Integraron las Brigadas del Café, allá por los comienzos del gobierno de Alfonsín. Y decidieron que era hora de reencontrarse con las viejas místicas y ponerlas en relación con las nuevas realidades. Un viaje que fue una forma de no renunciar a los ideales de siempre.

Si todo es corazón y rienda suelta

Y en las caras hay luz de mediodía,

si en una selva de armas juegan niños

y cada calle la ganó, la vida,

no estás en Asunción ni en Buenos Aires,

no te has equivocado de aeropuerto,

no se llama Santiago el fin de etapa,

su nombre es otro que Montevideo.

Viento de libertad fue tu piloto

Y brújula de pueblo te dio el norte,

Cuántas manos tendidas esperándote,

Cuántas mujeres, cuántos niños y hombres

Al fin alzando juntos el futuro,

Al fin transfigurados en sí mismos,

Mientras la larga noche de la infamia

Se pierde en el desprecio del olvido.

 Noticia para viajeros. Julio Cortázar

Es 1984, acaba de terminar la dictadura en la Argentina y un grupo de 120 jóvenes militantes coincide en un mismo fervor revolucionario. “Se ha prendido la hierba, dentro del continente, las fronteras se besan y se ponen ardientes”. Son integrantes de la Federación Juvenil Comunista, la Fede, y quieren encarnar el internacionalismo que han aprendido en su organización política. Desde no hace mucho,1979, Nicaragua protagoniza la revolución latinoamericana más joven, la sandinista, y ese centenar de muchachas y muchachos desea ser parte de ella, no parece tan imposible. Acá gobierna Alfonsín y en los Estados Unidos, Reagan. Entonces, enamorados de ese proceso transformador contra la injusticia social que también es pasión del compatriota Julio Cortázar, forman la Brigada de Café Libertador General San Martín y se van a la tierra de Sandino para participar en la cosecha.

Para el pueblo nicaragüense, sumido en una crisis económica y militar producto de años de guerra contra las fuerzas contrarrevolucionarias apoyadas por los Estados Unidos, son bienvenidas esas manos solidarias para colaborar y alivianar las imprescindibles labores agrarias que eviten una caída de la producción. Es que entonces muchos de quienes habitualmente hacen las tareas del campo están luchando en el frente de combate. La mano de obra campesina y local debe ser y es reemplazada por la de brigadistas de distintos países del mundo que se presentan para ayudar y contrarrestar el bestial aislamiento económico que sufre Nicaragua. La Brigada San Martín parte de Buenos Aires en enero de 1985 y resulta ser la delegación más numerosa de todas.

Sandino le da nombre al Frente Patriótico que propugna una revolución democrática. Ha sido llamado General de Hombres Libres por ser el líder de la resistencia de su país contra el ejército de ocupación de los Estados Unidos, en la primera mitad del siglo veinte. Fue asesinado por  orden de Anastasio Somoza, a traición. “Hablad en las plazas, en las universidades, en todas partes, de ese general de América que se llamó Augusto César Sandino. Usadlo contra el panamericanismo del silencio y que resuenen nuevas voces de juventudes alertas en las atalayas, pues la lucha de Sandino continúa”, escribió el escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias.

La iniciativa pacifista de la Fede de viajar a Nicaragua es demonizada por las fuerzas diplomáticas y los medios hegemónicos que hacen todo lo posible para que la misión no se concrete. Los llaman bolches, con desprecio. Los amenazan. Entre los jóvenes militantes hay más ganas que miedos, pero éste también existe. La insurgencia contra, apoyada por la CIA y financiada por el poder yanqui, no ahorra esfuerzos ni estrategias desde Honduras para acometer contra los nuevos aires nicaragüenses, perpetrando asesinatos e innumerables violaciones a los derechos humanos.

El viaje de los 120 se realiza y cambia para siempre la vida de aquellos jóvenes. El contexto es la lucha armada contra las fuerzas conservadoras del anterior gobierno tiránico de Anastasio Somoza, que se perpetuó en el poder por cuatro décadas. Y ocurre antes del gesto audaz y democratizador por el que el Frente Sandinista de Liberación convoca a elecciones libres para darle legitimidad institucional al cambio.

Treinta y un años después, cuatro de ellos deciden volver a recorrer la geografía de aquella historia que los hizo felices por el hecho de dar a un proyecto colectivo. Quieren, necesitan reencontrarse con los compañeros nicaragüenses con los que compartieron aquella experiencia revolucionaria. Y esa experiencia, esa búsqueda para descongelar el episodio del pasado, se convierte en un largometraje.

En una reunión de amigos, ex camaradas de la Fede y algún desconocido, Dimitrof “Chicho” Casanova Chávez expone en voz alta su deseo de volver a la tan violentamente dulce Nicaragua, la tierra de Ernesto Cardenal y Rubén Darío. Quiere hacerlo junto a los compañeros de la brigada de café con los que viajó en 1985. No será igual, pero será. Chicho, Claudia Cesaroni, Pablo “Pitu” Sposato y Marta Rosin vuelven a Nicaragua cincuentones, algunos ya son abuelos, aunque ellos le ponen la misma energía al proyecto que a los veintipico. El resultado: una experiencia intensa de amor y reencuentros y una película, Los 120, que testimonia ese regreso con imágenes del presente y de archivo. La dirige María Laura Vásquez, quien juega con los tiempos, articulando imágenes de los protagonistas de entonces y de ahora, iguales personas, similares y fortísimos sentimientos y convicción ideológica, los mismos escenarios. Lejos de un tono evocativo y melancólico, el filme muestra con emoción y alegría el valor de una experiencia colectiva con compromiso confrontada con un presente continental en el que se pretende imponer el individualismo. Los 120 puede verse a partir de hoy en el Cine Gaumont.

Los frijoles y el Hombre Nuevo

“En la concreción de ese deseo sentí que había una película por filmar”, cuenta María Laura Vásquez, la directora de Los 120, quien por azar -o no- estaba en la reunión en la que Chicho habló de su deseo de volver. “Era un regreso emotivo y dramático, había que registrarlo”. Supo además que había un documental con imágenes y sonidos de aquel primer viaje, lo que reforzó su decisión de filmar.

-¿Qué vas a hacer cuando seas grande?, le pregunta un periodista a un chiquito de tres, cuatro años, en medio de la selva.

-Sembrar frijoles, responde.

-¿Y para qué?

-Para comer.

Es uno de tantos fragmentos de realidad en blanco y negro que aparece en Los 120, registro de algún momento de entre tantos posibles, donde se evidencia la situación extrema en la que el pueblo nicaragüense padece un gobierno autoritario, atado al poder durante cuatro décadas: Somoza.

Vásquez nació en La Plata en 1976. Hizo más de veinte documentales entre Venezuela, Cuba (países donde vivió), Bolivia y Argentina. Trabajó junto a Oliver Stone en la investigación y recopilación de material de archivo para las películas Al sur de la frontera y Mi amigo Hugo. Escribió, dirigió y produjo varias series para los canales Encuentro, Paka Paka, TecTV, Telesur y en la producción de archivo y guion de varios films estrenados en salas cinematográficas. Entre sus documentales más importantes se destacan Cuando la brújula marcó el sur, Proyecto independencia, el espíritu libertario de un pueblo y su Chávez infinito.

Para los protagonistas, y es probable que los espectadores coincidan, hay algunos momentos impactantes en el filme, los puntos emotivos más altos: la movilización popular de festejos del aniversario de la revolución sandinista, el 19 de julio, en la que participan; el reencuentro de paisajes que recorrieron tres décadas atrás, desde Managua hacia Matagalpa: abrazarse con los compañeros nicas en el hotel de Matagalpa y compartir con ellos fotos de papel nunca vistas; volver a entrar a la Hacienda La Cumplida y encontrarse con Francisco, quien siendo muy joven los dirigía en el surco del café y conversar con una campesina muy viejita que se acordaba de su paso por allí.

“Hay días que no pueden ser peores”, dice en un pasaje Cesaroni. “La lluvia, juntar café con el impermeable roto, gente que se enferma o que dice que no puede más, tantas adversidades. Extrañás a la familia y la comida, pero hay que convocar al trabajo. ¿Cómo no vas a poder subir una montaña si otros compañeros mueren en la lucha contra los contras? Son momentos en que no resiste el cuerpo, me acuerdo de un compañero que tuvo que arrastrarme… pero está el Hombre Nuevo, él nos espera en la montaña”.

Ahora Vásquez se siente hermanada con la historia y el pueblo de tantos poetas y del narrador Sergio Ramírez, Premio Cervantes 2017, el paisito de 130 mil kilómetros cuadrados en el centro de Centroamérica que amó y sobre el que escribió el autor de Libro de Manuel, Historias de Cronopios y de Famas,  y Rayuela.

Hasta aquella reunión en una casa de Buenos Aires que fue el germen del proyecto, la directora sólo tenía una relación remota con Nicaragua, más intelectual, surgida de su interés por la historia de Latinoamérica y por sus revoluciones.
“En este tipo de acción solidaria internacional y mucho más cuando vas a un lugar atacado por contrarrevolucionarios financiados por EEUU, si no tenés el apoyo de tu familia es muy difícil”, dice Chicho. “Provengo de una familia de tres generaciones de militantes comunistas, así que se vivió con mucho orgullo el hecho de que uno de sus miembros fuera parte de la brigada. Mi papá organizaba charlas en el barrio donde explicaba qué íbamos a hacer en Nicaragua y mi mamá se peleaba con Alsogaray desde la columna de lectores del diario La Nación, por las barbaridades y mentiras que la derecha decía sobre nosotros”. Sociólogo, trabaja en un programa sobre violencia laboral del ex Ministerio (ahora Secretaría) de Trabajo, da charlas sobre el movimiento obrero para sindicatos, está en pareja con Patricia desde hace 30 años y sigue tocando la guitarra y cantando como toda su vida. Se retiró del PC en 1990 y hoy milita en la agrupación Nueva Comuna y en la Agrupación Verde y Blanca de ATE Capital.

Para Chicho, la experiencia de poner el cuerpo en aquella revolución “fue más que teoría, nos formó para toda la vida, fue el punto más alto de compromiso individual a un proyecto colectivo y además un acontecimiento muy importante para la época, le dimos visibilidad a lo que estaba ocurriendo y aportamos a la economía y a la lucha política de una revolución. Hicimos lo que debíamos, fuimos una generación que levantó las banderas de la construcción de un futuro mejor”. En cuanto al regreso, dice que “tenía expectativa de saber qué había producido en los compañeros nicaragüenses la presencia de los 120 porque nunca supimos qué les había ocurrido a ellos con la brigada, y fue muy lindo lo que nos contaron, lo verán en la película. Hoy la situación está difícil en toda América Latina, tenemos que entender que las desestabilizaciones de gobiernos que pretenden ser populares son nuevas, juegan actores, como los medios, que construyen a los buenos, Trump, Bolsonaro, etc, y a los malos, Lula, Cristina, Ortega. No digo que éstos son perfectos, cometen muchos errores. La situación en Nicaragua es confusa para nosotros, a 10 mil km de distancia”.

Treinta y un años después

Los 120 es una coproducción entre el INCAA y la Cinemateca de Nicaragua. El filme no evalúa ni a Ortega ni al proceso revolucionario nicaragüense, es un recorte de un momento en la década del 80 donde el amor y la solidaridad entre los pueblos nicaragüense y argentino llegan a su pico máximo con la ida de los 120 brigadistas. E “intenta transmitir que las construcciones colectivas solidarias siempre han sido y serán positivas entre los pueblos”, dice la documentalista Vásquez, quien ha puesto su mirada en distintos procesos emancipatorios en América Latina. De hecho,  ha vivido en Cuba, Bolivia y Venezuela.

Los 120 se filmó en 2016  durante un viaje muy conmovedor de ocho días para la realizadora y los protagonistas. “Fue muy fuerte conocer a los nicaragüenses que había visto en el archivo audiovisual y fotográfico y de los que me habían contado tanto. Un día nos encontramos con Francisco, el guía de los surcos de café del que había escuchado mil anécdotas y me tuve que sentar en el piso del camión a llorar. El camarógrafo tuvo que resolver la puesta solo porque yo no podía hablar. Después hubo una semana de filmación en Buenos Aires e incorporé material documental de noticieros de la época de la revolución y previa al triunfo del sandinismo. Aunque le hubiera gustado incluir la cotidianeidad de los protagonistas nicaragüenses, por un problema de tiempos, la directora tuvo que resignar la inclusión de la vida cotidiana de los protagonistas nicaragüenses. Con una historia dentro del cine político, Vázques espera “que el relato audiovisual emocione y disfrute desde lo narrativo y formal. Y que reavive militancias, dé a conocer la fantástica sensación que genera participar de un proyecto colectivo de transformación social y que vale la pena la solidaridad entre los pueblos”.

Otra de las brigadistas que protagoniza la película, Claudia Cesaroni, es abogada especializada en la protección de derechos de las personas privadas de libertad y, en particular, de los jóvenes presos condenados a prisión perpetua, de hecho milita activamente contra la baja de edad de punibilidad. Además de dar clases, escribe libros y tiene un hijo de 26 años y un nieto de 7, que viven en Cuba.

Cesaroni cuenta que para ella fue un orgullo y una enorme responsabilidad viajar la primera vez. “Yo era suplente, me habían encomendado en la organización formar la brigada pero no estaba primera para viajar y no imaginaba que podía llegar a ir, palpar la revolución de cerca. Cuando fui seleccionada sentí alegría y orgullo, fue una gloria para mí. Mi padre me expresó algunos temores sobre mi seguridad y me escribió cartas amorosas en las que ese temor luchaba con su orgullo de que estuviera allí”.

Antes de la decisión final del viaje hubo que organizar una suerte de campaña financiera y logar que cada militante reuniera 1000 dólares o su equivalente. Como así y todo no llegaban a cubrir los gastos del viaje, acudieron a Mercedes Sosa y Víctor Heredia que colaboraron dando recitales. “Yo no me acordaba pero siempre llevaba unos cuadernitos, una especie de diarios, en los que anotaba todo”, cuenta Cesaroni. “’Teníamos la opción de armar las brigadas con Juventudes Políticas, el Partido Intransigente o nosotros solos’, consta en una de mis libretitas. Finalmente, no recuerdo porqué se decidió que viajáramos solos”.

A volver, vamos a volver

En mayo de 2009, Pitu Sposato –otro de los viajeros de la primera vez- empezó a buscar info en internet y  abrió una página para que no quedara en el olvido la gesta de la brigada. Surgió la idea de juntarse, algo que ocurrió en noviembre de 2010. “Reconstruimos nuestros sentimientos, vivencias, nadie hablaba de su vida actual sino de aquello que habíamos compartido”. La experiencia de Nicaragua fue una bisagra en sus vidas. El recuerdo de René, Francisco, Franklin, y otros compañeros de allá, fue alimentando el deseo de volver. Miraron mapas, imaginaron itinerarios, evocaron el camino desde el aeropuerto de Managua hacia la Plaza de la Revolución. Y coincidieron: volver sería buscar, aunque temporariamente,  un refugio de emoción y energía frente a la oleada de la derecha.

“Volver a pisar las calles, los mismos lugares de hace 30 años, también nos daba incertidumbre e inquietud porque sería confrontarse con lo que hicimos en todos estos años”, recuerda Cesaroni.

Para la autora de los libros La vida como castigo y Masacre en el Pabellón Séptimo, entre otros, ser brigadista fue “una de las acciones más importantes que llevé adelante en mi vida. Puse a prueba mi fortaleza anímica, mis convicciones, mi formación militante. Además, me sentí parte de un colectivo (la Fede), y de algo mucho más amplio: el movimiento internacional de pueblos que luchan por su liberación”.

Esta vez no había como hace treinta y un años banderas rojas agitándose en el hall de Ezeiza pero ellos sentían resonar allí las voces de sus camaradas. Volver a viajar a Cesaroni le produjo una gran emoción. Fueron días de alegría pero también de extrañar mucho a Alfredo Jack, un compañero fallecido y a Leo Ambrosi. “Los tres andábamos siempre juntos, y cuando volvimos ya sabía de la muerte de Alfredo, y no había vuelto a ver a Leo, con quien me reencontré en febrero de este año”. También tomó real dimensión de lo difícil que es la situación actual de Nicaragua. “Es atacada por el imperialismo y padece una fractura social y política como la que vivimos todos los países latinoamericanos”.

Del último viaje, evoca la naturalidad que sintió durante la filmación y el reencuentro con Francisco, “el compañero nica que nos guiaba (y se burlaba un poco de nosotros) al grito de ‘argentinos, vamos que esto no es Paríssss’. Cuando lo vimos no podíamos creer que estuviera igual que hace 31 años. Se lo dijimos y nos contestó entre risas “¡es que no me casé!”

Aguarda el estreno con ansiedad y gran expectativa. “Espero que el resto de mis compañerxs brigadistas se emocione como nosotrxs, que quienes nos rodearon y rodean se sientan orgullosxs, y que quienes no conocen la historia la conozcan de primera mano. Ojalá la película abra caminos para que esta y otras historias de nuestras juventudes y nuestras militancias sirvan y se abran a nuevas experiencias”.

Resuenan los versos de Cardenal que escuchan estos sobrevivientes y que parecen escritos hoy, allá o aquí. “Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano ni delata a su compañero de colegio/ Bienaventurado el hombre que no lee los anuncios comerciales ni escucha sus radios ni creen en sus slogans/ Será como un árbol plantado junto a una fuente”.

Lo que transmite la película es que las construcciones colectivas solidarias siempre han sido y serán positivas entre los pueblos. Los 120, que nació hace cuatro años como un testimonio reivindicativo en otro contexto político nacional e internacional, tiene la potencia de un acto contra hegemónico contra el poder instalado, es un acto de resistencia.