El comienzo de la marcha del Sísepuede tuvo mucho de ritual religioso. Mantras, invocaciones a dios y división del mundo entre elegidos (la clase media) y los réprobos (populistas, piqueteros y pobres). Juntos por el Cambio convierte a la grieta en social como política de campaña con vistas a su futuro como oposición.

La cantidad y la calidad no importaron demasiado. La cifra de 40.000 asistentes a Barrancas de Belgrano (que es el número del que hablan casi todos) puede considerarse escasa si se la mide en relación con otros actos proselitistas, pero considerando que los convocados suelen ser reacios a estas experiencias masivas, y sobre todo cuando ocurren bajo el signo de la política, puede resultar más o menos importante.

Se subrayó que los asistentes pertenecían de manera casi abrumadora a la clase media. Tiene su lógica, el PRO fue siempre un partido de clases medias que en algún momento llegó a captar votos de otros estratos sociales. Es decir, que quienes asistieron al acto son los de siempre. No hubo sorpresas y no era esperable que las hubiera.

Allí, en la idea misma de la convocatoria que debe más a la iniciativa de Luis Brandoni que a los usos y costumbres gubernamentales hay una fuerte marca de clase que puede marcar rumbos futuros. En su alocución Macri señaló de manera explícita que quienes estaban allí pertenecían a la clase media que fue la que hizo el “mayor esfuerzo”. Algo que va en consonancia con lo que parece ser el destinatario excluyente de la campaña de Juntos por el Cambio. Así decía el presidente en una carta que hizo publicar en Télam: “Y para reducir el impacto de la inflación, que hasta el 11 de agosto venía en baja, eliminamos el IVA de varios alimentos de la canasta básica. Y lo hicimos pensando, sobre todo, en la clase media. La que siempre pone el hombro y siente que su esfuerzo nunca es retribuido.”

El spot televisivo de campaña va en el mismo sentido. Después de mucho tiempo de propaganda oficial en la que se mostraba a trabajadores o supuestos habitantes de barriadas humildes que elogiaban iluminación, asfalto y cloacas, que fue el caballito de batalla previo a las PASO, el que se resume en el “No se inunda más”, el mensaje de las urnas que se dice haber escuchado es el de la clase media. Tal vez el último amarre social que queda a mano. La denuncia de la “traición” de la Villa 31, supuestamente beneficiada por Rodríguez Larreta, que votó mayoritariamente al Frente de Todos, parece marcar un antes y un después de los destinatarios del discurso oficial. Ya no se trata de todo un país al que se buscaría beneficiar con las políticas decididas desde el Estado, sino de un sector al que se adjudican todos los valores. Y para el cual las penurias económicas son un mal menor frente a la honestidad, la república y la transparencia. Son heroicos no por sus luchas sino por sus renuncias. Por ahora son mártires, Macri les propone la llegada sin fecha del reino de los cielos. La fe fue un componente presente en todo el acto, arriba y abajo del escenario.

Y para esos asistentes, el acto ofreció una serie de modulaciones discursivas. Empezó Elisa Carrió en modo sacerdotisa. E hizo lo que se suele hacer en los servicios religiosos, echar culpas y luego marcar el rumbo correcto como la mejor forma de expiarlas. Se quejó de que había estado sola en el optimismo mientras los demás se entregaban a la depresión (había hecho otro tanto cuando habló de los que se habían ido a esquiar a Europa). Y hasta metió a la divinidad en el medio:  “La libertad se gana con trabajo y con dolor. La lucha en la adversidad es el goce mayor para el espíritu de Dios”. Pasado el tramo místico, Pichetto trajo la cara del enemigo: Zaffaroni, Grabois, los peligros que acechan bajo la máscara peronista. Rodríguez Larreta volvió al lado constructor que le aseguró ser el único triunfador cambiemita de las PASO y aludió a la obra en Barrancas de Belgrano, donde se celebró este primer paso de la gira presidencial, como ejemplo de que el cambio es posible porque en la CABA ya se hizo.

De alguna manera, los tres cumplieron con lo que esperaban los asistentes al acto. Recuperar la confianza perdida, no perder de vista al enemigo y defensa del viejo estilo de gestión. Macri resumió todo eso en su discurso y esa fue la manera de tratar de llenar de contenido la consigna del Sísepuede.

Todo acto político (incluso todo recital masivo) tiene algo de ritual. No es ese el problema con lo de Barrancas de Belgrano. La pregunta es sobre los alcances en el corto y mediano plazo de esta constitución de la clase media como valor. Si se lo piensa en el más que probable futuro de Cambiemos como oposición, marca los rumbos de sus próximas posiciones. El populismo olvida a las clases medias y el partido de Macri se encargará de defender eso que ha sido ninguneado y atacado.

Trasladado al plano de lo social, implica una jugada más peligrosa. Si la grieta ya no es entre posiciones políticas sino que pasa a ser cuestión de clases, si la clase contraria se define por su ausencia de valores, entramos en formas de racismo social que ya vienen existiendo y que personajes como Carrió, Pichetto y Bullrich se han dedicado a exacerbar. La de los choriplaneros, los curros de los derechos humanos, los inmigrantes que abusan de hospitales y de escuelas.

Como si la política futura de Cambiemos tuviera más que ver con la reacción de Macri el día posterior a las PASO. El enojo que genera la impotencia del derrotado. Que sumará una nueva frustración el 27 de octubre y que sueña con clases medias en pie de guerra cuando ya todo se haya perdido. La fe no tarda en transformarse en furia.

 

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