Lo dicho tantas veces en Socompa reaparece en este texto: la bronca, la angustia, el bajón, también el odio generado, son hechos políticos de estos años. Una mirada amorosa sobre el tema.
Una noche después de su festejo de casorio le escribo por uasap a M, el novio: “Hace meses me propuse escribir una columna sobre el Odio. Pasaron los meses y lo que pensé que me iba a resultar fácil no terminaba de fluir. Me di cuenta que, así como me resultaba fascinante, no quería ni podía escribir sobre el asunto que había propuesto… En todo caso, descubrí que mi propuesta había surgido de la angustia de ver lo que está pasando a mi alrededor, que en realidad mi pregunta era cómo plantarle resistencia a tanto odio que circula. Algo cursi, decidí entonces que el camino era en realidad escribir sobre el Amor, sobre cómo se construye desde el Amor…
“Fui sumando ejemplos hermosos como posibles puntos de partida, pero fue ayer que encontré la respuesta a sobre qué escribir”.
Una noche atrás, es sábado por la noche de un marzo que ya adivina el otoño que se viene y con B estamos en la celebración del casamiento de M y M. Un salón multiuso convertido en iglesia[1], donde la religión es la risa y el abrazo. Dos personas capaces de construir una hermosa pompa de jabón donde el tiempo baila y se suspende.
La cuestión sucede en un club de barrio. La noche musical alterna tango con cachengue y el despipiole combina el pogo de Los Redondos con corridas colectivas de casamiento judío o italiano. Normalmente, es el novio quien estoy acostumbrado que agarre el micrófono y le de pa’ que tenga. Esta noche, es la novia. Niñxs corretean por entre las parejas que bailan o, al momento del bardo, se van a jugar a la cancha de fútbol cinco fuera del salón.
La ceremonia donde lxs novixs se prometen el uno a la otra la introduce un bombo tocando el Ave María y luego la ofician los amigos R y G en la forma de algunos de sus maravillosos personajes travestidos. R, de hecho, viene de atravesar un momento muy delicado de salud pero ahí está como sacerdotisa reluciente riendo y haciendo reír. En vez de arroz, en el SUM del club llueve el grito colectivo de “¡Hijx de puta!” para vitorear la nueva unión marital. Suena un conocido y dulce vals de Osvaldo Pugliese, y todxs tararean la melodía… Repentinamente, un coro de 300 personas envuelve a lxs novixs. Como si fuera en un fundido encadenado, al terminarse los últimos fotogramas del abrazo del vals ingresa un furibundo acordeón seguido inmediatamente por un rabioso violín (se sumará luego un contrabajo).
Desde que vi a lxs novixs convertirse en pareja, lo que vi una y otra vez fue complicidad de la buena, de esa donde 1+1 da lo que ellxs quieran porque pareciera que no hay límites para lo que pueden crear juntos. La ceremonia es ceremonia porque, de alguna manera todxs (algunxs, por mayor proximidad afectiva a lxs novixs, más que otrxs) estamos incluidxs y somos parte del camino transitado. La fiesta toda es entonces liturgia, arrobada por empanadas, bondiola, vino, cerveza y bebidas varias.
Los Odios
“Cuando el hacha entra en el bosque, los árboles dicen: ¡Mira, el mango es uno de los nuestros!”
John Berger, Una vez en Europa
El Amor no vence al Odio, porque ambos son parte inherente de nuestro Dr Jekyll y Mr Hyde. El Odio está ahí, siempre, como posibilidad y capacidad. Pero no es algo dado. Como el Amor, se construye. Como el Amor, el Odio no es sólo intención o palabras, sino una práctica cotidiana tanto individual como colectiva. Como todo en la vida es político, el Amor y el Odio también lo son; son una manera de ser y hacer. Por eso no todo es igual; no es lo mismo construir apelando al Amor que apelando al Odio.
No todos los Odios son iguales. Están aquellos que nacen del dolor, de la violencia. Están los que nacen del miedo y la ignorancia. Están los que son el resultado de la violencia de la desigualdad. La posibilidad de razonar nos brinda la opción de poder aprender y encontrar nuevos cursos de acción para que la violencia y el miedo no generen meramente más de lo mismo. Construir desde el Odio, si apelamos a la historia, ha determinado siempre apuntar a un culpable de nuestro dolor o nuestra infelicidad para exterminarlo (literal o metafóricamente).
Las derechas modernas apelan, como siempre, al individualismo a ultranza tiñéndolo a través de vocerxs varixs de justificaciones racionales y de marketing cool con aparentes buenos modales. Pese a que el packaging varía, el resultado es de todos modos el mismo: todxs contra todxs, que deviene como es usual en mayor precarización, mayor violencia entre pares y concentración de la riqueza en pocas manos. Se habla de respetar la diversidad de opiniones, pero la realidad es que la derecha tarde o temprano busca la supresión de la Otredad.
Para muchxs, vivir desde el Odio -o, a lo sumo, desde el no hacerlo enojar- se ha naturalizado tanto que parece lo evidente. “Esto ha sido siempre así y así siempre será, no hay con qué darle”, dicen tantxs. “El mundo fue y será una porquería, ya lo sé”, tangueaba en Cambalache el mismo Discepolín que después remataba en Yira Yira “Verás que todo es mentira, verás que nada es amor. Verás que al mundo nada le importa”.
Escribo esto en un contexto donde aumenta todo (incluido el desempleo) y el salario cada vez alcanza para menos, donde a la oposición se le inventan causas, donde a lxs artesanxs y a lxs jubiladxs lxs faja la cana, donde lxs violentxs dicen que la culpa es de la víctima, donde en menos de un mes dos pendejas de menos de 13 años fueron violadas y forzadas a parir (sólo para no permitirles interrumpir el embarazo y “salvar las dos vidas”; ambas bebas prematuras fallecieron a la semana); mierda para enumerar no falta. Destrucción de todos los colores y sabores abunda en el presente y ni que te cuento si miramos el registro histórico, por lo cual es en cierto punto entendible adoptar esta mirada.
Y así y todo, sin embargo…
El Carnaval
El carnaval ha sido a lo largo de la historia el momento en que las reglas se trastocan, cuando el arriba puede ser abajo y viceversa, donde la máscara permite jugar a ser otrx. El mundo cotidiano impone reglas muchas veces crueles y el carnaval está ahí para decir que esas reglas no son eternas, que el mundo siempre puede ser otro. La fiesta, cuando no es entendida como reviente, es ese lugar en el tiempo y en el espacio que nos transforma y nos libera (para poder ser más nosotrxs mismxs, para poder ser con otrxs). Una película, una performance, un libro, bailar, actuar, pueden ser ese instante de fiesta. A veces, una celebración también puede ser fiesta y no por nada todos los autoritarismos la han querido prohibir y borrar de la memoria.
Durante el casorio muchas veces miro en derredor y veo carnaval. Veo diversidad de cuerpos y de deseos. Veo que el tiempo fluye y no hay impostaciones, no hay un deber ser ni para lxs novixs ni para lxs asistentes al jolgorio. Que cada unx use la máscara que quiere o se despoje de las que no quiere. M y M han organizado un carnaval y lxs asistentes lo han hecho propio. No es “festejemos, que se acaba el mundo” sino “festejemos para que no se acabe”. Brindar y soltar la carcajada no por indiferencia a todo lo que ocurre, sino por todo lo contrario.
Entre copa y copa medito (embeberse y bailotear no eliminan la posibilidad de rumiar ideas) sobre que yo no hubiera sido capaz de armar algo así, pero que me siento afortunado de tener cerca a gente que sí. Porque no se trata de pensar inocentemente que porque nos reímos unas horas compartiendo una pista de baile o una copa de vino somos hermanxs inseparables ni que si el día de mañana me caigo vendrán todxs corriendo a socorrerme. No se trata de eso. Es, en cambio, que separadxs y diferentes estamos de todas maneras juntxs.
Escribiendo, viene a mi memoria (como lo hace cada tanto) la escena final de “El hombre de la mancha”, el musical de los ‘70s que yo vi en su versión cinematográfica con Peter O’Toole como Don Quijote. El Quijote y su mundo de fantasía, que se viene abajo cuando es enfrentado por el Caballero de los Espejos. Quijote, a quien todxs tratan de loco porque se cree héroe, que ve en la prostituta Aldonza a su doncella Dulcinea y en Sancho a un fiel y noble escudero. Cuando Quijote –curado y devuelto a la realidad– yace en su lecho mortuorio y Sancho y Aldonza abandonan la hacienda del viejo, Sancho se despide como quien da por cerrada una historia “Adios, Aldonza”, a lo que ella responde “Aldonza, no. Dulcinea”. Porque no se puede esperar para crear otros mundos posibles a que no existan más caballeros de los espejos, sino que es a pesar de ellos que lo hacemos.
Mientras con B volvemos abrazadxs en el colectivo ya casi clareando el domingo pienso -quizás de manera no demasiado original- que la felicidad y el amor son un hecho político poderoso cuando nos hacen cómplices, compañerxs y partícipes.
En épocas de miseria humana, animarse a construir risas y sonrisas que sanan es todo un acto de resistencia.
[1]Recordemos que iglesia viene del griego eklesia, que significa “asamblea”
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