La reacción del gobierno fue un poco más allá de lo acostumbrado. No solo acusó al paro de político sino que puso como responsable de la medida al PJ. Una forma de seguir aferrado a su programa económico y fingir que se hace política.
El gobierno repitió las declaraciones de siempre cuando hay un paro. Que se adhiriera el transporte evitó el habitual recuento de porotos. La lista es cortita: que al país se lo levanta trabajando, que no sirve para nada, que le cuesta a la Argentina una buena ponchada de mangos y que, claro, el paro es político. Esta formulación acostumbrada suele querer decir siempre lo mismo: Que los que lanzan la medida no piensan en sus afiliados sino que los usan para sumar a una causa que no se declara pero que seguramente no es de las mejores y a la que conviene mantener oculta. O se vincula a los intereses personales de quienes convocan a la medida o forman parte de una estrategia desestabilizadora. Con esas suposiciones colaboran declaraciones como las del Pollo Sobrero (que los medios hegemónicos reprodujeron en lugar de las de Schmid), en el sentido que hay que hacer caer el gobierno de Macri a fuerza de paros. Lo del dirigente (¿ex?) ferroviario ameritaría un análisis más en detalle. ¿Ansias de figuración, infantilismo, declaraciones a sueldo?
Volvamos al discurso oficial. A todas estas generalidades, Marcos Peña agregó un intento de precisión. Declaró: “los sindicatos son de la oposición, son del Partido Justicialista”. No deja de llamar la atención que cuando el candidato obligado a demonizar es siempre el kirchnerismo, esta vez se opte por poner al peronismo en su conjunto en la vereda de enfrente, mostrándolo como ocupado únicamente en poner palos en la rueda. En su editorial de hoy, Ricardo Roa agrega al Papa a la lista de desestabilizadores.
Una denuncia que prescinde del hecho de que hace rato que el peronismo es un mosaico a veces muy beligerante puertas para adentro y que todavía no ha logrado armar ninguna propuesta alternativa. Habría que ver algunos conatos periodísticos para tratar de entender estas precisiones.
En su columna sabatina de Clarín, Lanata arranca diciendo lo siguiente: “En el propio gobierno señalan como comienzo de la Caída aquella tarde en el Congreso en la que se debatió la reforma previsional: las trampas de la oposición y los ladrillazos de los militantes a la policía dejaron por primera vez en el exterior la convicción de que el cambio argentino era una nueva y vana promesa.” Digamos solo que lo del propio gobierno se usa para dar validez a lo que viene después. El raro círculo. Lanata dice lo que dice el gobierno que dice lo que dice Lanata.
Como sea este, digamos, análisis, coincide con lo que viene escribiendo hace tiempo Morales Solá en La Nación, donde llegó a afirmar sin muchas vueltas que el proyecto de frenar los aumentos de tarifas era un delirio. La conclusión es siempre la misma: existe la oposición y pretende actuar como tal. A ese gesto no se le opone una discusión sino un diagnóstico, generalmente de corte psiquiátrico.
Pero no solo eso. Macri declara, cada vez que afirma que el rumbo elegido es el correcto, que la oposición no quiere que se haga lo que es mejor para el país. Lo cual coincide con la exigencia del Fondo de un compromiso nacional y no solo del gobierno con el ajuste. En resumen, que todo el mundo siga los rumbos elegidos entre Lagarde y el equipo económico porque no hay otra, pero a la vez ese rumbo solo puede funcionar con el acatamiento generalizado.
Y de pronto aparece el paro, cuyas consecuencias hoy sería aventurado pronosticar. Lo que parece verse y lo que se quiso mostrar es un intento de unidad de los distintos sectores gremiales. Algo que parece no gustarle demasiado al gobierno, que deriva todas las soluciones –o la falta de ellas- al acuerdo o desacuerdo de los sindicatos en sus encuentros privados con las patronales. Todo paro, hasta el más dominguero, es un hecho público.
Podría pensarse que la postulación de que el paro fue partidario es parte de la estrategia electoral del macrismo que juega a dos puntas, por un lado enfrentarse a un adversario claro, sin medias tintas que aparece un tanto indeterminado en la medida en que no haya uno o varios candidatos que lo representen. Y, por otra parte, fracturarlo, lo cual parece cada vez más difícil porque Cristina, que ha sido la bestia negra de Cambiemos, se ha sumido en el silencio y solo aparece en las encuestas y en el twitter.
Es muy probable que la medida no produzca grandes cambios en el rumbo económico; de hecho, los mercados no parecen haberse dado por enterados y el dólar cerró a la baja. Pero, al menos desde la óptica del gobierno, constituye la posibilidad de una amenaza cierta y frente a la cual entran en colisión lo económico y lo político, la difícil y casi irreconciliable dicotomía en la que está atrapada el gobierno desde el comienzo de su gestión.
¿Salir del plan para hacer política, para negociar con quienes no están de acuerdo con el plan? Pero el Fondo, los mercados, la aprobación del mundo tan mentada por Macri piden otra cosa. ¿Imponer el ajuste a cualquier precio y no solo aumentar la conflictividad social (de eso se ocupa Patricia Bullrich) sino perder base electoral?
Para resolver este dilema no sirven los lugares comunes que se desenfundan cuando la realidad no acata los propios deseos.