Un censo oficial constató que por lo menos 112 personas –incluyendo niños – concurren diariamente al vertedero de Bariloche para llevarse restos de alimentos. Es el doble que en 2014 y una cantidad similar a la registrada durante la crisis del 2001.

Cómo se mide el éxito de una gestión municipal, provincial o nacional?, ¿cuánto dicen de las prioridades de un Gobierno los fríos números de las estadísticas y cuánto, en cambio, las historias personales de los sectores más vulneardos? En Bariloche, un dato central aporta una respuesta posible: en los últimos dos años se duplicó la cantidad de familias que diariamente comen de la basura en el vertedero municipal.

Ante la alarma de los vecinos por la presencia de menores en el vertedero, el Gobierno municipal de Gustavo Gennuso realizó hace seis meses un relevamiento social en el lugar, al que accedió En estos días. El resultado ratificó que la preocupación era fundada: se identificaron y registraron un total de 112 personas en el vertedero, lo que implica “un aumento de casi el 100 por ciento con respecto al último relevamiento del año 2014, en el que se registraron 58 personas”.

El número no incluye a los trabajadores de la Asociación de Recicladores Bariloche, ni a los niños, cuya presencia entre la basura indignó a los vecinos.

El vertedero municipal es en Bariloche un preciso pero desgarrador indicador del éxito o fracaso de las políticas macroeconómicas, sociales, y de la situación laboral en los barrios del sur de la ciudad.

En 2001, el ajuste, la flexibilización laboral y la recesión devinieron en desempleo, y empujaron a muchas familias a buscar alimentos en el predio.

En ese momento, desarrollaban “cotidianamente sus tareas (en el vertedero) alrededor de 100 personas”, cuantificó la psicóloga ambiental Elena Durón -esposa del hoy Intendente Gustavo Gennuso-, en un informe sobre su actuación en el basural. Eran hombres, mujeres y niños “cuyas edades fluctúan entre los 10 y los 80 años”, que “excavan en la basura en búsqueda de materiales de desecho con valor de comercialización, además de buscar residuos de comida que constituyen una fuente de alimentación”, describió.

En ese contexto, los recicladores se organizaron y, con el acompañamiento del Estado y organizaciones, conformaron la Asociación de Recicladores Bariloche (ARB), que desde el 2003 realiza una invalorable tarea y emplea a 67 trabajadores, transformando un recurso individual en una solución colectiva; fortaleza que les permitió lograr la planta de clasificación y mejores -aunque aún insuficientes- condiciones laborales. Durón, por su parte, creó la ONG Petisos, para trabajar con los niños del basural.

Relevamientos oficiales posteriores de la misma Municipalidad, mostraron una merma progresiva en la cantidad de familias -de la mano de la implementación de políticas nacionales de asistencia directa-, aunque nunca se logró erradicar la problemática: 86 personas (familias) en marzo del 2012 (entre ellos, cuatro mujeres embarazadas y 10 menores) y 58 en 2014, año en el que “no se observaron menores de edad en el predio”.

Pero esta favorable tendencia no sólo se revirtió en el último censo de 2017 -en el que se relevaron más familias que en 2001-, sino que Desarrollo Humano también corroboró la presencia de niños y censó a 13 personas que admitieron concurrir acompañadas por sus hijos.

Este retroceso que vulnera los derechos de los niños, niñas y adolescentes, contrasta con la postura que desde el ONGismo enarbolaba el actual Intendente, quien en septiembre del 2009, como presidente de la Fundación Gente Nueva, presentó en la Justicia una medida cautelar reclamando que se instrumenten las medidas “físicas y sociales” para impedir la presencia de niños en el basurero, a la que hizo lugar el Juzgado de Familia a cargo de la doctora Marcela Trillini.

Por aquel entonces, Gennuso, como referente de una Organización No Gubernamental, presionó al Estado para que soluciones la situación en el vertedero. Pero ahora, ya como jefe comunal, y después de 30 meses de gestión, sus políticas son también responsables de que los menores regresaron al basural.

Y ni siquiera logró el cerramiento del lugar para impedir el ingreso. “El acceso al predio no está restringido formalmente. No hay control estricto en la entrada y la salida de personas a pie y ni en vehículos”, sentencia el informe elaborado por el mismo Municipio, que el Ejecutivo no difundió, pero al que accedió En estos días.

Ese trabajo detalla que “algunos encuestados describieron la situación del vertedero como tierra de nadie” y que la mayoría de la gente que va a recolectar llega al manto de basura a través de las “múltiples vías de ingreso sin control alguno”.

Entre compactadores, topadoras y un sinnúmero de peligros deambulan los niños, mientras 112 mayores buscan el sustento dentro de las bolsas, sin importar el clima y a la intemperie.

El 55 por ciento de las personas que concurren tiene entre 17 y 36 años y un 8 por ciento es parte de la tercera edad. Son 61 hombres y 51 mujeres, provenientes en su mayoría de los barrios aledaños, pero también llegan desde la zona del cementerio municipal y otros puntos más distantes como el San Francisco o Virgen Misionera.

“Los camiones circulan y tiran los desechos en el mismo lugar en el que las personas están recolectando” y ellos se suben antes de que se detengan los vehículos, señalaron los técnicos para advertir sobre los riesgos para la salud de las personas y el nivel de desesperación por acceder a los desechos.

El 56 por ciento comenzó a acudir al basural en los últimos tres años, y entre ellos, el 37 por ciento durante el 2017. Un 24 por ciento lo hace desde hace más de 10 años. En orden de prioridad, recolectan ropa, alimentos destinados al consumo familiar (“viandas”, lácteos, embutidos, carnes, verduras, chocolate, bebidas alcohólicas, entre otros), metales, leña para calefacción y plástico. Los trabajadores sociales constataron, además, que 71 de ellos son beneficiarios de algún programa social, como la Asignación Universal por Hijo (39).

“Los trabajadores del basural están en condiciones de desigualdad con el resto de la sociedad: excluidos entre los excluidos, llegar al basurero implica llegar al escalón más bajo y lo que es peor aún, quedar colgado del mismo como expresión del límite más lejano al que un ser humano puede llegar cuando es arrasado por el resultado de las políticas socioeconómicas de este mundo globalizado”, reflexionó en 2003 el fallecido Trabajador Social e impulsor de la ARB, José Daniel Britos.

Quince años después, las políticas y sus resultados se repiten.