De cómo y porqué cuando se equivocan en sus floridos discursos y te cambian futuro por pasado o se vanaglorian de encarcelar pibes son las únicas ocasiones en que los funcionarios del gobierno te dicen la verdad.
Paco y Beto jugaban al ajedrez. Paco estaba trabado, no sabía qué pieza mover cuando entró Yoli, su hermana, famosa por el escote.
“Mové el pezón…el peón”, dijo Beto.
Hete aquí un auténtico lapsus linguae. En estas pampas caracterizadas por la mayor concentración de pacientes y profesionales psi por milímetro cuadrado de toda la galaxia, es popularizado como “acto fallido”. En rigor, un acto fallido propiamente dicho es una acción física, como cuando el tipo sale de su casa para ir a estudiar a la biblioteca, se pierde en la calle y aparece en la zona roja (no es chiste, le pasó al mismísimo Sigmund Freud y lo usa como ejemplo). Menos importan ahora los tecnicismos que la idea: son tropezones en acto o de palabra (los hay escritos: los lapsus kalami) que develan una verdad oculta, por lo general oprobiosa, políticamente incorrecta, a menudo sexual, siempre tan indecorosa como inocultable.
Bruto traspié que sirve para atravesar cuan bólido cualquier barrera que la censura imponga, adopta nombre propio en algunos oficios. Entre los locutores o los actores le dicen furcio. El más célebre es el del novel figurante que debía entrar a escena y espetar: “Señor, ¡qué cara!, ¡qué gesto!” y, carcomido por el pánico escénico dijo: “¡¡Señor qué carajo es esto!!”.
La cuestión es que algo por el estilo le puede pasar al común de los mortales, si bien en las profesiones antedichas donde se ha de hablar al público es preciso permanecer más advertidos. Lo mismo en el discurso político. Requisito que no corre para el lenguaje cuasi monosilábico del milico hacia su tropa, del patrón de estancia, del CEO hacia sus ejecutivos chupamedias o del alumno del Cardenal Newman. Cuando dos o más condiciones de las antedichas se superponen, los efectos han de ser notables, como se verá más adelante.
La historia más o menos reciente de esta nueva y gloriosa Nación es pródiga en nefastos ejemplos. Inolvidable la declaración del tirano Jorge Rafael Videla al asumir la Presidencia de facto en 1976: “Estábamos al borde del abismo, hemos dado un paso al frente”. Tanto como la de su sucesor en 1981, Roberto Eduardo Viola, quien, requerido sobre el rumbo económico, declaró orondo: “…en efecto, la economía va a dar un giro de 360 grados”.
En estos casos, ignorancia y lapsus (acto fallido, también, pues fueron tales, con catastróficos efectos sobre la polis) se entremezclan hasta indiferenciarse. Pero una cosa no quita la otra; por el contrario, se suman. En este rubro se podría incluir la muy reciente proeza del Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, quien hizo del homo sapiens y los dinosaurios, contemporáneos. Por segunda vez en la Historia: la pionera fue Susana Giménez, inolvidable.
Cierto es que para cualquier espíritu sensible, la burrada histórica, geológica, paleontológica, zoológica y, en fin, lógica a secas, corre el riesgo de oficiar como cortina de humo de los contenidos de la metáfora. Ya que la figura preconiza el triunfo del más apto, autidentificándose como tal, claro; tanto como la aniquilación (palabreja tan cara al exclusivo colectivo al que pertenece el alcalde porteño) del adversario, merced a la superioridad tecnológica, el trabajo en equipo (eureka: como si el resto del mundo obrara a lo Robinson Crusoe) y la mentada meritocracia. Contenidos ideológicos, que le dicen, escamoteados dentro de la fábula moralista. Lafontaine lo hizo antes, masmejor.
Dado que en los copetudos colegios privados de la popular barriada de Boulogne, conurbano bonaerense, no se imparten clases de retórica, sus egresados pocas chances ostentan de desempeñarse con soltura en los inflamados vericuetos de la verba. Más bien les cuesta expresarse oralmente, comprobado está. De allí que no debe sorprender la generosa profusión de furcios, actos fallidos, lapsus o cómo se llamen, que son capaces tales conciudadanos. Fenómeno que por otra parte motiva que deban recurrir en su auxilio lenguaraces de mejor talla, como algunos locutores al frente de noticiarios televisivos o políticos profesionales de obesa trayectoria.
Cuando no, han de valerse por si mismxs, a su cuenta y riesgo. Como en el caso de los dinosaurios de Larreta, el meteorítico impacto de la boutade asimismo es capaz de solapar esa verdad intrínseca que se cuela desde las oscuras cavernas de la crueldad hacia la luz del día. Sin ir más lejos, uno de los más locuaces miembros del team gobernante, Marcos Peña Braun, en los albores de su función como capataz ministerial, al intentar delinear los objetivos de su gestión se le escapó cual flatulencia “…proteger a los que más tienen…”, queriendo decir lo contrario, se entiende. Para peor, como Beto el ajedrecista del primer cuento, intentó aclararlo, lo que es como subrayarlo con el lápiz ese que es azul de un lado y rojo del otro, ida y vuelta.
Dado que el pifio de manera alguna constituye un privilegio de género, la Venus Magdaleniense de la Ciudad de las Diagonales, ocupante del trono que supo ser de don Juan Manuel de Rosas, Carlos Aloé y Eduardo Duhalde -entre otros-, en su momento no se privó de sentenciar que “…cambiamos futuro por pasado…”. La lectura ramplona sobre la tajante sentencia se quedó en que el futuro es esa entelequia de lo que va a venir y el pasado lo que quedó atrás, una suerte de gimnástico atrás-y-adelante cronológico. No obstante, si se afila el lápiz y se concatena frase con hechos, las dudas se disipan: en efecto, el pasado próximo que la Heidi de las Pampas augura es el de la Zanja Alsina y/o, en el peor de los casos, el de los años 90. Lejos de ser una especulación, esto es una práctica efectiva, como cantaba una antigua marcha partidaria que instaba a combatir el Capital. Lo contrario es fantaciencia, al estilo de la inefable (N. del A: siempre quise colocar este cursi adjetivo y a nadie le cabe mejor) Lilita quien, en su rol de pitonisa prometió crecimiento económico para “…el tercer semestre del año…” Y vaya que tenía razón. Esta vez.
Por su nivel de exposición y rango jerárquico en el organigrama estatal, quien encabeza con usura el ranking del improbable libro La Verdad Sin Filtros, es el hijo pródigo de Alicia Blanco Villegas y Franco Macri. Mago de la media palabra y adalid de la rectificación que confirma, el joven Maurizio ostenta en su haber célebres sintagmas, del estilo “… habrá oportunidades y pobrez… progreso para todos…”. O bien: “… los dólares van a falt… sobrar”. Perfeccionista pertinaz el, a la sazón, CEO del Poder Ejecutivo Nacional, tras ingentes esfuerzos foniátricos alcanzó a completar varias frases, entre las que descolla: “Hace más de 5 años que la Argentina no tiene un problema de destrucción estructural de empleo”. Refiriéndose al tan populista como execrado gobierno anterior, claro. Afirmación que por encima de lo jocoso se lee por el absurdo, toda vez que la negación invierte automáticamente el sentido, con lo que dice exactamente lo opuesto de lo que quiere decir.
Con tamaños antecedentes de modo alguno extraña el último hit, tan sonado, del hijo de Esteban Bullrich Zorraquín y María Ocampo Alvear, máster en Administración de Empresas en la Escuela Kellogg y sobrino segundo de Patricia, Esteban José. Inolvidable el elogio al accionar represivo “…que mete preso a un pibe por día”, perpetrado en plena campaña electoral junto a la gobernadora provinciana que lo miraba con ojos Hereford, tal cual corresponde a un digno descendiente de acopiadores de ganado vacuno. Horrorizado el clan biempensante del progresismo de cabotaje por el implícito destino que a la infancia le adjudica el otrora responsable de la educación nacional, el rasgado de vestiduras por lo general se limitó a remarcar la obvia intención de criminalizar la infancia proletaria y, en consecuencia, instar a bajar la edad de imputabilidad. Lectura -otra vez- tan cierta como mezquina, los dichos de Esteban Bullrich abarcan un corpus ideológico mucho más amplio que lo que el plancton de la coyuntura muestra.
Pues la frase de ninguna manera se halla descolgada del universo de las palabras. Por el contrario, se inscribe en muchas otras afirmaciones que van completando el cuadro y perfilan de tal modo no sólo una visión del mundo (lo cual no sería grave, pues atañe al sólo individuo) sino un cabal proyecto político (que importa al conjunto de la población). Sin entrar en copiosos detalles, basta enmarcar solo otras dos intervenciones del ex ministro.
La primera, cuando asimiló su gestión al frente de la cartera de Educación con la Campaña del Desierto de Julio Argentino Roca (por respeto al lector me abstengo de comentar que pampa y Patagonia estaban habitadas y no eran desierto, el genocidio y bla bla bla. La segunda, al incluir al aborto en la reivindicación Ni Una Menos. Se podrían agregar otras perlas, como el consejo de que los obreros despedidos instalen una planta de cerveza artesanal o, el más general, que los trabajadores inventen su propia industria; versión aggiornada del viejo espinel pequeño burgués de cambar proletarios por propietarios.
Tampoco es preciso abundar en consideraciones acerca de estos dichos, ya que se ha reflexionado en abundancia al respecto y, además, estas últimas declaraciones no se inscriben como lapsus, actos fallidos, etc. Sin embargo otorgan contexto, lo que se llama un campo semántico o espacio de significación que conforma una peculiar manera de ver las cosas. Construye, en apretada síntesis, un mundo (una Nación, una región) comandada por generales winners que someten a una población infrahumana, de la que disponen hasta de los cuerpos, donde los jóvenes desocupados son peligrosos, los díscolos resultan encarcelados y las mujeres restringidas a la procreación a fin de reproducir la fuerza de trabajo. Todo, dominando una población sumisa a los dictados de los medios hegemónicos, en fin, de los aparatos ideológicos y represivos del Estado.
Lo que muchas veces no logran redondear los politólogos ni los periodistas, suelen lograrlo los profesionales del humor. Daniel Paz posteó en su feizbuc: “Los lapsus de E.Bullrich revelan lo mucho que le cuesta obedecer el mandato de corrección política que le impone Durán Barba. Un día va a salir del closet, va a decir abierta y brutalmente lo que piensa y va arrasar en las urnas”.
Desde esta perspectiva se esfuma la interpretación simplista de la mera burrada, el error, el anhelo oculto, supuestamente impracticable. Adrede o involuntaria, a la verdad nada le importa la intención porque sigue rigiendo la práctica, la realidad, como quiera decirse.
Ante ese efecto de verdad que desatan los dichos del elenco gobernante, el peso de la prueba se traslada a quien, del otro lado del mostrador, practica esos deportes nacionales que son la argentinísima opinionología y el (bizarro subproducto psi) interpretativismo silvestre. Vicios que se conforman con el hecho de horrorizarse y despotricar, paso previo a creer religiosamente en la retractación de rigor y sumirse en el nirvana de que el adversario piensa como él, es pequeño, peludo y suave; buenudo pero ignorante y ya va a aprender, cuando volvamos y triunfe a Revolución.
Caer en la cuenta de que tanto (los) Bullrich como Macri, así también el corpus orgánico de Cambiemos, en efecto no sólo piensan sino que además tienen como proyecto ese mundo que describen sus dichos, resulta el primer paso para conocer al enemigo. Que éste es como es y nunca como nosotros quisiéramos. Tal vez haberlo ignorado no menos que subestimado sea una de las causas capitales en las que se asientan multitud de errores y derrotas políticas. Lo que puede parecernos horripilante hace las delicias del núcleo duro de sus votantes, a partir de los cuales aspiran (y a menudo logran) reproducir estratégicamente su masa de seguidores. Al fin y al cabo, como en el siglo XIX gustaba decir un filósofo que al meterse con la economía fue a parar a la política, la ideología de la clase dominante tiende a ser la ideología dominante.