Una postal cotidiana en la ciudad que gobierna Horacio Rodríguez Larreta: la detención arbitraria y violenta de un pibe que vende chocolates para escaparle al hambre.
Avenida Nueve de Julio y México, poco antes de las 9 de la noche. El despliegue de dos patrulleros y una moto llaman la atención. También los gritos. Siete policías – seis uniformados y uno de civil – tienen rodeado a Alan Maximiliano Martínez, de 18 años. El pibe es, a los ojos policiales, culpable de por lo menos cuatro delitos flagrantes: ser joven, morocho, pobre y vende chocolates en la calle. Lo esposan y lo detienen, con una violencia que es a todas luces innecesaria.
A cierta distancia, unos pibes como Alan – jóvenes, pobres, morochos y también vendedores ambulantes – protestan, tratan de evitar la detención de Alan con las únicas armas que tienen, sus voces.
Gritan:
-¡Queremos trabajar, queremos trabajar!
No hay manera. A Alan lo suben a un patrullero y se lo llevan, sin olvidarse la mercadería. Los pibes se quedan ahí, impotentes, desolados.
Uno de ellos llama a la madre de Alan, le avisa, le cuenta que lo detuvieron. Otro dice que Alan tiene 18, que estudia de día, que vende chocolates en la calle para ayudar a su familia, que la está pasando mal.
Por esa misma esquina, ocupando la 9 de julio, hace menos de 48 horas decenas de miles de personas marcharon por pan y trabajo, contra el hambre a la que las condenó el gobierno.
Por hacer lo que puede para escaparle al hambre es que Alan estaba vendiendo chocolates, por tratar de escaparle al hambre es que lo detuvieron. Pasará varias horas detenido en una comisaría, lo maltratarán y, cuando lo suelten, no le devolverán los chocolates.
Después, la familia presentará una denuncia en la Comuna 1, por “abuso de autoridad y maltrato”.
Una denuncia inútil, seguramente, en una Buenos Aires donde un policía puede matar de una patada a un hombre y quedar libre, donde otro ha matado de un tiro por la espalda a un ladrón que huye y ya no es un peligro para nadie. Será inútil en un país donde el presidente y la ministra de Seguridad reciben a ese policía asesino en la Casa de Gobierno, se sacan fotos con él y lo felicitan.
Es a esto también que la sociedad argentina le acaba de decir de manera inequívoca “basta” en las últimas elecciones primarias.
El gobierno tampoco ha escuchado ese grito y si lo escuchó no le importa.
La represión sigue siendo la única respuesta que tiene para el hambre.
Y dice que la culpa es nuestra.
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