El periodista y escritor Martín Caparrós publicó un extenso artículo sobre las culpas de lo que podría llamarse el fracaso argentino. En el combo hace centro en la generación del ’70, casi dándole el protagonismo de las responsabilidades. Aquí una respuesta posible.
Primero que nada, hermanitos y hermanitas, antes de leer esto atiendan al artículo original de Martín Caparrós, con la cabeza abierta en lo posible y con ánimo fraterno, cristianamente.
Segundo: Martín Caparrós lleva quichicientos años de periodismo. Es él –entendemos- el que eligió el antetítulo y título de su texto, que son poderosos: “La culpa es de nuestra generación. Una reflexión sobre el rol de los jóvenes en los años 70”. El título forja el sentido esencial del texto, particularmente un sustantivo tremebundo: culpa.
Tercero. Como decía el periodista deportivo Horacio Pagani en cierto olvidable programa futbolero: seamos buenos entre nosotros. Acá no van a haber puteadas fáciles ni descalificaciones. Odio las puteadas y adjetivos fáciles; no es mi temperamento ni me estilo y postulo que la violencia verbal nos intoxica mal y nos impide pensar mejor. Nada de tilingo, de traidor, de soberbio, ni de tomátelá, puto, ni de decir “no entiendo cómo el muy hijo de puta pudo escribir los tres tomos de La Voluntad”Me tildarán de blandito pero… ¿si te gustó La Voluntad por qué no seguís rescatando esos tres tomos y otros trabajos de Caparrós que siguen mereciendo respeto? ¿A cuántos pibes les abrió los ojos La Voluntad –junto a otros hitos culturales e históricos- a mediados de los 90, cuando apenas comenzábamos a dejar atrás el desierto menemista y la impunidad?
Vamos al grano. Caparrós, y ya van unas cuantas veces, se propone hablar de las culpas de una generación en nuestro presente histórico. Más bien habla de su generación, que es la mía. De movida, él mismo reconoce –Caparrós es licenciado en Historia- que el concepto de generación es impreciso; estamos de acuerdo. Luego dice “digo nosotros porque digo yo; digo yo porque digo nosotros: argentinos, sesentones argentinos, mis coetáneos, mis compañeros de generación, los míos”. Sin despejar la imprecisión sobre el concepto de generación que él mismo sincera pasa inmediatamente a proponer, con alguna brutalidad: “Es hora, en síntesis, de ir haciéndonos cargo”. La frase me remonta a la famosa de Vargas Llosa en Conversación en la catedral: ¿cuándo se jodió el Perú? Y juega o anticipa riesgosamente: Argentina se pudrió por nosotros, los setentistas.
El problemón central del texto de Caparrós tiene que ver –como él reconoce para luego contradecirse- con la idea de generación. Porque no es en absoluto lo mismo decir, “por decir”, dice Caparrós, “los que nacieron un poco antes y después que yo, los que tuvimos 20 años en la Argentina de los años sesenta y setenta” (en los que engloba a nuestros actuales dirigentes políticos) que citar en automático a Perón y su frase sobre “la juventud maravillosa” (…) “jóvenes inquietos, preocupados por los destinos de la patria, dispuestos a vivir -y a morir- para ella”. Reconozcamos en esas líneas, sí, cierta emoción y cierta franca idea de pertenencia a aquella juventud “maravillosa”. Sigue Caparrós diciendo “Es cierto que la historia no se escribe con los miles y miles que el 25 de mayo de 1810 se quedaron en sus casas sino con los doscientos o trescientos que se reunieron en la Plaza”. El dato de los presentes ante el Cabildo es más o menos real, no cualquiera era “vecino” entonces, la mayoría no participaba en política, eso comenzó a suceder –muchas tensiones y usos mediante- tras 1810. Pero de nuevo: ¿qué es generación? ¿Lo que hoy llamamos minorías intensas o lo que hoy llamamos “la siguen por tevé? La generación del ’37 –que fueron apenas un puñado- ¿representaba a todos los hombres de buena voluntad que habitaban el suelo argentino?
Cualquier muchacho decente
Sobre la juventud maravillosa y otras juventudes cercanas estamos de acuerdo con Martín. Lo conocido: “Empezamos nuestras vidas en un mundo convulsionado, esperanzado: todo debía cambiar, todo estaba cambiando. Cualquier muchacho más o menos decente sabía que aquel orden social era injusto y que había otros que debían remplazarlo; la discusión no era si la sociedad debía cambiar; era cómo, por qué medios, hacia dónde. Se supone que, de formas varias, muchos lo intentamos. Perdimos. Brutalmente perdimos, pero lo intentamos”.
Luego dice “aquella Argentina estaba llena de infamias” y la compara con la que tenemos hoy. Los que aporta son datos duros y dolorosísimos del presente que sí permiten (no necesariamente en sus términos, y haciendo un paréntesis con el período kirchnerista) discutir qué mierda hicimos con el país desde la recuperación de la democracia: la multiplicación de la pobreza; el fin de la movilidad social; el otro fin de una clase media “más o menos educada que se forjaba en la escuela pública” hoy en crisis; la jibarización de las vías férreas; la vieja fabricación de “aviones y coches de diseño propio”, una mejor atención en los hospitales públicos. Y remata: “Es obvio que la Argentina no cumplió con su promesa y se arruinó hasta un grado que nadie supo imaginar. Lo sabemos. Lo que no queremos saber es que fuimos nosotros”.
Ahí es cuando Caparrós la caga del todo.
¿Nosotros cuáles, Martín? ¿Nosotros la juventud maravillosa, nosotros todos, nosotros -“por decir”- Videla-Martínez de Hoz, Menem-Cavallo, De la Rúa, Duhalde-Lavagna, el kirchnerismo y el macrismo que para Caparrós son más o menos lo mismo?
¿Nosotros los que éramos jóvenes hicimos concha al país, Martín, a partir de 1976? Ambos teníamos 18 o 19 años cuando nos rajamos de Argentina. ¿Tuvimos “la culpa” de los secuestros seguidos de tortura y desaparición? ¿Fuimos nosotros como militantes, gente de entre 15 y 35 años, responsables del terror y la miseria planificada, del endeudamiento externo, de la desindustrialización, del empobrecimiento material y simbólico? ¿Fue “nuestra generación” la que hizo eso o fueron los generales de 50 años para arriba, los dueños del poder económico, los gerentes delatores de la Ford, los que apoyaron la represión y el modelo económico como dueños de los diarios, la editorial Atlántida, Mariano Grondona proponiendo desde la revista Carta Política la refundación del país a través de una nueva generación (justamente) del ’80?
Más adelante Caparrós cita una frase de Cristina Kirchner sobre los medios y la instrucción o des-instrucción de la sociedad para ligarla a esta afirmación: “Nuestra generación -la suya, la mía, la tan instruida- hizo esta Argentina. Y todavía algunos de sus miembros tienen la desvergüenza de suponer culpas ajenas” (suena a Vargas Llosa hijo, a Manual del perfecto idiota latinoamericano). Continuando con las culpas democráticamente distribuidas, el autor sigue con algo medianamente razonable o que se presta a otra vieja discusión: “Nos mataron a muchos y fue una tragedia. Pero el problema central no fue la falta de los que mataron; fue, más que nada, el efecto que produjeron esas muertes en los vivos. Fueron pedagógicas: nos demostraron que ‘ser realistas y buscar lo imposible’ podía ser tan costoso que después preferimos no arriesgar y aceptar lo posible. Que siempre era un desastre”.
Conclusión: “Es obvio que la Argentina no cumplió con su promesa y se arruinó hasta un grado que nadie supo imaginar. Lo sabemos. Lo que no queremos saber es que fuimos nosotros”. Y de nuevo: nosotros. Estimado Martín: ¿No te considerás aún un tipo de izquierda? ¿No creés ni un cachito en la lucha de clases? ¿Qué clase social es “nosotros”?
Ay, Martín. Compartimos tantas veces la crítica contra las simplificaciones y las banalizaciones del pensamiento a través del mal periodismo, compartimos críticas a Lanata y me salís con esta lanateada en estado puro. En una sociedad complejísima, fragmentada, estallada, empobrecida, ¿qué es esa generalización idiota que cabe en un “nosotros” abstracto, absurdo, autoritario, simplón, elitista? De nuevo: ¿cuál de los muchos nosotros tuvieron/ tuvimos la culpa de todos los males? ¿Los setentistas, los muchos marginados a los que bien aludís, los generales, los CEO’s, los laburantes, las amas de casa, los arrieros de cabras, los changarines, los kiosqueros, los cirujanos dentales, los productores de soja, los fumigados de la soja? No, Caparrós se queda con la idea de que “la Argentina actual es nuestra culpa” y propone pensar por qué pasó lo que pasó, cosa que está muy bien, mientras no simplifiquemos de manera tan elemental. Pensar, como Sarmiento y Alberdi, que también pensaron qué hicieron tan mal los revolucionarios de Mayo como para llegar a las guerras civiles y el no “engrandecimiento de la Nación”. Lo pensaron quienes fueron un puñado.
Todo es igual, nada es mejor
Enumera también Caparrós los gobiernos democráticos que tuvimos. Y los iguala. De nuevo la banalización. Todos parejitos: Alfonsín, Menem, los Kirchner, Macri. No me interesa aquí politizar la cuestión del presente ni discutir al kirchnerismo, aunque comparto algunas de las críticas hechas por Caparrós sobre ese período. Me importa el cambalache amargo del texto de Caparrós, la igualación sin matices, con cero complejidad, bien a lo Lanata: “Un país donde cada gobierno hace tantos desastres que el siguiente asume para deshacerlos”. Y más lanateadas. Lanateadas como las que ya solía mandar –frutícola- Jorge Lanata desde algunas remotas columnas de Página/12, generalidades moralizantes al estilo Sábato, o Aguinis, o panelista berreta de televisión, el típico “¿Qué nos pasa a los argentinos?”. Generaliza Caparrós –un tipo muy formado, muy culto-, generaliza al pedo: “Somos, más allá de las máscaras políticas, venales. Ávidos somos, afanosos. Nos gustan demasiado ciertos placeres chicos, la tele más grande, el coche más brishoso, el viaje de envidiar”. Sí, padre, por mi culpa. Todos los argentinos somos ese triste cuadro. “Somos muy mediocres”.
Llegando al final dice el texto, publicado originalmente en el New York Times y luego en Clarín: “Quizá sea hora de que nos demos por vencidos -por nosotros mismos- y nos retiremos, dejemos el espacio a otros que, probablemente, lo puedan hacer aún peor. Pero es difícil: nadie se retira a los 60, a los nuevos 40 o 25 o 37 y medio”.
Sucede que antes, de arranque, Caparrós comenzó escribiendo en primera persona, como entristecido, estas palabras: “Cumplí 60 años y me llena de sorpresa, esa perplejidad que te causa saber que ya lo has hecho: que todavía podrás introducir algún detalle pero lo grueso es lo que hiciste. Envejecer es descubrir que ya no serás otro”. No me queda otra que citar una preciosa expresión de Nicolás Casullo –de quien Caparrós fue muy amigo y compinche- sobre cierto rasgo irritante de los medios: el “psicoanálisis de peluquería”. No me queda más remedio que hacer psicoanálisis de peluquería y pensar que Caparrós escribió lo que escribió acaso bajoneado por su cumple número 60, sobre los 70, acaso extrañando el país, creo que legítimamente dolido.
Posiblemente también escribió lo que escribió por otra cosa. De un modo más punzante Horacio Verbitsky más de una vez se refirió a Caparrós como integrante de la gauche divine (la izquierda divina). Tengo para mí que con todo su talento, su capacidad de trabajo, su cultura, sus crónicas extraordinarias, su preciosa prosa, demasiado a menudo Caparrós se deja tentar por una enfermedad infantil que le aqueja desde siempre y que fácilmente puede llamarse narcisismo (por enésima vez digo que todos los periodistas y escritores somos narcisistas, y a menudo grandes sufridores por no sentirnos suficientemente reconocidos, siempre insatisfechos) pero es, además de narcicismo, un eterno afán adolescente, entre provocador y dandy (es tan anticuado ser dandy) la inclinación -usando otra expresión francesa- a épater le bourgeois (escandalizar al burgúes, shockearlo, incomodarlo). Pero sucede con textos como este que Caparrós no “epatea” un pomo a la vela al burgués, más bien lo regocija. Por ahí simplemente sucedió que escribió fácil, sin esforzarse, algo que también nos sucede a los periodistas.
Vamos llegando al final. Donde otros simplemente putearían yo me incomodo, me entristezco, no quiero putear a Martín y si me paso de la raya con el pacifismo, lo lamento. ¿Es una debilidad no echarle el guante a la cara y retarlo a duelo y decirle que designe a sus padrinos? Me resisto a putearlo pero sí me da bronca, bastante, mucha, que le eche vagamente o no la culpa de la decadencia de la Argentina a “nuestra generación”, los setentistas (con todo lo que cansa esa expresión). Me da bronca que me deje al lado de Videla, mucha bronquita; eso y las banalizaciones al peor estilo Lanata. Caparrós empobrecido.
Una macana, Martín.
Pero aun te tengo cariño, y respeto. Feliz cumpleaños. Ojalá envejezcamos (ambos) mejor y más juntos, pensando un país más justo y vivible.