La dinámica de este gobierno, que no para de aludir al diálogo, es la constante construcción de  enemigos internos. Primero la RAM, ahora los violentos supuestamente coreografiados por la oposición. Es su manera de colocar fuera del sistema a todos los que no están de acuerdo con sus medidas. 

En manifestaciones que suceden en muchos lugares del mundo hay intercambio de proyectiles entre policías y civiles. Una circunstancia que se interpreta en términos que van más allá de la oposición a una medida específica o como respuesta a una coyuntura política puntual. Son reacciones que tienen que ver con cuestiones sociales y culturales pero básicamente con conflictos no resueltos que exceden largamente el momento en que ocurren los acontecimientos.
Los enfrentamientos del martes pasado están siendo leídos de otra manera  desde el oficialismo y desde los medios de los cuales el gobierno es receptor y dador de razones y de discursos. Resulta paradójico,  pero se está politizando la cosa. ¿Qué tal? ¿Justo ellos que dicen que no hay que politizar?

La primera reacción, calificar a los arrojadores de cascotes como los violentos de siempre, lo que los equipararía a los barrabravas habituales en el fútbol, dio muy pronto paso a una caracterización diferente de lo ocurrido. El inefable fiscal Moldes pidió que se los encuadrara en el delito de sedición. Así lo define el artículo 229    del Código Penal: “Serán reprimidos con prisión de uno a seis años, los que, sin rebelarse contra el gobierno nacional, armaren una provincia contra otra, se alzaren en armas para cambiar la Constitución local, deponer alguno de los poderes públicos de una provincia o territorio federal, arrancarle alguna medida o concesión o impedir, aunque sea temporalmente, el libre ejercicio de sus facultades legales o su formación o renovación en los términos y formas establecidas en la ley.”

Lo que presupone el pedido del fiscal –la intención de los cascotazos de interferir en el ejercicio del poder político- encontró muy rápido su panel de justificadores seriales.  Wiñazki hijo reprodujo una supuesta conversación de Cristina orquestando –verbo que tuvo su cuarto de hora- lo que ocurrió frente al Congreso. Papá Miguel salió a teorizar, se trataba de neoanarquistas. Dicho sea de paso, ya que arma operaciones, el grupo Clarín podría ser consecuente con sus propias invenciones. Así como se cayó enseguida  el tema de la charla CFK, desapareció rápidamente el tema de la carta de Irán apoyando la tesis Bonadio y antes el dinero de Nilda Garré en paraísos fiscales.

Pero lo de neoanarquistas  suena un poco impreciso y Morales Solá se apuró a dejar todo más en claro: una entente que unió (no sé sabe si para siempre) al kirchnerismo y a la izquierda. De pronto, la oposición pasó a ser una enemiga del proceso democrático, cascotes mediante. Siguen las firmas:

Jorge Fernández Díaz, quien se vale de un arsenal de adjetivos para, según su criterio, razonar sobre la realidad, escribe: “La embrionaria coalición antisistema, con sus múltiples matices y gradaciones, es una novedad y ha venido para quedarse, pero carece por ahora de conducción y a sus miembros sólo parecen unificarlos una tirria, un aroma ideológico, un sentimiento que no puede parar: esperó la medida más impopular de Macri para presentarse en sociedad y protagonizar una “primavera árabe”. Los más desesperados (el Código Penal les pisa los talones) y los más sediciosos (“cuanto peor, mejor”) se asociaron en la intemperie con grupos psiquiátricamente vulnerables (cascotes, bulones y patadas voladoras). Y buscaron consciente o inconscientemente un 2001. “ Ya se habla en medios y en reuniones del club del helicóptero que hace todo para que Macri termine su mandato como De la Rúa. Carrió se cruza con Moreau para hablar del “golpe” del 2001. Prolifera el uso del verbo desestabilizar.

Más sesudo, el sociólogo Marcos Novaro advierte en una entrevista: “El trotskismo y el kirchnerismo están lanzados a una estrategia antisistema que es difícil de revertir. Ellos creen que Macri puede haber sido elegido, pero lo que hace es completamente ilegítimo, entonces hay que apelar a una legitimidad antiinstitucional, que es la del pueblo en la calle. El trotskismo siempre estuvo en esa tesitura, pero ahora la ha activado, y el kirchnerismo llegó a ella después de fracasar en la arena electoral.”

 

El empresario devenido en periodista Dardo Gasparré se pregunta desde el sitio INFOBAE si no estará naciendo una nueva guerrilla urbana. Abundan las intervenciones en este sentido. En su editorial del domingo, Eduardo Van der Kooy reproduce en extenso  el instructivo del PO a sus militantes (algo habitual cuando hay una marcha) y lo transforma  en un parte de guerra. Ese mismo día, La Nación muestra fotos de militantes “violentos” y las pone a disposición del gobierno, el mismo diario donde Pablo Sirvén escribe: “Las escenas bélicas registradas el jueves 14 y el lunes 18 sólo fueron posibles por las graves complicidades y justificaciones de distintos dirigentes dentro y fuera del Parlamento. No buscaban parar la reforma previsional, sino lisa y llanamente voltear al Gobierno, alentados por el nefasto recuerdo de diciembre de 2001. No lo consiguieron, pero dejaron un clima enrarecido, que replicó en el escrache a Martín Lousteau y hasta volvieron los cacerolazos e intentos de saqueos.”

Ya lo de escena bélica daría para largo, pero dejémoslo pendiente. En el mismo editorial, Sirvén coloca a lo sucedido durante el tratamiento de la reforma previsional en una secuencia violenta en la que incluye a la RAM.

Claro que el supuesto grupo mapuche desapareció hace rato de los medios y el discurso oficial. Salimos de los remotos parajes rionegrinos para ubicarnos en el sitio al que se considera el kilómetro cero del país. Ya los tenemos acá, al acecho, por ahora con piedras, baldosas y gomeras a la manera de un David mala onda contra el bueno de Goliat, que es bueno simplemente por estar del lado de la ley.

Como demostró la represión de estos días, esto va mucho más allá de lo discursivo y pretende instalar un estado de paranoia cuya pionera fue Patricia Bullrich, que mandó arrestar a un par de adolescentes que armaron una página símil ISIS en facebook, y ahora, Leuco jr. mediante, adjudica el intento de un hombre de entrar armado a la quinta de Olivos (sin dudas alguien con problemas mentales) a un atentado fogoneado por el kirchnerismo.

Como estamos en un momento en que lo verosímil es secundario todo es factible de ser convertido en amenaza y los enemigos pueden hacerse proliferar como hongos. Esperemos que este clima, que se parece a tantos otros que ha vivido el país,  no tome rumbos que ya conocemos.