Anoche se tomó el Lengüitas contra la iniciativa que impulsa Cambiemos para la Universidad Única de Docentes. Un proyecto que no solo termina con una tradición de práctica horizontal y democrática,  sino que pone más trabas aún al ejercicio de enseñar.

Es día de clases,  pero los chicos no se irán a dormir esta noche. Tienen muchas cosas que hacer: cortar telas, armar banderas, preparar folletos, hacer mate y defender la existencia de los 29 institutos de formación docente (IFD) de la ciudad de Buenos Aires. Están de vigilia en el “Lengüitas”, la Escuela Normal Superior en Lenguas Vivas fundada en 1957. Es uno de los centros educativos amenazados, el patio interno parece una gran asamblea. Alumnos y graduados se atropellan con las palabras, de tanto que dicen tener para contar, de tan pocos lugares –agregan- que tienen para ser escuchados.

Juan Manuel Sánchez es profesor de portugués, recibido entre esos murales con miradas y frases de Frida Khalo, Mario Benedetti, Gustavo Cerati y el Principito que bendicen el edificio. “Se quieren cargar más de un siglo de tradición en la preparación de educadores, sin el mínimo consenso, sin un proyecto contenedor”, describe. La iniciativa de la UNICABA (Universidad única de docentes) se presentó a los rectores de los IFD en noviembre pasado con un documento de solo dos hojas. En marzo, un prolijo power point y una exposición de apenas 15 minutos completaron el argumento oficial. Y listo.

“Va a haber un solo rector de la UNICABA, nombrado por el Jefe de Gobierno” alerta Juan Manuel. Hoy por hoy el sistema funciona con una conducción horizontal, se sientan a la mesa de las discusiones representantes de alumnos, graduados, docentes y directivos de cada IFD. La autonomía del sistema pasaría a ser un objeto de recuerdo y melancolía, como el tintero, el plumín y el papel secante.

Descalza, como si estuviera en su casa, Sofía Caruso advierte otra trampa de la UNICABA. “Desaparece la regulación laboral de los profesores, que hasta ahora se regían por el Estatuto del Docente”, señala la futura maestra de inglés y traductora. El viejo truco de precarizar. Nada sabe sobre qué pasará con los trabajadores, según Sofía el 85% de la plantilla está contratada como interinos. Interviene Juan Manuel. Sospecha que “esa gente pasará a una sección de Proyectos Especiales, que tiene una duración máxima de dos años; cuando se venza el plazo no tendrán ya vínculo legal alguno y quedarán en la calle”.

Rodrigo Gómez llega a la cita después de dar clases particulares de inglés. Le falta poco para recibirse. Él, que un futuro próximo será fuente de respuestas, es ahora un manantial de interrogantes: “¿Qué valor tendrá mi título? ¿En qué condiciones terminaré la carrera? ¿Qué pasará con las materias pedagógicas?”. Otras cosas lo atormentan, más domésticas y terrenales. Callejeras, mejor dicho. Es que como aún no están definidas las sedes de la UNICABA (¿una, varias, 29 como ahora?) Rodrigo tendrá que rediseñar sus horarios desde la incertidumbre. No saber equivale, en su caso y en el de casi todos, a no trabajar. “Si tengo que reorganizar las clases particulares, las pierdo”, dice.

Una piba de ojos como truenos se suma a la charla. “Me enamoré, me casé un 17 de octubre, quiero estudiar, ¿puedo, no?”, pregunta Sonia Zablocki. Su jornada laboral comienza a las 7.40 y termina diez horas más tarde. Enseña a dos salas de 3 años, otras dos de 4 años y una de 5 años en un jardín de infantes; tiene un tercer grado y un segundo año de secundaria. El tour de la tiza y el pizarrón le deja unos 18 mil pesos mensuales. “Nos preocupa lo que sabemos del proyecto, pero más miedo le tenemos a lo que no sabemos, a lo que no nos dicen”, opina. Como sus compañeros, sostiene que el ámbito cada IFD garantiza un aprendizaje diverso, una interrelación enriquecedora.

“Si buscan jerarquizar la formación docente, no es el camino”, acota Sofía. Y pone como ejemplo la figura de los “líderes educativos”. Son chicos que terminan el secundario, hacen un curso de 7 meses y ya pueden dar clases on line de cualquier materia. Están también los “facilitadores”: la tía Emilia que se la rebusca con las cuentas o don Horacio que lee muchos poemas, ambos pueden ponerse frente a una pantalla de computadora y enseñar matemáticas y literaturas al pomposo amparo de la modernidad.

Se aporta poco, se oculta mucho. Quince mil manifestantes rechazaron hace días la UNICABA y no hubo medios masivos que lo reflejaran, siquiera por el caos de tránsito. “En noviembre éramos muy poquitos, unos veinte”, cuenta Juan Manuel. Y sonríe, con esa manía que tienen los jóvenes de no rendirse y seguir floreciendo.