Una novela y un artículo periodístico de Umberto Eco ayudan a poner un poco de orden en el aparente caos de las teorías conspirativas sobre el coronavirus y la cuarentena que se escucharon el sábado alrededor del obelisco porteño.

El sábado a la tarde, mientras miraba de a ratos y distraído el zoológico montado en los alrededores del Obelisco, iba escuchando retazos de discursos (sí, aunque usted no lo crea, son discursos) que se referían a conspiraciones que podían ser coincidentes o contradictorias – o coincidentes y contradictorias a la vez en su propia lógica interna – en torno al coronavirus, la pandemia y la cuarentena autóctona.

En primer lugar, creo que nunca antes vi tanta gente reunida contra algo por razones tan diferentes e incluso opuestas: que Soros, que Bill Gates, que China, que el 5G, que la plutocracia, que el comunismo, que la sinarquía internacional, que la dictadura de los infectólogos, que el coronavirus no existe pero nació en un laboratorio asiático, que…

Foto: Raúl Ferrari / Télam.

Pensándolo un poco, además del repudio a la cuarentena que unió a sujetos de tan variopintas teorías, hubo otro punto en común: una visión conspirativa de la realidad.

No digo que las conspiraciones no existan, pero es imposible que sean tantas y todas con el mismo objetivo.

Y también pensé en la existencia posible de una única conspiración detrás de todas esas conspiraciones en apariencia tan diferentes entre sí.

Fue ahí que me acordé del bueno de Umberto Eco, maestro en esto de armar y desarmar tramas conspirativas en sus novelas.

En su maravillosa El Cementerio de Praga, publicada en 2010, Eco nos presenta al enigmático y desequilibrado capitán Simonini – y a su otro yo, producto de su locura en desarrollo, el abate Dalla Píccola -, un falsificador experto, creador de las más importantes teorías conspirativas del siglo XIX, a quien adjudica la original invención de Los Protocolos de los Sabios del Sión, gestados en una secreta reunión rabínica que sitúa durante una noche oscura en el cementerio que da el nombre a la novela.

Pero, para qué contar si se puede citar al propio Umberto narrando la génesis de la madre de todas las conspiraciones: “Al recopilar ese material, Simonini se daba cuenta de que era demasiado rico y demasiado amplio: un buen discurso del rabino que hubiera de impresionar a los católicos debía contener muchas alusiones al proyecto de pervertir las costumbres, y a lo mejor había que tomar de Gougenot des Mousseaux la idea de la superioridad física de los judíos, o de Brafmann la reglas para explotar a los cristianos a través de la usura. En cambio, los republicanos se verían turbados por las alusiones a una prensa cada vez más controlada, mientras que emprendedores y pequeños ahorradores, siempre desconfiados de los bancos (que ya la opinión pública consideraba patrimonio exclusivo de los judíos), sentirían que los judíos les revolvían sus dedos en la llaga con las alusiones a los planes económicos del judaísmo internacional”, escribe en el capítulo titulado, precisamente, Protocolos.

Y trascartón revela la estrategia de Simonini: “De ese modo, poco a poco, se le fue abriendo camino en la mente una idea que, él no lo sabía, era muy hebrea y cabalística. No tenía que preparar una escena única en el cementerio de Praga y un discurso único del rabino, sino distintos discursos, uno para el cura, el otro para el socialista, uno para los rusos, el otro para los franceses. Y no tenía que prefabricar los discursos: tenía que producir hojas separadas que, mezcladas de modo distinto, darían origen a uno o a otro discurso. Así él podría vender, a diferentes compradores, y según las necesidades de cada cual, el discurso apropiado”.

Foto: Raúl Ferrari / Télam.

La búsqueda de estas citas me llevó a leer de nuevo – y con renovado placer – buena parte de la novela, sin poder evitar que los retazos de discursos conspirativos pronunciados por los manifestantes anticuarentena en torno al obelisco siguieran rondándome.

Tanto que, en ese vaivén discursivo entre el cementerio de Praga y el obelisco de Buenos Aires, me fulminó el recuerdo de otra cita de Eco.

En un artículo de 2007 (Conspiraciones y tramas, recopilado en su libro De la estupidez a la locura- Crónicas para el futuro que nos espera), escribía:

“Consecuencia paradójica: detrás de cada falsa conspiración, quizás se oculte siempre la conspiración de alguien que tiene todo el interés de presentárnosla como verdadera”.

No hace falta demasiada sagacidad para descubrir quiénes son los interesados protagonistas de la conspiración real que fogonea el delirante abanico de conspiraciones falsas que hoy sirven para bombardear la política de aislamiento sanitario del gobierno frente a la pandemia de Covid-19.

Una conspiración que lleva desde el obelisco al cementerio.

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