Un encuentro, después de votar, en la puerta de una escuela de La Boca y un diálogo que, quizás de manera infructuosa, busca encontrar la verdadera naturaleza de la grieta que separa a dos clases de argentinos.

Ya votó, Cecchini?, me ataja el tipo en la puerta de la escuela y la mañana se me nubla de repente. El tipo es Argañaraz y pensaba no encontrarlo, pero él siempre sabe dónde y cuándo encontrarme a mí, como si fuera mi otro yo. Son las diez de la mañana y el viaje para votar en la Escuela “Pedro de Mendoza” de La Boca me había puesto de buen humor, ese que justo se me acaba de ir.

¿Qué quiere, Argañaraz?, le retruco, cortante (he explicado más de una vez que a Argañaraz siempre lo trato de usted, para mantener la distancia, porque a veces mi peor costado termina confundiéndose con él).

Como de costumbre, Argañaraz hace caso omiso de mi fastidio y sigue en la suya, que es interpelarme.

Por lo menos en La Boca no hay gendarmes custodiando las urnas, me dice, le toca a Prefectura, que es menos desagradable.

¿Ajá? ¿Y cuál es la diferencia?, le pregunto mientras cruzo Pedro de Mendoza para llegar a la ribera del Riachuelo, donde está la vereda del sol.

¡Vamos, Cecchini, no se me haga el sota!, me dice. Me contó un pajarito que hace un par de días que está juntando material para escribir la historia criminal de la Gendarmería. Es más, sigue diciendo mientras enciendo un Gitane negro, sin filtro, de los que me trajo mi amigo Alberto Elizalde Leal de su última incursión europea. Es más, repite, sé que estuvo leyendo sobre la masacre de los pilagá en 1947 por orden del viejo general mentiroso, y sobre los asesinatos masivos de los indios nivaclé que trabajaban en el Ingenio Ledesma, para no pagarles los jornales; y sobre los gendarmes en los grupos de tareas de la dictadura. Estuvo leyendo sobre todo eso, así que no se me haga el sota, que no lo voy a deschavar.

No le contesto y sigo caminando por la costanera hacia el trasbordador. El sol se refleja sobre las aguas sucias del Riachuelo, a las que tengo ganas de empujar a Argañaraz. Pero, claro, no lo hago.

¿Quiere que conversemos de otra cosa?, me dice.

¿De qué?, le digo.

De la grieta, por ejemplo, me dice. Es una charla ideal para un día de elecciones.

No me venga con la grieta, Argañaraz, es un término demasiado difuso, le digo.

No es difuso, Cecchini, me dice. Lo que pasa es que se disfraza: peronismo – antiperonismo, kirchnerismo – antikirchnerismo, el Burro y la Yegua… Así se manifiesta, pero es otra cosa.

Claro, le digo, y ahora me va a venir con que se trata de burguesía o proletariado, que la grieta la abre la lucha de clases… No sea esquemático, Argañaraz.

No le iba a decir eso, Cecchini, me dice. Pero ya que me cortó con sus prejuicios cuando iba a decirle otra cosa, dígame qué es la grieta para usted.

Ya le dije, Argañaraz, es algo difuso, le digo y hago una pausa para prender otro cigarrillo, que el tipo tiene la virtud de alterarme los nervios. Si me apura, le digo después, yo le diría que la grieta es producto de un cóctel ideológico, emocional y cultural…

Ya sé para dónde va, me interrumpe, pero yo se la voy a poner más fácil. La grieta es una cuestión de autopercepciones, de necesidades de pertenencia. Es entre los que se sienten “gente como uno” y los demás.

Pero…

No me interrumpa, me dice. Eso se manifiesta de diferentes maneras, que van cambiando según la situación.

A ver, le digo.

Hoy, si quiere un ejemplo, se da entre los que se conmueven con la muerte de Santiago Maldonado y los que, del otro lado, les importa un carajo que un pibe haya desaparecido cuando la Gendarmería reprimía ilegalmente y que haya aparecido muerto ochenta días después.

Mientras Argañaraz dice lo que dice, me viene a la cabeza que el 13 de agosto, cuando voté en las PASO, en esta misma escuela de La Boca, Santiago Maldonado estaba desaparecido y que ahora está muerto. Entonces le digo:

Entre los que piensan que Maldonado fue desaparecido por el Estado y los que dicen que algo habrá hecho, que por algo será… los que decían que estaba en Chile, que era un terrorista mapuche entrenado por los kurdos, qué bien merecido lo tiene por meterse donde no lo llamaron… y que dicen que se dejen de joder con el asunto, que lo usan para joder al gobierno…

¿Sabe por qué piensan así?, me corta Argañaraz.

¿Por qué?, le pregunto.

Porque creen que esas cosas les pasan a los demás, que nunca le van a pasar a la “gente como uno”… hasta que les pasa. En fin, alienados, Cecchini, alienados.

Me quedó mirando las aguas oscuras del Riachuelo, con ganas de encender otro cigarrillo, pero mejor no.

Hoy por lo menos vamos a saber algo, me dice Argañaraz.

Sí, claro, le digo. Hoy, mañana o pasado vamos a conocer el resultado de las elecciones.

No, algo sobre la grieta, me dice.

¿Qué, Argañaraz?

Vamos a saber cuántos argentinos son capaces de votar a un gobierno que desaparece a un compatriota. Vamos a saber cuántos hay de un lado y del otro de la grieta. Eso, Cecchini, eso es lo que vamos a saber.