La protesta de un grupo de trabajadores domésticas por la discriminación en el uso del transporte colectivo dentro de Nordelta. Lo hicieron con un piquete en el barrio privado. Una reflexión sobre esta inusual experiencia.
Hace pocas semanas un grupo de trabajadoras domésticas de casas de familia en Nordelta, partido de Tigre, realizaron una protesta por las acciones de discriminación que sufren cuando intentan utilizar el servicio de transporte que circula por las inmediaciones de los barrios de la ciudad privada y que les permite llegar a su trabajo y regresar a sus hogares. Unos días después de la protesta, una trabajadora filmó con su celular el momento en que un chofer de la misma empresa y de modo cordial le explica que el colectivo que ella debe utilizar viene detrás, que llegará pronto y que él sólo cumple órdenes de la empresa. Mientras este diálogo sucede, otras mujeres ascienden sin inconvenientes al transporte. La trabajadora necesitó registrar el acto de discriminación; su celular estaba listo para captar una escena semejante a todas aquellas que había vivido otras veces y que con seguridad se repetiría ese día. Así sucedió.
Como efecto de esa acción colectiva para visibilizar la situación de discriminación estos hechos tomaron estado público rápidamente. La protesta y el modo en que se desarrolló marcan un antecedente muy importante en el mundo del trabajo doméstico en esos contextos privados. En esta actividad, tanto la acción colectiva como la afiliación a los sindicatos son situaciones inusuales. Por un lado, las trabajadoras registradas en el sistema de seguridad social conforman un grupo minoritario, por otro, entre ese grupo, las trabajadoras afiliadas a los sindicatos constituyen un poco más del 10% de ese universo. En general, la actividad del servicio doméstico se realiza aisladamente; el distanciamiento físico entre las trabajadoras tiene un peso importante. Sin embargo, el propio formato de las urbanizaciones privadas, que cuentan en general, con accesos específicos para el ingreso y egreso de los trabajadores de servicios, terminan favoreciendo los encuentros que suceden cotidianamente. La entrada a una urbanización privada en las horas pico implica para el universo de trabajadores: espera y uso de un tiempo de trabajo que no se remunera y revisación, por parte de la seguridad privada, tanto para el ingreso como para el egreso. El transporte, pero fundamentalmente, las filas para abordar el transporte se constituyen en situaciones de interacción que promueven la sociabilidad y el intercambio de experiencias entre los trabajadores.
Las urbanizaciones privadas en Argentina
Las urbanizaciones privadas en nuestro país y su consolidación durante los años 90 se constituyen, entre otros aspectos, en un fenómeno que cristaliza la distinción social de los sectores medios altos y altos. Es una expresión de la fuerza que la desigualdad puede asumir, en términos espaciales. Estas urbanizaciones se concentraron fundamentalmente en las afueras de la ciudad de Buenos Aires, como así también en las periferias de otras ciudades. Atender a su localización no es un tema menor dado que su desarrollo tuvo lugar de forma contigua a los tejidos urbanos ocupados históricamente por sectores populares. De este modo, el contraste social es constitutivo del crecimiento y consolidación del modelo de las urbanizaciones privadas.
El fenómeno cuenta, desde sus inicios, con mecanismos institucionales, regulatorios, permisos y recursos públicos que hicieron posible su desarrollo y crecimiento exponencial. El cierre de calles y accesos; la construcción de caminos desde las autopistas hasta los ingresos de las urbanizaciones; el despliegue de dispositivos de seguridad privada, son algunos de los rasgos que acompañan su expansión.
La búsqueda exacerbada del resguardo frente al delito confiada a agencias privadas apunta prioritariamente a preservar la integridad y la seguridad de los residentes hacia el interior de los barrios. Al mismo tiempo, los controles ejercidos sobre los trabajadores que ingresan diariamente a estos lugares refuerzan la construcción social de un sujeto trabajador “peligroso”.
Desde sus inicios, estos emprendimientos que consolidaron nuevas formas de habitar, contaron socialmente con el beneplácito de amplios sectores en tanto se constituirían en un modelo virtuoso que contribuiría con la demanda de servicios personales a la generación de trabajo.
La movilidad de los trabajadores, pero especialmente de las mujeres que se desempeñan en el servicio doméstico siempre ha constituido un verdadero problema que articula varios aspectos: las importantes dimensiones de algunas urbanizaciones privadas; la lejanía de las mismas respecto de las vías y centros urbanos; la inexistencia o precariedad del servicio de transporte público. En gran medida, esos problemas reflejan la ausencia de políticas en materia de transporte urbano, más aún frente a la expansión cada vez mayor de las urbanizaciones privadas que crecen cuantitativamente y se extienden cada vez más hacia territorios semi rurales.
El conflicto que protagonizaron las trabajadoras domésticas de Nordelta tuvo diversos efectos: repercusiones institucionales, pedidos de informes en el parlamento, presentaciones por discriminación de las trabajadoras en organismos públicos, interpelación pública y mediática a las autoridades del partido de Tigre, visibilización del negocio de Marygo única empresa que conserva para sí el monopolio del transporte desde y hasta la ciudad privada Nordelta. También, el conflicto dejó trascender otro aspecto preocupante: el estado local ha “respetado” la voluntad de los residentes de los barrios privados que se oponen al ingreso del transporte público urbano.
Sobre el piquete en Nordelta
La modalidad que adoptó la protesta fue un piquete, un corte de calle, una interrupción del tránsito en el acceso a la ciudad privada. En nuestra sociedad, los piquetes representan un modo controvertido de la protesta social y divide las preferencias sociales en relación a los modos “tolerables” de las demandas. El piquete nos transporta al clima de conflictividad de los años 90 y de la crisis del 2001; a los cortes de ruta, al movimiento de trabajadores desocupados, a uno de los repertorios de acción que mayor visibilidad tuvo en el contexto de los despidos, de la privatización de empresas de servicios públicos y de las tasas de desempleo de más de dos dígitos.
Las trabajadoras domésticas decidieron visibilizar la actitud del rechazo y el desprecio recibido a través de un piquete. Estas mujeres tuvieron que “poner el cuerpo” una vez más, juntar fuerzas, correr riesgos, transformar en una acción colectiva y al mismo tiempo política la humillación que sufren a diario individual y colectivamente. Esa acción se constituye en un antecedente en materia de demandas, derechos y obligaciones. Se inscribirá en la lista de las “resistencias cotidianas” a través de las cuales los trabajadores interpelan al poder, rechazan y se oponen al trato vejatorio; levantan la bandera del trato humanitario; desnudan la desigualdad en sus expresiones más insultantes. Esas resistencias cotidianas, al mismo tiempo, necesitan ser leídas en el contexto de una sociedad en el que las mujeres desde hace algunos años marchan y se expresan por el derecho a decidir sobre sus cuerpos; denuncian los femicidios; condenan las prácticas misóginas y los abusos de poder basados en la desigualdad de género. Todo ello sucede en el espacio público, en las instituciones públicas, pero fundamentalmente en las calles.
En el período 2004 – 2005 y en el marco de la investigación de mi tesis de maestría analicé los modos en que se desarrollaba el trabajo doméstico en las urbanizaciones privadas. Entre muchas otras urbanizaciones, me interesó particularmente el caso de Nordelta. Así es que entrevisté a mujeres trabajadoras del barrio Las Tunas, que limita con la ciudad privada. También pude entrevistar a mujeres que conformaban el Staff de la Fundación Nordelta, que en esa época estaba fuertemente abocada al trabajo social con los habitantes de Las Tunas. Sobre esa investigación quiero retomar tres aspectos para ponerlos en diálogo con los sucesos de estos días.
En primer lugar, recupero de las entrevistas que realicé a trabajadoras domésticas un segmento que pone de manifiesto condiciones de trabajo, uso del transporte y una relación particular. Estas expresiones corresponden a una trabajadora de 28 años que vivía en el Barrio Las Tunas y trabajaba en una casa de familia en Nordelta.
“¡Ah! Un día, porque nunca llegues tarde, ¡eh! (…) con la otra chica nos cubríamos entre las dos porque el problema mío fue siempre el colectivo, llegué ese día tarde y ella ya había preguntado si yo había llegado y Claudia le dijo que si, que yo estaba planchando, me pongo el delantal y salgo del cuarto de servicio y ella me pregunta qué estaba haciendo yo y yo le respondo que estaba planchando y ella entra rápidamente al cuarto de servicio y toca la plancha y me dice -¿Por qué mentís?, bueno, ahora en vez de quedarte hasta la una y media te quedás hasta las dos y media y me lavás el auto porque tengo que salir-”
En esos años, una imagen sacudía la vista al ingresar a la Ciudad privada Nordelta por el acceso de servicios: cientos de bicicletas de trabajadores dispuestas en filas. Por reglamento, las bicicletas debían quedar estacionadas en ese sitio por motivos estéticos y los trabajadores realizaban los recorridos a pie desde allí hacia su lugar de trabajo. La mujer joven que considera que su problema siempre fue el transporte, habita en estos días en las mujeres que realizaron el piquete. También alienta y le sostiene el pulso tembloroso a la trabajadora que filma su accidentado ascenso al servicio de transporte privado y exclusivo para los residentes de Nordelta.
En segundo lugar, retomo expresiones que una representante de la Fundación manifestara con relación a las actividades que desarrollaban con la del barrio Las Tunas y las personas inscriptas en la bolsa de trabajo que gestiona la Fundación:
“Había chicas que no habían terminado el secundario y que eran piqueteras porque les daban un plan, a cambio de participar en las actividades de la Clasista y Combativa, por ejemplo, también las extorsionaban con que si no participaban de las marchas y no hacían un aporte mensual cerraban los comedores y ellas se metían en eso porque, aunque sea, querían tener un plan. Bueno después cambiaron. Como de costumbre hay gente que a pesar de lo grave de la situación lo aprovecha y avanza y hay otros que se resisten. Algunos entraron a trabajar acá, les fue muy bien y otras se hicieron piqueteras (sonrisa)”.
Estas expresiones exceden a los residentes de las urbanizaciones privadas y se inscriben en un sentido común que movilizan las personas en contextos sociales muy diversos. Del mismo modo, la situación de abuso laboral que presentamos antes puede registrarse en ámbitos de trabajo doméstico diferentes. Sin embargo, aquello que subrayamos aquí es que el contexto profundamente asimétrico de poder y de clase que condensa la urbanización privada potencia la experiencia de desigualdad y daña los presupuestos de la igualdad de derechos.
De este modo, ese sentido común asocia a piqueteros y piqueteras con personas ajenas al trabajo y sujetos todos ellos a la manipulación política. Pero en el contexto profundamente asimétrico que constituye al espacio que genera la Fundación en su encuentro con los trabajadores, ese sentido común cobra también significados y expresiones contingentes. La asimetría de poder propia de la ciudad privada se debilita y se reconfigura en el espacio público. Así, 14 años más tarde, las trabajadoras domésticas de Nordelta, por unos largos e intensos minutos, esa mañana del 7 de noviembre fueron también piqueteras. Se paró, una treintena de ellas, en la puerta de acceso de esa ciudad e impidió el tránsito de los autos y del transporte que les niega el uso y cuya medida pareciera contar con un importante apoyo por parte de los residentes de esos barrios.
Por último, quiero destacar una actividad que promovía por aquellos tiempos la Fundación. Un taller de formación para trabajadoras domésticas que se desarrollaba en el Centro Conin cercano a Nordelta y a Las Tunas. Un primer eje hacía hincapié en los quehaceres domésticos que se realizan en una casa; el segundo, privilegiaba el abordaje de las relaciones personales, eje que se replicaba en otros talleres que se ofrecían en el marco de la bolsa de trabajo. Al finalizar el curso de un año de duración, las trabajadoras recibían un diploma en una ceremonia que contaba con los miembros de la Fundación. La coordinadora del eje de inserción laboral de la Institución lo explicaba de este modo:
“Son talleres sobre el trabajo, o sea, se trabajan las actitudes frente al trabajo, las actitudes proactivas, de poder hacerse cargo de qué lugar tiene uno en las cosas que le pasan en la vida, incluso, a veces, sobre la identidad, como temas muy básicos de reflexión y había gente que jamás había reflexionado sobre quién era ni qué quería hacer en su vida, y era un enorme descubrimiento.
Paradójicamente, uno de los objetivos que la Fundación ponía en práctica en relación a los trabajadores: “hacerse cargo de qué lugar tiene uno en las cosas que le pasan en la vida”, podríamos decir: se ha cumplido. Cuando las trabajadoras organizaron el piquete, se hicieron cargo de una, entre muchas causas más que encabezan la lista de problemas de los que se irán ocupando: agravios contra sus personas, desventajosas condiciones de trabajo y vulneración de sus derechos humanos y laborales.
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