Para cuando el cronista vuelve a su casa a escribir, en la tele analizan, subrayan o simplemente se solazan con los incidentes finales de la marcha. Un recorte, interesante, pero solo un recorte, al que volveremos en esta nota. La mirada que intenta ser más abarcadora, comienza al revés y desde el principio.

Carteles artesanales (Foto: Horacio Paone)

Esto promete. Al primer grupo ya se lo ve en la estación Congreso de la línea D: varios muchachos de la Juventud Sindical, de la UTA. Ya en el subte, en diagonal, una morocha sola, preciosa, con una camiseta que dice La Celeste y Blanca es Paz. Sanidad. Se la ve concentrada en su celular. Mira el cronista dentro del vagón, ansioso. Ve a lo lejos unos palos que supone son para enrollar banderas y no, son un par de muletas. No más anuncios de la marcha dentro del subte y es que muchos, muchísimos, ya llegaron a sus puntos de encuentro o están yendo por otras vías.

Diagonal Roca. Ya desierta pero sembrada de unos volantitos que dicen “7 de marzo. Nos movilizamos en defensa del trabajo”. Y en otro color, lo mismo. La firma es de La Bancaria. Hay otros papelitos sobre el pavimento. Entre ellos uno breve, práctico, eficaz, bien peruca, de UPCN: “Mejor que decir es hacer”. No está mal como contradiscurso al del macrismo, por simplísimo que sea. El pequeño mural de homenaje al rock nacional que pintaron sobre el estacionamiento de Diagonal y Mitre está tapado por doce afiches: “Frente al brutal apriete a los jueces de la Justicia Nacional del Trabajo. Todos somos Arias, Gilbert y Marino”. La referencia es a la apretada del Ejecutivo –pedido de juicio político- que se comieron dos magistrados por convalidar el aumento a los bancarios. Los bancarios, gente de clase media, esa gente que gusta en satanizar cierto kirchnerismo que se cree duro.

Plaza de Mayo. Un lateral de la Catedral está en reparación. La Plaza luce espléndida de cívica. Pero ya se pueden ver puestos de choripán y se oyen petardos

Reclamo por el paro (Foto: Miguel Martelotti)

distantes y bombos y una ancha columna de banderas azules asoma en el horizonte de Avenida de Mayo. Imposible bajar por Yrigoyen a Paseo Colón, una formidable valla de hierro medio nazi impide el paso. Hay que seguir por Defensa: seis jóvenes con un cartel de la CGT, una docente rubiona, bandera enrollada  en mano, se mete en un bar camino de su cita con compañeros. Pasan dos SUTEBAS, un morocho alcanza un volante que dice en terribles mayúsculas “Los tarifazos no tienen techo. Las Paritarias tampoco!!! Cipayo!!!”. Firma La Gloriosa, con sede en Pico 1200. Aun no se ven multitudes.

Por avenida Belgrano es la cosa, una opción posible para encontrarlas. Estruendos, pólvora, maravilla. Un turista norteamericano creería que está a punto de vérselas con revolucionarios mexicanos de 1910,tirando balas al aire,ajustándose las cananas, bebiendo tequila. Hay humo en tus ojos y el cronista ve de pronto las espaldas de una columna verde y blanca de ATE y el rostro varias veces multiplicado de Germán Abdala. Comienza a hacerse ardua la caminata. La columna de ATE es ancha y variadita. Pasa a su lado una señora sola con gesto triste y este cartel: “Las putas no parimos. Mierda de gobierno”. ATE ya se desglosa y ensancha en CTA, CTERA, UTE. Son también blanquitos (de nuevo: clases medias, empobrecidas o no, clases medias estigmatizadas por ese sector del kirchnerismo que  se cree duro).

Lo que importa es que, guau, se expanden y expanden las columnas estatales. Una docente jovencita lleva un cartel –vigente o anacrónico, ustedes dirán- que dice “No puedo ver tanta mentira organizada”. Y otro guau porque esto se pone bonito y suma y suma: gente del conurbano con camisetas de Resistiendo con Aguante, Nuevo Encuentro, rostros de Cristina en carteles azules de Unidos y Organizados y otros azules de los trabajadores aeronáuticos y dos dirigibles inflables: uno de FOTIA, otro de SUTEBA. Y la gente de movimientos de desocupados mezclándose con los grupos que se sacan selfies con palitos. Hay que volver a remontar por avenida Belgrano para ver otros sectores sindicales con la pregunta de siempre cada vez que se acude a una marcha poderosa: ¿qué estarán dando en la tele?

Volverán a cerrar las persianas de las fábricas

Una pena. El cronista descubre que en la esquina de Belgrano y Perú, donde durante mucho tiempo había una ferretería industrial o de venta de chapas y alambres, hoy hay un Starbucks y que donde estaba el bar 602 –donde ranchaban hace mucho los compañeros de Página/12– hay un Farmacity. Eso empaña la marcha. Pero hay también, sentado en la vereda, un matrimonio mayor. El señor, que parece jubilado, lleva una gorra de FOETRA y un cartel que dice “Vienen a destruir a la clase media”. Análisis veloz: en esta marcha hay una maldita alianza policlasista que cierta izquierda repudiaría. Y ahora una duda: seguir por Belgrano para acercarse a los carteles lejanos de Camioneros (¿cuántos serán? ¿Cuánto bancan esta marcha los Moyano?) o acercarse, antes de que colapse, al escenario, en Chacabuco y la Diagonal, de modo de entrarle a las columnas de los gremios industriales.

El cronista elige lo segundo y el resultado, ahí nomás, a la vuelta, es prodigioso. Mil redoblantes, sol a pleno, calorón repentino, explosión de choripaneros, súbito cambio de los colores (más oscuros los rostros), los olores y  los sonidos, más denso el humo de pólvora y cantidad de inflables en el cielo: de la UOM, de los mineros, de los empleados de comercio, de la UDA, Sanidad, Dragado y Balizamiento, judiciales, textiles. Si las luchas políticas se dirimieran por el ancho de torso de los implicados, este partido sería un trámite. Pero no somos salvajes. Desde el palco, un locutor-moderador dice, moderado: “Estas políticas equivocadas”.

Son anchas, ruidosas y coloridas las columnas de la UOM, interrumpidas ahora sí por muchos más puestos de choripán y paty con huevo frito (mal ahí, compañeros) y esas columnas metalúrgicas llegan hasta la confluencia de UPCN y Camioneros. Es todo un bonito quilombo, un quilombo con clara hegemonía multi-CGT-peronista, un quilombo que el Presidente Mauricio deberá afrontar. Son las 13.53 y a esa hora el cronista repara en un detalle: quilombo sí, redoblantes también y petardos, y bronca expresada con alegría. Pero la muchachada no canta; no se cantan consignas comunes. Análisis veloz (II): acaso sea la falta de consignas en cantitos unificados síntoma de lo gaseoso del cuadro político y gremial, síntoma de una orfandad, de una crisis de representación gremial con alguna identidad o proyecto claros, acaso sea mero síntoma esa falta de cantitos comunes de algo que se gesta pero no se sabe qué se gesta. Y sin embargo el sentido de la movilización, que es tirando a fenomenal, es clarísimo. Lo dice el locutor moderado: contra el ajuste, por la defensa de los puestos de trabajo… y añade por favor, compañeros, no se suban a las torres de sonido porque es peligroso.

Marchar a un metro por hora

Rodear la zona del escenario es complicadito. Bajar por Piedras hasta Venezuela, casi imposible. El cronista medio que putea contra los organizadores por elegir como punto de encuentro la esquina de Diagonal y Chacabuco (aunque no es mala excusa el símbolo de marchar ante el ministerio de la (presunta) Producción. Esto ya lo escribió el cronista en una marcha anterior de la CGT en un lugar improbable que daba más o menos a estas mismas viejas calles porteñas. Antes que una marcha de trabajadores vista como en un mural realista que los abarque a todos, esto parece las escaramuzas de las Invasiones Inglesas, peleando la cosa casa a casa, calle a calle. Lo que se padece es la imposibilidad de tener una panorámica del todo. ¿Pondrán drones para calibrar mejor las cosas C5N o La Izquierda Diario? (oh, paradojas). Y es que a lo ya descripto se suman cantidad de gremios chicos y medianos y alcanzan a verse –en medio de un grupo del gremio de los navegantes- otras columnas que vienen por la calle Piedras, a la altura de lo más íntimo de la compañera lora.

Auch, por avenida Belgrano ahora es más apretado aún. Se camina a un metro por hora entre las fornidísimas columnas de los camioneros y las nutridas de UPCN. Viene a contramano, muy sufrido, un motoquero por la vereda, llevando su caballo de hierro por tracción a sangre. Entonces un camionero le grita con fuerte acento Chaqueño Palavecino:

-¡¡¡Tenés que ir por la cááááie!!!(carcajadas)

Uf, al fondo se entrevé cielo, aire, espacio. Parece un oasis pero es un espejismo y es que incluso en todo el ancho de la 9 de Julio hay más y más columnas. El cronista va barruntando, al ver tanto laburante/ simpatizante marchando: ¿ciertos sindicatos “pusieron todo” o fueron las bases las que –como se decía en la Antigüedad- “rebasaron a los dirigentes”? Retomaremos. Cuestión que en ambos horizontes de la 9 de Julio hay más y más columnas. Y aparecen al fin, a la altura de Avenida de Mayo, las izquierdas y las agrupaciones políticas kirchneristas, un cacho del Movimiento Evita, una importante columna de La Cámpora (“una cuadra y pico”, informa uno de sus militantes). Mucha, mucha, mucha gente. Y aunque esto no es un análisis político sino una crónica, un poco de interpretación, caramba. Podemos enojarnos mucho o poco con los dirigentes sindicales pero… sin movimiento obrero no queda claro con quién, para qué y hacia dónde ir.

Al llegar a casa el cronista descubre eso que intuyó al ver tanta gente: algún conflicto e incidentes al final de la marcha. Efectivamente hubo sectores que rebasaron a los dirigentes y los putearon (si hasta La Nación digital a esta hora titula “’¡Poné la fecha del paro!’ Gritos y empujones al final de la marcha de la CGT”. Y La Izquierda Diario destaca el furcio del dirigente Héctor Daer: “El paro será antes de fin de año, perdón, antes de fin de mes”.

El cronista se fue anotando lo escrito en un cartelón de obras del gobierno porteño, sobre la calle Tacuarí: “Seguimos avanzando juntos”.

Permítannos la duda. Que si es por la Grieta la vienen cavando fiero.

Sobre el rol de la dirigencia gremial, hay tiempo para charlar. Mientras tanto, Mauricio, los sacaste de quicio.