Se estima que los argentinos varados en Italia, como consecuencia de la suspensión de los viajes por la pandemia de Covid son alrededor de mil, aunque no es posible obtener confirmación oficial de esta cifra.  Entre ellos no hay sólo turistas intrépidos que decidieron pasear por Europa a pesar de los peligros en ciernes, también un buen número de personas que han debido interrumpir su proyecto migratorio o simplemente que han visto precipitar sus ya frágiles condiciones de existencia.

El 9 de marzo, Gerardo Ariel Barberis, 42 años, un santafesino  de Villa Ana a 27 km de Villa Ocampo, descubrió amargamente que la oficina  de Registro Civil del Municipio de Trieste donde tenía cita para su DNI italiano estaba cerrada; la empleada se había contagiado con el Corona Virus. En ese momento empezó a dudar de que su “viejo sueño de radicarse en Italia”  se podría concretar. Había llegado a Roma el 4 de febrero; un amigo lo alojó en Trieste, la ciudad puerto tan magnificamente urbanizada, más de dos siglos atrás por María Teresa de Austria.

Gerardo Barberis.

Con el pasaporte italiano en su poder, después de 5 años ocupados en recuperar documentos de sus antepasados piamonteses y esperar los infinitos turnos del Consulado Italiano, estaba convencido de que había llegado su momento. Ganas de trabajar no le faltaban. En su provincia y en la ciudad de Buenos Aires había ejercido distintos oficios. El ejemplo de su padre carnicero que a los 67 años seguía trabajando duramente lo alentaba. “Nosotros somos italianos de origen, con un gran sentido de familia y amor a nuestras raíces. Vine a trabajar, pero también a ver el pueblo de mi bisabuelo”.

Para facilitar su inserción se inscribió en un curso de italiano donde conoció a otros argentinos , como él, recién llegados.

El cierre casi total de actividades de la cuarentena italiana le truncó el proyecto. Los trabajitos de  jardinero en Fontana Fredda, en la vecina ex provincia de Pordenone, se terminaron. Se sintió nervioso, enojado, todo se ponía muy difícil para él. En su desesperación, envió un e-mail al Consulado Argentino en Milan. “Fue una carta muy dura, don Carlos, yo tenía mucha bronca”, diría a este cronista en una larga conversación teléfonica en la que, con tono pausado, Gerardo relató su situación a este cronista.

Para su sorpresa, en poco tiempo recibió una llamada del Consulado. “Una señorita muy amable, escuchó pacientemente mi situación”.

Abrazo argentino

“Los llamados al Consulado desbordaron su capacidad operativa”, explica Jorge Iturburu, el argentino fundador de la Asociación 24 de Marzo.it, una ONG activa en la promoción de los juicios a genocidas de ciudadanos italianos en Sudamerica. “Desde el momento en que se cerró la posibilidad de repatriar a los argentinos en el exterior, algunas organizaciones de voluntarios argentinos en Italia, coordinados por la cónsul Daniela Jaite, nos organizamos para dar auxilio a las necesidades de nuestros compatriotas, varados en Italia”. Así nació el proyecto “Abrazo Argentino” que reúne a una vasta red de organizaciones latinoamericanas e italianas del Norte de Italia principalmente convocadas por Kairós, Proficua y 24 de Marzo.it .

Desde el sitio de Facebook del proyecto, la Cónsul en un video invita a sus compatriotas a no sentirse sólos en esta emergencia y a contactar al Consulado en caso de necesidad. En un mensaje a este cronista, Daniela Jaite se excusa por no tener tiempo  ara una entrevista, “desde la mañana temprano, hasta pasada la medianoche, tengo mis jornadas ocupadas”, dice.

Área de hospital móvil.

Margarita Clement, presidenta de Profiqua, una organización de mujeres sudaméricanas, confirma que el personal del consulado se ha reducido por la emergencia y que los empleados restantes trabajan a turnos. Margarita es la encargada de movilizar las respuestas a los problemas sociales. “Para ello contamos con la colaboración de las organizaciones del territorio, entre ellas la Caritas Diocesana y una serie de casi veinte organizaciones latinoamericanas e italianas, tratamos de resolver los problemas activando las energías ya existentes en el territorio y trabajando en red con ellos. La situación se está haciendo insostenible para aquellas personas que se están quedando sin recursos, no solamente para los turistas, también para aquellos que vinieron a hacer sus documentos o a trabajar. Sus autorizaciones están caducando, sus trámites paralizados y sus ahorros se terminan. La asistencia comprende todo tipo de problemas, por ejemplo, la salud de quienes no tienen un seguro. Para atenderlos nos apoyamos en los servicios para indigentes, como l’ Opera San Francesco”, dice. Y así, con otras necesidades,

Margarita Clement, con su Asociación participa en distintos proyectos de promoción de actividades culturales y artísticas en el municipio de Milán. “Yo misma, ahora, estoy sin contrato”, confiesa, “y he tenido que pedir la ayuda de € 600 que otorga el INPS (el Anses italiano) a quien se quedó sin remuneración”.

Rosa María Cusmai, psicóloga del Consultorio Familiar del Sacco-Fatebenefratelli de Milán y representante de Kairos, una asociación comprometida con proyectos de cooperación con Sudamérica, se encarga de coordinar el grupo de psicólogos que colabora con Abrazo Argentino. “Era necesario responder a las necesidades urgentes de los argentinos que no podían regresar, desde el punto de vista asistencial y psicológico. La situación de fuerte estrés se origina en la  cancelación de los vuelos y en la fragilidad que la imposibilidad de regresar provocan en los ámbitos económico, social y emotivo de las personas”, explica.

“Ritornare” no es lo mismo que “ volver”

Casi contemporáneamente, Walter Calamita , un ex preso político argentino  , comprendió que debía interrumpir su estadía turística en Bahía Blanca, su ciudad natal, y regresar a Italia, donde reside desde hace 44 años. Había llegado a la Argentina el 1 de febrero, viajando por el Sur, encontrado numerosos amigos y parientes y todavía le quedaban pendientes diversas actividades, como participar en las marchas de marzo en Buenos Aires, antes de retorno previsto  para el 29 de ese mes en un vuelo que fue cancelado.

Vuelos cancelados.

Su hija mayor, Elisa, desde Suiza le consiguió un pasaje para el 16 de marzo en un vuelo de “retorno” para italianos varados en el exterior. A traves de ella y de su hermano Roberto, Walter pudo hacerse una cábal idea de lo que estaba sucediendo en la península y, como hacía cuando vivía   situaciones extremas, tomó una libreta  y empezó a escribir un diario de viaje.

Embarcado en el vuelo AZ691 de Alitalia, no sólo comprobó con disgusto que pocos viajeros usaban, como él , el barbijo de protección si no que las condiciones de “seguridad sanitaria generales” estaban muy lejos de ser las recomendadas.

El aire se volvía irrespirable, amenazante. El viaje, infinito.

Para Walter Calamita llegar a Roma Fiumicino significaba jugar en un territorio con reglas por él conocidas y más fáciles de manejar. Al menos, eso creía.

Cuando el virus infecta se terminan las metáforas

Brescia, una de las provincias más afectadas por la infección de Corona Virus, en la rica Lombardía italiana, estaba llegando al límite de su capacidad de respuesta a la emergencia sanitaria.

A mediados de marzo, Willy y Ana,  dos italo argentinos , residentes en Brescia y radicados en Italia desde hace más de 30 años, empezaron a sentir síntomas mucho más fuertes que los producidos por  las gripes estacionales. Por precaución, el 10 de marzo, Willy decidió refugiarse en su estudio de fotografía y computación, para preservar a su esposa  de un posible contagio. Ese día los casos de contagiados de Covid-19 en la provincia de Brescia eran 963.

El 13 de marzo Ana empezó a sentir una fiebre altisima que no bajaba con los días ni con el Paracetamol, el único fármaco que su médico de familia le prescribía. Su marido y su hijo aunque en manera menor, también sentían un malestar general. Sus respectivos médicos los seguían telefónicamente. El 13, los casos Covid en Brescia eran 1.784.

El 16 de marzo, después de una semana de cuarentena voluntaria, con síntomas como tos, cansancio y fiebre persistentes, Willy, paciente celíaco, llamó a su médica. Ësta, a su vez ya con una fuerte tos, le aconsejó ir directamente al Hospital Civil de Brescia, porque los números de “emergencias” no respondían. Una operación que pudo realizar sólo con la ayuda de su esposa, la cual “construyó” con sus propias manos dos mascarillas de protección con papel para horno (en las farmacias era imposible encontrarlas), y lo llevó al hospital. Su propia médica internada por tres semanas porque estaba infectada por el virus. Tuvo mejor suerte que sus 153 colegas médicos muertos a causa del Covid.

Después de un par  check points previos, Willy y su mujer, a las 8 de la noche, fueron recibidao por un operadora que tomó sus primeros datos. “Usted viene con nosotros”, le dijeron a él. A su esposa le explicaron que su nombre sería enviado a las autoridades policiales para que controlaran la cuarentena que le prescribieron. El 16 de marzo, los casos Covid en la provincia de Brescia ascendían a 3.300.

Willy fue acompañado por un voluntario a una carpa , donde lo pusieron en una especie de “catre de campaña” de color azul.

En las inmediaciones del “Pronto Soccorso” (Emergencias) del hospital se había creado una “Citadella sanitaria pre Pronto Soccorso” (Pequeña ciudad sanitaria pre Emergencias) donde distintas carpas funcionaban como “Triages”, de selección y distribución de los pacientes antes del ingreso a la estructura sanitaria.  En la segunda de esas carpas, Willy recibió la admisión formal al Hospital, donde además de tomarle los datos, le extrajeron sangre, le tomaron los parámetros vitales y la “muestra hisotópica” que tendría que determinar el diagnóstico de paciente Covid.

Sala de ingreso del hospital móvil.

Diez minutos más tarde, otro voluntario lo acompañó a una “especie de gran galpón”, que no era otra cosa que una ex lavandería del Hospital, evidentemente adaptada rápidamente, como improvisada “sala de espera”. Allí  pudo sentir el calor de la calefacción que corría por los tubos cercanos al techo, ver tres filas de unas 25 camas con pacientes y un gran número de voluntarios que se movían vertiginosamente.  A Willy le fue asignado el lugar número cinco. Le dieron una frazada normal y otra térmica y , como todos, se recostó vestido.

Por momentos, las voluntarias y voluntarios corrían de un lado para otro, llevando a mano o sobre los hombros las bómbolas de oxígeno o los instrumentos de asistencia necesarios para los pacientes. Ellos medían la fiebre cada media hora, tomaban la presión y asistían a cada paciente. “La disponisición de esas personas era conmovedora y no estoy seguro de que sus instrumentos de protección fueran los más adecuados. Los enfermeros intervenían sólo cuando se requerían competencias más específicas y si era necesario, ellos llamaban a   los médicos”, cuenta Willy.

De todos modos, la situación era precaria. En el salón había sólo dos baños, uno para cada sexo. No había comidas calientes, sólo raciones con sandwiches, frutas, botellas de agua. Willy tuvo que esperar dos días para obtener una dieta gluten free. También sus tres raciones diarias eran siempre las mismas, con  “galletitas, glicines, un salamín y ensalada. Tenía tanta hambre que comí eso hasta en el desayuno”.

El 18 a la noche, Willy empezó con la terapia antivirus

“El 19 de marzo, dos operarios cortaron una pared de chapas , abriendo una especie de gran puerta,  que daba a otra sala . Supuse que estarían por habilitar un espacio igual y simétrico al nuestro”, dice.

En medio de ese panorama vertiginoso, Willy recibió la visita de un personaje inesperado. “Vestido con un uniforme simil astronauta, un señor se acercó a mi cama, miró mi ficha clínica y me preguntó cómo estaba. Creí que era un doctor, pero cuando empecé a contarle, me advirtió que no era un médico, si no el Capellán del Hospital”, relata. Se guardó su respuesta más aguda y saludó respetuosamente al hombre . A su lado, los voluntarios, mucho menos protegidos, seguían con sus incansables servicios.

El 19 le hicieron una tomografía computada y esa tardecita lo llevaron a una pieza de Emergencias, un lugar que reunía las condiciones de una “normal” internación. Se lavó, se cambió, se puso un pijama y se dispuso a descansar. Compartía la habitación con una señora primero y con Luigi, un hombre de 86 años, ya casi recuperado después de una internación en el hospital de Chiari.

El  19 de marzo, los casos de Brescia ascendían a 4.247.

Sala de internación de hospital móvil.

Ana llevaba 6 días con fiebre alta, en ese momento ya presentaba todos los síntomas típicos de la infección de Covid, entre ellos la pérdida de los sentidos de olfato y del gusto, además de una sensación recurrente de ahogo. Su médica de familia, ante la imposibilidad de acceder a las muestras, reservadas sólo para los pacientes hospitalizados, le sugirió que usara un saturímetro para medir su nivel de oxigenación de la sangre. Un vecina del barrio se lo prestó, porque tampoco se conseguían esos instrumentos en las farmacias. Viendo los valores de oxigenación muy reducidos, la médica aconsejó a Ana que llamara a Emergencias para hacerse internar. Ana fue llevada a la Poliambulanza, el más grande Hospital Privado de la ciudad de Brescia. Los análisis confirmaron que estaba infectada de Corona Virus y su diágnosis fue que padecía una pulmonía bilateral de Sars Covid 2. Su capacidad pulmonar estaba reducida en un 50 por ciento, le suministraron inmediatamente oxigeno. Estuvo esa noche en Emergencias y al día siguiente la pasaron una de las salas de Covid, donde compartió su habitación con otra paciente, hasta el día de su alta.

El 21 (Brescia, 5.028 casos) Willi fue  enviado a su casa. en condiciones de aislamiento de su propia esposa. Después de casi un mes , sus análisis resultaron negativos a la presencia del virus. Así y todo, tuvo que hacer una cura con antibióticos por otra semana.

El 28 de marzo, Ana fue dada de alta. Ese día, las cifras proporcionadas por la ATS, la agencia de salud del territorio en la provincia de Brescia había ascendido a 7.773 contagiados. Pero, los intendentes, conocedores del número de fallecidos de sus municipios, tenían una percepción distinta de esos números.

El Giornale di Brescia, el diario local de más tirada, comisionó a la Agencia InTwig una simple investigación. Con los datos de los decesos totales, independientemente de las causas,  durante el mes de marzo, sumó 3.854 fallecidos en la provincia de Brescia. A ellos le restó la media histórica de los 3 años precedentes para llegar a una diferencia de 2.816 muertos más que en los marzos anteriores. Si los decesos declarados oficialmente por Corona Virus eran sólo 1.314, ¿ los otros 1.502 muertos de qué habían fallecido?. La explicación está en que la organización sanitaria sólo cuenta los casos comprobados con muestras, es decir certificados fehacientemente como infectados por Covid. Más del doble de las personas morían en los hogares de ancianos o en sus casas, sin que se hubiera podido constatar si eran o no enfermos de Covid. La InTwig, utilizando esos datos, en base a la estadística china que contabiliza cada 15 muertos otros mil contagiados, elaboró la posibilidad de que en Brescia hubiera, a fines de marzo, no 8.000 si no 190 mil contaminados con el virus.

En las semanas siguientes Ana, en reposo y aislamiento absoluto en sus propias habitaciones,  obtuvo la negativización de sus muestras, aún así todavía sentía que su recuperación le requería un esfuerzo más prolongado del que pensaba. Pero está convencida de que “lo peor ya pasó”.

La muerte sin adiós

La emergencia COVID provocó, entre otras cosas, un fenómeno nunca visto por la generación de la post guerra, la imposibilidad física de acompañar a los propios parientes durante los últimos días de su vida y , en muchos casos, de realizar el rito de la despedida. El aislamiento obligatorio distanció a los pacientes de sus familiares y, nel caso de los descenlaces fatales, limitó al mínimo los ritos del acompañamento final.

Velorios, novenas, funerales fueron reducidos a la mínima expresión. Muchos familiares vieron a los enfermos irse con la ambulancia y después retornar en un cajón sigilado. En algunos casos , los pudieron saludar a través del tablet de los operadores sanitarios. En otros, ni siquiera. Desde Bergamo, las escenas de los camiones militares transportando las salmas para su cremación, se transformaron en un símbolo de la tragedia en acto.

Traslado de cadáveres.

“Todo esto es de una gran violencia. Una interrupción del vínculo en un momeno en que se necesita estar cerca del familiar para elaborar una separación gradual”, explica con énfasis la psicóloga Rosa Maria Cusmai.

“El panorama se presenta en modo apocalíptico, con escenas que remiten a las historias transgeneracionales en las que cada uno está inscripto”. Lo más importante es cuidar a los que están vivos, con la culpa de no haber podido acompañar a sus mayores. Claro que se impone un principio de realidad delante del dilema: ¿qué hago: no acompaño a mis padres o contagio a mis hijos? Esta situación obliga a decisiones razonables, pero dolorosas”, dice.

La doctora Cusmai, que ha coordinado grupos de elaboración de la “post-memoria”, en los que concurren, entre otras personas , víctimas del Terrorismo de Estado en Argentina, concluye: “Este es un fenónemo social, en el que ha participado un pueblo entero. Sería importante que se pudiera hacer colectivamente un proceso de elaboración del duelo. Un trabajo similar al que se hizo en Argentina con los familiares y las  víctimas de la dictadura”.

Roma no era una fiesta

Desde el  12 de marzo, el territorio italiano fue considerado como una única “zona roja”, con una prohibición casi total de las actividades “no esenciales”. Cuando Walter Calamita, el 16 en el aeropuerto de Roma Fiumicino, fue a recuperar el auto en alquiler que su hermano le había reservado se encontró con la desagradable sorpresa de que su tarjeta de crédito no estaba habilitada para ese tipo de operaciones. “Tengo varios amigos en Roma que me podrían dar hospitalidad en sus casas”, escribió en su diario, “pero con la falta de protección de mi viaje en avión, no estoy seguro de no estar contagiado”. Mientras, observa y escribe “Fiumicino está vacío, todo cerrado, las pocas personas que pasan parecen zombies, sobrevivientes de alguna catástrofe”.

Desde un pueblito de Le Marche, su hermano Roberto le comunicó telefónicamente que desde  Roma Triburtina partiría un tren para Ancona, la estación más cercana de Offagna, su destino final. Antes, Roberto se había informado con los carabineros de Falerone sobre las posibilidades de obtener un permiso para ir a buscar a su hermano, anclado en Roma. “No existe”, le dijeron, “Ustedd. corre el riesgo de ir preso”.

Walter se dirigió a la estacíon ferroviaria de Fiumicino y sacó un pasaje Triburtina-Ancona. Tomó un tren para Triburtina hasta que imprevistamente, al llegar a la estación de Ostiense, a tres cuartos de su viaje, el tren terminó su recorrido. Bajó escaleras, tomó la Metropolitana hasta que por fin llegó a Triburtina. A las 12.32 recibió la noticia de que su tren  había sido anulado. En ese momento, Walter ya había agotado  la batería de su celular, así que se concentró en conseguir un lugar para cargarla.

Mientras tanto, Roberto esperaba noticias, sin una idea exacta de lo que estaba sucediendo en la ciudad capital. “Walter fue capaz de organizar manifestaciones de repudio a Massera con los trabajadores del Puerto de Génova durante la dictadura y ¿ahora no puede volver desde Roma?”, se preguntaba. De hecho, cuando su hermano lo llamó y le contó que no sólo el tren no partía si no que hasta los vigilantes eludían el contacto humano, empezó a entender que algo extraño estaba sucediendo. Él y su esposa se pusieron a buscar alternativas por internet. “Hay un  “Intercity” que sale desde Roma Termini, dentro de unas horas, a ése no lo pueden cancelar”.

“Ahora solo queda ir de Triburtina a Termini”, pensó Walter. Por fin supo que un autobús de la línea 71 estaba saliendo para allá.   Tomó confiado el 71  hasta que un kilómetro antes de llegar, otro imprevisto lo desmintió. El chófer paró el coche, y dijo “no va más”. En ese momento llegó a una convicción, “acá todo el mundo se quiere rajar para su casa”  Entonces, no le quedó más remedio que tomar su valija y caminar hasta la estación de Roma Termini.

Calles desiertas.

A las 15,40 por fin, el tren para Ancona salió y a las 19.12 llegó a Ancona. Allí lo esperaba un paisaje espectral nunca visto, sin pasajeros, sólo, con los ojos de los sin techo que sentía  que amenazantemente lo apuntaban. Salió a buscar el autobús con horario de las 19, 30 que, como ya sospechaba, no partió.

“Qué bien, un taxi, le hago señas, se para, bueno ahora sólo me queda este viajecito para llegar”. En cambio, los maquinistas del tren que lo habían  llevado desde Roma a Ancona, le pasaron por al lado, lo anticiparon y le “robaron” su taxi.

A las 19,55 logró parar otro coche que por € 40 lo llevó a Offagna. Cuando llegaron, después de haber visto una fuga de tal magnitud, Walter se animó a preguntarle al taxista: “¿Y usted, por qué aún trabaja?”. “Tengo dos hijos que mantener”, fue la respuesta.

Un viajecito transversal en el Norte italiano

“Encontramos a Gerardo en una situación límite. Tuvimos que activarnos rápidamente”, cuenta Margarita Clement, de Profiqua. “A través de la Caritas de Trieste, le garantizamos paquetes de alimentos que los operadores le llevaban directamente a su casa y ahí resolvimos el primer problema”.

Gerardo confirma que empezó a recibir pasta, atún, aceite, leche, masitas. “También me preguntaron si quería hablar con una psicóloga. Acepté. A partir de ahí , todos los días a las 18 horas, una sicóloga del grupo de la doctora Cusmai me llamaba y me escuchaba”, dice.

La situación de convivencia con su amigo se estaba volviendo crítica. “ Yo me quería ir, pero no conseguía dónde”. Margarita siguió contactando asociaciones de solidaridad presentes en el territorio, de ese modo se recibió la disponibilidad de  una casa de los franciscanos, en la otra punta del Norte de Italia, en  Erba provincia de Como, “El Oasis”.

Los vuelos esperados.

“Había que organizar el traslado. Conseguimos que una asociación de Trieste anticipara el valor del pasaje y emitiera un salvoconducto explicando las razones del viaje”.

En su viaje del  3 de abril Gerardo fue controlado en las estaciones de Mestre, Verona, y en Milán Cadorna, donde “me cazó la policía”. Menos mal que allí lo estaba esperando la psicóloga Cusmai, en esta ocasión en el rol de acompañante de su compatriota, a su vez portadora de un permiso especial , firmado por la cónsul, que le fue retirado. Tuvo que conseguir otro para viajar desde la estación de Milán Central hasta Como y desde ahí hasta Erba. “Allí nos esperaba el señor Giovanni , que nos acompañó all’ Oasis. Aquí estoy muy bien, me pusieran en las listas de espera para los vuelos de regreso a la Argentina”, dice Gerardo ahora más tranquilo.

“Yo les dije que me anoten entre  los últimos lugares. Si me vuelvo es para no quedar mal con el Consulado que me ha ayudado, pero le juro don Carlos, le juro que si puedo, me quedo. De todas maneras, a Italia vuelvo, acá está mi futuro”, aseguró en la charla que mantuvo con el cronista con la convicción de todo emigrante.

Gerardo formó parte del contigente de 140 compatriotas que el 29 de abril partieron desde Roma hasta Buenos Aires. “De ese grupo, a cinco personas las asistíamos con Abrazo Argentino”, cuenta Margarita Clement.

El viaje Milán Roma no fue exento de trámites burocráticos y también en este caso, la licenciada Rosa María Cusmai acompañó personalmente al grupo. Mientras tanto, entre los más de mil argentinos varados en Italia, existe  un buen número  que siguen necesitando ayuda.  “Todavía nos quedan compatriotas con serios problemas psicológicos, otros indocumentados y muchos, sin las mínimas posibilidades de subsistencia. En este momento estamos repartiendo unos 50 paquetes alimentarios entre Milán y Torino, por ejemplo”

El Abrazo Argentino continuará con su servicio de ayuda ante la emergencia. Nuestros compatriotas,  en cuarentena y en espera.

Gerardo Barberis, en su pueblo natal del Chaco santafesino, no lamenta su suerte de emigrante frustrado, simplemente empieza a preparar las condiciones para “probar de nuevo, apenas llegue la ocasión”.

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