No fueron pocos los que salieron en defensa de Tomás Méndez con el argumento de que acusarlo era hacerle el juego a la derecha y  jugar para el enemigo. Una manera de comprender las cosas que poco tiene que ver con el funcionamiento de los medios y de la política.

La nota de Daniel Cecchini en Socompa sobre Tomás Méndez fue muy leída pero también recibió unos cuantos comentarios adversos, por no decir agresivos, porque se atacaba a alguien “del palo”. Acusaciones de que el sitio jugaba para Magnetto o estaba del lado de la patronal, todo mezclado con anuncios de no leer allí ninguna nota más, porque se había “mostrado la hilacha”. Otro tanto sucedió cuando se hicieron chistes con Alberto, con Kiciloff o con Cristina.

Llama la atención tanto furor en defender a un operador reconocido porque supuestamente sus operaciones beneficiaban al lado de los “buenos”, a los “nuestros”.  El hecho aparece, como casi todo lo que tiene que ver con Méndez, como bastante turbio- ¿En C5N recién se dieron cuenta quién era? ¿Después de darle el prime time del domingo con los antecedentes de sus declaraciones antisemitas? Lo más probable es que lo hayan elegido para que saliera con su estilo habitual de tapones de punta para que empardara en estética y ráting a Lanata. Y que Méndez se lo haya tomado tan a pecho que se pasó de la raya. Igual, ¿había que reaccionar tan al toque y que fuera un colega de Méndez (Iván Shabrovsky) el que anunciara ante cámaras el despido= ¿Por qué tanto apuro?

Cualquieras sean las explicaciones, el episodio deja algunas cosas en claro. Que C5N sigue, como toda empresa de medios, el rumbo que le reditúe más ganancias. Cristóbal López advirtió que había un espacio vacío en la grilla televisiva y allí fue y convirtió a su canal en oficialista. No está ni bien ni mal. No tiene por qué ser un filántropo ni militar a favor de una causa. Si le conviene darle un espacio a Claudio María Domínguez para que haga ejercicio mediático de la estafa lo hace.  Sin embargo, hay gente que se pregunta cómo es posible que semejante personaje ocupe un lugar en un canal del palo.

La expresión “del palo” implica algunas confusiones y credulidades. Por un lado, se cree que un canal de televisión (o algún otro medio) es equivalente a una toma de posición, a una elección defitinitiva por un lado del arco político. Por el otro, está la idea de que alguien que dice representar nuestra causa, la que sea, defiende a rajatablas nuestros intereses, se juega por nosotros. Y que en ningún caso y por ningún motivo, corresponde que se lo critique. El ser del palo es garantía de inmunidad. Por si no hubiera otros ejemplos, el caso de Méndez desmiente por completo la idea. No defendió a nadie, no cuidó los intereses de sus televidentes, simplemente armó un show que terminó beneficiando a quienes decía querer atacar.

Considerar que no se debe criticar a los del palo porque es hacerle el juego a la derecha es un sistema de no pensamiento, un automatismo facilongo. Pero, sobre todo, implica no comprender cómo funcionan los medios y cómo funciona la política. El austríaco Karl Kraus decía a comienzos del siglo XX que el periodismo es aquello que se escribe en el espacio que dejan libres los avisos. Suena demasiado excesivo, Kraus lo era, publicaba una revista, La Antorcha en la que era el único escriba. Pero, aun así, hablaba de una relación entre dinero y cantidad y calidad de la información que es evidente para cualquiera que haya trabajado en un medio. O sea que aquello que leemos, vemos y escuchamos está de algún modo relacionado con la lógica del negocio. Lo cual obliga a evaluar a cada periodista en un largo plazo como para darse cuenta si lo que dice es creíble. Y esto tiene que ver con el análisis y no con el deseo de que el periodista sea nuestra voz. El ejercicio del periodismo transcurre en esta tensión entre el negocio y la información. Aquellos que están fuera de esa tensión son voceros o agentes de prensa de alguien o, como es el caso de Méndez, de sí mismo.

En el terreno de la política juzgar por el criterio del palo también implica resignar criterios propios. Se puede criticar algún aspecto de la gestión de un gobierno al que uno acompaña en otros sin estar jugando a favor de la oposición. De hecho, dentro de los partidos gobernantes hay diferencias, conflictos, discusiones – a veces muy duras-, no todo es acuerdo armonioso y vamos todos juntos para adelante. Lo de la unidad suena bien pero habría que ver hasta qué punto es un estado deseable. Jugar al acriticismo es ser poco realista. O, si se quiere, es actuar con criterio político en sentido estricto e imaginar que se forma parte del escenario en el que se deciden las cosas. Ningún político, con la excepción de Carrió (habría que ver si esto no es la clave de su importancia dentro del panorama político argento) critica públicamente a alguien de su propio espacio. Eso de que los trapos sucios se lavan en casa es la regla de oro. Pero nada dice que sirva para todos los escenarios y aplicarla bajo el slogan de “ser del palo” es resignar no solo libertad crítica sino dejarse llevar por discusiones que no hablan de lo que nos pasa a todos.