El desplazamiento de Fernando Lugo fue producto de una cuidada estrategia que, con variaciones locales, se repitió en la Argentina y Brasil, mantiene en jaque constante al gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela y se intentó replicar sin éxito en Bolivia y Ecuador.
Todo quedaba probado porque eran hechos de conocimiento público y notorio. Porque la ciudadanía estaba enterada de los eventos. Porque la habían informado de los mismos. Lugo era culpable porque los medios de comunicación masiva lo habían manifestado”. Con estas pocas y precisas palabras, Juan Ignacio Aréchaga y Luciana Rodríguez sintetizan la construcción política y mediática que permitió, en junio de 2012, desplazar a Fernando Lugo de la presidencia de Paraguay a través de un juicio político. Al repasar la frase resulta inevitable la tentación de reemplazar el nombre de Lugo por otros, como el de Cristina Fernández de Kirchner, el de Dilma Roussef o, si se quiere un toque de actualidad brutal, por el de Milagro Sala. Todos caen como anillo al dedo.
Es una de las muchas virtudes de Golpe blando, el libro de Aréchaga y Rodríguez recientemente publicado por Punto de Encuentro y que lleva como subtítulo “El proceso de desestabilización al gobierno de Fernando Lugo”. El libro es el resultado de la tesis que elaboraron para el final de sus carreras en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata. Al leerla, la directora del trabajo, la periodista Stella Calloni no tuvo dudas: debía transformarse en libro. La propia Calloni lo explica en el prólogo: “Luciana Rodríguez y Juan Ignacio Aréchaga escribieron juntos su tesis pero no imaginaban que ésta se iba a convertir en un libro tan necesario en estos momentos (…) El golpe ‘blando’ que derrocó a Lugo en horas, fue el enorme desafío que eligieron los jóvenes autores y que convirtieron en una pequeña obra maestra, no sólo por el contenido, una investigación sorprendente, ajustada, precisa, sino por el lenguaje utilizado, algo poco común en estos tiempos”.
Y es cierto, porque el trabajo reúne, en estos tiempos en que casi siempre las llamadas “investigaciones periodísticas” son apenas el producto de “carpetazos” judiciales o de servicios inteligencia potenciados por los medios hegemónicos, dos condiciones que se inscriben en la mejor tradición del periodismo, esto es la articulación de la investigación documentada con la crónica construida en persona, poniendo el cuerpo.
Lugo en contexto
Hasta el momento de su caída, Fernando Lugo había resistido con fortuna – pero también con un constante desgaste de su figura y de su gestión – decenas de intentos de Juicio político. El golpe final vino de la mano de la “Masacre de Curuguaty”. El caso, conocido también como masacre de Marina Kue, fue un aberrante hecho ocurrido durante el desalojo en una comunidad en el departamento de Canindeyú, el 15 de junio de 2012 en el que murieron en total 17 personas, 11 campesinos y 6 policías. Una semana después – marcada por una fuerte campaña mediática y judicial tendiente a tergiversar los hechos y responsabilizar al presidente -, Lugo dejaba el Palacio de López, expulsado de su cargo mediante un juicio político express donde las creencias instaladas por la prensa aplastaron hasta hacer desaparecer la realidad de los hechos.
El juicio político que desplazó a Lugo se dio en un contexto fuertemente marcado por una estrategia general de desestabilización de los llamados “populismos” latinoamericanos. Con paciencia y perseverancia, las derechas económicas y políticas -conducidas y apoyadas por el capital financiero internacional más concentrado- fueron construyendo a nivel regional, con matices locales pero con una línea conductora común que sale a la luz apenas se rasca un poco el maquillaje, una ofensiva que no escatimó recursos económicos, comunicacionales y culturales para destruir las bases de sustentación de los gobiernos reformistas que en los últimos tres lustros intentaron revertir, con sus limitaciones, las condiciones de profunda desigualdad existentes en los países del subcontinente.
Esta estrategia mostraba un alto nivel de eficacia y la tiene aún. Lo que se repite en todos los casos es la metodología para limar a los gobiernos populares: maniobras judiciales, mediáticas y económicas constantes que se potencian y amplifican unas con otras. El golpe contra el presidente Manuel Zelaya, en 2009, fue el primer eslabón de una cadena siguió con la destitución de Lugo. Este tipo de operaciones articuladas fue también clave para la ajustada victoria electoral de Mauricio Macri sobre Daniel Scioli en la Argentina, y jugaron un papel fundamental en la feroz campaña que terminó con el impeachment y la destitución de Dilma Rousseff en Brasil. Mientras tanto, casi a diario, se pueden seguir las maniobras que apuntan a desestabilizar a los gobiernos progresistas de Venezuela, Ecuador y Bolivia.
Paso a paso
El libro de Aréchaga y Rodríguez desnuda con documentos, testimonios e interpretaciones los pasos de la ofensiva que llevó a la caída de Fernando Lugo. Desde la tergiversación de lo ocurrido en la masacre de Curuguaty, pasando por la utilización de falsos y verdaderos hijos del presidente, la invención de sus supuestos vínculos con el Ejército del Pueblo Paraguayo (una organización cuya existencia cierta jamás se ha comprobado), la criminalización de las luchas campesinas y las intrigas políticas y palaciegas tendientes a tejer la red de alianzas que permitiera alcanzar en el Congreso los dos tercios necesarios para destituirlo.
Vale la pena reproducir la manera en que los autores describen la construcción de esa alianza entre los medios de comunicación hegemónicos, los grupos económicos concentrados, la derecha política y los intereses norteamericanos en la región. “Esa alianza unificó sus acciones de manera coordinada y estratégica, buscó construirse como un bloque sin fisuras, disponiendo de la gran porción de los medios de comunicación masivos, para poder continuar con su proceso de acumulación (de fuerzas) – el que de algún modo vieron amenazado. La amenaza, asimismo, no vendría de Fernando Lugo explícitamente, sino de la posibilidad que este representaba en tanto cercanía con las fuerzas campesinas (de Paraguay) y con los gobiernos integracionistas (de la región). En consecuencia, hacia esos sectores serían apuntados los cañones demonizándolos, con el objetivo de que su propio miedo a verse perjudicados en su proceso de acumulación de riquezas, se trasladara al conjunto de la sociedad”, señalan. Y concluyen: “Si bien los medios masivos de Paraguay no lograron aglutinar y exacerbar las demandas de distintos sectores inconformes con el gobierno de Lugo, en un grupo social que se movilizara en su rechazo en pos de alcanzar una fractura institucional, se debió a que desde un primer momento, desde el incicio de su mandato, la táctica para destituir al presidente sería la del juicio político: descansando en el nuevo elemento incorporado en la Constitución de 1992, cuya intención fue democratizar la organización del Estado, la alianza sólo buscó alcanzar los dos tercios para echar a Lugo”.
La profundidad con que Aréchaga y Rodríguez investigaron las particularidades del proceso que culminó en el golpe blando contra Lugo en Paraguay no sólo sirve para comprender acabadamente el caso sino para situarlo, con una precisa claridad, en el contexto de la ofensiva neoliberal que vienen sufriendo los procesos reformistas en América Latina. Por eso es un libro imprescindible.