Un técnico de cine sale cada tanto del estudio para distraerse en un bar. En el bar van desfilando otros técnicos y conductores famosillos del canal La Nación+. La pantalla del bar está puesta en ese canal. Se abre paso la era del individuo tirano: esa en la que la única parte del Otro con la que podemos generar empatía es un fuera de campo.

Son las 7:30 y el bar del estudio está casi vacío. Los que trabajan en la cocina dan vueltas y se hacen bromas mientras arman las bandejas con desayunos. En el televisor hay un dibujo animado de tres osos, uno pardo, uno panda, uno polar, que se llaman entre ellos hermanos, invocando otra forma de comunidad. Es un momento diferente en ese televisor porque en un rato lo único que va a mostrar, sin pausa, son los programas en vivo que se hacen a pocos metros, todos con la misma estética y entregados a un continuo temático. En un rato varios de los conductores de La Nacion+ van a estar dando vueltas, buscando sus cafés, sus almuerzos, de reunión improvisada en una mesa, o colgados mirando sus celulares.

Leo para despertar, es una costumbre, leo rápido para que la cabeza arranque. Intento que no se vea el nombre del libro La era del individuo tirano, de Eric Sadin. Es uno de esos textos en los que las primeras cien páginas hacen un resumen que remite a la voz de Adam Curtis en sus documentales ensayo para la BBC (The Century of the Self, All Watched Over by Machines of Loving Grace) donde cuenta como se resbala desde el final de la Segunda Guerra mundial hasta el neoliberalismo como horizonte y más allá. Podemos hacer un compilado de esos libros que se llame “La era de los diagnósticos”. Creo que por eso me da un poco de cosa estar acá sentado con ese libro pensando que en cualquier momento Feinmann puede pasar, fresco, recién llegado, con una botella de agua en la mano. Me siento medio esnob, un revolucionario chasco.

Desde hace unos días algo vuelve, rebota, es pasado pero presente y sigue. Fue un momento de radio en el que Reynaldo Sietecase dijo haber tenido una catarsis periodística. Se quedó pensando en el programa de Tenembaum que acababa de terminar donde simularon la forma en la que trabaja la redacción en el periodismo impreso: un periodista lleva un tema y se discute en equipo el valor de la información, si vale la pena, como titular, si es interesante para el público, que otras voces hay que buscar para completarla…

Sietecase se quedó pensando en eso, y de ahí el comienzo de sus catarsis: “No existe más esa redacción”, dijo.

En la era del individuo tirano la puesta en común, la construcción colectiva, pierde valor. Discutir es una pérdida de tiempo porque basta con militarse a uno mismo para alcanzar el cielo del influencer que empieza a cubrir a parte del periodismo que hoy resulta más fácil “capitalizar”.

¿Que estoy haciendo acá?

Durante unos meses trabajo como iluminador en uno de los tantos estudios que hay en este lugar. Pero nosotros no contamos la realidad. Lo nuestro es una ficción, una serie que atraviesa diferentes momentos históricos. Tenemos decorados de época, vestuario y varios efectos que incluyen disparos y explosiones. Vivimos a la luz del set y al salir al patio, o a este bar, descubrimos si se hizo de noche o sigue de día, si llueve o hay sol. También, al salir, nos encontramos con los de La Nación+. Parece que hay un paso que separa nuestro mundo del de ellos.

A mediados de 2018 en Brasil empezaron a multiplicarse los canales de youtubers de derecha. Sus videos denunciaban la manipulación socialista, la ideología de género, el adoctrinamiento en las escuelas, la defensa de las minorías como algo tramposo. El estilo bolsonarista aseguraba suscriptores. Dice Sadin que se extrae ganancia del estado espiritual belicoso en el que nos encontramos, frágiles, con amigos que nos reafirman y enemigos que son responsables de todo lo que está mal. Video tras video lo complejo de la realidad se simplifica en una trama donde el enemigo es claro, básico.

En 2021 La Nación+, al presentar su nueva programación seguramente tenía en cuenta ese fenómeno para asegurarse clicks y una audiencia fiel. En marzo de ese año, a pocos metros de donde estoy ahora, Feinmann tuvo una ¿catarsis? Denunció que lo habían amenazado de muerte con pintadas. Enseguida puso al aire ese video en el que una maestra, con un títere de pañuelo blanco llamado Estela, contaba a sus alumnos la historia de las Abuelas de Plaza de Mayo. “Con los niños no”, dijo. Estaba indignado, le daba asco. Hablo de adoctrinamiento en las escuelas y miró hacia los costados buscando complicidad. Harto, con bronca, desligado de cualquier responsabilidad logró trazar un círculo oscuro: empiezan con la maestra y terminan siendo terroristas.

En la era del individuo tirano, empoderado virtualmente y con la posibilidad de descargar todo el tiempo su insatisfacción en las redes, la tensión entre lo verdadero y lo falso es en realidad un “yo” vs “nosotros”. Entonces no asistimos a una fractura de la sociedad, más bien estamos frente a la imposibilidad de anudar acuerdos, de hacer sociedad.

Posturas irreconciliables, grieta, un estado de violencia interna como una maratón de series interminables. Pienso en el relato y su forma, en los personajes, en la verosimilitud montada en una cáscara, en un simulacro de periodismo donde no se miente, se omite. Entonces la parte del Otro con la que podemos generar empatía es un fuera de campo, una sutileza cada vez más difícil de sintonizar.

En el continuo de los pases

Los osos se suben uno arriba del otro. Así caminan cuando andan por el bosque. Uno es la base, otro el equilibrio, el de más arriba el vigía. Se han hecho amigos de un Yeti que al principio les daba miedo. Aunque el televisor estaba lejos podía escuchar sus diálogos, hasta que entró un grupo de pibes. Hablan a los gritos, le hacen bromas al mozo todoterreno que está en la caja preparando cafés. Con ellos está un tipo alto que siempre anda de gorrita. Trabaja en La Nacion+, debe ser un técnico como yo. La semana pasada, mientras esperaba un café atrás de él, escuché que le decía al mozo “Acá andamos, trabajando para que el mensaje penetre”. Lo dijo con ironía, un poco quemado, un poco con ganas de que lo escuchen. Me sonrió. Yo asentí con la cabeza. Me preguntó qué es lo que estábamos haciendo en el estudio grande y le conté de nuestra serie. A partir de ese momento nos hablamos de vez en cuando, sin dar muchos detalles de lo que hacemos. Supongo que hace las gráficas, los zócalos estilo “Cristina imputada”, o es sonidista.

Desde hace unos días el juez Luciani y la causa de vialidad no dejan de aparecer en la pantalla. Como el de la gorrita no abandona nunca su tono irónico, aproveché. Le dije que Luciani es bastante flojo como personaje, que en la serie tenemos guionistas y podemos prestarle alguno. Se río con una carcajada. Es buena, dijo. Pero lo que le preocupaba, y ahí cambió el tono de voz, era una cuestión estética: la mala calidad de imagen de los alegatos virtuales. Hablamos un poco de jornadas interminables, de la quemazón de estar encerrados todo el día. Yo en la serie, él en la máquina de contar a Cristina. Hizo un chasquido con la boca antes de reírse.

La mirada inyectada de odio de Donald Sutherland en “Novecento”. Otro fascismo retorna.

Vuelvo al libro. Es probable que en los años post-coronavirus emerja un fascismo diferente, que lejos de querer someter los cuerpos y los espíritus a su ideología, se trate más bien de una multitud de individuos que solo se remiten a sus propios credos, forjados en el resentimiento y en las ganas de obtener sea como sea lo que quieren. Ese fascismo estaría latente y tendería a expandirse más según la amplitud de la crisis y las respuestas que se intente dar al fenómeno.

En la tele los osos no están, hay una propaganda de un aplicativo para moverse en auto. Ha llegado más gente, despabilándose para el programa de Majul. Ahora comienza el continuo de los pases. La catarsis de red social que agujerea la profesión provocando la catarsis de Sietecase.

Es curioso cómo se dan las cosas

La serie que hicimos en el estudio trata sobre asesinatos que marcaron la historia de Latinoamérica. La última toma fue el 1 de septiembre a las seis de la tarde. Después vino ese estado confuso de fin de rodaje. Después vino el intento de asesinato a la vicepresidenta.

Hacia el final de su libro Sadin cita a Erich Fromm y sus estudios sobre ataques de violencia resultado, según él, de la constatación de la propia inutilidad junto a una pérdida de autoestima. Las frustraciones acumuladas, la sensación de que no existe la posibilidad de mejora, la bronca diaria que se reorienta hacia el consumo de pantallas donde ocurre el simulacro de periodismo, el simulacro de placer, desemboca o en una depresión crónica o explota en actos de violencia que dan una sensación “compensatoria”, dan la ilusión de recuperar por unos instantes el control de la propia vida.

*Documentalista, director de fotografía y guionista. Dirigió entre otros un trabajo sobre el escritor Alberto Laiseca.