El resultado que obtuvo en las elecciones superó incluso las propias expectativas oficiales y puede leerse como una radiografía de en qué anda hoy la sociedad argentina, sus valores e ideologías. La grieta no se rinde.

Un 40% de votos para Macri después de 4 años de desastres y de cifras en rojo suena excesivo. ¿No es demasiado? Si nos retrotraemos a 2015, se pueden proponer otras lecturas. En aquel ballotage, Cambiemos obtuvo más del 50 por ciento de los sufragios, o sea un 10 por ciento más que ayer. No se trata de tranquilizarse sino de intentar pensar la dinámica de una sociedad que hace del voto una herramienta volátil y que puede salir disparada en las direcciones más inesperadas, para desesperación y escarnio de las encuestadoras que siguen pifiando a toda orquesta. Dicho de otro modo, un diez por ciento que había votado a Macri hace cuatro años ahora decidió dejar de hacerlo.

Lo del domingo 27 fue un escenario de ballotage virtual –promovido como eje de su estrategia electoral por el oficialismo- que terminó por licuar a las demás ofertas que todas juntas apenas arañaron un 10% de los votos. Si se lo piensa así, se puede decir que, con respecto al 2015 el peronismo mantuvo más o menos su caudal de votos, mientras que al macrismo se le perdieron unos cuantos por el camino. Claro que en aquel momento no se votó una propuesta abiertamente neoliberal, sino algo así como un proceso de corrección de los tantos males del populismo, haciendo hincapié en el derroche irracional de recursos y en la corrupción. Lo cual lleva a pensar qué tipo de artefacto es eso llamado neoliberalismo. Uno diría que es un sistema económico basado en la concentración de la riqueza en pocas manos y con un rol preponderante del universo financiero. Pero así planteado, no está en condiciones de seducir a nadie, salvo a los beneficiarios directos, que son poquísimos.

Pero saca muchos votos, porque ha logrado mimetizarse, coacheo, autoayuda y marketing mediante, en un sistema de valores, que coinciden con los expresados por una parte bastante importante de la sociedad.

Uno de ellos es el valor de la transparencia como la contracara perfecta de la corrupción. Los negociados suceden en zonas oscuras, inaccesibles (es aquí donde los cuadernos de Centeno resultan inverosímiles, no hay cohecho en presencia de nadie salvo los directamente involucrados). La transparencia es aquello que se ve. Por eso, el argumento de que toda la acción del gobierno es accesible vía Internet.  Ahí está a disposición para quien quiera darles una ojeada.

Al kirchnerismo le faltaron reflejos para enfrentar el tema de la corrupción porque lo incluyó en una trama conspirativa: no se trataba de denuncias más o menos ciertas sino una parte de un plan de desestabilización.

La otra cuestión es la de la verdad. Es aquí donde el macrismo ha convertido en virtud el desastre económico que causó. Y el monumento a la verdad es el INDEC de Todesca. Incluso para la oposición todas las cifras que produce el organismo son palabra santa. Entonces, el hecho de que los números de la realidad no se ocultan funciona como garantía de que el gobierno dice la verdad, palabra que no se le cae de la boca a los funcionarios oficiales y es una de las favoritas del presidente. Nos equivocamos –latiguillo al que se recurre permanentemente- pero no mentimos.

La socióloga Carla Yamade define esta operación como “verdaderismo”, al que define de esta manera: “El verdaderismo, en lugar de desconocer la idea de verdad se sirve de ella con incesante vocación (y hasta enojo), pero sin nunca explicitar los supuestos sociales y normativos que dan sustento a las proposiciones que se postulan como verdaderas.”

El verdaderismo le ha resultado exitoso incluso a la hora de la derrota, Juntos por el Cambio quedó como el partido de la verdad. Aquí cabría preguntarse por el INDEC del kirchnerismo. El Instituto es el lugar donde reside la verdad del estado de una sociedad, al menos ese es el lugar imaginario que ocupa. El INDEC de Moreno no respetó esa función y seguramente fue uno de los talones de Aquiles más flagrantes de la gestión de Néstor y Cristina. Un tema del que ni siquiera el propio Moreno, tan propenso a las bajadas de líneas destinadas a propios o extraños, se ocupa demasiado.

Están dos banderas que pueden disputársele al macrismo, la verdad y la transparencia, reformulándolas y dotándolas de un sentido menos retórico y más efectivo.

Otros valores no son conciliables. Hay en un vasto sector social una idea de la justicia –idea que atraviesa las clases y las adhesiones partidarias- para la cual las reglas del derecho son un obstáculo. Una concepción que se expresa de manera más evidente en los linchamientos y en la reivindican sin matices de la justicia por mano propia y el gatillo fácil. Esa idea que corporizó Patricia Bullrich a quien Macri sostuvo durante todo su gobierno, pese a errores y boutades. El delincuente es alguien definitivamente perdido y quien robe o mate lo seguirá haciendo para siempre y cuya muerte, como plantea Eduardo Feinmann, es un motivo de festejo. Una suerte de determinismo moral que considera que los lugares existenciales, las elecciones personales (y, desde esta perspectiva la delincuencia es una elección de vida) son inamovibles de una vez y para siempre.

Esto se aplica también a los lugares sociales que corresponden a cada uno de acuerdo a su situación laboral. Para decirlo mejor, esa situación es resultado de quién se es. Un beneficiario de planes es, por definición, un vago, si alguien gana poco es porque no se esfuerza lo suficiente. En definitiva, una sociedad quieta que no quiere que la política interfiera en el diario devenir de las cosas. Podría pensarse que Cristina intentó meter la política un tanto con fórceps en ese universo y que esto explica, al menos en parte, el rechazo que genera en ciertos sectores de la sociedad que no quiere olas.

Otra cuestión pasa por quienes son los destinatarios de las acciones del Estado en materia de servicios. Aquí entra a tallar la figura de Pichetto cuyas declaraciones xenofóbicas nunca fueron cuestionadas por ninguna figura del oficialismo. No a la atención en hospitales a inmigrantes, que si son extranjeros no le corresponde formar parte de la protesta social, para ellos tampoco la universidad gratuita. El dinero de los argentinos es solo para los argentinos.

Son ideas y valores que existen hace largo tiempo en la sociedad argentina, que Cambiemos supo aprovechar para consolidarse en el poder y que están en la base de su aceptación electoral.

Son valores que esta vez se inclinaron por el macrismo que los celebró durante la gira mágica y misteriosa del presidente y que seguramente explican la suba en la cantidad de votos. Miedo por un lado, autovaloración por el otro.

El voluntarismo de Alberto Fernández en cuanto a la superación de la grieta es por ahora solo eso, una expresión de deseos. No es para desatender ese 40% porque habla no solo de cuestiones no resueltas sino que es un espacio que puede ampliarse de acuerdo al rumbo de las cosas. Tampoco para rasgarse las vestiduras como se escucha por ahí, en lo que parece ser una reacción poco realista de pretender que el macrismo (o lo que representa) se desvaneciera de una vez por todas el domingo 27. De eso se trata vivir en sociedad, ya lo decía el bueno de Freud, la negociación del deseo. Hoy por hoy, la sociedad argentina es eso, con lo bueno y lo malo y no parece haber posibilidad de resolver en el corto plazo (si es que esta resolución es deseable) esta suma de desencuentros. Dejemos la armonía para los discursos y pensemos cómo sigue la pelea.

 

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