La filósofa alemana ha generado una gran polémica por las tesis defendidas en su ensayo “La potencia femenina”, en el que carga contra el “feminismo de hashtag”.
Desde que surgió el #MeToo, uno de los movimientos que más ha hecho por visibilizar los abusos sufridos durante décadas por muchas mujeres, fundamentalmente en la industria del cine, pocas, por no decir ninguna, han sido las voces que le han puesto reparos. Hasta que Svenja Flasspöhler (Münster, Alemania, 1975) publicó el ensayo La potencia femenina. En él, la alemana, filósofa y periodista, carga duramente contra lo que ella define como «feminismo de hashtag», rechaza la antagonización -y, por tanto, el enfrentamiento- entre hombres y mujeres y aboga por redefinir la feminidad, apostando por una mujer fuerte y poderosa, que deje de ser, únicamente, víctima. Una tesis controvertida, porque va contra la corriente establecida y aceptada, que ha generado una gran polémica y ha puesto a su autora en el disparadero, para bien y para mal.
-¿Por qué decidió escribir este libro? ¿Cuál era su principal objetivo, y por qué ahora?
-Lo que critico es la espeluznante ausencia de discriminación en el debate del #MeToo. Las mujeres son víctimas, y los hombres, agresores. Las cosas no son tan simples, algo que, por otra parte, ya señaló Simone de Beauvoir en El segundo sexo. Por desgracia, el actual feminismo en la Red se caracteriza, entre otras cosas, por un colosal desconocimiento de las teorías feministas. Esta ausencia de discriminación del movimiento queda patente en su mismo nombre. ¿A qué se refiere ese “yo también”? ¿A situaciones en las que las mujeres no tienen ninguna posibilidad real de actuar, como es sin duda el caso de una violación, o a aquellas en las que sí hubiese habido opciones? La diferencia es patente. Por ejemplo, cuando un director de cine famoso invita a una actriz a su habitación de hotel, ella tiene claramente la posibilidad de decir: “No, gracias”.
-¿Qué significado tiene hoy el término feminismo en los medios, en las redes, en la sociedad, y cuál debería tener?
-Un feminismo ilustrado y progresista no debería infantilizar a las mujeres, hacerlas más pequeñas de lo que son. Sin embargo, precisamente eso es lo que pasa cuando no se confía en ellas para que actúen de manera autónoma o no se las anima a que lo hagan. Quienes actúan con autonomía vencen las resistencias, asumen los riesgos, entre ellos el de quedarse sin un trabajo por decir: “No, gracias”. No basta con exigir autonomía, también tenemos que vivirla de manera concreta. Si a lo largo de la historia sólo se hubiese actuado de manera autónoma cuando no había nada en juego, la humanidad no habría avanzado mucho.
-Y, entonces, ¿cuál es, en su opinión, el verdadero significado del feminismo?
-En sentido jurídico, la época del patriarcado ya ha pasado. Los hombres y las mujeres son iguales ante la ley. En consecuencia, el sentido del feminismo actual ya no reside en la lucha por la igualdad de derechos, al menos no en el mundo occidental. Reside en desenmascarar y analizar las ideas preconcebidas patriarcales que todos, hombres y mujeres, llevamos profundamente arraigadas en el cuerpo, los patrones responsables de todo desequilibrio entre los sexos que aún nos acompañan. Uno de esos patrones es no reconocer el derecho de las mujeres a su propio deseo. Hoy en día, una de las grandes tareas del feminismo consiste en que las mujeres asuman su potencia, que liberen su fuerza, la energía sexual que durante tanto tiempo se les ha negado y ha permanecido escondida en la latencia.
-Entiendo que usted se considera feminista…
-Desde luego.
-En el libro habla de «feminismo de hashtag». ¿A qué se refiere, exactamente?
-El feminismo de nuestros días actúa sobre todo mediante etiquetas. #Aufschrei [grita], #NoesNo #MeToo son el nuevo feminismo de la Red, caracterizado, en mi opinión, por una concepción dudosa de la solidaridad. ¿Es solidario escribir #MeToo en el móvil, como se afirma con insistencia? La auténtica solidaridad significa algo más. Es comprometerse realmente con alguien de manera muy concreta. Por ejemplo, cuando en el lugar de trabajo una mujer que, por las razones que sean, no sabe defenderse, necesita nuestro apoyo. En cuestión de solidaridad, las mujeres todavía tienen cosas que aprender; muchas veces, entre ellas no son precisamente solidarias.
-¿Por qué cree, como sostiene en el ensayo, que las mujeres han contribuido a la consolidación del poder de los hombres?
-Las mujeres nunca fueron las excluidas, como sí lo fueron, por ejemplo, los esclavos. Siempre han sido una parte constitutiva de la familia como célula básica de la sociedad. Por eso siempre han tenido una función de apoyo. También en cuanto a la economía del deseo. La mujer ha sido reducida a reflejo de la potencia masculina. Su función es fortalecer al hombre, ser el espejo de su narcisismo. Seguimos viéndolo hoy en las mujeres que, por querer agradar al hombre o por miedo a herirlo, están más con él que con ellas mismas y hacen lo que, en realidad, no quieren hacer.
-En el libro asegura que «cuando la mujer adquiera poder, no solo podrá proclamar su autonomía, sino que la poseerá». Pero, ¿cómo pueden adquirir poder las mujeres si este sigue estando mayoritariamente en manos de los hombres?
-Por supuesto, sigue habiendo ámbitos dominados por los hombres, pero ya hace tiempo que muchas empresas han reconocido las cualidades de las mujeres para el liderazgo, y a veces incluso buscan a toda costa personal femenino. Los medios de comunicación quieren contar con voces femeninas fuertes. Nuestra época es compleja. Junto con el pensamiento misógino, que aún subsiste, hay otro que valora las virtudes femeninas tradicionales, como la disposición a cooperar o la empatía. No obstante, el problema reside también en que, a menudo, las mujeres rehúyen los puestos de liderazgo; en que, tras el nacimiento del primer hijo, desparecen como por arte de magia en el espacio privado, y en que muchas veces confían muy poco en sus fuerzas. Lo cual, a su vez, está íntimamente relacionado con la historia de la cultura, que ha asociado la feminidad con la pasividad y la vergüenza.
-¿Podría ponerme un ejemplo?
-Yo organizo en Alemania el festival de filosofía phil.cologne. Cuando le pregunto a un hombre si quiere dar una conferencia sobre un tema determinado ante una gran audiencia, me responde que nunca lo ha intentado, pero que no hay problema. Si se lo pregunto a una mujer, me contesta que ha escrito dos libros sobre el tema, pero que fue hace mucho tiempo, así que mejor no.
-Si, como usted defiende, es «dudoso» que el acoso sexual sea el principal problema de las mujeres en nuestra sociedad, ¿cuál es, entonces?
-Si el #MeToo se hubiese interesado verdaderamente por las violaciones, debería haberse fijado en el ámbito de las relaciones más cercanas, ya que ahí es donde se comete la gran mayoría. En cambio, presta atención sobre todo a las relaciones laborales y, en ese terreno, el principal problema no es la violación, sino la brecha salarial. Y, en parte, la causa de esa brecha es que las mujeres son demasiado prudentes cuando negocian sus retribuciones.
-¿Por qué se siente tan incómoda con el #MeToo, qué tiene en su contra?
-#MeToo echa toda la culpa a los hombres, habla de «masculinidad tóxica». Castra al hombre. Es verdad que los hombres han de examinar críticamente su sexualidad y la imagen que tienen de las mujeres, pero no se trata de devaluar la sexualidad masculina por sí misma, sino de revalorizar la femenina. Las mujeres tienen que liberarse de la posición pasiva desde el punto de vista sexual, existencial y profesional.
-¿Por qué piensa que es un movimiento que refuerza la imagen patriarcal de la mujer?
-En el centro del #MeToo está la sexualidad masculina, que es la única que determina cómo se pueden comportar las mujeres. El deseo femenino se vacía de toda especificidad. De este modo, el movimiento reproduce la secular lógica patriarcal centrada en el todopoderoso falo, en torno al cual gira el mundo. Y “naturalmente”, siempre son los hombres los que dan el primer paso. «Naturalmente» son ellos los que siempre quieren “lo mismo”. El papel de las mujeres se reduce a rechazar la agresión masculina. En su obra Emilio, o De la educación, Rousseau ya dijo que la sexualidad femenina burguesa se desarrolla a partir del rechazo, de “decir que no”. Según Rousseau, una mujer que dice que sí, que actúa sexualmente a la ofensiva, “disuelve la familia y rompe todos los vínculos de la naturaleza”. Hoy en día seguimos sin haber liberado la sexualidad femenina de estas imágenes.
-¿Cree que la actitud masculina ha cambiado? Para mejor, quiero decir.
-Llama la atención que los casos más destacados del #MeToo tuviesen lugar, sobre todo, en la década de los 90, y que se pretenda que el pasado se puede trasladar de manera automática al presente. Las cosas no son así. Mi hijo, que nació en 2015, está creciendo en un mundo diferente al de Harvey Weinstein. En palabras de Hannah Arendt, no cabe duda de que existe una gravitación hacia el bien. Por supuesto, esto no nos exime de seguir esforzándonos por llegar a una relación entre los géneros que no esté atravesada por el miedo y los malentendidos, sino por el gozo.
-Es verdad que no todos los hombres son como Harvey Weinstein, pero es importante señalar a quienes actúan como él, ¿no le parece?
-Por supuesto, y claro que no se trata de impedir a las mujeres que hablen. Pero en los dos últimos años hemos vivido un clima de denuncia. Se juzgaba de antemano a los artistas, las galerías ya no exponían sus obras porque en el ambiente flotaba la acusación de acoso sexual. Veo en las mujeres una lógica de revancha y cosificación que rechazo y que, por otra parte, es profundamente masculina. ¿Es eso lo que queremos? ¿Imitar a los hombres?
-No, por supuesto, y menos sus comportamientos más condenables. En ese sentido, en el libro advierte de que, según están ahora las cosas, existe el riesgo de que se pueda llegar a pedir que se regule legalmente el sexo.
-Por supuesto que las mujeres tienen que defenderse del acoso. Ahora bien, un mundo sin acoso es un mundo sin seducción, porque lo que percibimos como acoso y lo que percibimos como seducción es profundamente subjetivo. En cuanto a las leyes, en 2016 se endureció en Alemania la legislación que castiga los delitos sexuales. El núcleo de la nueva normativa ya no es la violencia, sino la vulneración del «consentimiento», algo muy polémico incluso entre los expertos. Creo que hemos llegado a un punto de la historia en el que ya no tenemos que apelar a la ley, sino a los propios individuos, y exhortarlos a que decidan por sí mismos.
-¿Por qué cree que «todo intento de seducción corre el riesgo de ser percibido como acoso, y viceversa»? ¿Se puede pensar que, a diferencia del acoso, la seducción está libre de poder?
-No debemos olvidar que también la seducción contiene un elemento de violencia. Quien seduce, lleva a la otra persona a un sitio diferente, despierta en ella deseos que antes no tenía. La seducción es manipuladora. El erotismo inofensivo no existe.
-Defiende que quiere mujeres más poderosas. ¿Puede explicarlo?
-Quiero que las mujeres asuman su potencia. En alemán, potencia y poder son dos palabras diferentes. El sustantivo latino potentia significa “capacidad”, “fuerza”, y tiene claras connotaciones sexuales. La idea de potencia se ha asociado siempre a los hombres. Las mujeres, en cambio, representaban la carencia. No tienen nada entre las piernas y sufren la envidia del pene. Hay que acabar con esta asociación de feminidad con negatividad y sustituir esta última por positividad, vacío por lleno, reacción por acción. De eso se trata. Tenemos que transformar en gozo el miedo masculino a la mujer potente.
-¿Qué les diría a las mujeres que han sido víctimas de maltrato y no pueden entender las tesis que usted defiende?
-Por supuesto que hay mujeres traumatizadas. Mujeres que, debido a sus terribles experiencias, siguen atenazadas por el miedo a no poder defenderse. No pretendo negarlo en absoluto. Ahora bien, hay que decidir. Puedo repetir eternamente que las mujeres son impotentes y están desvalidas, o intentar darles ánimos y empoderarlas. Decirles que sí, que pueden. Al hacerlo, les estoy dando apoyo.
-¿Qué opina del hecho de que la mayoría de los casos de posibles abusos se estén debatiendo en internet? Se lo pregunto porque me preocupa la posibilidad de que ya no estemos hablando de personas, sino de grupos.
-Efectivamente, es un gran problema. Es como si una pareja que se está separando solamente hablase a través de sus abogados. Eso te hace preguntarte cuál es el verdadero objetivo del #MeToo. ¿Pretende salvar la relación entre los sexos mediante una burda política de disuasión, cuyo mensaje es: “Hombre, tené cuidado si no querés acabar vos también en la picota”? A mí me parece que eso no tiene demasiado futuro y que, además, es bastante lamentable. No, tenemos que discutir con los hombres de cuestiones concretas. No existe sencillamente el hombre»”, sino mi compañero, mi vecino, mi jefe, mi hijo, mi pareja. Son individuos, todos ellos hombres, sí, pero muy distintos unos de otros.
-¿Es posible debatir públicamente sobre feminismo sin llegar al enfrentamiento?
-Debatir directamente es muy importante porque los espacios corporales de la experiencia que habitan los hombres y las mujeres son diferentes. Como mujer, no puedo saber qué es tener un pene que ha representado el poder durante la mayor parte de la historia de la humanidad. Y un hombre no puede saber qué es tener vulva, estar embarazada, o qué se siente cuando te silban al pasar. ¿Cómo se pueden llenar estos vacíos de conocimiento si no es a través de la comunicación?
-Usted también es periodista. ¿Qué piensa del papel que los medios de comunicación están desempeñando en todo esto? ¿Somos culpables de que el debate tenga un nivel tan bajo?
-Una de las causas de que el movimiento #MeToo se difundiese tan rápidamente fue que, como era de esperar, los medios de comunicación se subieron al carro de inmediato. El voyerismo de las masas queda satisfecho cuando una joven modelo explica cómo la acosaron, o cuando las actrices cuentan cómo un hombre poderoso les metió mano. Todo esto se puede considerar libertad de expresión, pero no es sinónimo de emancipación. El discurso femenino también se puede instrumentalizar. Debemos reflexionar sobre este mecanismo de los medios de comunicación precisamente porque somos feministas.
¿Querés recibir las novedades semanales de Socompa?