La realidad que vendrá tras la pandemia será diferente, no sólo en el país. El deterioro económico implicará un gran desafío tanto para el gobierno como para las diferentes izquierdas y movimientos sociales. Lo que hoy pierden los más poderosos, lo intentarán recuperar a costa de los sectores populares.

Hoy es un lugar común señalar que la irrupción de la pandemia y las medidas de aislamiento social vinieron a destapar la tremenda desigualdad social existente en nuestro país. El abordaje sanitario desplegado en barrios como Villa Azul (Quilmes- Avellaneda) o el José Luis Cabezas (Berisso- Ensenada) vienen a mostrar que las políticas socio económicas que se desarrollaron durante las últimas décadas no hicieron más que profundizar la pobreza.

Tanto los principales medios hegemónicos, como diferentes opciones políticas tanto de derecha o de izquierda lo repiten permanentemente. Unos dicen que el peronismo agigantó la desigualdad para manipular a los pobres con asistencia social. ¿Qué piden? que los políticos se bajen el sueldo. Otros muestran esa realidad para expresar que los diferentes gobiernos, desde hace casi tres décadas son todos iguales. ¿Qué piden? incrementar la ayuda social.

Cualquiera que haya transitado las últimas décadas de nuestro país puede observar con total claridad que a partir de los años noventa se produjo una transformación significativa de la configuración social. La desigualdad y la pobreza extrema se adueñaron de territorios bien definidos. Si bien hubo parches significativos e intentos de inclusión, este proceso nunca se detuvo. Es la configuración propia del neoliberalismo.

Si bien nadie puede negar la existencia de esta pobreza estructural, lo que muy pocos señalan es que la misma no es más que el resultado de otros factores que podrían explicar mucho mejor la realidad y darle a los militantes sociales otras herramientas que no sean sólo plantear ir en ayuda de los más necesitados. Lo que se modificó principalmente a partir de los 90 fue el mundo laboral.

Muchas de las propuestas más sensatas de la izquierda hacen referencia a los problemas que tanto la pandemia como la cuarentena hacen mella en la situación de los trabajadores. No aporta demasiado señalar igual que la derecha que los barrios se convierten en guetos y se privan determinados derechos de circulación. Apología liberal.

En 1996 el por entonces Congreso de los Trabajadores Argentinos (CTA) expresaba que “El desempleo es la mejor ley de flexibilización laboral”. En ese mundo laboral emergente la existencia de una masa imponente de trabajadores desocupados producía que las patronales pudieran explotar desmedidamente a sus empleados, mostrando la cantidad de gente que estaba esperando para ocupar el mismo sitio. Una clara acción de chantaje.

Esta lógica es la que exponen los grandes lobbies que se oponen a las cuarentenas. Hacer trabajar cueste lo que cueste sabiendo que cuentan con un numeroso ejército de reserva. El diputado del Frente de Izquierda en la provincia de Buenos Aires y referente del Subte, Claudio Dellecarbonara, expresó su preocupación por la situación que se vive en diferentes sectores de trabajadores. Dijo que “La liberación de actividades sin siquiera ser consideradas esenciales, y las empresas mandando a trabajar a miles de trabajadores, sin los protocolos ni los equipos de protección, tiene consecuencias”.

El sindicalismo en la Argentina hoy no es demasiada garantía. Hoy los gremios debieran tener un rol preponderante en cuanto a la protección de los trabajadores ante los peligros de la pandemia como en cuanto a hacer valer sus derechos ante patronales que piden a gritos flexibilizar la cuarentena. En las actividades denominadas esenciales emergen determinados conflictos que debieran ser resueltos de la mejor manera, porque los trabajadores de esos sectores no son inmunes y están permanentemente expuestos.

Mientras el gobierno propone algunas medidas interesantes como el impuesto a las grandes riquezas o la expropiación de Vicentín, pero sin avanzar demasiado o intentando que no genere demasiado ruido en la opinión pública; todo ello hace que algunas izquierdas denuncien movimientos tibios predestinados al fracaso. Un síntoma de debilidad de ambos. Una relación de fuerzas desfavorable.

Un gobierno asentado en una acumulación de fuerzas populares significativas y que tenga el objetivo de llevar adelante esas medidas podría hacerlo. Una izquierda con fortaleza en las bases obreras podría acompañar al gobierno imponiendo ciertas condiciones o en todo caso ponerse directamente al frente de esas medidas. Pero esto no sucede.

La realidad que vendrá tras la pandemia será diferente, no sólo en el país. El deterioro económico implicará un gran desafío tanto para el gobierno como para las diferentes izquierdas y movimientos sociales. Lo que hoy pierden los más poderosos, lo intentarán recuperar a costa de los sectores populares. ¿Quién pagará los platos rotos?

Comenzar a delinear el escenario de la pospandemia y prever las posibles fuerzas con las que se pueda contar para llevar adelante lo delineado, debiera ser una de las tareas actuales.

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