudo o cómplice era un “escenario de guerra”. La escena quedó montada, grabada y difundida.

Construida la provocación y justificada la represión -con el consiguiente alejamiento de las columnas organizadas y la gente suelta que se manifestaba pacíficamente -, se pasó a la tercera etapa de la maniobra: la criminalización focalizada. Es decir, la detención violenta (la cacería) de “criminales”.

Foto: Carlos Brigo.

Una cacería que se perpetró en casi todos los casos lejos de la “zona de conflicto”, cuando los supuestos “criminales” se alejaban del Congreso y de ninguna manera participaban de un “enfrentamiento”.

Los “blancos” estaban elegidos de antemano. Fueron seguidos y controlados hasta armar las escenas de detención. Hubo inteligencia previa para poder hacerlo.

Así como hay videos y fotografías que muestran claramente como los policías y/o lúmpenes y/o agentes de inteligencia se encapuchaban en las puertas mismas del Congreso para iniciar la provocación, también los hay que documentan como, por ejemplo, a un militante de La Garganta Poderosa le plantan una barreta luego de detenerlo con violencia, cuando ya está en el suelo, sometido, Y es sólo un caso de muchos más.

La identidad de los detenidos – sus pertenencias militantes o sus lugares de origen – termina de poner en evidencia la tercera parte de la opereta: la criminalización focalizada. Vale el repaso:

-Nacho Levy y otros integrantes de La Garganta Poderosa, una organización villera -que viene sosteniendo un medio de comunicación resistente de reconocimiento internacional – perseguida con pasión personal por la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, desde el primer día de su gestión.

-Fabricio Baca, camarógrafo que la Justicia ordenó reincorporar a Télam junto con más de 350 compañeros despedidos. No es necesario explicar que la batalla de los trabajadores de la agencia estatal de noticias es un doloroso grano en el culo del gobierno.

-Vecinos y trabajadores de la educación de la Asamblea de Moreno, que a partir de las muertes de Sandra Calamaro y Rubén Rodríguez, víctimas de una explosión de gas en la Escuela Nicolás Avellaneda por desidia del gobierno provincial, vienen visibilizando uno de los tantos aspectos desastrosos de la gestión de la gobernadora bonaerense -y esperanza blanca del establishment para 2019, María Eugenia Vidal. Una asamblea cuyos integrantes vienen siendo amenazados y perseguidos -con un caso de secuestro y torturas incluido – desde que empezaron a denunciar la responsabilidad del gobierno provincial.

-Trabajadores de Astilleros Río Santiago, cuya lucha en defensa de la fuente de trabajo -que incluyó la toma del Ministerio de Economía de la Provincia de Buenos Aires – obligó a dar marcha atrás en el proyecto compartido de Mauricio Macri y María Eugenia Vidal para cerrarlo definitivamente.

Hubo otras detenciones -incluso la de un vendedor ambulante -, pero lo que se busca señalar aquí es a qué colectivos se pretende criminalizar: los que más problemas de imagen le generan al gobierno.

Provocación – Represión – Criminalización. La cuarta etapa de la maniobra es la distracción, consumada por la resignificación de los hechos que se perpetra desde los medios hegemónicos.

Con ese anudamiento mediático final -pero presente en cada etapa de la maniobra – lo que está en peligro es la tranquilidad y la seguridad de los argentinos por obra de un grupo de criminales enemigos de las instituciones y de la paz social.

De la entrega del país que se perpetró con la media sanción del Presupuesto dentro del Congreso no se dice nada.

Y para ocultarla se inventan enemigos internos en la calle.