Crecida en hoteles y barrios de mala muerte, lesbiana en años imposibles, esposa a la sombra de Paul Bowles. Su corta obra –poblada de mujeres náufragas y personajes extraviados-, reeditada en los últimos años, es de una potencia, una rareza y una inteligencia brutal.

Su amigo Truman Capote le llamaba “cabecita de gardenia”, tal vez no sólo por la similitud entre su raro cráneo y la flor, sino por los extraños productos que esa cabeza producía, emanaciones de una flor exótica, pétalos de un raro vivir. Jane Bowles era sin duda una chica extravagante. A la sombra agobiante de su famoso marido, el escritor Paul Bowles, mientras vivió vio cómo su literatura naufragaba en el olvido, algo que sin duda resultaba frustrante para quien fue una de las voces más potentes de las letras norteamericanas durante el siglo XX. Treinta y siete años después de su muerte, ocurrida en una clínica de la ciudad española de Málaga en 1973 cuando sólo tenía 56 años, la editorial Anagrama reeditó su escasa pero contundente obra narrativa al tiempo que la casa Alfama publicó “En el cenador”, su única obra de teatro. Un reconocimiento tardío que sin embargo se transformó en un éxito editorial y que cualquier lector curioso puede todavía encontrar en librerías.

Pero, ¿quién era esa pequeña mujer coja con pinta de andrógina capaz de transformarse en el ángel de la generación beat gracias a su prodigiosa inteligencia? Hija de Sydney Auer y Clair Stajer, Jane nació el 22 de febrero de 1917 en Nueva York. Su padre la llevó a vivir junto a su familia a Long Island, más precisamente al Hotel de Croyden, un sitio barato frecuentado por prostitutas y mujeres de baja calaña con las que Jane viviría sus aventuras de iniciación adolescente, hasta que su madre espantada por los contactos de su hija decidió mudarse a Hyde Park donde la vida era un poco más decente. Aunque ya era tarde para torcerle el destino a la pequeña Jane. Hoteles baratos y mujeres de mala vida irrumpirán con fuerza en su literatura, sobre todo en su única novela “Dos damas muy serias”, una obra maestra escrita cuando sólo tenía 24 años.

Y sólo tenía 20 años cuando Paul Bowles se la encontró en un partido de fútbol en Harlem, un lugar poco adecuado para una dama de los años treinta. Bowles, que había nacido en 1910, era ya una celebridad sobre todo por sus composiciones musicales – había trabajado incluso con Aaron Copland- y quedó prendado de aquella rara mujer con la rodilla estropeada por una tuberculosis provocada luego de una caída del caballo cuando Jane tenía sólo 14 años. Ese brutal accidente hizo que Jane se pasara media vida operándose aquella rodilla sin éxito y que padeciera una cojera tan evidente como para acomplejarla por el resto de sus días.

Pero los achaques físicos no eran los únicos que perturbaban la vida cotidiana de Jane. Cuando se casó con Bowles en 1938 su marido ya sabía de su atracción por las mujeres y durante mucho tiempo sus amistades sospecharon que el suyo había sido un matrimonio por conveniencia, ya que Jane no dejó en ningún momento de mantener apasionados romances con otras mujeres, apartándose en algunos casos durante mucho tiempo de Paul. Su lesbianismo la perturbaba porque presentía la condena social que provocaba y Jane era muy sensible al rechazo de los otros, algo que dejó huella en sus personajes. Christina Goering, una de las protagonistas de su única novela, era “muy despreciada por los demás niños” en su infancia, razón por la cual ya adulta trata de forzarse a vivir aventuras con los extraños seres que se le cruzan en el camino, algo que tal vez refleje las obligaciones que la propia Jane se propuso a si misma. Sólo que Jane, a diferencia de su personaje, logró dejar una profunda huella en el entorno.

Apogeo y caída del ángel beat

No hay dudas que los Bowles eran un matrimonio extravagante. No solo Jane navegaba en las aguas de la ambigüedad sexual. Paul también se sentía atraído por los hombres, aunque se encargó muy bien de no hacerlo explícito. Y para encubrir estas tendencias y dar aire a sus espíritus viajeros los dos se volvieron trotamundos, hasta que terminaron por establecer su residencia definitiva en Tánger, Marruecos, la ciudad que gracias a su presencia se iba a convertir en el epicentro de la “beat generation”.  En pocos años los Bowles se convirtieron en anfitriones de lo más granado de la literatura americana e inglesa de los años cincuenta. Tennessee Williams, Truman Capote, Gertrude Stein -que fue quien originalmente le sugirió a Paul que se fuera a Tánger de vacaciones-, William Burroughs, Jack Kerouac, Gore Vidal, Gregory Corso, Djuna Barnes, desfilaban por la casa de los Bowles en Tánger y pasaban las tardes en el café Hafa sobre los acantilados mientras contemplaban el mar y fumaban kif.

Tánger 1949. Con Truman Capote a la izquierda y loro a la derecha.

Ante semejante entorno Jane no tardó en deslumbrar con su inteligencia “brutal”, como la llegó a calificar una vez su marido en una carta. Cuando termina de escribir “Dos damas mus serias” se la envía a Tennessee Williams que emite un juicio atronador. “¡Mi libro favorito! Para mi no hay novela moderna más susceptible de convertirse en un clásico”. Publicada por la prestigiosa casa Knopf en 1943, la obra sin embargo pasa desapercibida. Protagonizada por dos mujeres que tratan de afirmar su identidad e independencia de los hombres a toda costa, “Dos damas…” es una obra prodigiosa, repleta de personajes que actúan contracorriente sorprendiendo al lector que se espera cualquier cosa de ellos menos lo que realmente habrá de ocurrir. El sentido del humor de Jane se respira en toda la obra. “Te llamas artista y ni siquiera sabes huir de tu responsabilidad” dice uno de sus personajes. “Esto me destrozaría por completo”, se lamenta la señora Copperfield, una de las protagonistas, lo que merece una respuesta alucinante de su partner: “¡Pero si ya estás destrozada!”. Las dos damas en cuestión se refugiarán en otras mujeres para huir de su oscura existencia al lado de los desabridos hombres que pululan cerca de ellas, aunque la sexualidad no entrará en escena más que de un modo subrepticio. Aún así, la obra ha sido considerada un ícono de la literatura lésbica, un hecho más ligado a la vida de la autora que al respiro de sus textos.

De hecho, la obra de Jane es tan potente que ni siquiera fue influenciada por la de su esposo, algo que hubiera justificado tal vez ese ostracismo con el que fue recibida. Mientras en las novelas de Paul es el miedo y la desintegración de los individuos lo que mueve la historia, basta recordar la oscura pareja de “El cielo protector” en viaje a la locura y la muerte –que Bernardo Bertolucci llevó al cine de forma magistral-, en la obra de Jane es la extrañeza la que manda. Las mujeres creadas por Jane son la antesala de la mujer moderna que hará irrupción en el mundo de la posguerra. Prefeministas angustiadas por la falta de sentido de su existencia de “damas” correctas que buscan huir a través de lo insólito, tratando de vivir situaciones intensas, sin dejar de despertar humor y compasión por lo absurda que se suele volver su búsqueda.

“Mi única queja contra la señora Bowles” escribe Truman Capote en el prólogo a las dos obras de su narrativa editadas por Anagrama, “no es la calidad de su obra sino simplemente la cantidad. Este volumen constituye toda su estantería, por así decirlo”. Unos años después de publicada su novela, Jane vuelve al ruedo con un pequeño libro de cuentos titulado “Placeres sencillos” que contiene algunas perlas inolvidables, como Camp Cataract, según Capote “el relato cómico de un destino calamitoso que tiene en su corazón, y como corazón, una sutilísima comprensión de la excentricidad y del aislamiento humano”. En todos los relatos de Jane las protagonistas son mujeres y cuando no lo son están presentes de manera abrumadora, como es el caso del hilarante “Idilio en Guatemala” donde un convencional hombre de negocios en viaje de placer se topa con una muy latina “señora Ramírez” gorda y con un puñado de insoportables hijas, que se le mete en la cama sin que el tipo sepa muy bien cómo acabó ahí, situación de la que termina huyendo como huyen todos los personajes de Jane, hacia la nada o el vacío o el futuro, que es una forma más de no estar aquí.

En Tánger, Jane cayó presa de Charifa, una oscura mujer musulmana con la que mantuvo un largo romance, y que la sometió a una brutal servidumbre que llevó a Paul a pensar en que la mujer marroquí la estaba envenenando con extrañas drogas para lograr sus objetivos. Y en 1957 “cabecita de gardenia” sufrió la más brutal de sus caídas: un ataque de apoplejía la dejó a los cuarenta años sin poder volver ni a leer ni a escribir, truncando para siempre su carrera literaria. Unos años antes, en 1954, había publicado su obra de teatro “En el cenador”, la historia de una difícil relación entre una madre y su hija en lucha por un hombre. Según Bowles, en el casting que se realizó para poner la obra en escena se presentó un jovencísimo James Dean, que sin embargo fue rechazado porque “era demasiado normal, carecía de la dosis necesaria de angustia”.

Ya sin sus facultades mentales, los últimos años de Jane fueron un triste remedo del aislamiento que tanto temía. Paul no pudo seguir soportando el infierno de vivir a su lado con Charifa dueña y señora de la situación –Jane le dejó a la mujer marroquí incluso su casa de Tánger en herencia– y Jane abandonó Marruecos para internarse en una clínica de la ciudad de Málaga, donde murió el 4 de mayo de 1973. Estaba convencida de haber escrito sólo bodrios, una certeza que los que se animen a incursionar ahora en su narrativa descubrirán por demás infundada.

Foto de apertura: Cecil Beaton.