La derrota fue inesperada por lo abultada. Primero hubo estupor y luego se fue pasando al contraataque augurando un futuro donde todo será destrucción y castigo por haber votado así. Hay un estilo grieta del que no existe voluntad de salir porque hasta ahora ese ha sido el gran negocio, dentro y fuera de la Casa Rosada.
En menos de 24 horas, Mauricio Macri pasó de la depresión a la psicopatía. El domingo anunció, antes de que se conocieran las cifras, que había hecho una “mala elección” y mandó a sus seguidores a dormir, mientras que al día siguiente armó una conferencia de prensa en la que su discurso se dedicó casi en exclusiva a culpar –uno de sus deportes favoritos- al kirchnerismo de la corrida del dólar y del desplome de las acciones y los bonos argentinos. De alguna manera proveyó una matriz discursiva para un periodismo que, el domingo a la noche, se había quedado sin palabras y que de a poco comenzó a recuperar la compostura. Poner argumentos donde antes solo había un silencioso pavor. Aun a costa de tener que caerle a Macri.
Uno de las estratagemas durante la conferencia de prensa fue cumplir un papel doble. Por un lado, se presentó como presidente que asumía el compromiso de garantizar la gobernabilidad y de continuar en el cargo hasta el final, pero el ropaje que prefirió fue el de candidato. No hay otra manera de comprender la presencia de Miguel Ángel Pichetto, quien no ocupa ningún cargo en el gobierno. Y allí Macri siguió de campaña con los mantras de rigor: la vuelta al pasado, el mundo que mira a la Argentina, los mensajes del mercado, el cambio de estructuras y un breve etcétera. Allí lo de presidente le sirvió de coartada, desde ese lugar no estaba obligado a admitir la derrota, al mismo tiempo que insistía en que no hay otro camino.
El domingo a la noche el periodismo hegemónico osciló entre mostrar su incomprensión ante un país que no respondía a sus mensajes, la depresión y algún intento, siempre descartado, de encontrar una manera de dar vuelta la taba en octubre. En TN hacían sumas y restas, pero las cuentas nunca daban. Morales Solá siguió el lunes con el ejercicio matemático, intentó que Eduardo Fidanza y Alejandro Katz descubrieran la cuadratura del círculo, pero no hubo caso. Las cifras son más fuertes. Pero marcó una idea implícita: se viene el horror y de alguna esperanza hay que agarrarse. Un horror que mostró de manera patética Ernesto Tenembaum, quien dijo que su madre temía el regreso de 6-7-8 y por consiguiente que se burlaran de su hijo.
El estupor tiene que ver con que el periodismo instaló las PASO como una instancia en la que se jugaba la república, la democracia y la moral nacional. Así, Jorge Fernández Díaz escribía en La Nación: “El gran problema argento consiste en que una de esas dos fuerzas no cree en el sistema, y quiere llegar a la Casa Rosada, a la gobernación bonaerense y al control completo del Congreso para imponer una hegemonía y sacar completamente de la cancha a la “antipatria” con los métodos que sean necesarios. “
Su colega de página, el inefable Joaquín Morales Solá –quien ya lleva bastante tiempo haciendo horas extras como jefe de campaña macrista-, iba en el mismo sentido: “La pregunta que la Argentina no ha respondido aún es si su viejo sistema será reemplazado por dos bloques ideológicos homologables por la sociedad y el mundo o si regresará a una experiencia populista que barrerá con las libertades y el sentido común.”
Puesto en esos términos, no había mucho que decir ante los resultados. La gente había elegido lo peor lo cual, según Fernández Díaz en la tele, “era una catástrofe”. Frente a ese hecho indiscutible cabían algunas respuestas posibles: O era culpa del gobierno (Laje, Feinmann –quien puso el acento en la soberbia- y con menos énfasis Majul, quien optó por un tono confesional y por moderar gritos y morisquetas) o por ahora la explicación quedaba pendiente. Otra vez Morales Solá, esta vez con una apuesta a dólar futuro: “Una novela distinta es lo que podría suceder si todo ocurriera como parece que ocurrirá. La Argentina de los próximos meses será complicada e imprevisible, porque los mercados se sublevarán contra ella. La aceptación que tiene Macri en el exterior y en los agentes económicos es proporcional a la aversión que esos sectores le tienen a la expresidenta. Todavía debe resolverse la eventual relación futura entre quienes podrían ser el presidente y la vicepresidenta.”
Por su parte Lanata calificó los resultados como inexplicables y optó por quejarse de las encuestadoras.
Hubo otras reacciones que parecieran reflejar un estado de ánimo más contundente, tal como se vio en las redes sociales, donde no faltó quien pidiera que se decretara una secesión que dejara afuera del país a los votantes de F y F. Fueron los tuits de Alfredo Casero, hablando de votantes carroñeros y opas, sin que al INADI se le moviera un pelo mientras que Juan Acosta sumó su discurso de clase: “Tal vez mucha gente en provincia prefiere un cajón como inodoro que cloacas no?”
Todo allí como eco del estupor dominguero. La disparada cambiaria –ya anunciada por Ricardo Kirschbaum, director de Clarín en la madrugada del lunes- permitió alinear de otro modo los planetas. Vinieron los marines a salvarnos. Esa decisión electoral había tenido sus castigos y, como consecuencia del ejercicio de la democracia, la democracia estaba en peligro.
Ricardo Roa que no le hace asco a nada afirma siguiendo la deriva deductiva presidencial: “(Alberto) Le pegó a Macri donde más le duele: si hay alguien que genera confianza en el mundo es Macri y si hay algo que genera desconfianza en el mundo es el cristinismo.” Fernández Díaz salió a acusar de pirómanos a los integrantes del Frente de Todos en el estilo apocalíptico disfrazado de mala literatura que lo caracteriza.
Los reflejos de La Nación se mostraron tan atentos como siempre y no tardaron en publicar un compìlado de frases de Alberto Fernández que hacen que “el mercado le tenga miedo y suba el dólar”, de acuerdo al título. Al igual que Macri, de lo que se trata ahora, al contrario de lo que sucedía en campaña, es de traer la economía al centro de la escena. En TN llevan a Agustín D’Attelis, economista asociado al Frente de Todos y muy crítico de la gestión del gobierno para que lo chicaneen con sonrisa burlona Nicolás Wizñaki y una ladera –Carolina Moreno-que se hace la seria. Van desde apelaciones a la “maquinita de imprimir billetes” a los “errores garrafales” de Kiciloff. Lo que se trata de demostrar es que el plan económico kirchnerista no solo es inviable sino que augura un desastre de proporciones. Lo mismo dijo el presidente en su conferencia de prensa.
Pero, pese a esta recuperación del estado de ánimo y del espíritu un tanto devaluado de la estrategia de grieta, del mismo modo que entró en crisis una idea de gobierno, el periodismo está saliendo herido de todo este proceso del que hasta cierto punto también quedó afectado, pero en menor medida, el periodismo opositor.
En algún momento del año, los grandes medios pasaron (sin abandonarlo, claro) del blindaje a integrarse a la campaña. Pusieron todas las fichas al triunfo de Cambiemos, destacaron sus supuestos logros, organizaron raids de reportajes complacientes sin disimulo a María Eugenia Vidal, amplificaron los tuits descalificadores de gente como Feinmann y Casero, recordaron cada vez que pudieron la participación de Alberto como defensor en el caso Puccio y lo empezaron a atacarlo con tanta saña que, por un rato, se olvidaron de Cristina, quien pasó de jefa de la banda a ser la musa, la Lady Macbeth de Alberto Macbeth.
Así las cosas, la publicación, la importancia y el sesgo de cada información quedaban sujetos a su impacto electoral. Nada había más allá de esto. Las malas cifras económicas eran presentadas como fenómenos naturales en los que el gobierno nada tenía que ver, en sintonía con las tormentas y las cosas que pasaron del discurso oficial. Ninguneados los casos de corrupción en los que pudiera haber involucrado algún personaje del gobierno. Encuestas optimistas presentadas como notas de tapa.
Todo esto cierra la posibilidad de los medios de actuar como espacios de construcción de ciudadanía y de debate real de los proyectos de país. En este contexto, las informaciones que recibe la sociedad están sujetas a una discrecionalidad donde lo electoral se impone sobre lo periodístico.
En definitiva, todo lo ocurrido en el post-PASO demuestra que la alianza macrismo-medios sigue en pie, pese a las derrotas, que se prestan argumentos y que preparan el contraataque, probablemente con las mismas armas de siempre. Son tiempos en que la imaginación y el poder se llevan bastante mal.
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