Se insiste en lo de las clases presenciales mientras el presupuesto para educación se va por la canaleta de los baldosones. Va siendo tiempo que se dé a los docentes el lugar que merecen.
Louis Germain era un desconocido maestro de escuela primaria en los barrios pobres de la Argelia francesa hasta que Albert Camus, un francés nacido también en aquel país africano, le envió una carta de agradecimiento después que le otorgaran el premio Nobel de Literatura en 1957:
Querido señor Germain:
He esperado a que se apagase un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, no hubiese sucedido nada de esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y le puedo asegurar que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, a pesar de los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.
Le mando un abrazo de todo corazón.
Acordarse de su maestro era para empezar un acto de justicia: destinado como todos sus compañeros a trabajar para ganarse la vida una vez terminada la escuela primaria, Germain convenció a la familia de Camus de que siguiera sus estudios ayudándolo además a preparar su examen de ingreso.
Reconociendo en su vida la vigencia de la generosidad de aquel esfuerzo y de aquel afecto, Camus rescató a su maestro del pasado y del olvido. Le dio una presencia y un presente.
Daniel Pennac, escritor también francés nacido en Marruecos, antes de escritor fue maestro y primero mal alumno, sin remedio y sin porvenir. Eterno incumplidor de los deberes, se mantenía a flote entre mentiras a sus maestros y medias verdades a sus padres, lo cual exigía del joven Pennac poner toda su energía mental y su imaginación en sostener esa ficción, una y otra vez.
La metamorfosis de mal alumno en novelista tuvo que esperar hasta los catorce años en que llegó, como lo define Pennac, su primer salvador, un profesor de francés que vio en ese fabulador un inventor de historias, un narrador: a partir de ese momento debía entregar a su maestro un capítulo por semana de la que la que sería finalmente su primer novela. Reconoce Pennac que hubieron otros salvadores, pero lo que allí y por la acción de su maestro pudo descubrir fue que era la lectura lo que podía salvarlo: “leyendo, me instalé físicamente en una felicidad que aún perdura”.
Fernando Savater en El valor de educar arranca a modo de prólogo con una carta a maestras y maestros a quienes tiene por “el gremio más necesario, más esforzado y generoso, más civilizador”, y a la educación como la instancia correctora de las muchas deficiencias culturales, a las que nosotros podríamos agregar las carencias sociales y económicas de los sectores más postergados de la sociedad.
En estas historias personales, seguramente podemos (y debemos) reconocernos también nosotros como “pequeños escolares agradecidos”, y recordar amorosamente a aquellos maestros que marcaron un punto de quiebre en la historia de nuestras vidas, y que fueron y son parte inseparable de nuestra biografía y de lo que hoy somos.
Es necesario hacerlo, una y otra vez, ahora, especialmente ahora, cuando la importancia de la presencia de los maestros en las escuelas ha sido rescatada de un perpetuo olvido por Rodríguez Larreta y sus funcionarios, por mera conveniencia y oportunismo político, desfondado de todo sentido y con una indisimulada falta de verdadero interés y cuidado por sus vidas.
Una gestión que elige gastar en baldosas para las veredas a invertir en computadoras para los alumnos, y ajustar en salario docente para poner canteros con plantitas. Es el modo de hacer política y una marca registrada del macrismo el priorizar lo que está a la vista en perjuicio de lo necesario e importante.
En tiempos en que la educación pública es (y ha sido) sistemáticamente desfinanciada y abandonada por el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y los maestros reiteradamente degradados y despreciados por su ministra de Educación, recordar algunas historias nos da como sociedad una nueva oportunidad para hacer pasar al frente y poner en un primer plano, el insustituible valor de educar y la trascendencia individual y social del trabajo de todos y cada uno de nuestros maestros.