Un viaje a El Pichanal, en la provincia de Salta, donde se encuentra la comunidad guaraní de Misión San Francisco. La lucha entre los saberes de los pueblos originarios y el avasallamiento cultural.
El cielo porteño permanece nublado, desde el río corre una brisa fresca, aun no desayuné y al bajar del taxi me tiento con la oferta de una café y una galleta criolla calentada a las brasas, que una muchacha ofrece en la vereda, a pocos metros de la entrada a la sala de embarque. En unos minutos, el lugar se puebla de trabajadores, trabajadoras y algún que otro tachero, que como yo han elegido la oferta de la economía popular, por sobre otras mucho más caras. El primer vuelo hacía a Salta desde Aeroparque, sale puntual a las 7 y 45 de la mañana, a más tardar en dos horas estaré en el aeropuerto Juan Miguel Martín de Güemes. El avión va con pasaje completo, sin zozobras por alguna turbulencia, el viaje es relajado. Al llegar, en el salón donde se recoge el equipaje, en una de las paredes un cartel digital indica, que la temperatura siendo las 9 y 45 de la mañana, en la capital salteña maraca los 30 grados, pero, aun no sé cuál será en Orán y sus alrededores, lugar hacia donde viajaremos con Nacho, Marcelo y Álvaro, mis guías y acompañantes, en ese viaje hacía El Pichanal, lugar donde se encuentra asentada la comunidad guaraní en Misión San Francisco. Nacho, es uno los técnicos de la Secretaría de Agricultura Familiar, Campesina e Indígena del Ministerio de Agricultura, Marcelo es fotógrafo y junto con Álvaro, quien produce mangos a unos 100 kilómetros de la capital, militan en el Movimiento Nacional Campesino Indígena El calor se vuelvo denso y el aire acondicionado mitiga un poco los efectos de la temperatura en ascenso, en la ruta nacional 53 que atraviesa parte de la provincia de Jujuy y también el latifundio del ingenio azucarero Ledesma, el feudo de los Blaquier y las fincas productoras de berenjenas y tomates. Poco antes de mediodía hacemos un alto en un parador para comprar agua fría y seguir viaje rumbo al norte.
Una hora y media después, cruzamos el torrentoso y amarronado río Bermejo donde algunos pescan y otros se adentran en las aguas buscando refrescar los cuerpos asolados. Decidimos almorzar en uno de los paradores, donde bajo las enramadas protectoras, se disponen varias mesas y se ofrece pacú, bagre, tararira o sábalo a la parrilla, provistos por los pescadores artesanales de la zona. Esta es la mejor opción gastronómica, para atemperar el calor infernal que, parece calcinar todo lo que yace bajo los rayos del sol. Álvaro y Jotapé, otro acompañante que se sumó al periplo por las yungas, caminan hasta la orilla del río, me dan ganas de acompañarlos, pero considero más razonable no exponerme a una insolación que sería funesta y además, una de las muchachas que atienden en el local, avanza con los platos servidos en la mano, entre el aire caliente que un ventilador revolotea en ese ámbito de luminosidad por momentos agobiante, donde la vivacidad adormecida de los comensales, es capaz de resistir y hacer frente a la temperatura del trópico y sus efectos acentuados por el cambio climático.
Antes de continuar el viaje, Nacho me aclara que en más o menos una hora, llegaremos a Misión San Francisco, donde tres curas franciscanos, Elvio, Guillermo y Roberto, contienen de algún modo y con mucho esfuerzo, a los miembros de la comunidad guaraní que viven en un asentamiento lindante a la iglesia. El aire acondicionado atenúa un poco los efectos del calor, pero si bajamos los vidrios, la temperatura calcinante obliga nuevamente a subirlos
Al salir de la ruta, entramos en una calle bastante ancha, donde proliferan los puestos donde se venden mangos, bananas y paltas y también tabaco, coca y bicarbonato. Al fondo, la calle se corta contra la edificación de la iglesia de estilo barroco colonial, damos un pequeño rodeo para llegar a los fondos del predio, allí además de una edificación de estilo medieval italiano, donde viven los curas, está instalado un vivero y una construcción de cemento donde funciona la cocina en la que Haydee Dionisia Cuellar y Nelly Evangelina López, dos mujeres guaraníes elaboran dulces artesanales. Son dos mujeres jóvenes y vivaces, una tiene 44 y la otra, 48 años, pero la vida les ha curtido el cuerpo, en la tarea dura de criar una 6 y la otra 8 hijos. Ambas se definen como dulceras, ya que fabrican mermeladas de mangos y arándanos, frutos con los que también elaboran jugos. Son ellas la que cuentan, mientras recorremos el lugar, que también en el predio funciona una carpintería, un taller de serigrafía, una panadería, que hay un taller para mujeres textileras y para otras que fabrican alpargatas. Tanto Haydee como Dionisia, coinciden en que es mejor trabajar de manera comunitaria y organizadamente, antes que ir a romperse el lomo a las fincas a cosechar tomates o berenjenas en jornadas extenuantes y por muy poca paga. Además –como dice Haydee- ya estamos viejas para ese trabajo.
Antes de ir a recorrer parte del asentamiento, donde por una subvención del Banco Interamericano de Desarrollo se está llevando adelante la construcción de 35 piezas, para mejoramiento habitacional, las dos me aclaran, que otra parte de la lucha que la comunidad lleva adelante en conjunto con los franciscanos y el MNCI, es la recuperación de la propia identidad, avasallada entre otras cosas por la pérdida del idioma guaraní, como aclara Dionisia: “Queremos que la escuela tenga maestros bilingües y que nuestros hijos recuperen la lengua que nosotras perdimos, porque nuestros padres eran discriminados si la hablaban delante de los blancos y la borraron de las escuelas y las familias, esa escuela nos perjudicó culturalmente”. Esto es algo que se repite en muchas comunidades originarias, no solo salteñas, el avasallamiento cultural se da a lo largo y ancho de todo el país y más cuando esas mismas comunidades son despojadas de sus territorios ancestrales, tal el caso de Misión San Francisco.
Caminamos unos metros hasta el asentamiento, con uno de los responsables de censar a las familias, para otorgarles una subvención para desarrollar mejoras habitacionales en el mismo. No dejan de asombrar las dimensiones de las piezas construidas, unas edificaciones de ladrillos de 3X3 con el techo de chapa y una ventana pequeña, donde cuesta imaginar un uso digno de las mismas. El muchacho me responde que: “No tuvimos más remedio que aceptar las condiciones del BID, porque al menos se generaban algunos puestos de trabajo temporario y la gente por aquí necesita tanto el trabajo como ganarse un ingreso”. Esa realidad, lleva a interrogarnos, sobre el uso de la pobreza que realizan los organismos internacionales, con recursos que camuflan actos caritativos, en lugar de acciones reales y concretas para aportar soluciones que mejoren la vida de las comunidades originarias, expuestas a todo tipo de marginación tanto económica como social.
El calor sigue siendo agobiante y ha llegado la hora de despedirnos de Haydee y de Dionisia, que nos esperan con una jarra de jugo de arándanos bien fresco, Nacho, les compra unas botellas junto con un algunos frascos de mermelada, Haydee me invita con un trozo de cabrito asado y además, me da una hoja, con la receta para preparar el dulce de mango y me dice: “Por si alguien en Buenos Aires quiere preparar, hay que compartir todos los saberes posibles”.
Mermelada de mango
Ingredientes:
1kilo de pulpa de mango.
300 grs. de azúcar.
1 cucharada de jugo de limón.
1 cucharadita de vainilla.
Preparación:
Poner la pulpa de los mangos en una cacerola, después de unos minutos de cocción, agregar el azúcar y después la cucharada de jugo de limón, revolver y agregar la vainilla. Cocinar a fuego lento durante 1 hora. Una vez frío envasar en frascos de vidrios, previamente esterilizados en agua caliente. Y a disfrutar del rico dulce casero de Dionisia y Haydee, dos mujeres luchadoras, capaces también, de la dignidad y la dulzura.
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