Una nueva nota de la serie de la investigadora Carola Ochoa sobre los rugbiers víctimas del terrorismo de Estado. Hoy, la historia de Claudio Aníbal Zorrilla, militante de TERS- Política Obrera, rugbier de Palermo Bajo de Córdoba. Fusilado el 19 de junio de 1976, en la ciudad universitaria de Córdoba.

Claudio Aníbal Zorrilla, rugbier de Palermo Bajo, nació el 8 de diciembre de 1954 en Córdoba Capital. Sus padres eran Antonio Zorrilla y Fulvia Esther Marocco.

“Tenía la naríz prominente, típica de los Zorrilla. Yo no lo conocí, pero mi madre me decía que mi tío tenía la sonrisa permanente, reía tanto que se le veían los premolares. Era un gran bohemio. Tenía su guitarra, cantaba, escribía poemas. Lo suyo no fue la lucha armada sino la militancia por la inclusión y la solidaridad. Son anécdotas familiares las que recordamos, todas las veces que mi abuela volvía del almacén con toda la mercadería para el mes y a los 2 o 3 días no las encontraba: Claudio se la había llevado a la gente de los barrios mas vulnerables. Así era mi tío, el tipo mas sensible por el sufrimiento ajeno”, cuenta su sobrina.

Claudio cursó la secundaria en la Escuela Ricardo Rojas y en el Colegio Deán Funes. Vivía en el Barrio Bajo Palermo y según cuenta su hermana, era “amigo de todos los lustrabotas”. Divertido, solidario, su gran pasión por la ovalada lo llevó al club de sus amores, el humilde Bajo Palermo Rugby.

Militancia universitaria

En 1974 ingresó a la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Córdoba (U.N.C.), donde militaba en Política Obrera y su compromiso socíal y estudiantil era lo mas importante. Se integró en la TERS (Tendencia Estudiantil para la Revolución Socialista) de la agrupación universitaria de Política Obrera.

Iba a las villas y contagiaba a los pibes lo aprendido en el Rugby: “Primar lo colectivo por sobre lo individual”.

Su entrega militante fue total. Líder estudiantil desde su secundario en el colegio Ricardo Rojas, llevó su carisma y su decisión a la lucha universitaria donde despertó la admiración, el respeto y amor de todos sus compañeros de la UNC. Alzó su voz en cada marcha en aquellos duros meses de 1974. Sus padres admiraban a este hijo valiente que se entregó a la lucha sin miedos.

Amigo de tries

“Pendejo vivaz, emprendedor, tranquilo, agüita de manantial y cascada de haceres cargada de genes humanitarios. Ganador de amor de amigos y ni hablemos de aquellas adolescentes que tuvieron la oportunidad de conocerlo”, recuerda su amigo Tortu Acerbi.

“Era un ganador. Su meta era la igualdad y la inclusion y el camino para llegar a ellas fue aspero. Lo recuerdo en su callado compromiso, con su cabeza puesta en el otro. Tenia un tremendo espíritu competitivo. Compartimos la guinda en el glorioso, humilde y picante Club Palermo Bajo, el club del escarabajo bordó y amarillo, en la 4° y 5° división. Años mas tarde tuve el privilegio de conocer fortuitamente a Pablo, su sobrino, médico, cuando vino a atender a mi madre de 92 años”.

Su secuestro

El 25 de octubre de 1974 lo secuestraron cerca de la facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Esa mañana Claudio, entonces de 19 años, y su novia, Rosa Mercedes Morales, estaban en una librería comprando materiales para un trabajo de la facultad cuando un grupo paramilitar, fuertemente armado, entró en la librería y, en medio del estupor de los vendedores, se llevó a Claudio en medio de gritos angustiantes de Rosa, quien rogó a los militares por la vida de su novio  Al poco tiempo, ella se enteró que Claufio estaba detenido en la Unidad Penitenciaria N° 1 de Córdoba. Lo habían ingresado con el peor rótulo en ese tiempo: “Preso Político”. Los presos políticos, entremezclados con los presos comunes, gozaban de algunas garantías de que al producirse el golpe se anularían en su totalidad.

Sus padres solicitaron al P.E.N. la opción legal la salida del país de Claudio. Pero el golpe de Estado se llevaría todas las esperanzas.

Amor tras las rejas

Rosa cuenta su única visita a Claudio, desde su detención: “La noche del 23 de marzo de 1976 fui a visitarlo a la cárcel, teníamos la visita conyugal pactada para esa noche. El olor al futuro golpe se respiraba en cada detalle. Afuera la cárcel estaba rodeada de muchos gendarmes. A las 12 de la noche, desde la celda oíamos a los presos comunes, escuchaban la radio, cantaban, reían, hablaban. Pero lo temido se hizo presente. Una marcha militar quebró el murmullo. “Comunicado N° 1″

La dictadura se había instalado. Claudio sabía que a partir de ese instante estaba condenado a muerte.

“Nos abrazamos muy fuerte. No dormimos. El presentimiento de que nunca volveríamos a vernos latía en cada uno de nosotros. Sentimos el dolor inefable de nuestra separación impuesta. Nos besamos. Nos acariciamos. Nunca mas volveríamos a vernos, ni a tocarnos, ni a olernos, ni a discutir, ni a escucharnos, nunca más íbamos a compartir nuestros sueños. Amanecimos abrazados. Claudio tomó su peine. Me peinó como si fuera una sirena, me tocó como si fuera lo mas frágil del mundo. La noche había terminado…”, recuerda Rosa.

“Un guardiacárcel vino a buscarnos. El último abrazo y el que quedó por siempre conmigo. ‘Chau, mi Vida’, me dijo. Yo le respondí con un beso envuelto en lágrimas. Ese instante se hizo eterno. El portón se cerró separándonos para siempre. Los meses siguientes fueron grises, de dolor, oscuridad y muerte”.

Con la instauración de la Dictadura Militar, los presos políticos alojados en la Unidad Penitenciaria N°1 quedaron indefectiblemente incomunicados.

Fusilamiento de Claudio

El 19 de junio de 1976, a las 23, fueron retirados de la cárcel, por personal militar, el rugbier de Palermo Bajo, Claudio Zorrilla, Miguel Ángel Barrera, Esther María Barberis y Mirta Abd’on.

Claudio y sus compañeros fueron llevados hasta los terrenos posteriores a la Ciudad Universitaria. Atadas las manos con alambre y obligados a correr, mientras los asesinos los iluminaban con luces de bengala al tiempo que descargaban sobre ellos sus ametralladoras.

El dantesco escenario fue descripto por los testigos, obreros nocturnos de Corcemar, “de cuerpos chocándose entre sí, ya que tenían vendados los ojos. Gritaban horrorizados”.

Así, Claudio fue brutalmente asesinado en las cercanías del Parque Sarmiento en esa noche fria  de junio de 1976, junto con Mirtha Abdón de Maggi, Esther Barneris y Miguel Barrera, otros jóvenes que también eran estudiantes universitarios y militantes de organizaciones políticas de izquierda.

Desde el 24 de marzo de 1976 y hasta ese momento, los muros de la Cárcel Penitenciaria de Bº San Martín y sus guardias armados les impedían tomar contacto con familiares, abogados, ni jueces a pesar de hallarse “a disposición del Poder Ejecutivo Nacional”, en virtud de la vigencia del Estado de Sitio. Los asesinos no respetaron esta forma de “legalización” de los presos políticos y estos fueron fusilados. La muerte de Claudio trascendió de manera fortuita. Un empleado a comisión de una pompa fúnebre, al recorrer la morgue del Hospital San Roque descubrió el cadáver y avisó a la familia, con el interés de cobrar la comisión por el servicio de sepelio. Al tomar estado público el asesinato de Claudio, la dictadura no tuvo otro remedio que reconocer las cuatro muertes, caratulando los homicidios como “intento de fuga”.

El doctor Justo Llamil Chalub certificó estas asesinatos constatando “cuerpos con hemorragias agudas”.

Antonio Zorrilla, el padre de Claudio, responsabilizó a Luciano Menendez,  al Gral. Juan Bautista Sasiaiñ, al director de la penitenciaría José Alberto Torres, al director de Institutos Penales Montamat. Otros testigos denunciaron también por estos crímenes al personal carcelario Ponce y Ariza de Miralles, ambos oficiales del Servicio Penitenciario de la Provincia de Córdoba.

Fotografiado por sus torturadores

El Archivo Provincial de la Memoria cordobés recibió 140 mil negativos de fotografías tomadas por la Policía de Córdoba entre 1964 y 1992. Entre esos negativos está el “Registro de Presos Políticos”, una serie de retratos de detenidos que estaban bajo tortura

El Fondo Fotográfico y el “Registro de Extremistas” conforman el mayor documento fotográfico sobre la dictadura cívico-militar, encontrados. “Tiene un valor de verdad en un sentido estricto, porque todo lo que fue negado quedó plasmado en esos negativos”, explicó la antropóloga Ludmila Catela Da Silva, ex directora del Archivo Provincial de la Memoria, cuya sede funciona en el edificio histórico del D2.

La foto de Claudio Zorrilla fue una de las ocho que figuran en el libro y fue publicada en los diarios cordobeses el 19 de junio del 1976. Claudio, por entonces preso en la Unidad Penitenciaria 1 (UP1),

“Estas fotos fueron sacadas entre la tortura y la definitiva desaparición, esto es, entre la aniquilación de lo humano y la aniquilación del cuerpo físico. Pretenden traernos un jirón de esa situación intermedia. Nos traen imágenes de personas aún desaparecidas, tomadas en el momento mismo de su desaparición”, escribió el filósofo Luis Ignacio García.

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