La historia de un cartel pidiendo la aparición con vida de Santiago Maldonado y las garras de los odiadores seriales o un reflejo de la sociedad en que vivimos.

Es que duele mucho, sí. Pero ¿qué duele? Quiero decirlo brutalmente: mis hijas sonríen, crecen felices, vuelven a sonreír, la semana que viene o la otra haremos un asadito en la terraza de casa, subiré la guitarra, abriré una cerveza, veré el fuego hacer sus piruetas y también yo seré feliz y ya no dolerá.

Duele mucho, pero no sé cómo explicarlo. Y por eso escribo.

En la esquina de mi casa habíamos pegado un cartel con la cara de Santiago, sobre una columna de alumbrado. Le puse cinta de embalar en toda la hoja, para que no se mojara y durara más. Unos tres días después, vi que alguien había querido arrancar la imagen. ¿Alguien hubiese arrancado la foto de un perrito buscado? ¿La de un chico perdido? ¿La de un sospechoso de violación? ¿Qué arrancó el arrancador? ¿Qué motivó su furia? ¿Con quién compartió su hazaña?

Para empezar, me duele lo que le hicieron. Hablo del arrancador. Me duele lo que se dejó hacer, porque lo último que alguien pierde en medio del ataque es el instinto o la intención de defensa. Yo voy a levantar los brazos, aunque sea para cubrirme. Pero el arrancador lleva años dejándose golpear. Y no se queja. Me duele. ¿Le dolerá? Está también el golpeador, un odiador vocacional. Golpea y disfruta, lo goza, se alimenta de eso, se jacta de sus andanzas, se eleva, flota en su soberbia, reina desde su poder. Más que por la potencia de sus golpes, se lleva todos los premios por no dejar nunca de castigar. La constancia es la virtud del campeón. Eso me duele, ver al tipo bailotear sobre el ring y contemplar al rival con la guardia baja, contento porque lo fajan.

Al cartel lo pusimos antes de una de las marchas. Camino a la Plaza, nos cruzó un tipo y nos gritó “Che, ¿no tienen otra cosa que hacer?”. El preguntador nos preguntó a nosotros, ¿preguntará a alguien más? No es que tuviéramos muchas cosas que hacer, es cierto, pero al menos creíamos que había cosas más urgentes que otras. Y creer es también preguntarse. Solo que preguntados y el preguntador no preguntamos lo mismo. Porque el preguntador responde con su pregunta. Ergo, pregunta y responde. Monologa. Impone su libreto. Redacta los libros. Construye su Historia. Y ya no deja sitio para otra cosa. Eso me duele, que no haya espacio.

Así me voy a dormir. Cagado a palos y como sin aire. Hoy no se sueña nada bueno. Y eso también duele.