La mirada aguda de un cubano comprometido con la Revolución sobre la crisis económica y social que hoy atraviesa la isla. Los factores externos e internos y las políticas gubernamentales que provocaron las protestas.

Los cubanos hablan mucho. Y además dan muchas vueltas para decir las cosas. La televisión cubana refleja muy bien la cubanidad. Allí hablan y hablan de la mañana a la noche. Por esa razón, yo no la miro. Pero lo cierto, es que todos los anuncios políticos y económicos importantes son dados a través de la televisión. Entonces, cuando algo importante pasa, al día siguiente leo Granma, Cubadebate o Juventud Rebelde, para enterarme de los anuncios oficiales. El lenguaje escrito es siempre más estructurado, conciso y escueto que la oralidad.

El pasado 1 de enero el gobierno cubano anunció un paquete muy importante de medidas económicas. El sábado 2 esas medidas se fueron aclarando y precisando. El domingo 3, leyendo la prensa y tomando el café de la mañana con mi compañera, le dije: “Amor, el gobierno enloqueció”. Ella levantó la vista con sorpresa, abrió muy grande sus ojos y me preguntó por qué decía eso. “Porque no se pueden subir los precios de la comida, la electricidad, el transporte y todo lo demás 5 veces, aunque aumentes los salarios 5 veces, si tienes un país donde sólo 3 millones de personas cobran un salario, 500.000 son cuentapropistas y pueden trasladar a sus precios el aumento del costo de vida, pero hay 3,5 millones son trabajadores informales o desempleados que no podrán hacer nada frente al aumento de precios, y pensar que el país no va a volar por los aires en 6 meses”.

Más tarde le escribí preocupado a los compañeros del Partido más cercanos que tengo y en un lenguaje más político les dije: “¿Tienen claro que de aquí a 6 meses habrá un estallido social fruto de estas medidas, porque además de padecer una escasez de alimentos y medicinas como no se veía desde el Periodo Especial de los 90s -por causas de larga data, la pandemia y la desaparición del turismo, el recrudecimiento del bloqueo, la enorme dependencia alimentaria y de materias primas- habrá 3,5 millones de cubanos que viven en la informalidad y el desempleo, que no tendrán para comer, porque habrán gastado todas sus reservas, habrán vendido todo lo que tenían para vender, habrán pedido prestado lo que podían y nada ya podrán hacer?”.

Los más desafiantes entre estos compañeros, me dijeron que yo no entendía a Cuba, que eso nunca pasaría aquí, que el gobierno implementaría ayudas para quienes estén en situación más desfavorecida, que la gente seguía confiando en la Revolución y que la Contrarrevolución no lograría ganar apoyo. De la forma lisa y llana que mi pensamiento ha adquirido con los años y la experiencia, les respondí que este no era un asunto de Revolución y Contrarrevolución. Que cuando la gente se va a la calle en el capitalismo, casi nunca lo hace por razones revolucionarias. Lo hace porque la está pasando muy mal. Y que en el socialismo o lo que sea que haya en Cuba, o había en la Unión Soviética y en Europa Oriental, es igual. Y ahora, una parte de los cubanos la pasaría muy mal.

Los más precavidos entre mis compañeros del Partido, tuvieron otra respuesta: “Ojalá eso no pase”.

Hoy miro el calendario y me asusto. Lo hago porque acerté. 6 meses y 11 días después, la gente se fue a la calle. Durante este período yo vi cómo el estado de ánimo a mi alrededor cambiaba. La primera semana de enero mis vecinos seguían con gran expectación los anuncios del gobierno. Las familias se reunían frente al televisor a mirar el Informativo Estelar o los programas especiales donde ministros y especialistas explicaban las medidas económicas a la población. De balcón a balcón, en los portales, en las colas, la gente se contaba qué habían escuchado, debatían, pensaban.

El 8 de enero dejé la isla con mucha tristeza. Dayana estaba ingresada en el Pediátrico de Marianao con una infección urinaria que arrastraba hacía ya tres meses. Al despedirme de ella lloré por dejarla en el hospital, pero no tenía más remedio que volver a Suiza por última vez.

Cuando regresé a La Habana el 31 de marzo, ya para quedarme a vivir, el ambiente había cambiado notablemente. La gente estaba angustiada, frustrada, enojada. Bebo, un camarada viejito de 81 años que lee y me pasa el Granma, me dijo: “Javi, estamos mal. Ya ni fumar puedo”. Yo entendí todo. Peor aún, de tanto en tanto escuchaba decir en el barrio: “Díaz Canel, singao”.

Luego vino la provocación de la gusanera, con el video musical “Patria y Vida”, en oposición a la consigna revolucionaria de “Patria o Muerte”. Y mierda, cada poco la escuchaba al caminar por el barrio. Hasta en una cola para una tienda una mañana, un muchacho la puso en su bocina de audio y se armó tremendo lío con los agentes de la PNR. Muchos defendieron al muchacho. Y no es que esté lleno de contrarrevolucionarios. No, para nada. Es que la gente está cansada, angustiada y enojada. No tengo idea si en barrios finos como El Vedado, Miramar o Siboney pasaban estas cosas. Pero donde yo vivo, en Santa Fe/Playa, en la periferia de La Habana, donde la ciudad termina en casitas precarias, luego de las cuales viene el campo, eso pasaba. Y no es extraño. Como es un barrio más pobre, más negro, más de mujeres solas con sus hijos, donde más gente vive en la informalidad y el desempleo, las medidas del 1 de enero golpeaban más fuerte aquí. Y me decía a mí mismo: “¿Cómo arriba no se dan cuenta de que esto va a estallar?”.

Foto: Horacio Paone.

No viene al caso aquí explicar todo el plan económico del 1 de enero. Pero sí es necesario indicar otros dos hechos claves para entender porqué la gente se fue a la calle el 11 de julio y los días subsiguientes. Junto con el aumento de precios, el 1 de enero se decidió fijar una tasa de cambio de 1 USD = 24 CUP (pesos cubanos). O sea, se multiplicaron los precios por 5, pero se mantuvo el dólar al mismo precio al que se encontraba ya para el público.

El asunto es que solo el 40% de las familias cubanas recibe al menos una remesa de dinero al año desde el exterior. Claro está, unos reciben mucho dinero, otros poco, otros excepcionalmente. Algunos tendrán además un salario, o un negocio privado, o serán trabajadores informales o serán desempleados y no tendrán nada más. Y en algunos casos, se tratará de familias numerosas, en otros casos de familias pequeñas y en muchos casos, de familias con mujeres solas a cargo de sus hijos. Sin duda el impacto debe haber sido desigual, pero en todos los casos significó que el poder de compra de las remesas que recibían se redujo 5 veces.

Se pueden mencionar factores que contrapesaron este resultado, como el hecho de que en el mercado negro se llegó a precios de 1 USD = 50 CUP y más. Que daban algo de respiro frente al alza de precios. O que se abrieron tiendas donde los precios están en dólares (en realidad están en MLC, Moneda Libremente Convertible, cuyo origen pueden ser los dólares, los euros, los francos suizos o cualquier tarjeta Visa o Mastercard) y por eso mismo no crecieron 5 veces como sí lo hicieron los precios en pesos. Estas tiendas que solo funcionan en MLC fueron una gran fuente de tensión entre la gente.

Primero, porque el 60% de las familias cubanas no recibe remesas desde el exterior y no tiene MLC para ir a comprar a esas tiendas. Segundo, porque los 3 millones de trabajadores del Estado cobran sus salarios en CUP, así que su dinero no sirve en las tiendas en MLC. Y tercero, el factor más enervante para la gente, las tiendas en CUP se vaciaron de productos, mientras que las tiendas en MLC estaban rebosantes de los mismos. ¿Acaso no es evidente que cosas como estas empujan a la gente a la calle?

Ahora bien, no hay que pensar que el interés desesperado del Estado por captar dólares carece de sentido. Para nada es así. Es muy racional. Pero toda racionalidad es limitada. Y esta lo fue mucho. Cuba padece, como todos los países de América Latina, la herencia colonial del monocultivo y que esta se extendiera hasta muy tarde. Cuando en 1991 la Unión Soviética se vino abajo y dejó de comprar el azúcar cubano, desapareció de un plumazo el 80-90% de las exportaciones del país. La economía se derrumbó y si no fuera por la Revolución y los comunistas, habríamos visto en la isla las escenas de hambre, pobreza y destrucción que vemos en el África subsahariana. Impedirlo fue su mayor proeza.

Pero luego de 30 años intentando cambiar su matriz productiva, el país sigue arrastrando una enorme dependencia alimentaria y de materias primas. En 2019 los datos de la balanza comercial de bienes son aterradores. Unos USD 10.000 millones de importaciones, frente a unos USD 2.500 millones de exportaciones. Es una proporción imposible.

En contraposición, el mayor invento cubano de estas décadas ha sido la exportación de servicios médicos. Mucho más exitoso que el turismo. No sé si se le ocurrió a Fidel, a Chávez o a alguien más. Los médicos, los enfermeros y los técnicos de la salud cubanos han salvado al país y hacen que aún funcione. Ellos aportan quizás USD 6 u 8.000 millones al año, que contrapesan el desequilibrio del comercio exterior.

Pero la desaparición del turismo como resultado de la pandemia fue un golpe terrible en 2020. Junto con los turistas, Cuba perdió unos USD 3.000 millones al año de ingresos. Fruto de la dependencia alimentaria del país, la isla importa el 80% de lo que comemos. Eso en 2019 era igual a unos USD 2.000 millones. Esto quiere decir que con el turismo desapareció 1,5 veces, todo el dinero necesario para importar comida al año.

Por eso la escasez actual de alimentos, medicinas y todo lo demás. El Estado no tiene los dólares necesarios para importarlos o para importar las materias primas requeridas para producirlos aquí. Y a esto hay que agregar el bloqueo yankee y los precios extra que debe pagar Cuba para importar cualquier cosa, fruto de la amenaza de sanciones de EEUU contra sus socios comerciales. Un bloqueo criminal que significa unos USD 5.000 millones al año.

Por eso el gobierno incrementó 5 veces los precios de todo y dejó la tasa de cambio a 1 USD = 24 CUP como estaba. Para captar 5 veces más dólares. Por eso se abrieron las tiendas en MLC. Para captar cada dólar usado en comprar una libra de arroz, con el fin de importar otra libra de arroz, para ponerla en la misma estantería. El gobierno no puede hacer nada con los pesos cubanos que vienen de las tiendas en CUP. No sirven para importar y reponer la comida que sale de esas tiendas.

Pero en este punto tal vez un economista iluminado tuvo una idea atroz. Reelaborar de manera perversa la teoría del derrame. ¿Por qué no vaciamos las tiendas en CUP y llenamos de mercadería las tiendas en MLC? Así captaremos más dólares todavía. Los que solo tienen pesos cubanos, no tendrán más remedio que comprarle las cosas a los que tienen dólares. Estos a su vez nos darán más dólares todavía, comprando para venderle a los otros. De esta forma, las mercaderías en MLC derramarían hacia quienes sólo tienen CUP. El problema es que estos últimos pagarán más caras aún las cosas. Y en una situación de escasez generalizada, pagarán 2, 3 y 4 veces el valor de la tienda.

El costo de la vida y la reducción de la capacidad de consumo se ampliaron en la misma proporción. Por ejemplo, una lata de cerveza Cristal en una tienda MLC cuesta 1,25 USD o 30 CUP. En la calle cuesta hoy 100 CUP o 4 USD. Está bien lo de captar dólares para importar comida, medicinas, petróleo y todo lo demás. Pero eran necesarios contrapesos sociales, que aseguraran ciertos mínimos a quienes no tienen dólares y viven en pesos, y sobre todo, a quienes no tienen un negocio privado o un salario.

Esos contrapesos brillaron por su ausencia. Uno de los momentos más tristes de estos meses para mí, fue cuando un ministro dijo como si nada: “La gente debe entender que en Cuba de ahora en adelante será muy difícil vivir sin trabajar”. Pero compadre, ¿dónde podrían hallar un trabajo los 3,5 millones que viven en la informalidad o el desempleo, si la economía está estancada fruto de causas de larga data, la pandemia y la desaparición del turismo, el recrudecimiento del bloqueo, la enorme dependencia alimentaria y de materias primas?

La mesa estaba servida para que la gente se fuera a la calle. Los yankees entendieron claramente la situación e hicieron lo posible por dificultar la llegada de dólares a la isla. Obligaron a Western Union a dejar de operar en el país y amenazaron con sanciones a las empresas que hacían transferencias a la isla. Muchas dejaron de hacerlo. El gobierno cubano más desesperado aún por captar dólares, retrasaba la entrega de las remesas a los beneficiarios para usarlas en pagar importaciones. Más empresas de transferencias dejaron de trabajar con la isla por esto. Al final ya casi no quedaba forma de que llegaran dólares al país, que no fuera a través de mulas y entonces el gobierno tenía menos dólares que captar para utilizar en sus importaciones.

A fines de junio, por razones que aún todavía no me cierran, el gobierno decidió que los bancos no aceptarían más depósitos de dólares en efectivo. La única forma de cargar las tarjetas de débito para comprar en las tiendas en MLC eran las transferencias y quienes tenían dólares en efectivo desde antes ya no podían hacer nada con ellos. Resultado, no había mucho que comprar en las tiendas en pesos cubanos y menos gente podía comprar en las tiendas en dólares. Las colas en las tiendas en MLC se redujeron.

La teoría perversa del derrame del economista iluminado también dejaba de funcionar. Y el golpe de gracia en el estado de ánimo de las masas, lo dio el incremento acelerado de los casos de Covid. Estos se dispararon por todo el país en las últimas dos semanas, y en particular lo hicieron en la Provincia de Matanzas, llegando a sus máximos históricos, poniendo al sistema de salud al límite y al país en mala posición.

El día que la gente se fue a la calle, yo estaba en la oficina de Etecsa de mi barrio, para comprar saldo con el fin de hablar y mandar SMSs, como si supiera que tumbarían la Internet. Éramos una decena de personas sentados en bancos frente a frente, haciendo cola, y el nerviosismo era palpable en la charla de todos con todos. Yo percibí incluso cierto pánico. Un señor decía que había visto con horror, fotos de gente muerta por Covid en los pasillos de un hospital de Matanzas. Una señora viejita contaba que los últimos días del mes pasado, hasta que ella y su esposo pudieron retirar los mandados de la libreta de racionamiento, se habían alimentado a pura agua con azúcar. Otro señor dijo que con Fidel las cosas que estaban pasando nunca hubieran pasado y que Cuba no volvería a ser la misma.

Pero hubo una señora que dio en el clavo, para entender porqué hubo gente que sintió que debía irse a la calle ese día. Sus palabras fueron: “Creo que el gobierno ha perdido el control de todo, del coronavirus, de la economía, de todo”.

Yo no pienso que eso sea correcto, pero esa es la percepción de muchos cubanos. La información que tenemos de las protestas, de su alcance geográfico y social, y de la lucha política en medio de las mismas, es muy limitada. A lo que hay que sumar las distorsiones que provienen de la guerra mediática contra Cuba.

Pero no puede hablarse de que todo voló por los aires ni de que hubo un estallido social, como yo dije más arriba. Anteayer cruzamos parte de La Habana para llevar a Dayana al pediátrico y la normalidad era absoluta en el hospital y en las calles. Ayer fuimos a la farmacia porque sacaban medicinas y para nuestra sorpresa hallamos el antibiótico que buscábamos. Luego fuimos a la tienda de 5a y 282, y después de la cola habitual, hicimos la compra. Y también para nuestra sorpresa, mi tarjeta Visa funcionó a pesar de seguir tumbada la Internet.

Con los días sabremos con mayor precisión el alcance de lo sucedido, pero la vida sigue su curso. Sin duda estas han sido las protestas más grandes que se han vivido desde la Revolución. Pero no es nada loco que haya gente que proteste cuando todo está pa’ la pinga. Hay que quitarle dramatismo al asunto. Hay que darle su justo lugar. El tiempo dirá si la Revolución se repone de estas protestas y las que vengan, aprende las lecciones o sucumbe ante ellas.

Deseo con todo mi corazón que la Revolución no se venga abajo. Si esto ocurre, Cuba se convertirá en Haití en cuestión de semanas o meses. No en Miami, como promete la gusanera. Y para mi tristeza personal, mi barrio de Santa fe se convertirá en un lugar insufriblemente pobre y violento. Como todas las periferias de las ciudades Latinoamericanas hoy en día…

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