Un panorama desolador en el que se combinan los efectos de una pastera en la salud de los habitantes de la zona, la contaminación del medio ambiente por los agrotóxicos y la aniquilación de la fauna local. Miriam Samudio, de la Cooperativa de Productores Independientes de Piray, Misiones, cuenta su lucha y la de los suyos para preservar un espacio invadido por un capitalismo que cada tanto recurre a la intimidación.
Era plena noche cuando salimos desde Eldorado y después de dar un rodeo por la ciudad, tomamos una calle mal iluminada, al final desembocamos en un camino de tierra que tomamos rumbo al sur. En realidad, se trata de la antigua ruta nacional 12, el destino es llegar al Paraje Piray Km. 18. Conduce la camioneta Salvador Torres, quien además de ser un conocedor de cada rincón de su provincia, es el secretario general del Movimiento Agrario de Misiones. El camino es irregular, desparejo y esos accidentes se vuelven más trabajosos cuando tomamos un atajo que nos conduce a la colonia de productores del lugar. La luna nos ilumina al cruzar un puente de una sola mano y sin barandas sobre el río Piray. Es imposible resistir la tentación de bajarse y ver la correntada, violenta y espumosa, que corre entre las piedras y las sombras. A poco menos de un kilometro está la casa de Miriam Samudio, referente de la Cooperativa de Productores Independientes de Piray. Vamos a su encuentro.
Ladridos
Al llegar a su casa, algunos perros nos ladran, pero, apenas abre la puerta para recibirnos, apaciguan los ladridos. Después de presentarnos, nos sentamos a esperarla bajo el techado. No tarda en aparecer con el termo y el mate, el mejor modo para escuchar el relato de una lucha comenzada hace 20 años, cuando la pastera Alto Paraná comenzó a sembrar los pinos en ese territorio donde ella nació.
Sentada frente a mí, con la soltura propia del convencimiento, me dice: “Cuando Alto Paraná llegó con los pinos fue terrible, yo no vivía en esta casa, vivía en un rancho muy chico hecho con listones, por las noches se colaba como una niebla venenosa, era el vapor de los agrotóxicos y a la noche comenzaba a tener nauseas, mareos y vómitos, yo estaba embarazada de mi primer hijo y cuando nació tuvo problemas de columna bífida y hubo que llevarlo al hospital de Posadas para que lo operaran. Ahí le pusieron una pincita en la columna y pudo crecer sano, pero fue muy angustiante todo eso, te da mucha angustia ver que tu hijo no nació sano”.
Lo contado por Miriam no es nada nuevo para Misiones, desde que se incrementó la producción agroindustrial los casos de cáncer también se multiplicaron. Hay un registro del Ministerio de Salud Pública provincial, donde la cifra es más que elocuente: 3000 nuevos enfermos más por año, el cáncer de pulmón y de mama, directamente relacionados con el glifosato, metilos y fenoles usados en las fumigaciones se han multiplicado, al igual que los casos de meningitis y de vías respiratorias.
Animales
Hay cierto placer en escuchar la claridad con que nos cuenta cada una de las malas situaciones vividas en esa colonia al costado del caudal del río Piray y como se fueron organizando sus pobladores para resolverlas.
Ya habíamos terminado la primera ronda de la mateada, cuando Miriam dijo: “Cada vez que llegaba agosto esto era un infierno por el polen de los pinos, estábamos todos atacados con alergias y mal de los bronquios, además empezaban a fumigar más fuerte. Nosotros decíamos que hay que tener cuidado con las víboras, pero vos abrías la puerta y en el patio encontraba tres o cuatro víboras, te acercabas y estaban medio muertas, igual que las tortugas o conejos de monte, siempre encontrabas animales agonizando. Ellos no respetaban absolutamente nada, plantaban pinos hasta en la orilla del río y eso está prohibido por la ley. Ahí fue que comenzamos la lucha por la tierra, al principio éramos 50 familias, pero una vez que recuperamos las 160 hectáreas se fueron sumando más y ya somos 107 las familias que conformamos la Cooperativa Agropecuaria de Productores Independientes de Piray. Todos tenemos una hectárea para trabajar en producciones de auto consumo y hay otras 20 que se trabajan en forma colectiva para producciones que comercializamos en distintos lugares de la zona”.
Arraigo
La noche es serena y fresca, el silencio a veces es cortado por el paso de algún vehículo que no interrumpe la narración de Miriam, a la cual le brillan los ojos al decir: “Una de las cosas a las que apuntamos es a generar mano de obra para que los jóvenes no se vayan. Estamos produciendo zapallos, calabazas y desarrollando cultivos asociados, este año vamos a introducir arvejas y maní y agregar más valor a las producciones que tenemos. Nosotros estamos comercializando en Eldorado, en Montecarlo y en los feriazos que realizamos dos veces al mes en esas localidades. Todo esto apunta, como te decía antes, a que los jóvenes se integren a los procesos productivos y no tengan que emigrar del lugar en el que nacieron por necesidades económicas”.
Esto último, es un objetivo de vital importancia para ella y la comunidad, si tenemos en cuenta que, todas las familias misioneras tienen entre dos o más miembros de cada grupo viviendo en distintas capitales del país, principalmente Buenos Aires y otros en geografías más lejanas como la pampeana o patagónica.
Aprietes
Tanto Alto Paraná, como la actual Arauca, tienen en su metodología el uso de matones y testaferros inescrupulosos para hacerse de las tierras de campesinos y agricultores familiares, en lugares donde muchas veces cuentan con la complicidad del poder político local, llámense intendentes o fuerzas policiales.
Miriam no estuvo exenta de sufrir esos acosos y nos cuenta: “Había un tipo llamado Ribero, se había criado con mi padre y cuando dejó la policía empezó a trabajar en seguridad de Arauca. Una noche se apareció acá en mi casa. Yo lo hice pasar y él hablaba cosas sin mucho sentido, como que daba vueltas para decirme algo, entonces lo enfrenté y le dije: Ribero, usted no vino a mi casa para hablar del tiempo o si llueve o no llueve, dígame lo que tiene que decirme de una vez. Entonces él me dijo: Mirá, me mandaron para hacerte un ofrecimiento, que dejes todo como está, que no te metas con la gente y ellos te dan una camioneta último modelo, tierra y una suma de dinero importante. Yo no podía creer lo que me estaba diciendo, pero lo escuchaba y me contenía para no explotar y cuando terminó de hablar le pedí que se fuera y le dije: Ribero váyase ya, porque si mi marido llega a venir y escucha lo que usted me está proponiendo, seguramente no va a reaccionar del modo en que yo lo hago”. Ribero se marchó sin poder doblegarla a ella ni a los otros pobladores que sufrieron la quema de algún rancho. Así de fuerte es esta Miriam.
Mujeres
La cultura de la tierra no sería nada sin la presencia de las mujeres y Miriam Samudio la destaca. “Cuando empezamos a juntarnos allá por el 2000 y 2001 éramos todas mujeres, hombres había poquitos, porque nuestros maridos, nuestros compañeros, se iban a trabajar afuera para traer el sustento de cada día y nosotras continuábamos la lucha porque estábamos sin la tierra y sin trabajo. Yo tengo 41 años y mis padres vivieron siempre en la zona y lo único que teníamos era un rancho a la vera de la ex ruta 12 con un pedacito de tierra para un gallinero y una huerta y alguna cosita más, como alguna plantita de mandioca, solo para el auto consumo y apenas nos alcanzaba. Cuando Alto Paraná comenzó a extender los pinales y llenar todo el ambiente con agrotóxicos, nosotros comenzamos a pedir que esos pinos fueran retirados de atrás de nuestras casas. Muchos años luchamos para que eso suceda, hasta que logramos una ley de expropiación de 600 hectáreas, la ley salió en el 2013, pero se aprobó recién en el 2017 y en ese año nos entregaron la tierra. Este sería el segundo año que estamos trabajando con el título de posesión en nuestras manos. Trabajando y produciendo, con el sueño que nuestros hijos no se vayan y se queden en nuestro lugar”, dice.
Organización
Sabedora que una lucha no conlleva un triunfo sin sumar voluntades y a otras organizaciones hermanadas en reclamos comunes, Miriam nos dice: “Si, trabajamos y articulamos con otras organizaciones que tienen los mismos problemas que nosotros, problemas de regularización de títulos de propiedad de tierra, que es un problema común en la provincia. También en esa lucha que llevamos adelante, logramos conquistar el corazón de los diputados, golpeamos en cada puerta por encima de los partidos a los que ellos representan y de ese modo logramos que se apruebe esa ley. Al principio nos trataban de locos, hacíamos reuniones con el municipio, con los concejales, con la iglesia, involucramos a todos los actores que podíamos. Los invitamos a los de Alto Paraná y en todas las reuniones venían los ingenieros y nos decían que era propiedad privada, que estábamos locos, nos querían convencer desde ese lugar, pero nosotros sentíamos que era muy justo lo que pedíamos porque nos estaban envenenando. Y veíamos que los kilómetros de montes de la zona desaparecían, entonces más fuerte luchábamos para seguir resistiendo en nuestro lugar. Ellos eran duros también, tenían de su lado a la policía, al comisario y al juez. Los policías recorrían la zona y les preguntaban a nuestros hijos: ¿Dónde están sus padres?, ¿Están en alguna reunión? ¿Están en alguna manifestación? Y después llegaban las notificaciones para que nos presentáramos en la comisaría y la causa era por usurpación, cuando nosotros nunca pasamos el límite de las tierras de Alto Paraná. Pero todo se logró con organización y el apoyo de otras organizaciones”.
Iglesia
Las iglesias evangélicas pululan a lo largo y ancho de todo el territorio de la provincia, con un discurso que sustenta las políticas neoliberales y de despojo, con su prédica de salvación individual, son un enemigo solapado de todas las construcciones colectivas. La iglesia católica en ciertos casos se muestra como el revés de esa moneda y Miriam da cuenta de ello: “El apoyo de la iglesia fue importante, con nosotros estaba la hermana Rosa que siempre nos acompañaba, ella expuso nuestro caso en un congreso donde estaba la cúpula y tiempo después fue removida de su cargo. También nos acompañaban el padre Miguel y el padre Carlos. Ellos participaban de las manifestaciones y al final hacíamos alguna reflexión bíblica. Siempre recuerdo que el padre Carlos decía, los que tengan sed de justicia serán saciados. Ellos comprendían que era justo nuestro reclamo. Porque hay una cosa importante, el individualismo es muy malo, todo se hace entre todos, de manera colectiva. A nuestros jóvenes les quieren inculcar que las cosas se pueden hacer de manera individual y nadie resuelve las cosas solo, las cosas hay que hacerlas en conjunto”, explica.
Acorralados
La noche solo permite ver la silueta de los pinales dibujados en el horizonte, en ese más allá donde la agroindustria traza una frontera con la naturaleza destruida o por destruir, Miriam lo sabe muy bien: “Nosotros estábamos acorralados por los pinos, a setenta metros de nuestras casas ya estaban los pinales, eran kilómetros y kilómetros de los dos lados. Cuando nosotros empezamos a pedir que retiraran los pinos era justamente por el tema de salud, veíamos muchos chicos con problemas respiratorios, veíamos como los abuelos se enfermaban cada vez más y les diagnosticaban asma. Veíamos también como en agosto a los chicos les salían granos, tenían dolores de garganta, heridas y sarpullidos en la piel, provocados por la floración del pino. Eran muy terribles las enfermedades, más en los niños. En agosto, nuestro aire era todo amarillo y ahí empezó a salir el tema de qué pasaba con el agua, con los pozos, con las nacientes, con los arroyos de alrededor que se iban secando y desapareciendo. Otra de las cosas que también nos preocupaba era la muerte de los animales, de los pájaros que caían muertos”, dice.
Construcciones
El desmonte y sus consecuencias nefastas al destruir ecosistemas, Miriam los ha vivido en carne propia, ya sea con métodos mecánicos o exfoliaciones que fueron usadas en la guerra de Vietnam con productos fabricados por Monsanto.
Escucharla es un aprendizaje del uso de esas metodologías: “Nosotros veíamos con tristeza cómo avanzaban con las topadoras para destruir el monte y tiraban todo en el arroyo, tapaban el curso de agua, porque ellos querían plantar hasta en el último pedazo de tierra. Ahora cuando nos dieron las tierras descubrimos pinos hasta dentro de los bañados y al final los tuvieron que sacar, ahora esos arroyos, esas nacientes, esos bañados, se están empezando a recuperar. Es impresionante la cantidad de pájaros que aparecieron, es muy lindo cuando vos ves esa diversidad de pajaritos que antes no veíamos y decimos qué pájaro es este, qué es aquel. Es otra cosa ver cómo vamos recuperando la biodiversidad, con ese fin estamos intentando que nuestros hijos, nuestros jóvenes, empiecen a valorar esto, porque lo que hacemos ahora es para preservar el mañana e intentamos incorporarles esa enseñanza. Porque como digo yo, fue sin querer queriendo que nos fuimos dando cuenta de todo lo que íbamos recuperando. Porque cuando reclamábamos que los pinos fueran retirados, también íbamos a recuperar una parte de nuestra naturaleza y así fuimos aprendiendo juntos y defendiendo cada vez más”, cuenta.
La alegría se traza otra vez en el semblante de Miriam cuando dice: “Ya aparecieron otra vez los animalitos, los compañeros ven en las chacras las pisadas de los conejos, de los venados. Ya hay venaditos otra vez, pero falta todavía, porque cuando terminan las chacras empiezan los pinales y son kilómetros y kilómetros. Usted va ver en el mapa que este lugar se llama Paraje Piray Ex ruta 12, Km. 18. Y ahí puede ver como este pequeño lugar esta sobreviviendo entre los mares de pinos, se visualiza muy bien eso, solo hay que mirar”.
Contaminación
Cercanos al municipio de Puerto Piray, donde uno de los emprendimientos de Arauco acaba de recibir una multa de 4.700.000 pesos por llenar de hollín el aire del pueblo, le pregunto a Miriam si el mismo no los afecta a ellos también. “Tarde o temprano la contaminación llega, por el agua o por el aire. Apenas uno va llegando al pueblo de Piray ya va viendo el humo impresionante que sale de la chimenea de esa empresa y lo que no podemos es acercarnos cerca del agua por los residuos y la contaminación que dejan dentro del Paraná”. Todos los días desde el cielo de Piray cae una nube negra de hollín por la quema de chips de pinos fabricados para poner en marchas las calderas, las cenizas caen sobre el poblado y afecta la salud de los habitantes y como bien dice el intendente Jorge Lezcano: “Arauco nos vomita su humo en la cara y se niega a comprar equipos de mitigación de esos efectos”. Pero, es Miriam quien nos dice: “Los de Arauco siempre te van a decir que ellos no contaminan, cuando venían a las reuniones con nosotros, los ingenieros se traían las botellitas de agua mineral, en una reunión les dijimos que, si ellos no contaminaban el agua, por qué se traían las botellitas, porque no tomaban la misma agua que nosotros y les trajimos vasos con el agua de los pozos. Pero no querían tomarla porque sabían que el agua estaba contaminada, son así de caraduras. Así que tomamos medidas de lucha para tener agua potable, porque en la zona somos 300 familias, así que imagínate cuantos chicos hay y que estaban tomando agua envenenada”, responde.
Paradoja
En guaraní Piray nos habla de aguas de pesca, de un río de buena pesca, sin embargo, esta mujer de duras batallas nos cuenta: “Ya no hay peces en el río, los que habían antes no hay más, antes íbamos a pescar, ahora vamos porque tenemos ganas de ver el agua, la contaminación los mató a todos. Tenemos agua potable porque luchamos para eso y para el riego usamos agua de lluvia gracias a un proyecto que presentamos y que fue aprobado, porque el agua del río está contaminada con agrotóxicos y otros venenos”.
Habla también con alegría del tractor y otras maquinarias, entregadas por el gobierno provincial, para trabajar la huerta comunitaria en ese lugar pequeño, donde con la lucha organizada, un puñado de misioneras y misioneros resiste el embate de las multinacionales de la agroindustria, cercados por mares de pinos como bien define esta Miriam Samudio a su situación geográfica, a su situación de vida. Después de tomar el último mate y de quedarnos con las ganas de probar el reviro con huevo frito ofrecido antes de la partida, nos abrazamos y nos despedimos. Volvemos a cruzar el puente iluminados por la luz de la luna y a desandar el camino pedregoso, sabedores que algo cambió en el pensamiento y algo se arraigó para siempre en el corazón.
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