Un ministro que se disfraza de árbol, un presidente que habla de helados mientras centenares de miles de argentinos piden por la aparición con vida de Santiago Maldonado y la propuesta de dibujar una recta graduada entre los boludos alegres y los nabos peligrosos para saber dónde ubicarlos.
Un buen día, el ministro de Ambiente y Desarrollo Sustentable apareció vestido de árbol. Nadie se tomó el trabajo de defenderlo. Por unas horas, Internet fue una fiesta de burlas e insultos. “Son estúpidos”, dijeron algunos. “Ojo. No son boludos” respondieron otros: “están haciendo esto para tapar otra cosa. Mientras nosotros posteamos las fotos del rabino Sergio Bergman disfrazado del planta, ellos se mandan dos o tres medidas en contra nuestra.” La pregunta del millón es esta: ¿son muy tontos o son extremadamente astutos?
A la otra semana, a la misma hora en que la Plaza de Mayo se llenaba de gente para exigir que el gobierno se ponga las pilas y se ponga a buscar a Santiago Maldonado, el presidente de la Nación enviaba un mensaje de Facebook desde una heladería de Tucumán. (Mauricio Macri es proclive a visitar heladerías; es uno de sus sitios preferidos para “mostrar su lado humano”). En el posteo no hace alusión alguna a Santiago Maldonado. “En Tucumán visité Plaza Crema, la heladería de los hermanos Enrique y Roberto Espeche. Es la que más gustos tiene en todo el país (probé de remolacha, arroz con leche, mate cocido)”, nos contó. ¿Es una ingenuidad o una provocación? ¿Estamos ante una política comunicacional de sinvergüenzas o de caídos del catre?
Las teorías de la conspiración adquieren chapa en las redes sociales, donde las acciones del gobierno se analizan en tiempo real. “Lo peligroso es que mientras nosotros nos distraemos con estos episodios ellos planifican la próxima barbarie”, advierte alguien en Facebook. Las ideas de una conspiración son consoladoras porque en un mundo enquilombado nos brindan, al menos, la creencia en un orden. Es posible que las autoridades del gobierno -esas que inauguran subtrenmetrocletas y promueven agradeselfies- sean sujetos de una inteligencia mefistofélica. “Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él” aconseja un escritor, el guatemalteco Augusto Monterroso.
Estamos acostumbrados a reírnos de la liviandad del macrismo y a considerarla una expresión de estupidez. En el Twitter de la Casa Rosada el chofer del presidente nos explica cuándo le empezaron a gustar los perros y su jefe de correos nos anoticia de sus orígenes lituanos. No la subestimemos: la levedad es una de las propuestas que hace el escritor Italo Calvino para entrar en el siglo XXI. Y este es un gobierno que se jacta de ser leve. Una derecha descontracturada y canchera. El peronismo es sólido, pero el macrismo es líquido y corren tiempos líquidos. El peronismo le habla a un grupo de gente en una plaza. El macrismo le vende cosas que no existen a un grupo de gente que no está ahí. Quizás esta sea una de las claves de su éxito.
Entonces, ¿malos o tontos? Nos gusta imaginar que el enemigo es las dos cosas a la vez. Una mezcla de Erasmo y su Elogio a la Necedad con Maquiavelo y su Príncipe Inescrupuloso. ¿Se puede ser un gil hijo de puta? Algo así sería el rival soñado porque nos coloca, inmediatamente, en el lugar de los sabios y buenos. Pensemos más bien en grados de intensidad. Podemos dibujar una recta que conecte la estulticia con la malicia, para ubicarlos y ubicarnos en algún lugar de esa línea, del boludo alegre al nabo peligroso. O hacer un gráfico cartesiano en el que se crucen dos líneas (X = HIJAPUTEZ con Y = BOBERA) para descubrir cuál es el punto en el que se encuentran. Alejandro Dolina dijo alguna vez que “el mal tiene cara de estúpido.” Y que la estupidez incluye, además, una alta dosis de maldad.