Inversiones en pole position aunque la carrera nunca empieza, aplausos a destiempo, el anuncio ritual de la puesta en marcha de obra pública -ese bien de familia- y regateos a la hora de hablar de inflaciones. En suma, retórica macrista de  máxima pureza. Todo en cadena de la tele adicta. 

Y vino, se sentó, leyó y dijo:

“Las primeras inversiones comienzan a llegar”.

No precisó cuáles, ni cuántas, ni cuentas.

“Queremos que los científicos puedan hacer más y mejor investigación, y que hagan un puente con el sector productivo y que sea una realidad”.

Aplausos y abucheos.

Fue muy parco a la hora de precisar datos de la recuperación del país de la que habló. Le aplaudieron este párrafo: “La exportación de arándanos subió un 58 por ciento”.

Dijo que el objetivo para 2017 es una inflación de entre el 12 y el 17%, cuando hace poco él mismo y alguno de sus funcionarios dijo que acaso llegará al 20%. Pista: 18% en dos cuotas fue la primera oferta a los docentes bonaerenses, oferta ya retirada.

No podés. No podés pedir –como hizo- que se discutan paritarias con el marco vagoroso del 12 al 17 por ciento. ¿Y la pérdida salarial por la inflación del año pasado? Dijo: “Tenemos que generar confianza de que la inflación estará bajo control”. Genere nomás, Presidente, no me lo diga a mí.

Habló de futura cosecha record y del campo argentino como el “supermercado del mundo”, ya no un puto granero. Un avance.

Fue como se preveía: breve, simple, muy simple, simplísimo, párrafos cortos, cero complejidad, frases vacías (llenas de amor) muy aplaudidas por la propia tropa (si parecían kirchneristas sacados). Aprendió a vocalizar mejor hace tiempo, no leyó mal, se dio el lujo de elevar el tono de la voz dos o tres veces para ponerle épica a la cosa.

Además de cadena nacional hubo cadena de medios privados. La Nación y Clarín transmitieron en vivo el discurso, con un poco de delay. Eso con Cristina no pasaba.

Como en tiempos kirchneristas,  la dirección de cámaras articuló temas de gestión con rostros de funcionarios (Vidal, Bergman, Malcorra). También relacionó temas con el pasado abominable: seguridad con Nilda Garré. No censuraron los carteles de la oposición: la imagen de Milagro Sala, no al ajuste, los despidos, los recortes en CyT, los tarifazos, “Presidente Off Shore”, “Yo te vi bajar las jubilaciones”.

¿Asombro? El primer plano de Eduardo Duhalde sentado entre los ministros, con Marcos Peña al ladito. ¿Eso suma o resta?

Anunció que las obras públicas (sin corrupción, off shore, perdón, of course) “generan trabajo y ponen en marcha el país”. Prometió: “En cuatro años esperamos construir 2.800 kilómetros de autopistas”. “A fin de este año vamos a tener 25.000 kilómetros de rutas en construcción en todo el país, algo inédito en nuestra historia”. Mmm…. Agregó: “En Transporte ahorramos más de $32.000 millones con licitaciones transparentes”. Acaso quiso referirse a la reducción de subsidios por vía de los tarifazos.

Reiteró vehemente la necesidad de la unión de los argentinos y a la vez, como siempre, ancló en el espanto del pasado kirchnerista: corrupción (tragedia de Once como su derivado), INDEC, autoritarismo. Ahora “hablamos con los periodistas y respondemos sus preguntas”. Ahora la Justicia investiga con libertad. Aplauso cerrado y de cajón ante la frase “A más de dos años de su muerte queremos saber qué pasó con el fiscal Nisman y su denuncia”.

Palos laterales para Tecnópolis y canal Encuentro, demasiado llenos de símbolos divisorios y partidarios, a su gusto y el de sus votantes.

Seguimos tocando timbre para escuchar, dijo. Más divertido es el ring-raje.

Dijo que en pos de la transparencia –mientras casi en solitario Página/12 publica dos o tres denuncias fuertes y creíbles por día que afectan a Macri y familia- enviará al Congreso una Ley de Responsabilidad Empresaria. No explicó de qué versa eso. Insistió en el asunto del voto electrónico al que la oposición le tiene mucho miedito.

Dijo que el Estado incorporó 25 mil empleados. No aclaró que esos son un poquito más que los que despidieron a las patadas.

Fue conciso, simple, simplísimo, cínico, en general amable, salvo con el imaginario kirchnerista. No habló en serio ni de inflación, ni de despidos, ni de recesión, ni de pobreza, ni de recortes en programas sociales, ni de desindustrialización, ni del peligro del endeudamiento, ni de los innumerables casos de corrupción que afectan a él y sus funcionarios, CEO`s o no.

En otros tiempos La Nación y Clarín hubieran titulado “Eludió hablar de…”. Y luego “Duras críticas de la oposición”. El que escribe vuelve a mirar los titulares digitales, una horita después del discurso. La Nación: “Macri en el Congreso: ‘No aflojemos, ratifiquemos nuestra convicción por el cambio’”, y una hermosa foto en la que el Presidente saluda no se sabe a qué multitudes. Clarín: “Macri en el Congreso: ‘La obra pública dejó de ser sinónimo de corrupción'”. Y una hermosa foto en la que el Presidente saluda a no se sabe qué multitudes.

Dijo esto, llamativo: “Basta de que nos regalen el presente para robarnos el futuro”. El periodista y poeta Daniel Riera observó bien en Facebook, con su seudónimo Paco Oliverio, que esa frase es una “síntesis filosófica que consiste en hacerte pensar que lo más sensato es pasarla mal hoy bajo la promesa de un mañana mejor. El neoliberalismo como religión laica basada en la resignación. Si estás como el orto, alegrate que estás construyendo el futuro”.

Fue elevando la voz más y más hacia el final del discurso simplísimo. Si parecía un líder, un estadista preclaro. Dijo que él nos escucha, que escucha a la gente. Que la gente lo que más le dice es “No aflojes. Mauricio, no aflojes”. Más que a épica y a convencimiento sonó apenitas a la célebre frase de Gastón Gaudio:

-Qué mal que la estoy pasando.

Acaso le pasaron las últimas encuestas de febrero, donde Macri y su gobierno cayeron muy feo.

El discurso ya pasó. No pasa nada. Es una foto aburridona que durará un par de días.