La brevedad del discurso presidencial de ayer marca una de las características de la estrategia comunicacional del gobierno: hablar poco, tener algunos voceros mediáticos como Fernando Iglesias o Carrió y nunca responder las críticas. Lo que obliga a la oposición a pensar cómo contrarrestar este modo casi silencioso de transmitir decisiones y opiniones. Todo cuando la crisis asoma.
[S]i bien pretende contribuir a nuevos análisis y a nuevas propuestas, este artículo no tiene como objetivo el imposible diagnóstico de una realidad compleja como es la marcha comunicacional de cualquier gobierno. Menos se propone predecir el futuro, aunque se lo escribe pensando en él. Sólo se propone registrar aspectos comunicacionales que suelen pasar desapercibidos por su lateralidad, pero que pueden cobrar creciente importancia en un futuro cercano.
La comunicación de un gobierno no es una mediación de su gestión, sino una mediatización, una construcción de su imagen y de su acción, y no sólo una transmisión o distribución de informaciones positivas.
Tiene sus riesgos escribir sobre comunicación política, y más de gobierno, en momentos de tormentas, crisis, transiciones o como se denominen. Y con más razón si, como parece, las claves de su desenvolvimiento dentro del macrismo se distribuyen en diferentes espacios mediáticos, lejos de la cómoda centralidad de los medios tradicionales: esa época cercana en la que se leía un diario, se escuchaba la radio o se miraba la televisión y se construía una imagen del mundo. Tal vez las cadenas nacionales de Cristina Fernández de Kirchner hayan sido el último intento para sostener ese modelo.
Con el macrismo, ver televisión, leer diarios, escuchar radio, son actividades necesarias pero parciales. Esa nueva situación se debe, en parte a la práctica comunicacional del gobierno, pero en buena parte a la época.
En realidad, los análisis comunicacionales considerados ellos mismos como exitosos se producen siempre después de los grandes éxitos o de los grandes fracasos. Por ejemplo, si el balotaje de 2015 se hubiere realizado un par de semanas después, tal vez la tendencia de recuperación de Scioli, motorizada más por el miedo al macrismo que por su sofisticación comunicacional, hubieran convertido a Durán Barba en un leading case del fracaso del marketing como foco de la política.
Luego de cada resultado, la astucia de los analistas consiste en mostrar que ya sabían lo que iba a ocurrir o, para los que llegan tarde, el mostrar los rasgos sorpresivos de acuerdo a alguna previsión racionalizable. Es muy posible que el próximo diciembre sea una frontera entre momentos políticos y un riesgo agregado es escribir antes de que es encrucijada se defina.
Por ejemplo, el martes 28 de agosto, el presidente Macri pronunció un discurso de menos de dos minutos de duración, supuestamente para calmar a los mercados, y el resultado fue una corrida contra el peso argentino. Hubo unanimidad entre los analistas y entre el periodismo sobre que fue un error político y comunicacional y sobre la necesidad de que renuncie el responsable de esa decisión por exponer al presidente. Ello se siguió diciendo luego de que se conoció que le responsable fue el propio Mauricio.
Este artículo se escribe con la convicción de que, si el precio del dólar se hubiera mantenido estable o hubiese bajado, los elogios sobre Durán Barba estarían a la orden del día; pero también se escribe aquí con la convicción que ese modo breve, seco, sin cadena nacional, es estructural a la comunicación presidencial, y de buena parte de su gobierno, sea de quien sea la decisión estratégica, o sea o no consciente.
Como última prevención conviene registrar que, entre el antimacrismo de las redes y sus diversas militancias, corren sin demasiados cuestionamientos enfoques opuestos: o se trata a Cambiemos como a una colección de inútiles que se equivocan en aspectos elementales, o tienen un plan sofisticado que representa un nuevo, y monstruoso, modo de hacer política y de gobernar.
Por supuesto que esa oposición, como otras, se dan en la posmodernidad: se acostumbra invertir cada posición o a matizarla hasta la eternidad. No se hará aquí, también por ello, un diagnóstico definitivo sobre la comunicación macrista, el que se dejará en las manos y los saberes de los eventuales lectores.
De lo urbano a lo nacional
El macrismo tal vez sea el primer movimiento político en muchas décadas con origen porteño que alcanza el gobierno nacional. Recordemos que de la Rúa es cordobés y que su gobierno no suele ser considerado como gobierno con consecuencias. Todo lo que ocurrió luego de diciembre del 2001, sería producto del menemismo y no habría más que agregar: nadie votó a la Alianza que, además, nunca parece haber sido un gobierno de esperanzas progresistas.
Lo central del discurso macrista no se produce desde el gobierno. Los macristas suelen hablar de generalidades que no tienen que ver con escenas clásicas dentro de las grandes corrientes históricas. No se tematizan colonialismos, dictaduras, épocas de crisis, derechos humanos; sólo se habla de un presente y un futuro macros, sin detalles.
Desde la oposición, por su parte, se considera que el gobierno actual está protegido por la prensa hegemónica, a pesar de que se trate de una cuestionable conceptualización. En los grandes medios, si bien hay un esfuerzo para que el análisis editorial no clausure el camino macrista, se puede hacer el ejercicio sencillo de informarse sobre los resultados del gobierno exclusivamente con los que serían sus medios y periodistas adictos; el resultado puede ser asombroso sobre la difusión de los errores y los resultados desastrosos de la gestión.
Los contraejemplos que se muestran sobre este punto de vista, casos que muestran un evidente sesgo oficialista, no alcanzan a sostener aquella mirada sobre la superficie de diarios, radios y canales supuestamente hegemónicos y oficialistas.
Si se quiere comprender una particularidad de la comunicación macrista, el macrismo creció dentro de la ciudad con una estrategia de baja intensidad comunicacional y sin discutir su condición de fuerza de derechas. Y esto más allá de la cantidad de dinero gastada en pauta comunicacional.
En la visión macrista, la discusión política tradicional es la vieja política y. en consecuencia, su comunicación tiende a apoyarse en los resultados de gestión. Por ejemplo, jamás hubo campañas del gobierno porteño defendiendo una estrategia general anti-auto ni en favor de la inclusión, pero Buenos Aires es cada vez más una ciudad de peatones, bicicletas y transporte público y sigue siendo una ciudad gay-friendly. Es decir, un gobierno de derechas, lleva adelante, casi en silencio, pero con mucha intervención urbana, grandes estrategias del progresismo internacional. Si bien Horacio Rodríguez Larreta es más comunicacional que Mauricio Macri, todavía muchos rasgos de esa estrategia siguen vigentes.
¿Cómo funciona esa búsqueda pasiva de comunicación y activa de intervención urbana? El ciudadano se encuentra con una obra más o menos grande que, además, le complica su recorrido por el espacio público. Como no hay demasiados carteles que anuncien la obra, el ciudadano busca en Internet y descubre que se trata, por ejemplo, del Paseo o de la Autopista del Bajo (la propia denominación es oscilante, en este caso). A partir de esa averiguación, el ciudadano se convertirá, por efectos de red, en el informador en todo su entorno sobre esa obra.
Las informaciones de ese ciudadano sobre las intervenciones no comunicadas de gobierno serán realizadas desde un sesgo más o menos crítico, pero el gobierno, con un bajísimo costo de pauta, habrá alcanzado el sueño de todo gobierno: la población como vocera de la obra de su gestión. Y es sobre esta interacción de base que intervienen las redes sociales. Ese componente estructural y pre-mediático no suele ser reconocido por los especialistas en comunicación de gobierno.
En buena parte, el gobierno macrista lleva a escala nacional esa estrategia de comunicación. Si bien la mal gestionada y peor evaluada situación económica pone en riesgo la estrategia, la apuesta fue saturar con obra pública los segmentos territoriales más o menos abandonados y el desarrollo de planes regionales que tardaron en arrancar.
El gobierno apuesta a producir el efecto de intervención con el programa de desarrollo de la obra pública, la inversión en la retrasada infraestructura de servicios urbanos, la logística del transporte en autopistas y ferrocarriles y los intentos de construcción de canales y reservorios para manejar las inundaciones y sequías.
Es difícil evaluar el estado actual de esas obras, a escala de grandes conglomerados urbanos y con extensión nacional, porque el gobierno no informa de su desarrollo y la prensa masiva tampoco.
La cuestión es si se puede saltar de la escala municipal a niveles más amplios de lo territorial y poblacional. ¿Es la misma mirada del ciudadano la que mira su ciudad que la que mira el país? Otra, tal vez secundaria más por falta de conocimiento que por convicción: ¿el habitante de La Matanza, o Berazategui, tiene las mismas valoraciones que el de San Isidro o Vicente López? En definitiva: la llegada de un renovado Ferrocarril Belgrano Norte al Puerto de Rosario en vez de al de Buenos Aires, ¿tiene el mismo nivel de repercusión electoral que una transformación urbana dentro de la política de cada ciudad?
Una imagen construida por los opositores
El sentido común de la consultoría comunicacional parte de la base de que el resultado de la imagen de un político, o de un gobernante y de sus fuerzas políticas se construye a partir de sus propias estrategias comunicacionales. La comunicación política trata sobre la emisión, sus decires y sus dichos, sus imágenes y sus sonidos. Las encuestas de opinión, por otra parte tan cuestionadas, indagarían en la respuesta social a esas comunicaciones.
Sin embargo, en este punto se va a sostener que, cuando un gobierno como el macrista, comunica poco, lo que se dice de él y cómo se lo dice contribuye a su imagen, al menos tanto como sus emisiones (el autor se reserva el derecho de pensar que cuando se comunica mucho puede ser peor).
En el campo central de los estudios sobre comunicación, al que no pertenece este artículo, se debate entre dos extremos, simplificables de esta manera: por un lado, se discute poco que la realidad externa a la comunicación incida sobre ella (la comunicación de los poderosos, por ejemplo, sería poderosa); por otro lado, se considera que lo que dicen las mediatizaciones es muy importante para quienes reciben la información masiva o los intercambios que se producen en las nuevas plataformas y, desde ellas, se entendería bien lo que ocurre en las mediatizaciones.
Conviene recordar aquí dos campos conceptuales muy diferentes entre sí y que, en la actualidad, aparecen como confundidos. Respecto a la importancia de la emisión, el origen de la propuesta de contrato de lectura de Eliseo Verón era una propuesta en emisión, que en recepción podía aceptarse o no. Por otro lado, la muy utilizada noción de posicionamiento era, según sus fundadores Al Ries y Jack Trout, un concepto que se definía en la mente de los usuarios, clientes o ciudadanos. Es decir, que era una conceptualización de los resultados de la recepción.
Esos dos campos diferenciados se han convertido en la actualidad, al menos entre nuestros analistas de la comunicación, en un campo común: al contrato de lectura se lo considera un contrato social que compromete a emisores y receptores, no como una propuesta, y al posicionamiento se lo entiende como resultado de la voluntad del emisor. Con esta confusión se confirmaría el poder de los emisores: el grupo Clarín, por ejemplo, definiría su posicionamiento con sus emisiones, y sus receptores actúan como si tuvieran un contrato de lectura.
Pero el hecho es que, si se presta la debida atención, buena parte de lo que supuestamente dice el gobierno, sus funcionarios y sus voceros, es decir, buena parte de lo que diría el emisor-macrismo, proviene en realidad de lo que informan o dicen sus opositores. Esto es muy propio de las plataformas mediáticas, como Facebook y Twitter, pero también llega a los medios masivos, en parte por la cita de lo que se dicen en las plataformas.
No parece pertinente confundir a esa supuesta comunicación oficialista con lo que para muchos puede denominarse como comunicación opositora, sea periodística o aun política. Es decir, por una parte, hay un gobierno que sigue comunicando poco, y por el otro, hay múltiples voceros que dicen que el gobierno o algunos de sus integrantes, dijeron o hicieron algo. Debe tenerse en cuenta que el gobierno tiene, en general, poca actividad de respuesta.
Por supuesto que es justificable y necesaria la crítica a la orientación o a los errores del gobierno, pero ocurre que buena parte, cuantitativamente, de esa discursividad, que pretende ser respuesta y denuncia de la comunicación de gobierno, está constituida por una especie de acción táctica y micro, que anuncia, mientras denuncia cada acción de gobierno.
¿Cómo se construye esa denuncia? Como se dijo más arriba, esa denuncia aparece como producto, o de una inutilidad genético-política, o de un plan maquiavélico estructurado. Así, cada acto fallido, cada cierre de una escuela, cada declaración oficial u oficiosa, adquieren una importancia más propia de seminarios sobre temas comunicacionales que adecuadas para la comprensión de las relaciones entre lo político y lo socio-cultural generadas por un gobierno.
Puede ser revelador registrar a quienes, en cada tema, se van tomando como voceros claves del gobierno por parte de la oposición: María Cecilia Pando en todo lo que tenga que ver con los derechos humanos, Mariana Rodríguez Varela para las discusiones sobre la despenalización, Gisela Barreto, sobre relaciones entre aborto y religión y Alfredo Casero, como evaluador de las inconsistencias de la oposición y también sobre la recuperación de nietos robados.
Se simplifica aquí con el objetivo exclusivo de comprender el mecanismo. Esos personajes, de baja trascendencia social, son citados con fruición en cada momento en que intervienen en temas sociales complejos y de gran extensión.
El resultado es que se les da una circulación equivalente a las argumentaciones complejas, aunque homogéneamente antiperonistas de Fernando Iglesias, o a los aparentes desvaríos de Lilita Carrió, a los errores de Gabriela Micheti y a los fallidos o distracciones presidenciales. Si, pensando en esa distancia entre emisión y recepción que sugerimos, la comunicación de un gobierno es producto, al menos en parte, de lo que dicen los otros sobre ese gobierno, el macrismo sólo comunicaría mal.
Como siempre, poner algo de distancia temporal, sin querer darle a ello la importancia de lo histórico, suele ser útil para entender un momento sociopolítico específico.
Ese proyecto implícito de comunicación opositora que pretende cuestionar y vencer a toda comunicación micro o lateral del gobierno se enfrenta, al menos, con tres series de problemas.
En primer lugar, luego de doce años de una línea política en el gobierno, el salir a denunciar la ignominia de los nuevos ocupantes del Poder Ejecutivo, desde antes de la entrega de los atributos del mando, es evidentemente exagerado. En ese nivel, tengamos en cuenta que el macrismo, aunque se piense que lo hace de un modo horrible, recién está llegando al tercer año de su mandato.
Otro nivel de problemas, que ha limitado la efectividad de esa estrategia del golpe por golpe, es lo que se denomina, en este caso con cierta precisión, como fake news.
Se discute, y cuestiona, si el fenómeno de las noticias falsas es un problema del periodismo, pero seguramente es un problema grave de la comunicación política. Es que los que difunden noticias falsas sobre la acción del gobierno (es verdad, junto con sus acciones equivocadas), no suelen ser militantes de base, sino cuadros políticos formados. El caso reciente de confusión entre las ventas de dólares de Hacienda, con las del Banco Central, y la denuncia de un supuesto cepo, si bien no genera problemas entre los emisores, sólo puede debilitarlos como tales, dado que es una situación más en una larga lista de información errónea, de presencia casi cotidiana.
Esta actividad opositora se centra, por último, en cada mínimo detalle de lo personal o de lo político: la dicción de Macri, sus fallidos, los errores de Micheti en el senado, las boutades de Carrió, las resoluciones micro de gobierno de difícil comprobación, etc. Una especie de escaneo por cada detalle, existente o no, importante o lateral.
En la medida que la comunicación opositora sea percibida como tal, el máximo efecto que puede llegar a producir es el de un espejo empatador: en todos los sectores hay políticos con problemas de dicción y que producen actos fallidos, y todos los sectores también producen pavadas dichas en situaciones más o menos importantes.
Es decir que, esa actividad opositora, en vez de denunciar una realidad oculta, se pone en espejo con otras realidades tan evidentes como las denunciadas. Y, por el mismo movimiento, ponen en evidencia las debilidades de los denunciantes. Estamos ahí, en uno de los motores de lo que se denomina grieta y desde ahí, también pueden verse sus ventajas y desventajas.
Es que la respuesta militante y permanente tiene, entre otras consecuencias, la fuerza de construcción para un gobierno poco comunicador: hace que esté siempre en el centro de la escena y en buena posición para victimizarse.
Lo que se describió sobre este aspecto no es exhaustivo ni concluyente, pero sirve para comprender la insistencia de la grieta, en la que no se ganan posiciones porque no ha podido ser modificada en favor de nadie en los últimos años.
Mauricio: un presidente de baja intensidad
En una nota anterior en Socompa, hemos escrito sobre la intensidad y la centralidad mediática de Cristina Fernández de Kirchner (Cristina en el país de los medios: https://socompa.info/politica/cristina-pais-los-medios/). Frente a esa presencia absorbente y magnética, la figura del presidente Macri, es como la de un figurín gris y silencioso llevado como un corcho por las olas de las tormentas políticas, económicas y también discursivas. Ese presidente, con esa figura, que ha incumplido cada una de sus promesas recuperadas por la oposición y ha fallado en cada uno de sus pronósticos que llegaron a la población, sigue, sin embargo, al mando de un país de dudosa trayectoria hacia su futuro. ¿De dónde viene la fuerza de esa imagen débil?
Sin ninguna duda, una de sus fuerzas es precisamente el hecho de diferenciarse de lo anterior a lo que, sea como sea, ha vencido varias veces en la capital del país y ya dos veces a nivel nacional. Descripto así, la insistencia sobre la herencia recibida y el foco en la expresidenta son rasgos externos a su estructura enunciativa, y su insistencia no parece tener resultados positivos para el macrismo.
Frente a cada momento crítico de su gestión que, contra lo que se dice, la denominada prensa hegemónica finalmente publica, Mauricio Macri no sale a responder término a término. Vuela el dólar y Mauricio inaugura una planta automovilística en una ciudad del interior. Acusan a su primo Calcaterra y el presidente se reúne en algún living, relajadamente, con funcionarios del FMI. Hay una marcha masiva contra el FMI y el presidente participa de un timbreo. No participa individualmente de la polaridad, la surfea, como se dice ahora, con una metáfora que parece muy representativa de su actividad comunicacional.
Lo del timbreo no parece ser un rasgo secundario, a pesar de lo despreciado que resulta dentro de las discusiones políticas. En una vieja entrevista, Macri advertía que una de sus fuerzas era que, por su militancia boquense, en todos los hogares de ese color futbolístico lo recibían con placer; y que lo mismo ocurría en los hogares con otras banderías, en los que se disfrutaba de pelearlo desde lo futbolístico. El presidente está convencido que el contacto directo en las casas del país es una fuerza suya y no una idea de Durán Barba. Dicho sea de paso, nunca su mediatización masiva pudo construir bien esa figura horizontal, y siempre sus videos, por ejemplo, lo mostraron torpe y hasta agresivo.
Mauricio, parece flotar sobre los conflictos como un corcho, a pesar del odio visceral que se le tiene en sectores politizados, por la participación de su familia en la vida política y empresarial del país durante la dictadura y el menemismo. Y ello no ha amainado a pesar de que esa línea de negocios no pareció conmoverse con la continuidad empresarial durante el kirchnerismo. Tal vez facilite ese fenómeno de resistencia ya individual a Mauricio, la conflictividad explícita con su padre Franco, quien ha tenido por el contrario una actitud negociadora con el kirchnerismo.
Es posible que la no participación en esa etapa de negocios familiares, y su incorporación a la vida política como Jefe de Gobierno en la ciudad activen ciertos resquemores individualizados, pero a la vez pueden llegar a despegarlo de los negocios que están expuestos en la actualidad.
El presidente no gusta de la historia, ni participa activamente de la vida cultural prestigiosa, ni siquiera se caracteriza por su religiosidad y es evidente que no está apasionado por los derechos humanos. Además, es claro que les da mucha mayor importancia a sus encuentros con gobernantes internacionales, que con los regionales y que con los dirigentes políticos locales. Es, por lo tanto, una figura vacía para las discusiones políticas importantes que circulan y se expanden desde el retorno de la democracia.
En un libro muy sugerente y revelador sobre la mediatización gráfica, Cuerpos de papel, su autor, Oscar Traversa, habla de las diversas acepciones del término figurín. Hemos descripto al presidente en el párrafo anterior como una de las acepciones de figurín: esas figuras que utilizan los diseñadores de moda para mostrar el bosquejo de un vestido sobre una figura humana con pocos detalles.
Esa construcción en figurín, en parte abstracta, en parte propia del diseño y por lo tanto adaptable a casi cualquier contexto, en parte con poca humanidad, puede ser una ventaja frente a una conflictividad media; es tal vez un rasgo de los que permiten al presidente surfear por ahora por sobre los conflictos y las crisis, sin quedar manchado con sus detalles.
Pero ese nivel de abstracción, en un cargo ejecutivo y que Macri ejerce como tal, lo deja con pocos recursos en la muy posible circunstancia de profundización de la crisis. Alguna vez, más pronto que tarde, si la crisis y el descontento se transforma en incendio social, el presidente tendrá que hablar públicamente y mano a mano con dirigentes políticos opositores, gobernantes provinciales, dirigentes sindicales y piqueteros y en esa situación incómoda, si no tiene soluciones directas en la mano, deberá sumergirse en los meandros de la retórica política.
Recordemos que de la Rúa, otra figura de poco contenido político y poca comunicación, por fin, por una vez, tuvo que hablar con contenido y firmeza. Y recordemos que fue la última vez que habló como presidente, antes de su partida en helicóptero.
Tengamos en cuenta que el modelo figurín del presidente tenía aparentemente, y ello era una distinción respecto a la etapa kirchnerista: o se descontaba su reelección, o tenía una sucesión múltiple, tanto con María Eugenia Vidal, como con Rodríguez Larreta. En unas semanas de crisis cambiaria y social, esas predicciones están en discusión, y el futuro ahora es incierto.
Diciembre: ¿surfear en las calles?
Si desde el 2001 (es muy posible que desde antes) el mes de diciembre se presenta como un mes amenazante, este diciembre del 2018, con crisis en diversos frentes y con lanzamiento de campañas electorales, será un test comprometedor. Tal vez, siguiendo el día a día de la crisis, diciembre pueda ser considerado ya como mediano plazo, pero si no se llega hasta allí, lo que si dice a continuación podrá aplicarse al momento adecuado.
Una vez descartada la importancia de la prensa supuestamente hegemónica, el gobierno macrista se dirige a la finalización del año en soledad: para los que piensan que según como le vaya al gobierno de su país, le irá en parte a ellos, debe ser descorazonador recorrer las diferentes fuentes de información con que se cuenta en la actualidad.
Cada mañana, y siguiendo durante el día hasta la noche, pocas figuras oficialistas presentables tratan de defender al gobierno frente a la ola de malas noticias económicas, conflictos sociales, dificultades internacionales, acciones de inseguridad y hasta la falta de felicidad de las figuras populares. No es que se anuncian catástrofes desde la oposición, para ella, ya se está frente a una catástrofe que comenzó hace dos años y medio y que solo puede empeorar y diversificarse.
Así como los defensores del gobierno en las redes son muchas veces figuras que alcanzan algún trend topic en base a barbaridades, tampoco las espadas políticas importantes del gobierno pueden distinguirse de las provocaciones de Lilita Carrió o Fernando Iglesias.
Descartado que el marketing sea útil para la política en la calle, el panorama se presenta oscuro si la crisis se profundiza. ¿Alcanzarán las relaciones de Carolina Stanley y Rogelio Frigerio, con sus negociaciones casi secretas con los líderes sociales y políticos? Si la cosa se pone fea, al menos es seguro que nadie saldrá a defenderlos y crecerá en influencia la figura amenazante de Patricia Bullrich.
No hay que descartar, de todos modos, que, otra vez, la oposición salga, aunque sin quererlo, en su ayuda. El actual proceso de denuncias sobre la corrupción en las contrataciones estatales pone en evidencia a una trama de empresarios, que viven del Estado desde antes del advenimiento de la democracia, y que salpica al propio presidente. Desde ese punto de vista, la gestión anterior podría haber sido, como mucho, más organizada y centralista en la distribución del dinero negro.
Por otra parte, esas denuncias amenazan congelar a la obra pública, área de la economía que en la que el gobierno, no así los economistas liberales, centraban buena parte de sus esperanzas. En ese contexto, parece inevitable que el avance de la causa judicial profundice la crisis.
En esa situación dramática para el gobierno (para el país también, por supuesto), buena parte de la oposición cuestiona todo el proceso de develamiento de la corrupción estructural de los contratistas del estado, desde el fiscal y el juez que llevan la causa, apoyados ellos en este caso por el sistema judicial, hasta la figura del arrepentido, clave para el avance del desvelamiento del conjunto de la trama y parece que también se a cuestionar hasta los allanamientos inocuos.
Para esa oposición, este sería el momento para transformar el poder judicial, reivindicar a los acusados, relacionar el proceso con un plan imperialista de intervención regional e ir hacia adelante con todas sus consecuencias. Se trataría de un escenario pre-revolucionario en el que se podría aprovechar el descontrol generado por la crisis. Si la crisis avanza, no puede descartarse que ése sea un camino posible, aunque no esperanzador, hacia un que se vayan todos menos un sector.
Ahora bien, ¿qué ocurriría si la crisis no se convierte en una insurrección popular, sea porque el gobierno pueda controlar algunos de sus aspectos, sea porque las masas decidan no lanzarse en esta coyuntura a la ocupación de las calles?
Es de temer que, en ese caso, todos los rasgos intersticiales, despreciados pero elásticos, que se han descripto acerca de la comunicación de gobierno, se conviertan en fuerzas de permanencia, aunque sea sólo por su resistencia a los ataques y a las desvalorizaciones. Entonces sí, quedará sólo una opción: habrá que construir por fin una fuerza opositora que responda y se oponga a las fortalezas macristas y no que solo enfrente y denuncie sus reales o imaginarias debilidades.