Hace rato que la vienen peleando y parecen haber dejado de lado por ahora ciertos sectarismos, al menos en la interna. Habrá que ver si la izquierda logra superar los prejuicios propios y ajenos y empezar a dialogar con otras fuerzas opositoras, como Unidad Ciudadana. Foto Rolando Andrade
Pese a las tremendas consecuencias económicas que se esperan, el resultado de los comicios del domingo 22 abre un escenario político más que interesante. El primer punto a señalar es que el gobierno marcará los ritmos políticos. La agenda bajará inalterable y la oposición deberá bailar la música que programen desde el Ejecutivo. Si surgen diferentes conflictos fuera de agenda, serán silenciados con su poder mediático, las fuerzas de seguridad harán lo suyo o, de ser necesario, la AFI, al igual que antes la SIDE, pondrá en marcha las operaciones que son su marca de estilo.
Es decir, el gobierno cuenta con todas las herramientas para imponer los temas que debata el país, aunque todavía no tenga mayoría clara en el Congreso. Aun así, lo pudo marcar agenda estos dos años por lo que no hay motivos para pensar que ahora las cosas serán de otra manera, sobre todo después de los resultados a nivel nacional. Podría llegar a ocurri que sus aliados del Frente Renovador y del bloque de Diego Bossio quieran desmarcarse con vistas a los comicios del 2019, pero es lo menos probable.
Precisamente, el sector más dialoguista de la oposición es el que sale más debilitado de las elecciones. Sergio Massa y Florencio Randazzo cayeron por debajo de los resultados de las PASO, y la fuga de votos fue hacia un lado y hacia otro, pero especialmente para el lado de Cambiemos.
Unidad Ciudadana, el kirchnerismo o como quiera llamársele, se posiciona como el espacio menos transigente a dialogar y a pactar con el gobierno. En ese marco, muchos peronistas que quedaron afuera de UC tendrán que ver qué rumbo deciden tomar.
Pueden apostar a una renovación peronista sin Cristina (para lo cual tendrán que seguir a Miguel Angel Pichetto y, casi, aliarse con el macrismo) o si no encolumnarse tras la ex presidenta que, como se sabe, les dio la espalda a muchos peronistas que la acompañaron durante su gestión.
Por ahora todo indica que Cristina Fernández construirá su espacio al calor de la oposición a las políticas de ajuste que ya empezó a implementar el gobierno y que retomó hoy mismo con la suba de los combustibles.
En esa oposición, Cristina no está sola. Hay un espacio, muy resistido desde el peronismo y desde La Cámpora, que es la izquierda. En todas sus variantes.
La izquierda ha hecho una elección histórica, ha obtenido varias bancas y se posiciona como una fuerza que dejó la marginalidad para transformarse en un activo actor político.
No es que antes no haya tenido protagonismo, pero su fuerza provenía sobre todo de los conflictos gremiales, donde sus delegados –siempre honestos y dispuestos a encabezar luchas– eran los que podían incomodar a las empresas y al gobierno con sus reclamos y sus planes de lucha.
El FIT es el actor más visible de este espacio, y está lejos de haber tocado su techo electoral. Cuenta en sus filas con dos partidos mayoritarios, el Partido Obrero y el Partido de los Trabajadores por el Socialismo. Son afectos a las rencillas políticas por tácticas de coyuntura, pero aun así han logrado mantener la unidad. Valga ese mérito para ellos, al vencer la vieja muletilla de que donde hay dos trotskistas hay tres partidos.
El FIT tiene ante sí una oportunidad histórica. Pero todo indica que deberá ser audaz para poder construirse como opción. Es decir, tiene el espacio para desarrollarse, pero si vuelve a sus viejas tácticas divisionistas o se debate en discusiones internas dilapidará el capital conseguido. También, si cree que, por haber crecido y por ver fortalecida y aumentada su militancia, está a las puertas de la revolución social.
La izquierda tendrá que animarse a meterse en el barro y disputarle la dirección política al mismísimo peronismo. Sabido es que el kirchnerismo se nutrió no sólo de peronistas, sino de muchísimos simpatizantes de izquierda, sobre todo en los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner.
La izquierda trotskista ha demostrado ser buena en los conflictos, y ha sabido asimilar y comprender los momentos para resistir la represión o para retirarse de manera de no provocar hechos de sangre ante un gobierno que ha demostrado no preocuparse demasiado por el qué dirán.
El FIT y el resto de la izquierda deberán animarse a debatir con CFK, más allá del sectarismo que anima a algunos sectores dentro de Unidad Ciudadana, que siguen viendo a la izquierda como la que permitió el triunfo de Mauricio Macri, al llamar a votar en blanco, situación que fue desmentida por los números.
La izquierda deberá vencer muchos prejuicios para poder crecer y deberá abandonar, quizá, algunos postulados cuasi religiosos que le atan las manos.
La redefinición teórica del marxismo y del trotskismo es una tarea demasiado grande para un partido argentino, pero quizás se pueda empezar a escribir desde la práctica. El FIT y los otros partidos menores de la izquierda están nuevamente ante la oportunidad de ponerse los pantalones largos.
El tiempo dirá si les da el cuero.