¿Y ahora? Se nos quemaron todos los papeles, ¿qué más se habrá quemado? , ¿qué habrá que ir quemando? Ideas que fueron surgiendo durante la noche en que todo fue fiesta amarilla, sin saber si sirven para algo más que para ser compartidas.

No me gusta escribir en primera persona. Pero como nada de lo que pasa me gusta vamos a estar a tono con las cosas. En mayo publiqué un libro, El relato macrista, donde postulaba que Cambiemos había sabido incorporar y devolver con packaging  nuevo (autoayuda, Ceos, timbreos, te la debo y nuevas conquistas del desierto) ideas y concepciones que andaban dando vueltas por la sociedad hace bastante tiempo. Creo que tenía razón, pero eso no me genera ningún placer y no opera de consuelo. Ante la catarata de votos que recogió el oficialismo en las legislativas, los análisis quedan para otro momento. Lo único, solo como un apunte al pasar, es que el hecho de que apareciera el cuerpo de Santiago Maldonado jugó a favor del oficialismo. Clarín y La Nación se apuraron en afirmar que se había ahogado y que minga de desaparición forzada. Y era una noticia deseada por mucha gente que veía trabado su oficialismo por esa especie de mancha que no les parecía tan terrible pero que no era simple de justificar.

La cuestión es como uno se siente. Algunas malas noticias se esperan pero el hecho de que sean previsibles no las hace menos tolerables. Y hoy lo que me ronda es que estoy (estamos) muy solos, a contramano de por lo menos la mitad del país. Que vivimos en una sociedad a la que no entendemos y que, de ser posible, nos pondría en un cohete para mandarnos a la estratósfera junto a los 532 elegidos por Macri para ese viaje interplanetario sin retorno. Sensación de estar de más. De que lo único que a uno se le ocurre son boludeces o al menos suenan como tales, al estilo de “cada vez que llovió, paró”. Y da miedo pensar que el diluvio llegó para quedarse.

Esa misma soledad pone en cuestión lo que uno piensa. Recordaba (lo hago a menudo) una frase de Martin Amis en su novela Dinero: “creen que porque tienen éxito tienen razón”. Lo que pasa que las razones del éxito a veces producen monstruos, exitosos claro. Ser monstruo garpa, parece, mirala a Carrió. Lo que pasa es que el éxito de los monstruos implica el fracaso de los que no lo somos (o creemos no serlo). Y la sensación de que quedamos a merced de los monstruos sin Chapulín que nos defienda.

Podríamos recurrir al voluntarismo de siempre (muchas otras opciones no nos quedan) y decir que hay que apechugar, juntarnos, barajar y dar de nuevo y que esos tipos van a terminar cagándola por sus propia ineficacia o por su salvajismo capitalista. Es probable que sea el camino a seguir, que ese voluntarismo se traduzca en espacios políticos (otro análisis que queda para otro momento). Aunque uno pueda adelantar que Cristina siempre pensó a la política como una aventura en solitario y perdió de alguna manera sola. Fue sola a territorio enemigo a demostrar que puede pisar fuerte, se fajó con Novaresio y con Rozín,  no hubo actos de UC en la provincia que sucedieran sin ella, sus compañeros de fórmula casi no aparecieron en los medios. Pero bueno, todo eso es discutible y no estamos para discusiones.

Lo otro que quedó dañado fue la idea de que el futuro está de nuestro lado. Luego del resultado de las PASO (que no fue, por cierto, nada alentador) se podía pensar en un número opositor que lo empardara o que lo subiera un poquito. No pasó nada de eso, en realidad todo lo contrario. Entonces el 2019 ya no aparece como un momento en que vayamos a dejar atrás la pesadilla neoliberal, aunque sea por un rato. No va de suyo. ¿Y si ganan otra vez?

Perdón, esta es una noche de desaliento, de sensación de soledad y escribir sobre esto amaga con amortiguarlo, lo que uno espera que pase con quienes me lean. Pero es imposible sustraerse a la idea de que estamos viviendo en territorio enemigo (es un poco enfático, lo sé) y que no compartimos valores básicos con la mitad de nuestros compatriotas. ¿Cómo viajar en el bondi con alguien que considera que Carrió es una adalid de la libertad y una valiente como hay pocos, pese o a causa de sus veinte por ciento y sus referencias a Disney por sólo nombrar episodios recientes? ¿Son creencias de momento? ¿Es sólo Clarín y La Nación, o es que Clarín y La Nación ponen en palabras lo que está soplando en el viento?

La otra tentación, inevitable, pasa por la moral. De este lado estamos los buenos, los solidarios, los sensibles, los que nos preocupa que haya mucha gente que la está pasando como el culo. Admitámoslo, uno tiende a creerse esto, algo que también pasa del otro lado de la grieta (para simplificar que ya es tarde), donde quienes viven allí creen que son buenos porque no apañan ladrones ni mantienen vagos y no quieren que los afanen, ni los chorros privados ni los del Estado.

No es tan fácil salirse de esto. En definitiva no se trata de bondades sino de valores. Otro callejón sin salida (será que hoy el GPS me manda para ese lado), los valores de acá, los valores de allá. ¿Hay comunicación posible?

Cosas que me vengo preguntando que por ahí son boludeces: ¿El éxito de Tinelli, de Susana de Mirtha no es en cierto sentido el mismo éxito que el de Macri? ¿No hay también un problema de estéticas en todo esto? Sigo con las boludeces. Rodríguez Larreta anda embaldosando media ciudad con los mismos tipos de baldosones, cambió la entrada del Botánico, hizo los metrobuses, que son todos iguales y del mismo color. Buenos Aires, que era un cambalache de estilos va camino, Cambiemos mediante, de tener una única estética, moderna,  funcional, prolijita, peinada a la gomina.

Bueno, a veces las derrotas (o los triunfos no deseados)  sirven para preguntar estas boludeces. Perdón por la tristeza, como diría el Flaco, mañana es mejor. O bueno, quién sabe.