Desde hoy, 8 de diciembre, pa’lante se viene eso que llamamos “las fiestas” y que giran alrededor de la Navitidad de un tipo llamado Jesús que, si realmente existió, las historias sobre él dicen que enfrentó a los poderosos defendiendo a su pueblo.
Historiadores respetables, algunos bien ateos, admiten que existió un Jesús de Nazaret. Si fue hijo de dios o no, ya es otro tema. En cualquier caso, lo curioso es cómo, siendo Jesús de Nazaret, fue a nacer en Belén… Quisimos consultar a las dos únicas fuentes vivas (según la Iglesia Católica), pero no es tan sencillo: después de resucitar, Jesús cambió de domicilio y nadie le ha vuelto a ver el pelo. Y su mamá, la otra persona con vida de acuerdo con el dogma romano, hace tiempo fue elevada en cuerpo y alma a los cielos, sin necesidad de ningún OVNI.
Así las cosas, hay que buscar explicaciones más allá de los testigos directos. De los cuatro evangelios canónicos, sólo dos (Mateo y Lucas) traen detalles del nacimiento de Jesús. Lucas nos cuenta que el Arcángel Gabriel le realizó una visita doblemente embarazosa a María: le avisó que ella estaba esperando un hijo, y ella tuvo que explicarle el asunto a su esposo, José. Tengamos presente que, de acuerdo con la misma Iglesia Católica, la pareja no tenía relaciones sexuales. Imaginemos a continuación el diálogo: “Vení, viejo, sentate. Es largo de explicar. Resulta que…esteee…”.
Bueno, José aceptó las explicaciones de su joven esposa y el lugar que le tocaba a él en la historia: ser el padre putativo, es decir, el padre adoptado por el hijo. Sí, sí, aunque putativo suena raro, el hecho fue profusamente recogido por la iconografía cristiana. No por nada infinidad de antiguas imágenes del padre de Jesús llevaban la inscripción Sanctus Joseph P.P. (San José Padre Putativo). De allí que a los José se los llame Pepe.
Sea como sea, sigue sin respuesta el interrogante inicial: ¿Cómo es que, siendo de Nazaret, Jesús terminó naciendo en Belén? El evangelio de Lucas intenta explicar el hecho afirmando que el emperador Augusto dispuso un censo por el cual los hombres debían empadronarse en su ciudad natal. Bueno, el Pepe era originario de Belén. De modo que, según Lucas, sobre la fecha del parto, José y María hicieron un viaje de 120 kilómetros pa’ realizar un trámite…
Uno podría pensar, si se deja llevar por tal versión, que ya desde antaño la burocracia se encargaba de embromarle la vida a la gente. Por otra parte, parece chiste que el imperio romano, tan práctico, hubiese pensado un circuito administrativo tan chino. Sospechamos, entonces, que Lucas impostó el nacimiento en Belén para dar cumplimiento a una vieja profecía del Antiguo Testamento: “Pero tú, Belén, aunque eres la más pequeña entre todas las aldeas de Judá, tú me darás a Aquel que debe gobernar a Israel” (Miqueas 5,2).
La patraña del censo, por tanto, queda descartada de plano. La verdadera razón por la que Jesús fue a nacer en Belén es una: millones de villancicos no pueden estar equivocados. Nunca mejor dicho: te cantamos la justa. Y además está el tema de la métrica: ¿Se imagina “Vamos pastorcitos vamos a Nazaret que mañana es fiesta y pasado también”? Sobra una sílaba, clarísimo. Tema cerrado.
Dilucidada la cuestión del dónde, veamos ahora el asunto del cuándo. No sabemos la fecha exacta del nacimiento de Jesús, pero hay suficiente consenso de que fue entre 3 y 6 años antes de lo convenido. De lo que no hay ninguna duda es que lo del 25 de diciembre es un total bolazo. Los primeros cristianos ubicaron el natalicio de su dios de tal modo que coincidiese con unas fiestas muy populares entre los romanos, las saturnales, celebradas en honor al dios Saturno, padre de Júpiter. Ya vemos que Lucas no estaba solo en eso de amañar la realidad… Bien lo dijo Hegel: “Si mi teoría no concuerda con los hechos, tanto peor para los hechos”
En cuanto a las saturnales, estas eran, a su vez, una versión recauchutada del antiguo culto persa a Mitra. Mitra, asimismo, era una adaptación del culto al Sol Naciente, propio del solsticio de invierno en el hemisferio Norte que marca el comienzo de un nuevo ciclo vital. En América del Sur perduran nuestras propias versiones del mismo asunto: tanto el Inti Raymi de los antiguos incas como el Wüñoy Tripantu entre los mapuches coinciden con el solsticio invernal.
Digámoslo claro: la Iglesia primitiva transformó unas fiestas paganas (las saturnales) en una de las dos celebraciones centrales de su Fe: la Navidad (la otra es la Pascua). Con el correr de los siglos, la propia Navidad sufrió significativas mutaciones hasta perder, en buena medida, su sentido original. Pero esta vez el cambio fue en sentido inverso: la celebración volvió a ser, mayormente, una fiesta pagana. Si será así que Navidad se desdibuja junto a Año Nuevo bajo el común rótulo de “Las Fiestas”. Del niño de Belén/Nazaret, ni noticias.
El ejemplo más claro es muy sonoro: cuando llegue la medianoche del 24, atronarán petardos. ¿Se imaginan ustedes a los cuetes junto a un recién nacido? Demasiado desubicado… Y es que hubo un tiempo, irremediablemente pasado, en que la Navidad celebró a un dios humilde que eligió el destino de los humildes. Mutatis mutandis, la fecha se fue vaciando de significado, como ya había pasado con las saturnales y antes con la celebración a Mitra, y antes aún con el culto al Sol.
Así fue como tomamos prestado “el arbolito de Navidad” de rituales paganos germánicos. Siendo el pino lo único verde que quedaba al comenzar el invierno, dentro de las casas se guardaba una rama para no olvidar que la tierra fue, es y será fecunda. En cuanto a Santa Claus, ya nada en él nos recuerda a Nicolás de Bari, protector de los pueblos. Gracias a una arrolladora campaña publicitaria de la Coca Cola, desde 1931, aquel sabio obispo del siglo IV, ha sido trastocado por este repartidor de regalos que llegan en trineo, desde el Polo Norte. Un disparate…
Tradicionalmente, la Nochebuena era una fiesta sin regalos. Si no me cree, pregúnteme a mí. Ese asunto tenía que esperar hasta el 6 de enero, Fiesta de Reyes, o Epifanía del Señor. Y solamente los niños recibían algo. Si es que había. Pero en algún momento se perdió de vista que Jesús era pobre, que había asumido la causa de los pobres, y que sacó carpiendo a los mercaderes del templo, es decir, a quienes mezclaban religión y negocios.
Había que ser corajudo para animarse a eso, enfrentar a los poderosos. Jesús lo hizo. No importa si creemos en él o en otra cosa o en nada. Hubo un hombre que tomó partido por el pueblo y los jodidos del sistema. Como el Che, pero sin boina y sin balas, el Nazareno se jugó por la prostituta, el enfermo, el hambriento y el extranjero. Con ellos se juntó.
Volviendo a las saturnales, en aquellas antiguas celebraciones las autoridades atendían la mesa de los pobres. Lo hacían para no olvidar cuál era su función dentro de la comunidad: servir al pueblo. Algunos dirán que son cosas del pasado. Pero acá cerca, en un paisito, hubo una vez un presidente nos enseñó con su ejemplo que se puede servir al pueblo sin dejar de ser parte del pueblo. Se apellida Mujica y le dicen Pepe, como al padre de Jesús.
¿Querés recibir las novedades semanales de Socompa?
¨