Una ciudad movilizada para manifestarse en contra del aumento de los casos cáncer provocados por las fumigaciones y para reclamar respuestas concretas al gobierno.

Gualeguaychú es hermoso. Basta de cáncer. Gualeguaychú si fuera saludable sería maravilloso”, decía uno de los carteles que ocultaba a un rubiecito de mirada pícara que no tendría más de 8 años. Él, su hermano menor, y sus padres, viven en una ciudad en la que gran parte de la población tiene miedo. El aumento de cáncer y de otras enfermedades no transmisibles (ENT) en los últimos años, obligó a los vecinos a movilizarse frente a una problemática que los reunió cerca de la grúa ubicada en los galpones del puerto, sobre la Costanera. En un domingo de sol, que por lo general invita a pasear por la zona cercana al río, la marcha Stop Cáncer logró que cerca de mil personas se pronunciaran en un mismo grito.

La convocatoria de la marcha al #10N había circulado por las redes y por algunos medios. Si bien la primera, que se realizó un año atrás, proponía la consigna “Hablemos de cáncer”, esta vez la muerte reciente de Antonella González, por leucemia, y la aparición de nuevos casos de chicos y adultos enfermos, obligó a que el reclamo tuviera una cuota mayor de urgencia para que funcionarios municipales, provinciales y nacionales, tomen medidas concretas para frenarlos.

Antonella González, una de las tantas víctimas fatales de las fumigaciones.

Eran las 17 y ya encabezaba la columna la ONG “Angel de la eternidad”, que fundó la familia de Antonella para ayudar -en su memoria- a chicos carenciados. Algunos repartían barbijos, demostración de la inseguridad que sienten por el aire que respiran. “¡Diamela!”, gritaba una mujer de pelo colorado, con voz potente, y la multitud contestaba: “¡Presente! Hoy, y siempre -repetían- Hoy, y siempre”. Y así, con el nombre de cada uno de los enfermos. Muchos portaban carteles con consignas como “Paren de Fumigarnos”, “No a las Papeleras”, y “Queremos respirar sin miedo”. Es que los posibles focos de contaminación son variados, y requieren que se extremen los controles en la región.

A seis cuadras del punto de encuentro, en un escenario ubicado entre dos obeliscos, se dio inicio al acto con la palabra de los organizadores autoconvocados que expresaron su decisión de manifestarse en forma pacífica en contra de todo lo que atente a gozar del derecho primordial a una vida sana, y su adhesión a otros reclamos similares que se hagan dentro y fuera de la localidad. “Nuestro único interés es legítimo y valioso, es la salud de nuestros hijos, padres y abuelos”. También propusieron que se declare el 6 de noviembre (la fecha en que falleció Antonella González), como “Día Conmemorativo de Lucha contra el cáncer infantil”.

El intendente Martín Piaggio, y otros funcionarios municipales acompañaron la marcha desde abajo, pero le dejaron el protagonismo a los ciudadanos, que coincidieron en señalar que faltan respuestas ante tanta incertidumbre: “Ni siquiera sabemos cuál es el factor específico que afecta al número de casos que tenemos en la ciudad, pero sí sabemos que estamos por arriba de la media”, dijo uno de los vecinos. El estudio epidemiológico que realizó la Secretaría de Ambiente y publicó en noviembre, muestra, entre 2000 y 2015, una tendencia en la mortalidad por cáncer levemente ascendente para ambos sexos, con respecto a otros departamentos de Entre Ríos, y del país, y un promedio de 366 nuevos diagnósticos por año entre 2001 y 2011. Pero esos números aún están lejos de un registro centralizado más actual de cáncer y, en particular, uno de casos pediátricos.

¿Cuántos son los menores de edad afectados? Esa es la gran pregunta: nadie conoce el número exacto, los datos no se registran porque los pacientes de oncología pediátrica deben ser atendidos fuera de Gualeguaychú. El periodista Fabián Magnotta, director de radio Máxima, hizo un rastreo de manera informal a través de los familiares de los niños y adolescentes enfermos y lleva contabilizados treinta casos de menores de 15 años, la mayoría en tratamiento. Su investigación recién comienza pero podría facilitar el avance en la elaboración de estadísticas de rigor científico en el departamento.

Susana Olivera, de la ONG Donar en vida, llamó a concientizar sobre la donación de médula ósea y pidió que los nuevos diputados nacionales Juan José Bahillo y Atilio Benedetti intervengan desde sus bancas en el Congreso a favor de leyes que eviten la contaminación ambiental y el uso del glifosato. Hoy la fundación ayuda a Venecia, Heber, Lisandro, a los adultos Matías, Lucas y David. También a Tadeo Piccoli, que tiene cuatro años y se trata por leucemia en el Hospital San Roque de Paraná. Es probable que el número de ahijados crezca de ocho a diez en estos días, anticipó Susana en su discurso.

En diálogo con Socompa, Susana contó que la preocupación por los enfermos tuvo un efecto movilizador, cuando la necesidad de una médula para Antonella despertó el deseo de hacer algo formal con sus ganas de ayudar. A un año de la creación, con la colaboración de los voluntarios, dan charlas y recaudan fondos para apadrinar a los que necesiten apoyo económico. Para la mayoría de las familias, el dinero hace la diferencia en el tratamiento, aun si se internan en un hospital público. A veces significa dejar de trabajar por un tiempo para cuidar al enfermo, separarse del resto, viajar seguido, comprar medicamentos inaccesibles, o alquilar una habitación o un departamento acondicionado para que el paciente se recupere, en el mejor de los casos.

La imagen de Antonella González estuvo más presente que nunca, y se multiplicó en los carteles y en las remeras. “Con el tiempo me di cuenta de que un trasplante de médula no es la solución al cáncer”. dijo su madre, Natalia Bazán. “Le pido al señor intendente, que fue a mi casa y me dijo que iba a pedir las estadísticas al Garrahan, y que nos iba a acompañar en la lucha, que cumpla. No quiero que la muerte de Antonella sea en vano”. El dolor de la pérdida de su hija se transformó en una lucha colectiva, el símbolo de un “Nunca Más” que sensibilizó a la sociedad.

Por su parte, Ignacio Journe, del barrio Don Pedro, señaló la responsabilidad de los agroquímicos pero también habló de la contaminación que proviene del Parque Industrial desde hace cuarenta años, “un flagelo propio del desarrollo amorfo que se ha elegido para esta ciudad, que incide en la cantidad de enfermedades”. La iniciativa del barrio tuvo hasta una causa penal por el vertido ilegal de efluentes en una cañada a 300 mts. de donde ellos viven y que desembocan en el río Gualeguaychú. “Reivindicamos el tratamiento racional atado a la ley de los efluentes industriales y el cambio de volcado”.

Agrotóxicos en la mira

Fuera de agenda, fue invitada a subir al escenario Meche Méndez, enfermera del Hospital de Pediatrí,” Dr. Juan Pedro Garrahan”, que había concurrido a la marcha para sumar su apoyo. Aclaró que no lo hacía en nombre de su lugar de trabajo, sino a título personal y contó acerca del espacio de charlas que organiza para que los pueblos fumigados relaten sus experiencias y los científicos hablen de las investigaciones que realizan en esas localidades. Además llamó a unirse en red con otros pueblos afectados por el avance del agronegocio, como el barrio Ituzaingó de Córdoba o los grupos de San Salvador, Entre Ríos: “Esto no se trata de buenas prácticas, esto no hace mal porque está mal utilizado, los agrotóxicos son venenos, enferman y matan”.

Los barbijos transformados en símbolo de protesta.

Luego se procedió a leer un petitorio: “Hoy vemos con preocupación que los problemas siguen, que el cáncer continúa su marcha explosiva y en los últimos tiempos nos han conmovido casos que  afectan a nuestros gurises. ¿Qué está pasando? ¿Hasta cuándo se va a morir y a enfermar nuestra gente? Celebramos la decisión de prohibir el glifosato, pero entendemos que no es la única medida que se debe tomar. Es importante la ordenanza, es un paso pero no alcanza. De todos modos, como Salud Pública de Entre Ríos ha manifestado que el glifosato causa daños a la salud a mediano, corto o largo plazo, creemos que debe interesarse a los restantes municipios vecinos a tomar medidas. Y nos preocupa, en este contexto, las declaraciones del Ministro de Agroindustria de la Nación, que quiere más pasteras y más glifosato para esta provincia”.

Entre los reclamos figura la elaboración de estudios periódicos del agua, evaluación del aire y de los alimentos que se consumen, y una política que incentive a pequeños y medianos productores al crecimiento de la agroecología en la región. Además, solicitaron que se difundan datos estadísticos de la salud pública actualizados, y que sea información libre, accesible para que cualquier ciudadano los pueda consultar en una página web. Piden que se elabore un mapa del cáncer por zona y tipo de tumores, y que se realicen estudios toxicológicos para avanzar en las posibles causas del crecimiento de las enfermedades.

En caso de no obtener alguna respuesta en el mediano plazo, anunciaron que analizan la posibilidad de avanzar en medidas judiciales. En marzo evaluarán el avance del municipio en estos temas. “Queremos que se respete el derecho humano, reconocido por el derecho internacional, a vivir en un ambiente seguro y saludable. Queremos vivir sin miedos”.

Antes del cierre previsto habló Jorge Rulli, quien fuera dirigente de la juventud peronista y es referente en temas de ecología, uno de los primeros en alertar sobre el peligro de las fumigaciones. Él habló sobre la importancia de crear alternativas al modelo agrícola actual y de implementar prácticas que cuiden el ambiente. En su libro “Pueblos Fumigados” (2009), Rulli escribió sobre los efectos de los plaguicidas en las regiones sojeras y sobre la campaña “Paren de Fumigar” que es una respuesta de la gente a ese “ecocidio” que se produce en Argentina.

Sobre el final, sonó en vivo un tema del dúo Maitén, de Santa Fe, que compusieron especialmente para Antonella cuando todavía estaba viva, y que recuerda al estilo de Abel Pintos, que a ella tanto le gustaba. “Se le nota el mundo, todo vive en ella, cuando ella sonríe, yo río con ella”, dice ““Angelito sobre la tierra”.

Daños en el campo y la ciudad

Mientras todavía flotaba en el aire la emoción y se sucedían los agradecimientos, un hombre del público sostenía a su hija, Ailín, en brazos. Su nombre es Víctor Antonio, un empleado rural en la zona. Contó a Socompa que estaba ahí por la preocupación que le generaba el tema y por el futuro de sus hijos. “Esto lo veo en la naturaleza, lo que está pasando, lo ves en los animales que se mueren, como las liebres, las perdices, prácticamente no hay más. He tomado conciencia de que los productos químicos que se usan en el campo llegan a la ciudad en forma de lluvia”. El hombre al que le gustaría mudarse todavía vive en el campo, sobre ruta 14, a doce kilómetros de Gualeguaychú, cerca de la población de Urdinarrain. “Los ingenieros, los dueños de los campos hoy tienen la soja metida en la cabeza, y detrás hay algo poderoso que es Monsanto y otras empresas, va a ser muy difícil. Es negocio para ellos y no para el pueblo”.

Testimonios de la desaprensión y la falta de respeto por la vida.

Víctor Antonio está en lo cierto. Un estudio de 2015 realizado en Urdinarrain, a menos de una hora de la ciudad, y publicado este año por la revista internacional Environmental Pollution reveló que es la ciudad con mayor índice de concentración del herbicida glifosato a nivel mundial. Los datos relevados por  el equipo de científicos del CONICET, a cargo del doctor Damián Marino, indican que el producto no se degrada, sino que se acumula en la tierra, se traslada a través del viento y cae en las gotas de lluvia. Cinco años antes, la edil del Frente Para Todos, Mónica Feyt, denunciaba que en la cuadra donde vivía; de 8 mujeres dos habían fallecido de cáncer y tres -entre las que se encontraba ella- estaban operadas y con tratamientos oncológicos. Argentina cuenta además con el extraño privilegio de haberse transformado en el país con mayor consumo de glifosato en el mundo: 4,3 litros por persona, Estados Unidos promedia 0,42 litros del herbicida por habitante.

Si bien no se habla de los agroquímicos como determinantes del cáncer, sino como asociados, ya que no es posible hacer estudios sobre humanos en un laboratorio, el médico pediatra y neonatólogo, Medardo Ávila Vázquez expone en un estudio de Córdoba, “Asociación entre cáncer y exposición ambiental a glifosato”, que en los pueblos fumigados hay tres veces más casos de cáncer que en el resto del país. Hay 665 estudios que alertan sobre el uso de este herbicida.

Pero el problema no es solo el glifosato -aclaran los periodistas, científicos y ambientalistas-, también es la cipermetrina, el 2,4-D, el clorpirifos, la atrazina y hasta el endosulfán, que está prohibido por SENASA desde 2013 pero que todavía se riega en los campos sin demasiado control. Y es la mezcla de ellos, y los efectos que nadie puede anticipar, en un verdadero experimento masivo a cielo abierto, según decía el doctor Andrés Carrasco, uno de los primeros científicos argentinos en comprobar los efectos devastadores del glifosato en los embriones de anfibios.

La marcha Stop Cáncer convocó a miles de personas.

Tampoco es solo Monsanto. Aunque es el actor más representativo y demonizado, en el negocio de los fitosanitarios participan Syngenta, Bayer, DuPont, Dow, Atanor, Nidera y también YPF. Entre todos  facturan más de 3.500 millones de dólares anuales en el planeta y la cifra continúa en ascenso. Mientras que la Unión Europea decidió extender la licencia del glifosato hasta 2022, a pesar de la clasificación de la OMS como posiblemente cancerígeno, en Argentina las declaraciones del flamante ministro de Agroindustria, Luis Miguel Etchevehere, acerca de que el herbicida no causa ningún tipo de daño sientan la posición del gobierno nacional en la voz del ex titular de la Sociedad Rural Argentina.

Uno de los vecinos autoconvocados, Guillermo, denuncia que los “mosquitos”, las máquinas que se usan para fumigar, son lavadas en el arroyo Gualeyán, y que su cauce va directo al río Gualeguaychú. Por eso, entre otras razones, los que pueden no toman agua potable y prefieren comprar bidones, porque no creen que los filtros sirvan para los agrotóxicos. Cuenta, además, que dentro del Parque Industrial, hace tres años está la empresa Green Crops que, aunque desde su web solo habla de distribución, produce insecticidas, herbicidas y pesticidas, y no cuenta con una planta de pretratamiento. Eso significa que los desechos también desembocan en el río.

En un estudio reciente de la Dirección de Ambiente de la Municipalidad se confirmó la presencia de Endosulfan y de Atrazina, en el río Gualeguaychú, del que se detectaron valores por encima de lo  permitido ante la Ley N° 24051 de Residuos Peligrosos, por lo que se presentó una denuncia penal ante la posibilidad del delito ambiental. Según el principio precautorio que está vigente en la Ley 25.675: “Cuando haya peligro de daño grave o irreversible, la ausencia de información o certeza científica no deberá utilizarse como razón para postergar las medidas eficaces para impedir la degradación del ambiente”.

Las investigaciones que se hacen sobre el tema son tan extensas como el material bibliográfico. El libro “Envenenados” de Patricio Eleisegui y “La Argentina Fumigada” de Fernanda Sandez, son un recuento de historias y paisajes similares a los de Gualeguaychú, con  miles de víctimas del sistema, como Antonella González. Lo mismo sucede con Pablo Piovano y su muestra fotográfica “El costo humano de los agrotóxicos”, el documental “Pueblo Verde” y el informe que realizó el programa de TV Italiano “Le Iene” en nuestro país, en donde aparece un muestrario de enfermedades, abortos y malformaciones congénitas sin precedentes.

La escritora y documentalista francesa Marie-Monique Robin, de El mundo según Monsanto y Las cosechas del futuro, entre otros trabajos, brinda conferencias y cita a la Argentina para ejemplificar el caso de un Estado que, desde 1996, nunca le puso obstáculos a las multinacionales para el ingreso de los transgénicos resistentes a los fitosanitarios. El cineasta y político Pino Solanas anunció el estreno de un nuevo documental en 2018, “Viaje a los pueblos fumigados”. Y desde su cuenta de Facebook, Fabián Tomasi desafía los pronósticos y sobrevive a su polineuropatía tóxica metabólica severa, con la misión de ser una prueba viviente, y contar la terrible experiencia de haber trabajado en una empresa de aplicación aérea de agroquímicos sin saber el daño que esto a la naturaleza y a su propia salud.

En una entrevista que le hicieron al doctor Damián Verzeñassi, el ideólogo de los campamentos sanitarios en los que estudiantes de la carrera de Medicina de la Universidad de Rosario relevan datos de los pueblos fumigados, se dirigió a los responsables de votar las leyes referidas a los tóxicos, en una pregunta que puede extenderse a todos los implicados en este negocio millonario: “¿Cuánta plata tiene que ganar la Argentina para justificar un niño malformado, un niño con leucemia o con linfoma, personas con hipotiroidismo. Ya que para ellos el problema es económico, que se saquen la careta y le pongan el precio de verdad, ¿cuánto es lo que hay que ganar para justificar la enfermedad y la muerte?”.