El oficialismo tiene cuatro desafíos bien embromados de cara a los comicios: herencia macrista, pandemia, economía en problemas y el muro impenetrable del odio. Los pronósticos hablan de un triunfo más ajustado que el del 2019. ¿Qué estrategias de gestión y campaña se usarán para ganar por más votos?
Diferencia a favor del oficialismo de tres a siete u ocho puntos a escala nacional. Eso es en promedio lo que andan diciendo los consultores sobre el resultado de las próximas elecciones, un poco probando la temperatura del agua con el dedo gordo del pie, o dibujando números según de quién se trate. Con una coincidencia que viene ya de muy lejos y marcamos en Socompa: de seguir el actual ritmo de vacunación y de llegar una recuperación económica más nítida –sobre todo para los sectores populares- la ventaja se acercaría más al siete u ocho que al tres. Para el Frente de Todos, casi seguro, no será la ventaja de 2019: 48% de los votos contra 32. Es decir, el FdT no sumaría tantos legisladores nuevos como los que habrá soñado alguna vez, si es que la pandemia dio tiempo para soñar algo. En torno de la cantidad de legisladores ganados girará la archiconocida disputa por la interpretación de los resultados el lunes siguiente a los comicios.
El contexto de las elecciones es, como sucedió con los gobiernos de otros países, el del dificilísimo arte de gestionar la pandemia y su consecuente bajonazo económico. Algo que cuesta uno y la mitad del otro, algo que se paga caro. El gobierno contuvo relativamente a los más vulnerables, pero eso es poco visible electoralmente, amén de que muchos votantes no valoran esos cuidados sociales y hasta lo detestan. La inflación le viene ganando a salarios y jubilaciones. Desde hace un tiempo ya dilatado hay reactivación en diversos sectores, más obra pública fuerte en muchos distritos. Pero nada parece alcanzar para paliar herencia recibida+pandemia+recesión.
Más de un balbuceo oficial, incluidos balbuceos de gestión y algunas internas que entorpecieron medidas y programas, tampoco ayudan. Inicialmente el discurso de campaña y gobierno de Alberto Fernández, aquello de contener a todos y acabar con la grieta, pareció bien encaminado. Pero andá a pelearle a la grieta, al odio y a los medios de la derecha con buenos modos y amable racionalidad. Se intentó, fue válido. Con el diario del lunes puede decirse que dio poco resultado porque estamos más o menos como estuvimos siempre. Simplificando: dos núcleos de electores anchos y duros recontra enfrentados y en el medio (o ninguna parte) miles de archipiélagos de solitarios dados a la anomia, la indiferencia, la distancia, la antipolítica y el odio también.
Seguí gritando, Pato, seguí gritando
Las novedades más interesantes vienen dándose por el lado de Juntos por el Cambio. Donde como estaba previsto desde hace un par de años Horacio Rodríguez Larreta aparece consolidado y Mauricio Macri a medio jubilar. A menudo suelen alegrarse las buenas gentes por la reaparición de cada vieja causa por corrupción de Macri & allegados. O por las nuevas y prometedoras causas contra él. O por el asunto del contrabando de material para la represión en Bolivia. Nunca un titular suelto manda a la B a un político. Solo lo hace una serie extensa en el tiempo. Seguramente, si es que se enteraron, las viejas y nuevas causas desgastaron a Macri ante las audiencias menos ideológicas. Pero mucho más pagó y paga por su pésima gestión, su frialdad, su ausencia de empatía, solidez y carisma, sus viajecitos reposeros al exterior, ahora en plena pandemia.
Mientras tanto, jugando con ese desgaste de Macri, y de algún modo no del todo irónico, Larreta hizo en este tiempo la gran Alberto, aunque más consistente y más tahúr: se mantuvo bien en la suya, haciéndose el malito cuando le convino (ejemplo: recursos nacionales para la ciudad), pero con relativa amabilidad si se considera que fundó y viene del macrismo puro y duro. Hizo de paloma en esa jaula de aves rapaces y bestias. No le fue nada mal.
En oposición, es más que interesante el hecho de que el discurso de odio flamígero de Bullrich/Macri no les garpó a la hora de imponer/se candidatos. Síntesis equívoca: el odio no siempre garpa. Patito debió batirse en franca retirada tras apenas quince días de resistencia. Mauricio la vio por tevé desde Europa. Es curioso, casi un despropósito que importa poco, que la que perdió sea eso que la jerga llama “la titular del PRO”.
No, el discurso del odio no les garpó ni a Mauricio ni a Patricia. Flaco consuelo porque el discurso del odio en medios, redes y la política sí ayudó a sostener la grieta y a erosionar al gobierno. O a hacer emerger ese engendro repulsivo que son los autodenominados libertarios. Puede que muchos estén cansados de la grieta y seguramente Alberto Fernández apostó a sacar partido y gobernabilidad de ese cansancio. Pero los que hoy estén cansados de la grieta no desesperan por salir de ella a través de la política. Mastican a solas su fastidio, puteando para ambos wines, son todos iguales.
Que Macri hoy aparezca empequeñecido y al borde del retiro forzado es un flaco consuelo para el gobierno y para quienes lo detestan. Es también un riesgo a la hora de elegir estrategias electorales. Dicho de otro modo: el desgaste de Macri o los merecidos misiles dirigidos contra él quizá no sean la buena noticia que los buenos corazones desean. Quizá los misiles lo dañen, como quien patea al borracho en el piso, pero no necesariamente –o casi nada- a Rodríguez Larreta, a lo que los buenos llamamos “derecha”, y menos al poder económico o mediático concentrado.
De modo que pegarle hoy a Macri quizá resulte algo fútil o inútil. Una suerte de anacronismo que importe poco al electorado, tan piuma al vento. ¿Cuál sería la idea? ¿Pegar a Rodríguez Larreta con Macri? Parece tarde. Sería como un jet-lag táctico. No, silbando bajito, el Pelado supo despegarse de Macri él solito y sin mentarlo, sin decir casi palabra, sin balas, siquiera de goma. Del mismo modo, sin intercambio de armas de fuego, ungió a María Eugenia Vidal, ella sí con algún desgaste. La buena de Mariu no es una súper candidata para Capital. Pero tampoco es que Juntos por el Cambio o la derecha necesiten un súper candidato en la ciudad de Buenos Aires. La base electoral está, diría el Bambino Veira, y mucha de esa base vota contra el gobierno o contra el peronismo y le da más o menos igual María Eugenia Vidal o Bob Esponja. Sí tienen en alta estima al Pelado, prudente, sigiloso, calculador, buen político y embellecedor de Buenos Aires (con obra pública dura también) a costa de quitar recursos a los programas sociales. Sí, recorte de programas sociales. Eso que es un escándalo para los nacional-populares pero que a muchos otros (incluidos los que mandan a sus hijes a la escuela privada y tienen prepaga) les importa un rabanito.
De modo que CABA viene siendo desde hace añares una suerte de escenario electoral congelado. Como en todo el país, pero mucho más, JxC mediante sus voceros mediáticos (del Grupo Clarín y La Nación a Canosa y de Maximiliano Guerra a Kovadloff) disfrutan de una sobre representación mediática monstruosa en la que todo es ganancia.
No se desdibuje, Alberto
En provincia de Buenos Aires –ni con Santilli, ni con “Soy Jorge antes que Macri”, ni con el vendedor de humo Facundo Manes- parece poco probable que Juntos por el Cambio pueda modificar sustancialmente el resultado de la última elección. Y se sabe, esa elección pesa un fangote en el total nacional. Esto no quiere decir que el Frente de Todos tenga mil estrellas de cine para ofrecer al electorado.
A escala nacional tendrá peso lo que sucede en cada provincia con cada gobernador. Si es por la proyección de la marca Frente de Todos y con AF, la primera contiene mucho más a los propios que a los periféricos y los indecisos. E incluso se puede intuir una rara distancia entre la marca FdT y el presidente, aunque él sea fundador y socio vitalicio. Esa distancia la marca relativamente el propio discurso de Alberto (que tiene el laburito de contener la enorme diversidad de su espacio) a la vez que lo desdibuja, sin que quede claro si todavía pesa a su favor la relativa afabilidad o se desdibuja más todavía cuando pasa del estilo peace & love de su perro Dylan a enojarse.
A menudo –no siempre-, cuando se enoja, su perfil gana en consistencia. Y así se gana el aprecio de los que le tenemos simpatía. A la vez, si lo que pretende combatir cuando se enoja es la mentira o el discurso del odio, choca contra el alto y muy grueso muro de lo inaudible. Ni sus odiadores que votan macrismo/ cualquier derecha ni los solitarios amargados con la política son gente de erguir las orejas, escuchar, prestar atención, cotejar argumentos, tratar de entender. Las palabras les rebotan. Casi podría decirse que es más fiero pelearle al odio que a la pandemia, que al menos arruga con las vacunas. Y aquí hay otro punto en discusión: ¿habrá “agradecimiento social” si llega la inmunidad mediante las vacunaciones masivas? Pronóstico del que escribe: mar dudoso, aunque no “Prohibido bañarse”.
En torno del bendito asunto del discurso y la comunicación oficial hay también desdibujamientos, incluso a menudo para los simpatizantes más presuntamente combativos del kirchnerismo. Diría Palito Ortega, aunque exagerando mucho, que en el rumbo del gobierno hay un poco de sabor a nada. No es nítido para muchos el horizonte de futuribles del gobierno de Alberto, o eso que se llama el proyecto, incluso en términos de lo que con mucha bronca se denomina “promesas electorales”.
Proyecto claro. Cristina Fernández sí lo tenía, y claro que a la vez pagaba costos por enunciarlo en un tono excesivamente elevado, hablándole a los ex pibes de La Cámpora en los patios de la Rosada y no al resto, o no siempre convirtiendo “proyecto” en realizaciones concretas.
Acá se vienen opciones difíciles. ¿Cuáles serán las líneas maestras del discurso electoral del oficialismo? ¿Conseguimos domar la pandemia? ¿Miren cómo los cuidamos? ¿Garpará cuánto eso? ¿Dirán los candidatos, miren, ya se nota la recuperación económica? ¿Apostarán a recordar la catástrofe de la gestión macrista? O, dicho de nuevo, ¿se intentará pegar a JxC con la espantosa gestión de Macri? ¿Se tratará de decir a lo Néstor, en lugar “de Mauricio es Macri”, “JxC es Macri”? Seguramente habrá un mix de todo esto y seguramente lo que falte es novedad, novedad potente, un horizonte nuevo. Con el desafío ya varias veces mencionado: el casi tercio duro de la derecha parece impenetrable y el otro tercio rumia su mufa gruñéndole a la realidad.
Si Alberto Fernández corre cierto riesgo de disolución de identidad y la crisis es más eficaz a la hora de quitarle votos al oficialismo, acaso no corresponda a él evocar catástrofes macristas, pegar a Juntos por el Cambio con aquellos horrores o la corrupción. Acaso esa tarea corresponda no al Presidente, sino a una batería bien diversa de voceros y tonos. Pero caramba, tal como sucedió durante el Néstor-cristinismo, la batería diversa y potente nunca termina de aparecer en rol estelar y aun cuando apareciera pelearle al ninguneo o la tergiversación o la mentira es como jugar en cancha inclinada.
Solos y solas
Para el famoso tercio de indecisos del que hay que arrancar votos el kirchnerismo-albertismo nunca tuvo ni políticas abarcadoras, ni sofisticadas, ni discursos nítidos. Estamos hablando de multitudes altamente variopintas de solos y solas en una sociedad estallada y más aislada que unida en las redes: cuentrapropistas, ciertos profesionales, comerciantes, jóvenes con empleos precarios (algún día las motos y bicicletas nocturnas de Rappi serán símbolo de la pandemia) o sin empleo alguno, monotributistas, viejos y nuevos desocupados. Muchos de ellos conforman una economía en negro y hasta un mundo invisible para el cual apenas llega lo que Cristina llamaba sintonía fina. Allí, por no hacer mejor, hay votos perdidos y votos por ganar. ¿Pero cómo ganarlos si no se sabe interpelar a los millones de solos y solas? Muy seguramente buena parte de esa gente –acudamos al imaginario exacerbado del taxista que escucha a Baby Etchecopar- forma parte de los microuniversos de la antipolítica y el odio. Y no se trata precisamente de brokers ni de la oligarquía terrateniente.
Se dice, y es obvio, que las llamadas “terceras fuerzas” –izquierda, Randazzo, los seudo libertarios- podrán arrancar votos a las dos mayoritarias. Demasiado temprano para saberlo. Puede que por efecto de la pandemia y la crisis esas fuerzas limen más intención de voto al Frente de Todos. Pero -quién te dice- en septiembre y luego noviembre no estemos altamente inmunizados vía vacunas, se recupere aquella normalidad de fábricas y capacidades ociosas funcionando, comercios abiertos, nuevos paliativos para los que menos tienen, alguna recuperación del empleo. O al revés: que se vengan al humo nuevas operaciones mediáticas odiosas como aquella del cuaderno quemado a la parrilla o las mil exhumaciones del caso Nisman.
En el país en el que pudo asegurarse “Dicen que el cuerpo no estaba en el cajón” pueden pasar unas cuantas cosas más de aquí a las elecciones. Por algo los consultores se están manejando con caras de póker.