Así como es más fácil putear en las redes que en la calle -no es lo mismo que te bloqueen a que te rompan la cara-, más complicado es para un alma sensible desenvolverse en el glamoroso mundo del marketing, el centro exacto de la posverdad 2.0.

Si hay algo para reconocerle a la clase dominante, es la capacidad que tiene de inhibir nuestras más nobles convicciones y mantenerlas a raya en la clandestinidad.  Por más rebosantes que estemos de autoestima revolucionaria, de mística militante, por más que nuestro psicobolchómetro, peronómetro o populómetro esté a tope, muchos sufrimos el sentimiento culposo de saber que todo compromiso transformador, toda sensibilidad popular o grado máximo de empatía social, tiende a hacerse polvo cuando comprobamos que el verdulero boliviano de la vuelta, ese que nos caía bien porque fantaseábamos que había votado a Evo, escucha TN.

Allí estamos, con toda nuestra humanidad revolucionaria contenida, haciendo cola para comprar tomates y escuchando a Bonelli sin animarnos a despotricar en voz alta, reprimiendo un comentario sardónico acerca del precio de las bananas (¡que encima son importadas de Ecuador!) por miedo a desatar miradas cómplices entre verdulero y clientes, esas que nos hacen sentir todavía más excluidos del sentido común imperante.

En el mejor de los casos, temiendo esos gestos condescendientes de vecinos que te aprecian porque levantás la caca del perro de la vereda, pero te consideran “muy politizado”. O para peor, las muecas desdeñosas de quienes piensan que sos un “K golpista que milita hasta en la verdulería” y que no dudarían en denunciarte a la Gestapo si tuvieran la app instalada en el celular.

A medida que el desastre económico avanza, más expectativas tenemos de encontrar en esa cola alguna mirada cómplice o de reproche dirigida a la tele que pregona impune, desde las alturas de los cajones de acelga (remarcada) el relato oficialista.

La esperanza nunca se pierde, a gatas logras captar algún que otro resoplido o gesto vago de repugnancia, que bien puede ser por algún consejo de Mariana Fabiani para no prender la estufa o porque la lechuga está mustia.

Si este tipo de situaciones de la cotidianidad las trasladamos a espacios donde un desliz de este tipo te juega más que tener que cambiar de verdulería (¿o mudarte?), estas versiones modernas y light de macartismo se convierten en una herramienta letal que atenta contra la convivencia democrática, la libre expresión, un ascenso o la conservación de la fuente de trabajo.

En la clandestinidad

Toda esta situación de autocensura y clandestinidad nos enoja. Necesitamos descargar tanta impotencia, tanta furia contra los pregoneros del mundo del revés que para colmo de males nos estigmatizan. Qué mejor que canalizar la bronca en las redes, donde putear al prójimo tiene menos costo y efectos que en la vida real.  Porque no es lo mismo que te bloqueen a que te rompan la cara. Eso sí, en FB usamos un nombre de fantasía porque en las redes también controla, implacable, el ojo absoluto del statu quo.

Antes de continuar, vale una aclaración: más allá del tono jocoso, en la Macrilandia de hoy estar fuera del sistema o despotricar contra este gobierno es mucho más grave que ser tomado de punto en la verdulería o que te putee un taxista cuando le pedís que cambie la radio. Te pueden discriminar, encerrar, rajar del trabajo, excluir o matar, literal y concretamente. Pero esa es otra nota. En esta, tratamos de enfocarnos en aquello que alimenta la grieta (¡gran invento lanatesco!) penetrando sutilmente. Un goteo constante, casi imperceptible que cuando te quisiste acordar es un océano de post-verdades zonzas, berretas pero efectivas, que minan nuestra autoestima, nos hacen bajar la cabeza y actuar como si fuéramos miembros de Al Qaeda en lugar de sentirnos héroes de la resistencia garibaldina tarareando Bella Ciao.

Macri de visita en Globant.

Podemos patalear, protestar contra el sistema y quienes lo sustentan. Fantasear con sobrevivir sin transar vendiendo artesanías, denigrarnos en redes con los trolls y los no tan trolls. Burlarnos del “analfabetismo político” del otro, enajenarnos por la falta de compromiso o empatía, acusarlos simbólicamente de traición a la Patria. Convencernos de que su adhesión al régimen es porque tienen capacidades diferentes para empatizar con el prójimo. Saber que somos mejores moralmente siempre ayuda.

Así, nos aferramos tozudamente a nuestros valores, salvavidas psicológico que nos mantiene a flote en el mar de mierda.  “Pobre pero decente”, “Prefiero ganar menos que ser un trepador”, “Estoy quebrado, pero nunca le quedé debiendo un peso a nadie”, “Yo al menos puedo dormir por las noches”.  Lo que no podemos, es negar que ellos aparentan tener muchas menos contradicciones y que se la pasan mejor.  Difícil abstraerse de eso.

Ideología 2.0

Trabajar en marketing corporativo, no ayuda para nada a contrarrestar esta sensación. Cuando tu ámbito cotidiano está radicalmente disociado del prisma con el que analizás la vida y los modelos de éxito que sustentan tu pan de cada día tienen como referentes a personas que ideológicamente están en las antípodas, te pasan cosas como por ejemplo, sentirte obligado a mimar un aplauso cuando Marcos Galperín, sin ponerse colorado, dice ante un auditorio repleto de maestrandos, que él “ha logrado democratizar el dinero”.

Para aquellos a quienes les dé paja googlear, Galperín además de ser el presidente y dueño de Mercado Libre, es amigo personal del presi y un reconocido militante PRO (mejor dicho, adherente, ya que denominar a alguien “militante” en ese ámbito, es una herejía).

Galperín, la cabeza de Mercado libre.

Así como para los Galperín del mundo muchos de nosotros estamos seteados en modo populista, otros vienen con un chip incorporado que les permite moverse en el ecosistema actual como pez en el agua. Es como un súper poder que tienen. Una manera de ver la vida que camufla el individualismo, el exitismo chabacano que tanto nos revuelve el estómago y lo trasforma en una filosofía de vida cool, documentada en infinidad de capacitaciones, seminarios, post grados y manuales de auto superación:  tips de buenas prácticas para vivir con plenitud, fórmulas logarítmicas de alcanzar el éxito profesional a como dé lugar, couching ontológico de cómo garcar al de al lado y sentirse genial, KPIs (Google: indicador clave o medidor de desempeño) de cómo alcanzar la plenitud y recuperar el orgullo de pagar por ver el futbol.  Ojo que a ellos no los despiden de un laburo, sino que “cumplieron un ciclo”. No están en negro. Son cuentapropistas. No hacen changas, son emprendedores. No están desocupados. Están en un “año sabático”. No les aumentaron el salario por paritarias, los ascendieron por “mérito propio”.

Los unicornios de Macri

En la era digital, a los máximos exponentes de la nueva burguesía nacional empresarial (así les gusta llamarse entre sí y se jactan de ello) el mundo de los negocios los denomina “Unicornios”.

En nuestro país son 4: Mercado Libre, Globant, OLX y Despegar.com.  Todas empresas de tecnología e Internet, fundadas por argentinos, que valen más de US$ 1.000 millones cada una. Según el diario clarín -en la pluma de Sebastian Catalano, periodista especializado en tecnología- “su éxito puede resumirse en dos palabras, “oportunidad” y “cintura”. Ponele. Porque si seguís leyendo, enseguida aclara que en realidad el mayor logro fue “sobrevivir a la burbuja puntocom de finales de los 90 y sus coletazos”.

Opina el columnista sobre los unicornios: “No se subieron al carnaval de gasto desenfrenado de esos días, cuidaron sus millonarias inversiones y se focalizaron en crecer. Hicieron recortes –echaron empleados–, se regionalizaron y nunca bajaron los brazos. ¿Fue fácil? Para nada. En 2002, por caso, Despegar casi cierra porque no tenía fondos para seguir”.  (Si existiera una aplicación que subtitulara en modo progre, ahí donde dice “crecer” aparecería “generar más plusvalía”; en “recorte” y “casi cierra” diría “licuaron deuda”; en “regionalización”, evasión impositiva. Continúa el especializado Catalano haciéndose una serie de preguntas que se auto responde: “¿Qué tienen en común estos unicornios?, ¿se meten en política? ¿los otros empresarios los quieren?”.  No es difícil deducir que los admira y los considera los nuevos mentores del neocapitalismo, los Steve Jobs argentos, los Messi del emprendedurismo vernáculo. En este sentido, nos sigue contando entusiasta: “Hacían masters en EE.UU. a fines de los ‘90 cuanto fue el boom de Internet. Vinieron a la región a replicar esos éxitos online pioneros”.

Por si a esta altura no nos habíamos percatado, agrega: “Se llevan muy bien con Mauricio Macri.  Defienden sus políticas y no dudan en expresarlo. En general, todos coquetean con la actividad pública, pero no comulgan con cuestiones partidarias. ¿Se animarán en algún momento a ser funcionarios? Se van a retirar muy jóvenes, así que es posible”.

Especializarte en MKT (o marketing, más derechito) te lleva indefectiblemente a capacitarte y moverte en aquellos ámbitos corporativos y académicos que operan de semillero de la ideología dominante, donde interactúas en la vida real, con varios de estos “unicornios” nacionales ya que suelen dar conferencias, charlas y talleres en empresas y universidades privadas de elite.

Marcos Galperín es un asiduo. Low profile, con una imagen desestructurada, de empresario eficiente y exitoso, este otrora “joven” emprendedor y hoy multimillonario gurú de los negocios nativos digitales, luce moderno, provocador y es desinhibidamente pedante, tal cual se refleja en su cuenta de twitter, red a la cual es adicto confeso.

OLX, otro jugador importante.

Este defensor vehemente de la reforma laboral brasileña y autor de la célebre frase “vengo a democratizar el dinero” (una suerte de “vengo a proponerles un sueño” de la bicicleta financiera), para muchos acólitos representa una especie de Che Guevara que lucha contra el monopolio de las tarjetas de crédito y las tasas de interés de la banca en Argentina. Cuando expresa a su séquito de twitteros fans, con ese tono de rugbier relajado en un tercer tiempo, que “Es ridículo, no tiene ningún sentido que los bancos te cobren lo que te cobran”, uno siente que quizá es posible en un futuro, llegar a empoderar nuestra cuenta sueldo. Aunque después, la caga cuando agrega: “No hay un Amazon, un Google o un Facebook en el mundo financiero. Ni en la educación ni en la salud… todavía. Son industrias enormes totalmente reguladas y la regulación, al final, lo que hace es proteger a los jugadores establecidos.  Ok.  Hay que tener cara para comparar a la banca con la salud y la educación, pero en lo que se refiere a intereses cobrados, técnicamente tiene razón. Y a la razón, cuando hay guita, tasas de interés y desregulación de por medio, no hay con qué darle y más si te lo dice uno que es obscenamente rico y exitoso.

Tampoco da contradecir al líder espiritual de tus compañeros de Maestría cuando te invitan a tomar cerveza artesanal, pero todo tiene un límite. Los “populistas” no tendremos plata para la birra, pero tenemos sentimientos.

Pis y caca. El enmascarado no se rinde

Uno de los requisitos básicos para operar en la clandestinidad es escuchar más que hablar. Pero tampoco estamos hechos de piedra.  Por eso, cuando en mi camuflaje de maestranda me llegó el micrófono inalámbrico y tuve que hacerle algunas preguntas a Galperín, se reprodujo un dialogo más o menos así:

Camufada maestranda: ¿Qué sectores de nuestro país considerás más atrasados en su conversión de lo analógico a lo digital?

Unicornio Marcos Galperin: La salud y la educación

Camufada maestranda: ¿Por qué?

Unicornio Marcos Galperin: Por la misma razón que como país estuvimos 12 años fuera del mundo. Son sectores muy regulados, sindicalizados, que se resisten al cambio.

Ya no tan Camufada maestranda: ¿Pero no crees que todo cambio a nivel social, debe ser lo más inclusivo posible? ¿Un Estado no debe garantizar que “cambiar” no implique la pérdida de derechos de los ciudadanos, sus garantías, su nivel de vida? ¿Esa reconversión no debería hacerse con responsabilidad, humanismo, con justicia?

Unicornio Marcos Galperin: Querer parar el progreso, es como querer parar con la mano, un tren que viene de frente.

Aplausos de la audiencia.

Salirse del modo clandestino y pasar al modo combativo tiene su costo.  Esa frase tan marketinera, con mucho punch, dio por finalizado el intercambio y me dejó fuera de juego.

Pero lo importante del ejercicio no fue tanto buscar ganar una batalla de antemano perdida (lugar incorrecto, público incorrecto) sino poner a prueba la propia capacidad de confrontación y animarse a defender las convicciones. Plantar bandera. Avisar que en una Maestrìa tan high society, tan paqueta, tan PRO, también puede haber una Sarah O’ Connor, una integrante de la resistencia dispuesta a preguntarle al gurú lo incuestionable.

Detrás del Unicornio, en la pared era proyectada la siguiente imagen:

Ni yankys ni marxistas, publicistas

Inmersos en una batalla mucho más abarcativa, paragua, la cultural, quienes tenemos ideales inclusivos venimos perdiendo también la contienda del marketing político. Sin subestimar para nada la manipulación, los trolls, la post verdad y la mar en coche, incluso con la sospecha del retorno del “fraude patriótico” muy a tono con estos aires de Restauración conservadora del gobierno macrista, hay algo de este sentido común disparatado que tan mal nos trae, que anida, que penetra, que es impermeable a la argumentación, a la razón, a los tarifazos, la inflación, la inseguridad, la falta de justicia, las operetas baratas, los Panamá papers. Analizarlo, diagnosticarlo, investigarlo, conocerlo a fondo, es fundamental para poder combatirlo. Al menos, para poder contrarrestarlo.

Sabemos que quienes nos gobiernan no son, como nos vendieron, una derecha eficiente y moderna sino lo más rancio y corrupto de la oligarquía local reciclada gracias a las bondades, entre otras cosas, del marketing político del cual renegamos tanto. También sabemos que, si queremos entender más su lógica y los mecanismos de penetración sobre todo en las generaciones nativas digitales, es interesante saber manejar aquellas herramientas que ellos utilizan sin culpa. Conocer más de cerca a esta neo-burguesía empresarial que se autodenomina “Nacional” -aunque lo único que tengan de nacional es el DNI- también es importante, porque es una manera de entender los nuevos fundamentos de la ideología que la sustenta. La globalización, para estas compañías denominadas también “nativas digitales”, es al palo, porque sus algoritmos para el e-commerce no tienen frontera ni soberanía. Tampoco una regulación muy clara. Todavía.

Así como es necesario contar con especialistas en Economía para combatir el neo liberalismo, genetistas para argumentar a favor de la despenalización del aborto o empresarios que apuesten a un modelo nacional y popular, quizá los populistas, pogres y zurditos de hoy también necesitemos una lavada de cara. Más especialistas en marketing, comunicación digital, publicidad o en netnografía para llegar mejor con el mensaje.  Sin culpas, a cara descubierta y dándole de lleno y mejor al objetivo.

 

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