La eficacia de una consigna que parece tonta pero no lo es. La convocatoria a la marcha contra la cuarentena apelando al peligro del “comunismo” parece a primera vista ridícula, pero lleva en sus entrañas la utilización de uno de los fantasmas que sirvió para justificar las peores atrocidades de la historia del país.
“En mi casa somos todos comunistas menos la mucama, que es de la Nueva Fuerza”
(De un genial personaje de Susana Brunetti)
Puede resultar divertido hacer una recorrida por los memes que circulan gastando a la convocatoria a una “marcha de los barbijos” contra las medidas de aislamiento sanitario implementadas por el gobierno nacional para prevenir la diseminación de la infección por coronavirus.
Para las personas sensatas, como también para aquellos que por coincidir partidariamente con el gobierno aceptan cualquier directiva si viene de sus dirigentes – que los obedientes debidos abundan, lamentablemente, por estas tierras –, estos memes resultan simpáticos porque ridiculizan al extremo una convocatoria que, en sus términos, parece realmente ridícula.
El flyer de mayor circulación de la convocatoria muestra una foto nocturna, con gente barbijeada y guardando distancia entre sí, sobre la cual, además de indicar la fecha y la hora para la “movilización”, y dice: “Con barbijo y respetando la distancia. Volvemos a las calles. En todas las esquinas del país”. Y remata, con letra celeste en un cuerpo de letra más grande: “No queremos comunismo”.
Una traducción posible sería: la cuarentena es una táctica del gobierno para instaurar el comunismo en la Argentina.
Suena y es ridículo, pero no conviene detenerse en eso y simplemente reírse. También es eficaz.
Uno de los memes que ridiculiza la convocatoria usa la misma foto y la misma tipografía y dice: “Suelta de boludos”. Y está bien, es divertido, pero el problema no son los boludos sino quienes los sueltan. Es decir, quienes están detrás de la convocatoria y apelan a la aparentemente ridícula articulación cuarentena – gobierno – comunismo.
Desde el retorno de la democracia – pero sobre todo en los últimos años – algo se debería haber aprendido de las tácticas propagandísticas de la derecha argentina, que no son otra cosa que la adaptación local de las utilizadas por los grupos económicos concentrados – a través de sus espadas mediáticas y políticas -en casi todo el mundo para limar a los gobiernos que, aunque sólo sea tibiamente, no coinciden con sus intereses.
Aquí lograron, entre otras cosas, hacer de un partido vecinal minúsculo una fuerza de alcance nacional que creció hasta ganar una elección presidencial con el recurso de mentir sobre el otro instalando una realidad falaz.
Antes de reírse y ridiculizar, habría que recordar que esa victoria se debió a que una mayoría de votantes creyó que ze dobadon todo, ze dobadon dos pebeíses y loz ezcondiedon en contenedodes bajo tierra en la Patagonia o en cuentas off shore inexistentes.
Ridículo, sí; pero eficaz si uno se remite a los resultados.
La articulación cuarentena – gobierno – comunismo es también ridícula, pero puede ser también eficaz, porque apela a uno de los fantasmas – para jugar con la frase inaugural del Manifiesto – invocados para justificar las peores atrocidades que se hayan cometido en la historia del país.
El fantasma del comunismo – los “maximalistas”, como se los llamó en los medios de la época, uno de los cuales persiste hoy – justificó las carnicerías humanas de la Semana Trágica y de la Patagonia Ídem.
El fantasma del comunismo fue la justificación para instalar el Plan de Conmoción Interna del Estado (CONINTES) entre 1958 y 1961 para reprimir a la Resistencia Peronista y poner fin a las protestas laborales dándole “una amplia jurisdicción a las Fuerzas Armadas en la lucha contra los disturbios internos”. El resultado fueron detenciones ilegales, torturas y muertes.
El fantasma del comunismo – “los infiltrados en el movimiento” – fue la excusa que esgrimió Juan Domingo Perón en el documento secreto del 1° de octubre de 1973 para implementar el “somatén” que a su decir hacía falta para defender a la patria y que abrió las puertas a la represión en el marco de un gobierno elegido democráticamente. Tarea que facilitaron Lúder e Isabel Perón dando carta blanca a las Fuerzas Armadas para “aniquilar a la subversión”. La Triple A, vale recordar, era la Alianza Anticomunista Argentina.
El fantasma del comunismo – “la subversión apátrida – fue la justificación última de la dictadura genocida para su plan sistemático de desaparición de personas.
En todos los casos, esa apelación a “combatir el comunismo” tuvo apoyo de más o menos amplios sectores de la sociedad.
Es lo que se buscó, al principio de la pandemia – vía Laura Alonso, Pichetto y Patricia Bullrich -, con aquello de que los médicos cubanos no eran médicos sino espías.
Leída en esta clave, la articulación cuarentena – gobierno – comunismo de la convocatoria de hoy deja de ser ridícula y queda al desnudo como una movida destinada a desgastar – y estratégicamente rendir o voltear – al gobierno.
Es ridícula, sí. Promueve una “suelta de boludos”, también. Pero sería importante no olvidar que los boludos sueltos y manipulados sirvieron para justificar las peores atrocidades de la historia argentina.
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