El neoliberalismo salió con los tapones de punta a tratar de revertir, con Bolsonaro a la cabeza y por cualquier medio,  las crisis y derrotas electorales en esta parte del mundo. En la Argentina, la cosa tiene sus matices, pero todo parece indicar que se prepara una ofensiva contra Alberto con los viejos recursos de las acusaciones de corrupción y el apriete económico.

Lo ocurrido en Bolivia indica que los neoliberales de esta parte del mundo no están digiriendo con facilidad sus crisis y derrotas electorales.

Veamos, Piñera reaccionó primero a las manifestaciones prometiendo cambios políticos que terminaron en un agudizamiento de la represión. Entre nosotros, Macri dilapidó las reservas del Banco Central para tratar de garantizarse un ballotage, decisión que le dejó un desastre económico todavía peor a Alberto Fernández. En Bolivia, primero la policía se declaró en rebeldía. Y enseguida de eso, el pedido de renuncia por parte de las fuerzas armadas, marcando un retorno de la política de los golpes de Estado.

Por su parte, en Uruguay, todo el espectro político opositor, sin excepciones, llamó a votar contra el Frente Amplio. Hay que pagar cualquier precio para evitar una victoria de la moderada centroizquierda oriental.

Por ahora, el presidente brasileño, autoproclamado abanderado de esta cruzada antiprogresista, no cuenta con el aval explícito de Trump, pero es probable que por debajo se haya hecho llegar a Brasilia un permiso para poder apelar a lo que sea, mientras el yanqui felicita a Alberto. Tiene un poco de olor a numerito de policía bueno y policía malo.

Como sea, los arrebatos de Bolsonaro no tienen muchas réplicas. El canciller Faurie no consideró necesario rechazar las declaraciones del ex militar en el sentido que el pueblo argentino había equivocado su voto. Ni siquiera hubo respuesta al incalificable tuit del hijo del presidente atacando al hijo de Alberto, cosa que sí hizo su antecesora Susana Malcorra, más profesional, pero que disfruta de la ventaja de no tener que obedecer órdenes. Fue un poco diferente la reacción de Piñera pero no demasiado enérgica cuando Bolsonaro casi se burló de la muerte del padre de Bachelet a manos de la dictadura de Pinochet, a quien de paso reivindicó. El presidente chileno criticó básicamente el mal gusto de su colega. Y con el golpe de Estado por ahora hay un silencio más cómplice que prudente en casi toda la región.

Bolsonaro superstar

Durante el proceso electoral y en los primeros tiempos de su presidencia –en especial por su homofobia, misoginia y brutalidad- Bolsonaro era alguien considerado con muchísimas reservas. Encarnaba un tipo de reaccionarismo en estado demasiado salvaje como para ser aceptado entre los derechistas argentinos que presumen de guantes blancos y buenas maneras. A medida que se fue alineando con Macri y peleando con Alberto Fernández, el personaje fue concitando más simpatías de ese lado de la grieta. Tendría sus cosas, pero estaba de nuestro lado. Era nuestro hijo de puta. Otro tanto, y muy aceleradamente, viene ocurriendo con Bolivia. Hubo subterfugios de toda clase para negar que se trató de un golpe de Estado.  Los análisis periodísticos, por llamarlos de alguna manera, hacen hincapié casi exclusivo en los errores y flaquezas de Evo (que las hubo) pasando abiertamente de largo del hecho de que las fuerzas armadas se hicieron cargo de la situación, que se lanzó una orden ilegal de detención para el presidente boliviano y, a esos mismos que rezan novenas cuando aparece una pintada en la Catedral no les pareció repudiable la vandalización de la casa de Morales.

Este desplazamiento puede dar algunas pistas de cómo se preparan los tiempos para el cambio de gobierno en la Argentina. Por ahora se ha instalado casi como un lugar común entre analistas hegemónicos a predicción de que quien gobernara será Cristina, lo cual permitiría augurar un sinfín de calamidades. Machacan sobre eso sin descanso y sin mayores variantes, lo que permite poner nuevamente en primer plano el tema de la corrupción, un tanto alicaído tras las idas y vueltas en torno a la causa de los cuadernos. Morales Solá habla en La Nación de “ataques a la justicia y al periodismo” y Eduardo Van Der Kooy agita en su editorial de Clarín el fantasma del indulto a Cristina. Y lanza una amenaza disfrazada de pronóstico: “el presidente electo sospecha que a partir del 10 de diciembre no contará con ningún respiro (negrita EVDK). Por la grave crisis económico-social, la probablemente corta paciencia ciudadana, la llamativa inestabilidad regional y una oposición que, a priori, quedó más consolidada después de octubre. A contramano del pronóstico que habían arrojado las PASO.”

Amenazar es la tarea

El rol que parece reservarse el periodismo para esos tiempos es la articulación de todos esos factores. O sea, colocarse al frente de la pelea, dada la falta de referentes fuertes en Cambiemos donde, por otro lado, comienza la pelea interna por los liderazgos, además de los pases inevitables de facturas.

Y el relato periodístico, tal como viene sucediendo hace casi una década, se centra casi exclusivamente en el tema de la corrupción, que en definitiva es la gran trampa. De hecho, el argumento para obligar a Evo Morales a renunciar fueron las acusaciones de fraude electoral. No hubo otros ni a nadie de los justificadores del golpe les pareció necesario.

Por su propia dinámica, los procesos electorales, en la medida que tienen que ver básicamente con la cuestión del poder, llevan a la política. Lo que se debate en esos tiempos son los proyectos político-económicos, se diagnostica y se propone, con mayor o menor posibilidad de que esas promesas se concreten en la práctica.

El Frente de Todos trató todo el tiempo de moverse en el terreno político, lo cual, aunque hecho por conveniencia, sacó por un tiempo las discusiones del terreno de la moral, cosa que sí hizo Macri en su gira y sobre todo en el segundo debate, con resultados mejores de los esperados por su gente.

Y hoy, pasado supuestamente el tiempo de la política, lo que se busca instalar nuevamente y, de ser posible, con más fuerza, es el tema de la corrupción. Con la misma perspectiva de siempre.

La corrupción es un delito individual o grupal y, una vez probado, se debe castigar a personas o grupos. Sin embargo, con la incorporación de la asociación ilícita –y su variante más enfática, la traición a la patria- lo que se hace es politizar el ejercicio de la justicia y sentenciar que la corrupción define todo el modus operandi de un determinado gobierno desde la cabeza hasta el más humilde de los subordinados. De allí que gente como Fernando Iglesias o Birmajer defina al kirchnerismo como una forma de ser corrupta. Ahí se muere toda la política. Unos los buenos, merecen estar en el poder y que hayan ganado los malos es una anomalía ontológica que demuestra la vocación de fracaso de los argentinos.

Se podría pensar que la cultura política argentina, sumada al desgaste de las fuerzas armadas a consecuencia de la derrota en Malvinas y de los juicios por delitos de lesa humanidad, hace muy improbable hoy un golpe a la boliviana. Pero como allí se usó directamente la fuerza, aquí se ponen otras armas en juego.

Una de ellas son las presiones del mercado, acicateadas de manera explícita desde el macrismo (el famoso argumento de la incertidumbre y los augurios de una probable hiperinflación). A eso se suman las decisiones de Bolsonaro destinadas a ahogar al mercado argentino vinculadas al trigo y a la industria automotriz.

Y el bombardeo anticorrupción a cargo de los medios de siempre.

Las trampas del espejo

Política que de alguna manera funciona como una trampa para el periodismo que hoy es opositor. El domingo Página/12 –con temas como la reunión de Puebla, el primer día de Lula en libertad, los conflictos que empezaban a escalar en Bolivia- elije como nota de tapa un recorrido por los chanchullos de Laura Alonso, un personaje menor, con muchas más ambiciones que luces, como parece ser el modelo femenino favorito de Cambiemos (baste pensar en Michetti o Patricia Bullrich). Prácticamente toda la programación de C5N va en el mismo sentido. Lo cual es una renuncia a la política.

Hay otra diferencia entre lo que está ocurriendo en el subcontinente y la situación argentina, además de la ya mencionada debilidad militar. El descenso del peso de la figura carismática, que en otras sociedades sigue muy vigente. El PT, que hubiera ganado con Lula, perdió las elecciones brasileras una vez que su líder cayó preso. En Bolivia, no aparecían relevos a la figura de Evo.

La candidatura de Alberto Fernández (quien no está marcado precisamente por el carisma) marca una posibilidad para la política, cuando todos pensaban, de un lado y del otro, que no había reemplazo para Cristina, rompe ese círculo y abre una nueva forma de encarar el ejercicio del poder no muy practicada en la Argentina.

No es mucho más lo que se puede decir por ahora, lo de Bolivia subió la apuesta respecto de lo ocurrido con Guaidó en Venezuela, donde no se pudo articular una alianza entre sectores civiles y fuerzas armadas que sí funcionó contra Evo.

Solo queda no entrar en discusiones estériles con el poder real (sobre todo porque el poder real no discute), estar atentos y no dejar de ser inteligentes mientras se construye una alternativa política sólida.

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