La cuestión de la “propiedad privada” martillada en estos días desde los medios hegemónicos deja en claro que para el discurso del poder existe o no existe dependiendo de quién se trate.
Hoy, cuando la derecha -no sólo en la Argentina – sale encarnizadamente a defender la propiedad privada, no siempre queda claro, si esta defensa es algo que contemple a toda la ciudadanía o por el contrario es sólo una defensa sectorial o corporativa. En una nota anterior realizada también para Socompa, quien escribe sostenía que en el discurso mediático y el de las derechas, el concepto de propiedad se tornaba sumamente relativo. Además, cuando a ellos les conviene hablan de propiedad privada sin importar cuáles fueron los medios que sus poseedores hicieron para tenerlas, mientras que en las operaciones de lawfare, no les importa meterse con ciertos propietarios, ya que consideran que ellos lo lograron mediante métodos ilegales.
Es interesante rastrear al respecto algunos ejemplos tanto literarios como cinematográficos. En la muy buena novela La Noche de la Usina, publicada en 2016, Eduardo Sacheri nos presenta una interesante trama en donde la propiedad privada se pone en tela de juicio. Paradójicamente la película La Odisea de los Giles (2019) basada en el libro de Sacheri y que fuera dirigida por Sebastián Borensztein, se encarga de que la trama cambie sustancialmente el concepto de propiedad esbozado en la novela. El malo tanto del libro como de la película, pasa a ser de un astuto especulador financiero –de esos que abundan, y que son los que defienden la propiedad privada- a un simple delincuente. Este pasaje es un argumento típico de cómo cambiar la significación en las operaciones mediáticas y jurídicas.
Mientras que la novela seguramente no debe ser aceptada por los rabiosos defensores de la propiedad privada que la tildarán como de izquierda, en la película se verá un cambio de perspectiva ideológica.
En vísperas de la crisis de 2001, un grupo de habitantes de un pueblo rural bonaerense decide organizarse para poner en marcha un proyecto de producción colectiva, utilizando las instalaciones abandonadas de un silo. Para tal efecto juntan entre todos, los ahorros que tenían en dólares y a pesar de eso no llegan a la suma necesaria para arrancar. Necesitaban un préstamo bancario. El gerente del banco les pide que saquen la suma que tenían en una caja de seguridad y la depositen en una cuenta corriente. Con ello, el préstamo les sería acordado casi de inmediato. El problema es que la operación se lleva a cabo un día antes de que se decrete el famoso corralito, y ese dinero quedase retenido hasta nuevo aviso.
El gerente sabiendo qué es lo que iría a ocurrir, hace que el banco, el mismo día que entró el dinero, le realice un préstamo a Fortunato Manzi, el empresario exitoso de la localidad. De esta forma Manzi tendrá la posibilidad de continuar haciendo negocios y el grupo quedará imposibilitado de llevar adelante su proyecto. Si bien la operación puede ser tildada de injusta, se realiza dentro de la legalidad. Posiblemente acciones por el estilo ocurrieron en la realidad y nunca nadie pudo enterarse públicamente de ello. Esta acción podría ser en pequeña escala uno de los modus operandi de la acumulación capitalista en los tiempos que corren. Si se lo ve legalmente, no hay delito. Se lo puede juzgar éticamente aunque nadie nunca se entera de que estas cosas ocurran asiduamente.
Manzi construirá una bóveda en el medio de un campo, para guardar periódicamente sus ganancias. Cuando los perjudicados descubren que el empresario guarda su dinero en ese escondite, deciden vengarse y llevar adelante un plan para recuperar lo que les fuera arrebatado por el corralito. La idea que plantean es quedarse nada más que con esa suma, y no todo lo que pueda haber en la bóveda. Todo esto coincide tanto en el libro como en la película.
La acción que el grupo llevará adelante -si se quiere- no es tan distante del accionar de los grupos guerrilleros en los ’70 cuando realizaban la denominada “recuperación revolucionaria” de los bienes que la burguesía les había expropiado a los obreros. Para la justicia esto será ilegal, aunque esas acciones tuvieran una gran aprobación popular. En el libro se plantea de la misma forma. El lector debe tomar partido independientemente de que eso sea legal o no.
Es probable que -aunque tratándose de ficción cueste decirlo-, un lector de derecha defienda la propiedad privada de Manzi como en la vida real lo hace con Vicentín o Papel Prensa. Los personajes que se ponen de acuerdo para la recuperación de los dólares, saben perfectamente que corren el riesgo de ir presos si fueran descubiertos. En el libro varias veces se lo preguntan entre ellos, si valía la pena hacerlo.
En la película el personaje interpretado por Luis Brandoni, un supuesto radical anarquista dirá: “Manzi es un delincuente, su plata no es de él”. Cuando uno escucha esa frase que no está en el libro la percepción de lo que ve cambia abruptamente. Si fuera así, la policía debería allanar la bóveda sin que el grupo se ponga en riesgo. Sería la solución acorde.
“Lo peor de todo es que Manzi no lo verá como un acto de justicia y crea que los que le sacaron la plata son tan hijos de puta como él”, dice el mismo personaje. Todo quedaría reducido así a un problema moral o ético cuando en verdad se juegan intereses materiales, por los que las leyes dan cuenta. Esto no está en el libro pero sí en la película. También en ésta la empleada de Manzi se entera del plan, cosa que hubiera arruinado todo, pero el muchacho por el que ella se entera confía en que ella actuará como planea el grupo, por haber entendido que eso era lo que estaba bien. En la trama de la novela que la chica se entere hubiera sido algo que seguramente hubiera arruinado el plan. De hecho en el libro ella nunca sabrá lo ocurrido.
Cuando los protagonistas de la novela deciden recuperar el dinero saben muy bien que se están metiendo con la propiedad privada de Manzi y por esta razón saben que si el plan falla irán a la cárcel y que ningún abogado defensor podrá exonerarlos. Si por el contrario se considera a Manzi como un delincuente, esa propiedad se relativiza. Esta lógica es la que se lleva adelante en las operaciones de lawfare. En el discurso mediático un Lázaro Báez –por ejemplo- no tiene propiedades, porque lo que tiene no le corresponde.
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