La Universidad de San Martín encaró una encuesta entre sus estudiantes para analizar las experiencias por las que habían pasado y sus ideas sobre la violencia de género. Los resultados forman parte de un libro de reciente aparición. La tendencia al castigo como única solución al problema indica que todavía hay caminos por recorrer.
En el año 2009, el Estado Argentino promulga la Ley N° 26.486 de Protección Integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres. Cuatro años más tarde, la Universidad Nacional de San Martín resolvió crear un espacio de investigación, formación, sensibilización y atención, asumiendo un compromiso institucional en la lucha por garantizar a la comunidad universitaria una vida libre de violencias entre todos los géneros.
La creación de un Programa de intervención en el marco de una institución educativa supuso un desafío en varios sentidos: en primer lugar, en lo referido a los límites e incumbencias de la universidad en el tratamiento de casos. En segundo lugar, en la generación de datos. Esto nos llevó a la creación de lo que ha sido la encuesta “Diagnóstico sobre Discriminación y Violencia de género” que fue realizada durante el año 2016.
A raíz de esta encuesta escribimos Pensar(nos) desde adentro. Representaciones sociales y experiencias de violencia de género. El libro indaga y analiza, a partir de los resultados de la encuesta, en los imaginarios, las prácticas y las experiencias en relación con la violencia de género y la discriminación en la población universitaria[1] de los/las estudiantes de grado de la Universidad Nacional de San Martín, provincia de Buenos Aires. Se realizaron 200 encuestas, el cincuenta por ciento correspondieron a estudiantes que se identifican con el género masculino como muestra, y un cincuenta por ciento de estudiantes identificadas con el género femenino, todos provenientes de diversas carreras.
Para dicho fin, las dimensiones que fueron relevadas son, en primer lugar, las representaciones sobre la noción de violencia de género y las experiencias en torno a este tipo de violencia en distintos ámbitos de sociabilidad. En segundo lugar, las prácticas y representaciones sobre las violencias en los vínculos sexuales o de pareja (formales e informales) sufridas y perpetradas –quiénes la perpetraron y sobre quiénes, cómo actuaron ante estas situaciones, qué papel juega el amor en la violencia–. En tercer lugar, se abordaron las representaciones y prácticas de la violencia dentro de la universidad, los diferentes actores que intervienen, en relación con el hecho de ser varón, mujer, trans u otro género, orientación sexual y/o identidad de género. A su vez, se indagó sobre el papel y el enfoque que creen que debe optar la universidad ante estas situaciones. Este análisis se llevó a cabo problematizando las agencias de los actores en el ejercicio de la violencia y explicitando los sentidos que le dan los sujetos.
Uno de los hallazgos más sobresalientes del estudio en torno a las representaciones en esta comunidad reflejado en el libro es que el lugar donde más experimentan violencia de género los estudiantes es en la vía pública -en el transporte y en el trabajo- y que la forma más común es el acoso verbal, con una fuerte predominancia masculina en el ejercicio de dicha violencia.
Además, la mayoría de los estudiantes identifican a la violencia de género por causas estructurales más que por motivos familiares o psicológicos. Cuando les consultamos bajo cuáles representaciones creen que se basa la violencia, el amor aparece como un imaginario antagónico a la violencia. No obstante, en la práctica los/as estudiantes indican que celan y controlan como forma de reafirmar el vínculo amoroso y restablecer el pacto monógamo. Allí vemos la importancia de llevar a cabo políticas educativas (hoy desmanteladas) que apunten a una educación sexual integral donde se problematicen los vínculos eróticos y afectivos tanto en su forma como en su contenido. El pacto monógamo propio del amor romántico donde “yo soy todo para el otro y el otro es todo para mí” encuadra y potencia relaciones violentas donde, si bien tanto varones como mujeres celan y controlan, terminan siendo las mujeres quienes más la padecen.
También indagamos en las estrategias de resistencia frente a la violencia en los vínculos de pareja o sexuales. La decisión que más apareció fue la de no hablar al respecto por falta de interés o porque no lo consideraban relevante. Quienes sí hablaron sobre el tema dicen haberlo hecho con alguien de confianza, en segundo lugar, con otro miembro de la pareja.
En relación con el ámbito universitario, este espacio trasciende su característica de ser un espacio académico. Más que un ámbito neutral nos encontramos frente a una institución atravesada por relaciones de poder desiguales no solo entre los diversos claustros sino también entre los géneros. Allí al igual que en cualquier otro ámbito se suceden frecuentemente situaciones de discriminación o acoso a causa de género, identidad de género y/u orientación sexual. Lo que más predomina es la violencia basada en comentarios estereotípicos o discriminatorios por orientación sexual. Las redes sociales son un medio a partir del cual se ejerce violencia en la universidad y se realizan comentarios sexistas principalmente contra cis mujeres y la población LGBT, tanto por pares como por docentes varones hacia estudiantes mujeres.
Ante la pregunta sobre qué debe hacer la Universidad ante estos caso de violencia de género prevalece un discurso punitivista frente a quien perpetra violencia dentro del ámbito universitario. Si bien, a nivel representacional, se entiende que la violencia es un problema cultural, a la hora de elegir estrategias contra la misma prima la lógica víctima-victimario y se piensa como una problemática de cada sujeto particular.
En pocas palabras, estos datos obtenidos de la encuesta permiten problematizar la violencia de género y poder generar estrategias y abordajes para un “mejor convivir” dentro de este espacio estudiantil y laboral. Creemos fuertemente que la violencia de género es un problema cultural y por ende no será “solucionado” a partir de posturas punitivitas. Resulta indispensable para un trabajo en profundidad sobre esta temática y abonar desde enfoques que apunten a la educación, a la transformación cultural de nuestros vínculos y del modo en que nos relacionamos.
[1] En esta encuesta nos centramos en los/as estudiantes, queda indagar en las prácticas de violencia de género que se suceden entre los/as no docentes, docentes y funcionarios/as de la institución.