Son estos tiempos de sufrir y de tratar de pensar en el medio de estar pasándola para el orto. Tal vez sea el momento de inaugurar nuevas preguntas que nos eviten seguir atrapados en pantanos ajenos.

El amigo Blaus me invitó a participar de esta conversación a varias voces que no son silvestres y dije, por qué no: ya va siendo hora de volver a tratar de balbucear algo más después de las Crónicas Macrianas en las que creía haber agotado mi imaginación sobre este presente de espanto. La lectura de los intercambios me puso en un brete. Porque, a la hora de escribir, por momentos parecía que rescribía lo dicho y que no iría más allá del palimpsesto: borraduras y pequeñas enmiendas o desvíos a lo puesto sobre la pantalla por Pablo. Coincido bastante con muchas de sus posturas, especialmente en que no habrá posibilidades de avanzar si seguimos atrapados en las trampas del lenguaje. El triunfo de la metáfora de la grieta es, también, el de la mediocridad expositiva, de la falta de palabras para nombrar e interpelar el presente. Una grieta es, ante todo, una abertura. No separa, es un agujero negro del sentido de la política, la victoria de la astucia publicitaria (me hace recordar a lo que decía en La Habana el poeta luxemburgués Jean Portanté para graficar al castrismo: “Acá la consigna es: ´la consigna`”). Macristas y kirchneristas resultaron ser hablados por el mismo artificio lanático y lunático, porque solo desde un satélite privado se puede pensar a la Argentina o cualquier país sin conflictos, disputas, tensiones, relaciones de poder, coeficientes de la distribución de la renta y, como también señala Alabarces, los modos en los que el Estado interviene.

Mi experiencia de haber vivido en Cuba cuatro años –con la caída del Muro de Berlín en el medio- me vacunaron para siempre del culto a los nombres propios, las hagiografías y la unanimidad. Y, sí, tampoco he sido kirchnerista y más de una cuestión del orden simbólico o económico me resultó irritante. Pero, a partir de 2008, también mi “anti antikirchnerismo” fue superior a mis reparos y, de alguna manera, guió mis modestas intervenciones públicas. Los gobiernos del matrimonio, a diferencia de lo que ha instalado la prensa como lugar común, nunca fueron fuertes sino que administraron con cierta inteligencia su debilidad, y más cuando hasta tuvo –por si fuera poco- al sindicalismo en contra. Cuando todavía creía que FB era una suerte de foro posible, insté a votar al impresentable Scioli por encima de toda consideración. Creía que era indispensable evitar lo que –no hacía falta experimentarlo- sería un mal mayor que vendría también como parte de un giro regional hacia las posiciones más conservadoras.

Apenas asumió MM escribí durante un año las Crónicas macrianas para dar cuenta de la perplejidad y tratar de entrever la profundidad del desastre. Lamento no haberme equivocado. Desde entonces se veían las limitaciones de un kirchnerismo que no podía salir de la propia prisión emotiva que suponía anunciar de modo cantábile la vuelta o ponerle música a la injuria (MMLPQTP) en el espacio público. La ex presidenta se sumió en un mutismo que parece estratégico o que da entender que no hay nada importante que reflexionar sobre el pasado pensado. Quizá sean las dos cosas. Habría tanto que preguntarle más allá de los bolsos de López que, intuyó, todavía nos darán más de una sorpresa. Es también cierto que el heavy kirchnerismo no ha contribuido demasiado desde el papel o las redes a la creación de un nuevo capital simbólico.

De verdad no creo que iluminar esas zonas conflictivas de la experiencia reciente (qué son 12 años en la historia de un país) signifiquen ser necesariamente funcionales a los sectores dominantes. Creo que son tiempos de meditar sobre lo acontecido, no solo en este país. La era kirchnerista, los dramas de Nicaragua y Venezuela, las limitaciones del proyecto cubano, las flaquezas y giros oportunistas que tuvo el lulismo –aunque fueran por razones de fuerza mayor- deben estar en la agenda de discusiones sin pensar que se le hace el juego al enemigo y que todo es resultado de los intereses de la Casa Blanca (que existen, claro).

Cualquier esbozo de programa emancipatorio necesita pasar en limpio las experiencias de los años recientes sin caer en los lugares más proclives a la elusión, y que vienen con la filípica de la superioridad ética que supone “embarrarse” y aceptar silenciosamente, golpeándose con el cilicio la espalda, las contradicciones y nervaduras aberrantes de cualquier proyecto. Luz en la oscuridad y oscuridad en la luz. Siempre hay que buscarla. Y si no aprendemos eso, estamos otra vez en el horno.

No hay mucha tradición polémica que evite la invectiva o que se abra un expediente imaginario con el rótulo de traidor, socialdemócrata, pequebú. Uno lo sabe por experiencia, y perdonen un momento de autoreferencialidad: cuando en 1993 publiqué mi libro Cuba de vuelta, en el que sostenía, entre otras cosas, señalaba el agotamiento congénito del castrismo y que el restablecimiento de relaciones con EE.UU era inexorable por razones económicas y hasta culturales, me tildaron de agente de la CIA, renegado, posmoderno y veleidad intelectual alla Cabrera Infante o Carlos Franqui. No hemos avanzado mucho desde entonces a la hora de reflexionar sin soliloquios sobre los límites propios, derrotas o traspiés. El kirchnerismo puso a prueba esa máquina de la imposibilidad. Si queremos salir de esta trampa en la que se metió (nos metimos) esta sociedad, mejor dicho, si logramos salir, aun con costos y heridas enormes, será porque avanzamos en una construcción colectiva, y ese armado se realiza también discutiendo apasionadamente. Esto, amigas y amigos, no se reduce a la  monserga publicitaria del submarino amarillo (porque nos ha dejado debajo de la línea de flotación) de “escuchar al otro”.

 

Notas anteriores de este debate

Daniel Cecchini

Pablo Alabarces

Daniel Riera

Eduardo Blaustein