Quizás como consecuencia de las heridas que dejó el macrismo en amplios sectores de la sociedad, gran parte de la base del Frente de Todos se inclina hoy por el apoyo silencioso y acrítico al gobierno, sin tratar de influir en su rumbo. Lo avala por completo – aun tragando sapos – y condena a quienes se atreven a mostrar sus desacuerdos o a exhibir sus fracturas, porque hacerlo “es hacerle el juego a la derecha”.
Con Cristina sola no alcanza, pero sin Cristina no se puede”, dijo Alberto Fernández en España poco más de un mes antes de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en la Argentina. La frase fue reveladora en su momento y lo sigue siendo hoy: en la raíz de la conformación del Frente de Todos para enfrentar – y derrotar – a Mauricio Macri en las elecciones anidaba una condición de posibilidad. Con el peronismo dividido habría cuatro años más de Cambiemos. Con el peronismo y otros sectores opositores encolumnados detrás de una fórmula única, otro sería el cantar. Y lo fue.
La jugada electoral ideada por Cristina Fernández de Kirchner fue magistral: desconcertó a un oficialismo que – a pesar de los desastres perpetrados en más de tres años de gobierno – descansaba en la certeza de que podría derrotar al peronismo dividido. Le había funcionado en 2015 y en 2017 y a sus estrategas, con Jaime Durán Barba a la cabeza, ni se les ocurría que la tercera podría ser la vencida.
El resultado de las PASO fue demoledor y la remontada macrista en la primera vuelta – en realidad la concentración de todo el universo de derecha que había ido dividido en las primarias – no fue por amor sino por el espanto que le provocaba el regreso de CFK. No les alcanzó.
Pero la conformación misma del Frente – exitosa en términos de estrategia electoral – abrió desde el principio mismo una serie de interrogantes que en ese momento quedaron en segundísimo plano detrás de la urgencia de sacar a Macri de la Casa Rosada.
Pero pasadas las elecciones y con Alberto Fernández en la presidencia esos interrogantes adquieren nuevamente relevancia. Más aún, el reparto de poder y las tensiones internas del Frente – la resultante de estos dos factores – son las que definirán el rumbo del gobierno.
Es lo que ocurre en todo gobierno frentista, sobre todo cuando ninguno de los sectores que conforman ese frente – ya no electoral sino gubernamental – puede marcar por sí solo el rumbo. El mapa del gabinete de Alberto es reflejo de ese reparto de poder y de esas tensiones.
Son tensiones que – todavía – no se muestran abiertamente en el funcionamiento del gobierno, pero que ineluctablemente lo harán. Lo mismo ocurre en los bloques oficialistas de las dos Cámaras del Congreso.
Mientras tanto, en la base electoral del Frente de Todos, en su militancia y en las calles – colmadas o vacías – sí empiezan a reflejarse.
Quizás como consecuencia de las heridas que dejó el macrismo en amplios sectores de la sociedad, gran parte de la base del Frente de Todos se inclina hoy por el apoyo silencioso y acrítico al gobierno, sin tratar de influir en su rumbo. Lo avala por completo – aun tragando sapos – y condena a quienes se atreven a mostrar sus desacuerdos o mostrar sus fracturas, porque hacerlo “es hacerle el juego a la derecha”.
Sucedió días atrás, después de las desafortunadas declaraciones del presidente en Campo de Mayo. Una parte importante de la base electoral del Frente de Todos las repudió, mientras que otro importante sector criticó a quiénes lo hacían y cerró filas desestimando o negando la gravedad de los dichos, incluso después de que Alberto Fernández pidiera disculpas y calificara sus palabras como un error.
Si no se hubiera salido al cruce de los dichos del presidente, los términos en que se pronunció estarían hoy instalados como la posición del gobierno frente al Estado Terrorista montado durante la última dictadura cívico militar.
El rumbo del gobierno frentista está en disputa, y para definir en qué dirección debe ir es necesario disputar la hegemonía, en su interior y en las calles. Porque para hegemonizar un Frente es indispensable movilizarse y así incidir en la correlación de las fuerzas que pujan en su interior y responden a diferentes intereses.
Esa movilización debe llevar banderas de apoyo, pero también – y fundamentalmente – exigencias que señalen en hechos concretos hacia dónde se quiere ir (y hacia dónde NO se quiere ir).
La desmovilización y el silencio (incluida la ausencia de críticas a la conducción) sólo favorecen a los sectores más conservadores del Frente, al funcionariato que vive de él y – lo que es peor – a la oposición reaccionaria.
Una oposición reaccionaria que, además, tiene capacidad de movilización y que -aunque todavía no se note – tiene muchos canales de comunicación y negociación hacia el interior del gobierno y de algunos sectores que integran el Frente de Todos.
No hay que confundir cobardía con prudencia. Los espacios que se dejan no quedan vacíos, los ocupan otros.
Eso sí que es hacerle el juego a la derecha.
¿Querés recibir las novedades semanales de Socompa?