Una movilización multitudinaria que fue mucho más allá de un reclamo salarial. Una manera de decir basta a una política de destrucción de lo público y de tratar de encontrar rumbos más allá de la dirigencia.
La marcha de los docentes de ayer jueves 13 tenía más de siete cuadras de concentración maciza del ancho de la avenida Callao. Esto no es el 2001: en el 2001 no había la convicción y la consciencia que llevó a los trabajadores a esa manifestación. La concentración era de cuerpos, de ideas y de voluntades.
La marcha concentró también las luchas de los docentes, desde que se volvieron protagonistas de los reclamos laborales hace tres décadas. El gremio que concurrió a defender a los despedidos de la Agencia Télam el mismo día que la medida fue anunciada no fue la Utpba, sino el de los docentes.
La de ayer fue una marcha con una potencia perfecta, dignificante y esperanzadora, en medio de una realidad política en la que la devaluación del peso no llega a ser tan intensa como el aumento de la tensión.
Y fue otra marcha empujada desde abajo, no encabezada por las más altas autoridades sindicales. Con una oposición en la que no aparecen líderes a la altura de lo que pide la calle, la presión estalla en angustias individuales, con planes de abandonar el país, con la mente sobrecargada o el cuerpo sometido a somatizaciones violentas, o con una triste conflictividad interpersonal. La alternativa es la reacción articulada socialmente, ejemplo de lo cual es lo que vimos ayer.
En la marcha asomó el sentido de la responsabilidad histórica del pueblo. Aparece cuando quien conduce el país carece de sensatez y toma todo el tiempo decisiones desastrosas contra toda la sociedad.
Al principio se lo sigue, e inclusive es posible que la mayoría de las personas siga dándole pasivamente su apoyo aun cuando ello signifique la muerte, porque no se les ocurre o rechazan hacer otra cosa que obedecer el orden vigente.
Pero otras personas toman el tema en sus manos. No están dispuestas a entregar su vida y la de sus chicos, en nombre de una institucionalidad que el mismo Gobierno corroe cada día.
Los docentes organizados en la lucha parecen estar tomando cartas en la decisión de hacia dónde vamos. Empieza a desaparecer el margen de maniobra del Gobierno para revertir las cosas y el margen para que aparezcan líderes opositores que se hagan cargo de la situación.
Los trabajadores que estaban ayer en la calle empiezan a pensar cuál es el rumbo correcto y qué hay que hacer para evitar una catástrofe.
Alguien tiene que pensar qué hacer el día después.