“La internacional capitalista existe, la moviliza un movimiento libertario de extrema derecha”, alerta el autor de esta nota. Qué organizaciones están detrás de la peor derecha latinoamericana y argentina, a la que financian para defender sus intereses globales.

La internacional capitalista existe, la moviliza el movimiento libertario de extrema derecha (los llaman libertarians) y, obviamente, está muy bien financiada: funciona a través de un inmenso conglomerado de gobiernos, fundaciones, institutos, ONG, centros y sociedades unidos entre sí por hilos poco detectables, entre los que se destaca la Atlas Economic Research Foundation, o la Red Atlas.

Había pasado inadvertida durante mucho tiempo, hasta que, en el Foro Latinoamericano de la Libertad de la Red Atlas, en mayo de 2017, en el lujoso Brick Hotel de Buenos Aires, con presencia del presidente argentino Mauricio Macri y el escritor peruano-español Mario Vargas Llosa, se debatió cómo derrotar al socialismo en todos los niveles, desde las batallas campales en los campus universitarios hasta la movilización de un país para abrazar la destitución de un gobierno constitucional, como en Brasil.

Atlas cuenta con 450 fundaciones, ONG y grupos de reflexión y presión, con un presupuesto operativo de cinco millones de dólares (datos de 2016), aportados por sus fundaciones «benéficas, sin fines de lucro» asociadas. Atlas Network es una organización fundada en 1981 en Estados Unidos, en homenaje a la escritora Ayn Rand, autora de la novela La liberación de Atlas, devenida en biblia de los ultraliberales, autodenominados en el mundo anglosajón como libertarians. La Red comunica en su portal que posee 447 socios a nivel internacional, en 95 países. Dentro de Latinoamérica dicen contar con 99 socios.

Su financiamiento proviene también de grandes empresas interesadas en maximizar sus ganancias mediante la reducción impositiva. Entre sus más importantes aportantes figuran los multimillonarios ultraconservadores Charles y David Koch, y Sheldon Adelson (el máximo financista de la campaña electoral de Donald Trump en 2016).

Una de las tesis que prologa los documentos de la Red fue acuñada por James McGill Buchanan —economista de la Universidad de Chicago—: «Para que prospere el capitalismo, hay que ponerle cadenas a la democracia».

La red, que ayudó a alterar el poder político en diversos países, es una extensión tácita de la política exterior de EE. UU. —los think tank asociados a Atlas son financiados por el Departamento de Estado, la USAID (Agencia del Desarrollo Internacional de EE. UU.) y la National Endowment for Democracy (Fundación Nacional para la Democracia), brazo crucial del poder blando estadounidense.

La Fundación Pensar era una rama de la Red Atlas en Argentina que se convirtió en el PRO, el partido político que llevó a la presidencia en 2015 a Mauricio Macri. Dirigentes de Pensar y de la Fundación Libertad —otra rama de la Red—, ocuparon cargos clave en la administración argentina entre 2015 y 2019. Una serie de fundaciones, dirigida por altos funcionarios de la administración Macri, drenaron dineros públicos hacia ellas, aumentando los fondos provenientes de la Red Atlas y la NED.

Los neoliberales más agresivos

Javier Zícari, en Página12, prendió una luz de alerta al señalar que: “Una secta recorre la Argentina y es la del terraplanismo económico: los libertarios”. Este es un grupo que ha proliferado y ganado visibilidad en los últimos años pero que, hasta ahora, poco se ha investigado y que parece funcionar como el grupo de choque más agresivo y reaccionario del neoliberalismo.

Como la clásica derecha tiene un fuerte olor a rancio y está desprestigiada, por su identificación con los programas antipopulares, los ajustes y el endeudamiento externo, ahora aparece revestida de nuevas formas y, sobre todo, expresada por sectores de la juventud. Vocifera para reivindicar lo que llaman el anarcocapitalismo: un mercado total, que nadie lo pueda regir y en el que el Estado se desvanezca, desaparezca.

Lejos de la rebeldía, lo que suelen reclamar es disciplina, orden y que el empresariado —o mejor dicho el uno por ciento de los multimillonarios del mundo— lo rija todo, deviniendo en los hechos la vanguardia de la dictadura del empresariado o del capital concentrado.

Como ya lo demostraron en Brasil, desde épocas del golpe parlamentario contra la presidenta Dilma Rousseff, su alta intensidad en redes sociales y la alta representación de sus economistas en los medios hegemónicos y en Internet, contrasta con el bajo volumen político que representan. En Argentina, en las últimas elecciones su principal candidato quedó atrás del voto en blanco.

El discurso económico es tan violento como simplista y nunca se discuten problemáticas como el subdesarrollo, la restricción externa, las mejoras sociales, el desempleo o qué hacer con la deuda externa. Ya no quedan vestigios del viejo sujeto liberal, sino un individuo reaccionario, en el cual el microfascismo, la prepotencia y el narcisismo devienen centrales, añade Zícari.

Toda desviación a sus premisas pasa a ser identificada como estatismo, una dictadura y «un camino a ser Venezuela», esa Venezuela de los noticieros de los medios hegemónicos, claro.

Nociones como igualdad, solidaridad o el prójimo están totalmente ausentes en sus lógicas. Para ellos, toda forma de integración social debe hacerse únicamente por medio del mercado. Coligen que alguien es pobre porque no le gusta trabajar o porque es oprimido por el Estado que lo coarta.

El rechazo al debate intelectual los termina de acercar al más duro terraplanismo, los movimientos antivacunas o protestar contra el 5G, y pretenden, además, que sus ideas reaccionarias se enmascaren en un aire academicista. Obviamente, detestan lo que llaman «ideología de género».

Las fuentes intelectuales de los libertarios los pinta de cuerpo entero. Recuperan a los padres de la escuela austríaca de economía, como Von Mises y Von Hayek, quienes se la pasaron hablando contra la improductividad pero que eran dos aristócratas que vivían de rentas. Otra referencia intelectual es el monetarismo de la escuela de Chicago, en la cual sobresalía Milton Friedman, que fue asesor del dictador chileno Augusto Pinochet.

Un documento

El documento “Cinco decisiones para poner a Argentina de pie”, es promocionado por 28 organizaciones ligadas al pensamiento ultraliberal-libertario de ultraderecha (centros de estudios, asociaciones civiles, fundaciones, cámaras empresariales y grupos financieros) de la Red Atlas, el entramado de think tank, grupos de lobby y organizaciones ligadas y financiadas por el gobierno de EE. UU., orientados a influir en la política doméstica de América Latina y reprimir la aplicación de políticas soberanas en la región.

Esta red de organizaciones es la versión vernácula del Partido Republicano, subyugado por los libertarians, el suprematismo trumpista y la negación de la pandemia. El objetivo planteado por la Red Atlas es destruir las regulaciones estatales para que el mercado sea la única institución encargada de regular las relaciones económicas y sociales.

La red tenía ya, en 2017, 13 entidades afiliadas en Brasil, 12 en Argentina, 11 en Chile, ocho en Perú, cinco en México y Costa Rica, cuatro en Uruguay, Venezuela, Bolivia y Guatemala, dos en República Dominicana, Ecuador y El Salvador, y una en Colombia, Panamá, Bahamas, Jamaica y Honduras.

Sus referentes, bajo eufemismos más o menos explícitos, catalogan como populismo al orden democrático. Toda mayoría que busque un camino alternativo a la financiarización y que promueva la pluralización de los derechos sociales y económicos será catalogada como autoritaria, antigua, vaga, señala el economista y sociólogo argentino Jorge Elbaum.

El programa de la Red Atlas repite el decálogo de Trump: limitar o suprimir el impuesto a los más pudientes, privatizar empresas públicas y limitar el poder de los sindicatos. En síntesis: pregonan la libertad de los privilegiados para incrementar una mayor porción de la riqueza nacional. Además, en su versión desestabilizadora, son especialistas en inocular el desánimo y horadar la confianza pública en los gobiernos que no se pliegan a sus demandas.

La cadena de producción

Un análisis de los documentos de la Red Atlas pone en evidencia el modelo de varias fases para instaurar lo que denominan la cadena de producción de sentido político.

Una, son las investigaciones académicas sin contrastación, consagradas a legitimar los prejuicios desreguladores y hostiles hacia la política, salvo cuando se la ejerce en nombre del mercado, y la instalación de dichos trabajos en espacios académicos de grado, posgrado, extensión universitaria y marcos de capacitación empresaria.

Otra, la divulgación mediante Soportes Comunicacionales Corporativos (SCC) —léase medios hegemónicos de comunicación social— y la utilización de referentes mediáticos más agresivos y provocadores como encargados de la justificación y defensa de los contenidos instalados por las usinas ultraliberales académicas. Su violencia dramatúrgica busca ser instalada como convicción plena y certeza de discurso único.

Otra fase es la viralización mediante trolls, bots y botnets, y la utilización de la IA (Inteligencia Artificial) para detectar segmentos que son reconvertidos en difusores de consignas, prejuicios y noticias falsas. Luego de su detección, se los integra a diferentes colectivos de hostigadores de los referentes populares, constituyéndose en tropa dispersa de odiadores seriales. Un eslabón más es la apropiación de las temáticas convertidas en agendas por parte de los SCC, para instituirlas como pensamiento hegemónico dominante.

La iniciativa en Argentina, de la que participaron Ricardo López Murphy y Álvaro Alsogaray (hijo) entre otros, dio continuidad al Foro Latinoamericano de la Libertad —que tuvo lugar en septiembre de 2017, en Buenos Aires, y al Foro para la Libertad en Latinoamérica, de mayo de ese mismo año. De los centros de investigación de la red Atlas forman parte los dirigentes de ultraderecha Roberto Cachanovsky, José Luis Espert, Javier Milei, Agustín Etchebarne.

El objetivo planteado por la Red Atlas es destruir las regulaciones estatales para que el mercado sea la única institución encargada de regular las relaciones económicas y sociales. Sostienen una concepción de «libertad» únicamente asociada con la propiedad y catalogan las políticas tributarias como confiscatorias. Esa es la razón por la que cuestionan la cuarentena y alientan el fin del cuidado mutuo alentado por el gobierno.

Expresan el temor a que las regulaciones sanitarias limiten la continuidad de su facturación y sus consecuentes ganancias. Sus referentes, bajo eufemismos más o menos explícitos, catalogan como populismo al orden democrático. Toda mayoría que busque un camino alternativo a la financiarización y que promueva la pluralización de los derechos sociales y económicos será catalogada como autoritaria, antigua, vaga o “choriplanera”.

Se apropian de la palabra libertad para evitar que las regulaciones estatales e internacionales impidan, regulen o limiten su acumulación financiarizada. Buscan que sus grupos de presión sean autorizados para instituir las regulaciones estatales por fuera de la voluntad popular, porque consideran que el mercado debe gobernar por sobre la democracia.

Desvalorizan al Estado porque son conscientes de que es el único actor institucional que puede poner coto a la depredación económica y ambiental que promueven. Esa es también la razón por la que desprecian la solidaridad y el altruismo. Consagran al egoísmo como un valor positivo y al sometimiento de los más débiles y humildes como la consecuencia de un orden natural darwiniano ineludible.

La derecha argentina, impulsada por estas redes, se siente empoderada por la pandemia y, en lugar de sumar sus esfuerzos para reducir los daños de la crisis sanitaria, aprovecha una ventana de oportunidad ante la enfermedad y la muerte. Los promotores de la Red Atlas desde sedes diplomáticas o por medio de financistas corporativos despliegan las fases destinadas a modelar el sentido común de una ciudadanía golpeada por la angustia producida por la covid, en medio de una crisis social, económica y financiera.

La apuesta libertaria por augurar el desastre, vender apocalipsis y meter miedo permanentemente termina por fragilizar las subjetividades y volverlas más vulnerables. Y, así, al sentirse indefensas, hace que muchos sectores de la población sean propensos a salidas autoritarias al estilo Jair Bolsonaro o Donald Trump, ya que el miedo es un gran disciplinador social, recuerda Elbaum.

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