El recital de Olavarría, sus lecturas, sus consecuencias y sus repercusiones vistos desde una perspectiva que recupera el “efecto Rashomon” y los factores que “sobredeterminan” las misas ricoteras.
“Dos grupos que tienen sensaciones sistemáticamente distintas al captar un mismo estímulo, en cierto sentido viven en mundo diferentes”. Thomas Kuhn. La estructura de las revoluciones científicas.
“Lo concreto es la síntesis de múltiples determinaciones y por lo tanto unidad de lo diverso”. Karl Marx. Grundrisse.
Este texto comienza arriesgando un supuesto: que todos o una mayoría de quienes se aventuren en su contenido hayan visto, o por lo menos conozcan el argumento, del filme Rashomon del cineasta japonés Akira Kurosawa. En la película ocurren el asesinato de un samurai y la violación de su mujer y la trama describe la narración (el “relato”) que tres testigos –y el occiso a través de un médium- hacen sobre lo que “vieron” de los hechos. A través de una serie de flashbacks y cortes temporales el director enfrenta los testimonios que resultan ser absolutamente divergentes con respecto a la “verdad” de lo acontecido. Si bien el final –de tono aleccionador- induce una solución a la contradicción, el espectador se retira con la sensación de que la sido escamoteada la explicación unívoca e indiscutible de las causas y los culpables del crimen y la violación.
Inspirado por la complejidad y la ambigüedad del planteo, el antropólogo norteamericano Karl Heider, acuñó la expresión “efecto Rashomon” para designar el proceso por el que los factores subjetivos, las motivaciones y los prejuicios influyen en la forma en que distintos observadores perciben, describen y comunican divergentes y aún contradictorias impresiones sobre un mismo hecho o circunstancia.
A esta altura el amable (y paciente) lector se preguntará qué tienen que ver Kurosawa y Marx con el Indio Solari. Sucede que este admirador desde siempre de la música ricotera, preocupado por lo acontecido en Olavarría, se dedicó a leer cuanto material pudo al respecto (incluido el de la detestable gran prensa hegemónica). Blogs, revistas digitales y redes sociales fueron visitadas en busca de –por lo menos- una aproximación a la realidad de lo sucedido en el recital. Un primer corte de lo leído pudo aislar las grandes posturas “pro Indio- anti Indio” como base de cualquier discusión. Hurgando más aún la argumentación “haber ido vs. no haber ido” intentaba descalificar la postura del otro. Y finalmente, el “efecto Rashomon”, las distintas miradas de quienes sí habían ido y habían visto, sentido y percibido distintas cosas sobre una misma situación. De ahí a encarar un “estudio de casos” hubo un solo paso y vía telefónica, mail o posts en redes sociales, una veintena de testimonios se agolparon en la compu. Este improvisado investigador social transcribe algunos de esos relatos que considera ilustrativos de lo que se viene diciendo:
Cristian S. encargado de farmacia, 27 años. Auto definido como “ricotero fanático”. Fue con la esposa en micro y afirma que es “todo mentira lo que salió en los diarios sobre el kilombo en el recital”. Indica que “el Indio venía muy bien pero después del kilombo, que yo no vi, se puso más choto, como sin ganas”. En su recuerdo, “la salida fue medio enquilombada, oscura, con barro y algunos pocos haciendo bardo”.
Lino S. Chapista, 30 años. Fue con cuatro amigos en auto desde San Martín. “Todo bien loco, fuimos a ver al Indio y a cagarnos de risa, llevamos para chupar y algunas pastillitas”. “Vos sabés que a nosotros nos gusta el bolonqui de la popu, como en la cancha”. “Avalancha yo no vi, pero en un momento el Indio se paró y se puso serio y medio nos inquietamos porque si pasaba algo moríamos todos aplastados”.
Ruben P. Periodista. Viajó desde Capital Federal. En el recital “había empujones adelante como hay en cualquier recital, el Indio se asustó cuando vio a los tipos tirados pero no murieron por la avalancha. Además, porque sabía que cualquier cosa que pasara se la iban a cobrar. Y así fue. Debió haberse parado de manos con los organizadores, y no lo hizo. Es responsable”. “La organización jugó con fuego, igual que lo hizo en Gualeguaychú, el Indio es responsable de eso, de haberlos contratado y haberse hecho el boludo con eso. Son negreros, empresarios de la peor calaña”.
Maria Cecilia M. Licenciada en Ciencia Política e historiadora. Fue al recital a llevar a su hijo de 14 años, que sabe que durante los noventa seguía a los Redondos por las provincias argentinas. “Hace años que no iba a un recital del Indio, y como iba de anfitriona de mi hijo estaba más pendiente de la logística que del recital”. “Nunca vi algo así, la ciudad desbordaba de autos, micros, combis, gente que dejaba el coche a 10 km para salir más rápido cuando terminara, etc. Me di cuenta de que la cantidad de gente superaba todas las expectativas. El ingreso por la ruta estaba totalmente colapsado”. “Había muchísima gente, todos estaban tranquilos de cualquier modo. Tomando cerveza que se vendía en puestos sobre las veredas o comiendo un choripán. Clima festivo con mucho alcohol –algo que no es raro en este recital- pero combinado con esa sensación de cierta comunión que excluye la agresividad.”
“Me impactó ver un público más lumpenizado que hace quince o veinte años (muy fuerte ver parejas con niños pequeños, porque realmente no daba). Realmente había capas geológicas de generaciones ricoteras y una impresionante heterogeneidad de grupos sociales, pero donde prima la sensación de lo popular”.
“Los baños químicos eran muy insuficientes. Y no había ninguna especie de “camino” o circulación para que pudiera acceder gente para atender situaciones de salud. Me asustó la cantidad de gente y me di cuenta de que había una única salida (la entrada), de unos 50 m, para un predio de 600 x 300. Eso era una locura, fuera de toda lógica”. Después de que el Indio parara para que auxilien a gente tirada y pidiera que se acercara Defensa Civil, el clima del recital cambió y “el Indio frenó, siguió y volvió a frenar, ya no era una fiesta porque el anfitrión no tenía ganas ya de tocar. Se sintió. Me preocupó que parara el recital y que todo fuera un caos. Llegó a decir “cuando no da no da”, o “con qué ganas…”
“Eran las doce de la noche y comenzaban a tocar Fly 957 y ratifiqué que solamente había una salida para todo ese mar de gente. Había carteles verdes que decían salida, pero solamente eran una indicación luminosa que indicaba una flecha. Supe que iba a ser tremendo salir, y salir de esa ciudad. Así que contra la voluntad de mi hijo adolescente, decidí que nos íbamos en ese momento. Que no hacía falta… que no estaba dispuesta a que lo aplastaran para salir, a pesar de que la gente estaba tranquila y demostró en todo momento mucha solidaridad. Los años no vienen solos, Menos cuando son años de manifestaciones masivas”.
“Te diría que corrimos al auto, y sonaba el tema ‘Todos a los botes’. Así nos fuimos, con un mapa que yo había impreso para saber salir, en una ciudad tomada pero desierta a la vez (todos estaban adentro del predio), y aceleré hacia la ruta con la sensación de que algo explotaba detrás.”
Fernando M. Médico 56 años. Vino desde Bariloche en con esposa e hijas. Entraron a las 19 horas, les pidieron entrada y los revisaron. En las calles de acceso le impresionó “la enorme cantidad de puestos de venta de alcohol y por supuesto la proliferación de gente mamada y también bajo los efectos de algún tipo de drogas o estimulantes”, aunque no observó problemas por esa causa. Adentro estuvieron bien aunque el recital, después de la interrupción del Indio “la cosa decayó y se volvió un poco down, como con falta de fuerza”. La salida se percibió como un caos, desordenada, tumultuosa, con apretujones, tuvieron que esperar una hora parados a un costado hasta que pudieron comenzar a caminar hacia su auto. Era muy notoria la total ausencia del Estado en cualquiera de sus estamentos y también la ausencia de personal de organización, la falta de baños químicos y la salida totalmente inadecuada para la cantidad de gente.
Delfina M. Comerciante 26 años. Era su primer recital del Indio y fue con novio y amigas en colectivo chárter desde Paraná. Entraron después de las ocho y ni los revisaron. Vio “mucha gente borracha y como dada vuelta o drogada y en la calle montones de puestos de venta de bebida”. “Adentro estuvo todo bien y si bien estaban lejos se podía escuchar normalmente. La salida fue muy complicada, una sola salida, todo muy desordenado, también se notó la ausencia de baños químicos –tuvieron que recurrir a un domicilio particular que cobraba $ 10 por cabeza-, postas sanitarias y personal de seguridad o que orientara la desconcentración, a tal punto que hubo gente que subida a los árboles trataba de orientar a los que salían. Delfina afirma que no dudaría en ir a otro recital aunque alguna de sus amigas no volvería “ni en pedo”.
Mario M. 34. Obrero metalúrgico. Fue con esposa y amigos en “un Golcito destartalado” desde Escobar. Entraron tipo 20 y no les pidieron entradas ni los revisaron, en la calle vieron mucho chupi y gente bastante tomada pero no vieron peleas ni agresiones. “Habíamos ido a Gualeguychú y nos pareció más desbolado que éste”. Adentro “estábamos bien, muy lejos del escenario y en un momento el Indio deja de tocar y pide médico o ayuda y se nota que había quilombo. Ahí hubo inquietud por lo que pudiera pasar y la onda del recital cambio”. “A la salida fue cuando las chicas tuvieron miedo porque era un mar de gente que salía a la nada, una calle angosta, oscura, daba miedo. Pienso que los que organizaron estaban en pedo”.
Y podría seguirse así, transcribiendo centenares y aún miles de testimonios, con sus matices, sus divergencias, sus convergencias y sus contradicciones. Y sólo la razón estadística con la adecuada metodología podría dar cuenta de las constantes y las diferencias, agruparlas y clasificarlas para intentar una aproximación –solamente descriptiva- al fenómeno. La mayoría de las crónicas, relatos y aguafuertes que este humilde ricotero ha leído (algunas de ellas realmente muy bien escritas, con pluma de garra literaria, plenas de poesía y sentimiento) abrevan en la reivindicación de la “pasión ricotera” como opuesta o enemiga al “sistema”, como metáfora de la rebelión ante a la injusticia o resurrección de viejas utopías. Es una lectura posible, que no obstante pasa por alto otros componentes del fenómeno, aquellos que es necesario observar en sus “múltiples determinaciones”. Los recitales de Los Redondos antes y del Indio ahora no pueden ser despegados indudablemente de las coordenadas sociales y políticas de cada momento en que transcurren, pero también es cierto que en las realidades específicas de cada “misa ricotera” juegan factores con peso propio que “sobredeterminan” (gracias Freud y Althusser) la marcha y la dinámica de los (a veces problemáticos) recitales. No es posible pensar con seriedad Olavarría (o cualquier recital ricotero) sin tener en cuenta la personalidad del Indio, un brillante músico, de innegable carisma para sus seguidores, de un enorme ego que desata el pogo más grande del mundo, el que más nos haga “brillar” con el “lujo de las estrellas” o la inexplicable ineficiencia de la organización o la absoluta inoperancia del Estado en sus diversas instancias o –finalmente- un público masivo, diverso, policlasista, plebeyo y trashumante en sus segmentos más fanáticos, motivado por un rock contundente de letras cripticas que cada uno interpreta a sus anchas, usualmente en clave “anti sistema” permeado por la cultura futbolera del aguante trasplantada al Rock (ruso Berea dixit).
Federico Engels postuló que el hecho histórico es la resultante del cruce de muchas voluntades que quieren cosas distintas. El resultado final es a la vez lo común y lo distinto de ese cruce.
Ite missa est…