Cuando los desencuentros en medio de la multitud angustian más que lo habitual y una pregunta común y corriente se vuelve ominosa.

Dónde estás? ¡¡Hola!!

-Bajate en Lima. No vayas hasta la plaza, nos encontramos en Lima y 9 de Julio.

Las voces se cruzaban por el chat del Whatsapp adentro del subte A. La morocha que preguntaba iba con su mamá y su hija pequeña, una morena preciosa con una vincha con los colores de la bandera wiphala.

Decidí bajarme en Plaza de Mayo. Tras codearme con un montón de gente que subía y otro montón de gente que bajaba, me encontré con un flaco de barba, de mirada profunda, que me interpelaba:

-¿Dónde estabas?

-Es que el subte venía lleno. Pensé que la mayoría de la gente se iba a bajar antes, pero vinieron todos para acá, se bajaron algunos en Perú y otros acá en Plaza de Mayo. Eso me hizo pensar que venía mucha gente a la marcha. Por suerte. ¿Pero vos por qué me preguntás?

El flaco que me preguntaba ya no estaba. Andaba por otros lugares, quizá preguntando lo mismo. Me abrí paso como pude, enfilé hacia el Cabildo. Tenía que encontrarme con mi hijo.

-Viejo, ¿dónde estás?

Contesté, pero no había 3G, ni señal. Lo que había era mucha gente.

Podría decirse que la movilización estaba dividida de la siguiente forma: en la plaza, los movimientos de derechos humanos: yendo hacia Diagonal Sur, más organismos, más movimientos sociales y mucha gente suelta. La gente organizada estaba, pero también estaban los desorganizados, esos que se la pasan caminando de un lado al otro y que se juntan en las esquinas.

Sobre Avenida de Mayo, más gente suelta, y más allá, pasando Florida, muchas banderas de La Cámpora. ¡Dios me libre, cuántos corruptos!, pensé, y enfilé para Diagonal Norte, la zona más poblada de la movilización.

La izquierda, sin dudas, hizo un gran aporte a la movilización. Costaba moverse desde la Catedral hacia el Obelisco.

-Hola hijo, ¿donde estás? Venite para acá. Te espero en Diagonal y Florida.

-¿Pero vos donde estás, viejo?

La comunicación se cortó. Estaba difícil encontrarse.

Antes de desesperarme porque no encontraba ni a mi hijo ni a los compañeros con los que había quedado, me crucé con dos ex compañeros de trabajo, ya jubilados.

-Qué hacés –me dijo uno–. Yo pensé que no íbamos a tener que venir más a este tipo de movilizaciones. No lo puedo creer, me confesó compungido detrás de unos anteojos con cristales culo de botella. Rubén, mi interlocutor, había sido delegado sindical de una de las empresas más importantes del gremio periodístico. Estaba allí, incrédulo.

-¿Dónde estás? ¡Hola!

La rubia bella y joven, mochila en la espalda, seguro se encontraría con alguna amiga, porque una cuadra más adelante la vi abrazarse con otra chica, tan joven como ella.

-¿Dónde estabas? Mica, no te separes de mí.

La mamá de Mica se había puesto blanca, fueron esos segundos hasta que vio a la nena.

-No te separes de mí.

La nena se prendió del pantalón de la mamá. Sus enormes ojos verdes se clavaron en mis ojos, le sonreí. Ella sonrió. En su remera, el mismo flaco del subte me interpelaba otra vez.

-¿Dónde estabas? ¿Ya te vas? Todavía no terminó.

-Es que tengo que ponerme a escribir, pero tengo que ir a buscar el auto a Caballito y viajar en el subte lleno. A todo esto, antes tengo que encontrar a mi hijo. ¿Dónde estará?

-Viejo, ¿qué hacés? ¿Dónde estabas? Hace como 10 minutos que llegué acá adonde habíamos quedado.

Es que… me perdí, había mucha gente, y me puse a hablar con un flaco… eh, a todo esto, ¿dónde estará?

Empezamos a caminar, tranquilos, hacia el subte.

-¿Dónde estás? Pará que voy para allá y nos vamos juntos. El hombre, canoso, grande, de lentes, ducho en grandes movilizaciones, sabía cómo moverse. Iba al encuentro de su mujer, que lo esperaba en la otra punta de la plaza.

En la estación Piedras no había tanta gente, el subte no se llenó. Se ve que la mayoría decidió quedarse y esperar las palabras de Sergio Maldonado. Esperaba encontrar al flaco de barba, de mirada profunda, que me había interpelado en Plaza de Mayo.

¿Dónde estará?