España es una tierra impregnada de rojo, pero hace poco aterrizó en Cádiz una chirigota (comparsa) que rompió la tradición: son “Los del planeta rojo… pero rojo, rojo”

Los marcianos llegaron en un platillo volador sin seguro y con la patente vencida y de la nave se abre una compuerta que flamea tanto que parece lo que es: un chapón de zinc. Asoman varias cabezotas, que recuerdan vagamente a los coneheads de AlieNation, aunque con las orejas del Sr. Spock. Llevan puestos trajes con los colores bolivarianos, a la izquierda del cinturón enfundan una pistola de rayos cuyo diseño recuerda la hoz y el martillo y enarbolan una bandera que tiene impresa la estampita del Che, aunque también es un cabeza de cono.

Hay que ver como mantienen abducido al público ibérico. Pero fuera de la península cuesta pescar todos los chistes, algunos de ellos lógicamente sobrecargados de regionalismos.

Las letras de sus pasodobles recorren los titulares de cualquier periódico progresista. Cuestionan al rechazo a los inmigrantes, pues ellos lo son; exigen a los terrícolas que se rindan, porque ellos tienen todo grande menos una cosa, pero de esa cosa tienen dos; y critican a los hombres que mandan a buscar marcianos ahí fuera mientras matan la vida en su propio planeta.

Estos revolucionarios de otro mundo amenazan convertir a la Tierra en Cuba o Venezuela, aunque sugieren temer a los humanos, más cuando entre ellos “quedan pocos socialistas de verdad”, en alusión a la agachada del PSOE de dar el poder al PP “con una abstención cobarde”.

Para disfrutar de los marcianos marxistas y humoristas del carnaval de Cadiz quizá no está bueno saber que el ex presidente Hugo Chávez tenía realmente al Planeta Rojo cerca de su corazón, como cuando sugirió que el capitalismo pudo haber acabado con su civilización ya que “a lo mejor llegó allá el capitalismo, llegó allá el imperialismo, y acabó con ese planeta”.

Quizá tampoco conviene saber que el representante argentino del Círculo Bolivariano en Buenos Aires fue, por años, Carlos León Cristalli, hijo de Homero “Posadas” Cristalli, fundador del Partido Obrero Revolucionario Posadista, uno de los primeros movimientos trotskistas (porque hubo otros) que incorporó a las preocupaciones de la ufología en sus discursos y discusiones, convencido como estaba Posadas de la existencia de civilizaciones extraterrestres aventajadas que podrían socorrer a la Tierra, máxime cuando, desde los ’60, postuló que la tecnología que pudieron haber usado los seres del espacio para llegar a la Tierra solo pudo haber sido alcanzada si desarrollaron una organización social parecida a la socialista.

Dan muchísimas menos ganas de reír cuando vemos a los “rojos pero rojos, rojos” comprar teorías conspirativas delirantes.

Fidel Castro, en sus últimos años, alargaba sus monólogos leyendo páginas íntegras del ideólogo conspiranoico Daniel Estulin. Chávez, allá por 2011, impuso la tendencia de sospechar que “la mano negra del imperialismo” podría provocar enfermedades o muertes de dirigentes políticos latinoamericanos, como su propio caso o el de Cristina Fernández de Kirchner, o amenazar a figuras que en realidad ya estaban fuera del poder, como Lula, o en las antípodas ideológicas, como el colombiano Álvaro Uribe, ambos supuestamente enfermos de cáncer.

Esa izquierda perezosa que ve conspiraciones en vez de comprender la creciente complejidad del mundo y los hilos del poder real no encontrará divertida la comparsa marxiana de Vera Luque. Pero si mientras leía esta reseña se sintió señalado, quién sabe, a lo mejor se dará la oportunidad de pensar si todo lo que brilla es rojo.